- Jer 17,5-8
- Sal 1
- 1 Cor 15,12. 16-20
- Lc 7, 17. 20-26
Reflexionar en la liturgia de hoy nos debe llevar a preguntarnos : ¿cómo quién queremos ser como Ezequiel o como el fariseo doctor de la Ley.
Ezequiel en la primera lectura, nos habla de los huesos secos; una visión profética, destinada, literalmente, a alentar a los judíos en su condición actual de angustia, en la tierra.
En su significado espiritual, el texto ilustra el tema de la regeneración. La muerte natural es el rechazo de la naturaleza inferior del hombre, la parte externa, incluidas las impurezas del cuerpo. Y, en la resurrección de la regeneración, hay una muerte y un rechazo de las cosas impuras y bajas de la mente natural.
Bien, como acabamos de leer, no fue, precisamente el escenario de película lo que convenció al profeta para participar en la recomposición de aquellos cuerpos; ni siquiera fue su acto heroico lo que abrió «los sepulcros» del pueblo socavado. Ezequiel hizo una sola cosa: obedecer; y con su voz, Dios se hizo misericordia.
En el evangelio, acabamos también de ver, al contrario de Ezequiel como un fariseo que era también doctor de la ley, pregunta a Jesús para ponerlo a prueba ¿Cuál es el mandamiento más grande de la ley?
En medio de la sociedad y el mundo que nos toca vivir, casi nos parecería estar viendo ese paraje de los huesos secos del profeta, ante el panorama de un cristianismo tibio, en medio de un mundo terriblemente paganizado, enfermo de hedonismo y materialismo y casi podría oír la voz del Señor: “Hijo de hombre, ¿podrán acaso revivir estos huesos?”
Y la verdad es que por más imposible que nos parezca, nuestra sociedad puede cambiar y volver a la vida, a la vida en el Espíritu. Para ello es necesaria, como lo vemos en el pasaje de Ezequiel, la participación del Espíritu que es quien da la vida. Así pues, lo más importante no es que los huesos se recubran de tendones y de carne, lo más importante será que tengan espíritu y revivan. Si no es así me dará lo mismo tener amontonados un montón de huesos que un montón de carne. El espíritu del Señor es el que da vida y ocurre porque el Señor lo dice y lo hace, cumple sus promesas, no por nuestra valía ni la bondad de nuestros huesos.
Entonces, para que el “Espíritu sople sobre estos huesos secos” necesitamos invocar al Espíritu Santo, como lo hizo el profeta. Necesitamos unirnos en oración para suplicar al Señor que aparte de nosotros lo que está matando nuestra sociedad, para que el Evangelio de Jesús vuelva a ser la norma de vida de nuestras familias; para que sus principios vuelvan a ser parte de nuestras leyes; para que nuestros gobiernos vuelvan a censurar todo lo que destruye la vida moral de nuestra sociedad.
El Señor le dijo al Profeta: “Habla en mi nombre a estos huesos secos”, y cuando hizo lo que el Señor le había pedido en ese momento, los huesos volvieron a cobrar vida. No todo esta perdido, pero ciertamente sin nuestra oración e insistencia, si nosotros no hablamos en el nombre del Señor para que esto cambie, nada ocurrirá.
Por otro lado, el fariseo desconfiado que se acercó a Jesús «para ponerlo a prueba» no pareció haber captado bien el mensaje de la profecía de Ezequiel…
A la mayoría de los mortales el Señor no nos coloca entre «huesos secos» (lo cual es de agradecer…). Pero sí nos saca de nosotros mismos para habitar una nueva «tierra»: la del corazón del prójimo.
Es una tierra delicada la del cuerpo vivo; ardiente el corazón que late con fuerza por cada minuto de esta vida. Corazón alegre… Corazón herido. Resquebrajado «en su angustia», se le va «agotando la vida». Tierra solitaria: un «desierto» que anhela beber de la Fuente que calma toda sed. Tierra vacía, tierra habitada; tensión en la tierra del corazón que busca acercarse a Jesús.
