- Ez 36, 23-28
- Sal 20
- Mt 22, 1-14
Como se suele decir, tu vestimenta es el reflejo de tu personalidad. Vestirse de una forma adecuada y profesional es sumamente importante tanto para hombres como para mujeres. Es innegable que la apariencia juega un papel importante y es la primera evaluación a la que somos sometidos porque es lo primero que se ve de nosotros. La elección de nuestra ropa rara vez pasa desapercibida entre la gente de nuestro entorno.
Algunos estudios recientes revelan que la ropa que nos ponemos tiene efecto sobre nuestros niveles de desempeño, confianza en uno mismo e incluso nuestras habilidades para negociar.
Hoy el evangelio nos presenta un símil entre el Reino de los Cielos y el banquete que organiza un Rey a la boda de su hijo. A este banquete, al igual que a la participación del Reino de los Cielos todos estamos invitados, es nuestra decisión si queremos, o no, participar; lo único que nos pide el Señor es que nos pongamos el traje de fiesta, la mejor vestimenta, esa que usamos para, como les decía al inicio mostrar nuestra confianza, nuestro desempeño e incluso nuestras habilidades; esa que el Señor nos pide ponernos, para mostrar que en nuestro corazón hay disposición a la conversión, a La Gracia.
El traje de fiesta, es la vida nueva recibida de Dios y es por ella que se entra en el Reino. Dicho de otra manera: la vieja condición hay que dejarla de lado, pues ella impide participar de todo lo nuevo que se pone de manifiesto en la actuación de Dios en favor de la humanidad.
Con frecuencia tendemos a aferrarnos a nuestros esquemas inservibles, pero nuestros, y ofuscados, nos empeñamos en mantenerlos, aunque veamos que no sirven. Volver la mirada atrás descalifica para el reino de Dios. Necesitamos, sin duda, en los tiempos que vivimos, considerar lo que a través de Ezequiel se nos ha dicho de cara a la actuación de Dios y lo que en el evangelio se señala: muchos son los llamados y pocos los escogidos. ¿Pocos los que responden?
En la primera lectura, vemos que el reproche que señala Ezequiel, al comienzo de este pasaje, indicando que, en medio de los gentiles, los judíos han