Tierra protegida por un escudo de osamenta; escondido el centro del encuentro con su Señor. «Huesos secos» a los que Dios ha infundido su espíritu. Como a ti. Como a mí. Huesos bellos a los ojos del más puro Amor. Huesos que pueden volver a sentir el calor de la vida si nos dejamos mover por «la mano del Señor» para amarlos con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser.
¿El camino directo? La misericordia. Y sabremos que Él es el Señor.
Hoy, el fariseo doctor de la Ley le pregunta a Jesús: «¿Cuál es el mandamiento mayor de la Ley?». La respuesta, habla de un primer mandamiento y de un segundo, que le «es semejante». Dos anillas inseparables que son una sola cosa. Inseparables, pero una primera y una segunda, una de oro y la otra de plata. El Señor nos lleva hasta la profundidad de la catequesis cristiana, porque «de estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas».
He aquí la razón de ser del comentario clásico de los dos palos de la Cruz del Señor: el que está cavado en tierra es la verticalidad, que mira hacia el cielo a Dios. El travesero representa la horizontalidad, el trato con nuestros iguales. También en esta imagen hay un primero y un segundo. La horizontalidad estaría a nivel de tierra si antes no poseyésemos un palo derecho, y cuanto más queramos elevar el nivel de nuestro servicio a los otros —la horizontalidad— más elevado deberá ser nuestro amor a Dios. Si no, fácilmente viene el desánimo, la inconstancia, la exigencia de compensaciones del orden que sea. Dice san Juan de la Cruz: «Cuanto más ama un alma, tanto más perfecta es en aquello que ama; de aquí que esta alma, que ya es perfecta, toda ella es amor y todas sus acciones son amor».
“Eligiendo estas dos Palabras dirigidas por Dios a su pueblo y poniéndolas juntas, nos explica el Papa Francisco, Jesús enseñó una vez para siempre que el amor por Dios y el amor por el prójimo son inseparables, es más, se sustentan el uno al otro. Incluso si se colocan en secuencia, son las dos caras de una única moneda: vividos juntos son la verdadera fuerza del creyente, Amar a Dios es vivir de Él y para Él, por aquello que Él es y por lo que Él hace. Y nuestro Dios es donación sin reservas, es perdón sin límites, es relación que promueve y hace crecer. Por eso, amar a Dios quiere decir invertir cada día nuestras energías para ser sus colaboradores en el servicio sin reservas a nuestro prójimo, en buscar perdonar sin límites y en cultivar relaciones de comunión y de fraternidad”
Es también importante hacer referencia en cómo Jesús dice que ames a los demás, como te amas a ti. Importante entonces reflexionar: ¿Te amas a ti mismo? ¿Te quieres? ¿Te aceptas tal cual eres? Pues es el paso número uno, amarte a ti para poder amar a los demás. Recuerda, ante los ojos de Dios eres la persona más preciada del mundo, con todo lo que tú eres; entonces es momento de vivir cada día desde esa mirada y verás que cada día aprenderás a amarte más. Y amándote podrás amar a los que están a tu alrededor mejor también. Siempre lo digo, nadie es capaz de dar lo que no tiene.
Concluímos con el Salmista, dando gracias a Dios porque nos ama, por las maravillas que hace con nosotros; nos rescató e las mano del enemigo, no encontrábamos el camino, pero El escuchó nuestra angustia y nos arrancó de la tribulación. Pidamos con la Oración Colecta; infunde en nuestros corazón el anhelo de amarle.
Bibliografía:
- Folleto La Misa de Cada Día
- https://www.evangelizacion.org.mx/liturgia/index.php?i=19-08-2022
- https://oracionyliturgia.archimadrid.org/2022/08/19/carne-y-huesos-2/
- https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/hoy/
- http://webcatolicodejavier.org/evangeliodeldia.html
- https://es.catholic.net/op/articulos/75028/cat/1036/amandote-podras-amar.html#modal
- https://todoendios.com/valle-de-huesos-secos-explicacion-y-significado/
Palabra de Vida Mes de Julio 2022
“Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?” (Mateo 18, 21) https://ciudadnueva.com.ar/agosto-2022/
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Agosto 2022.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.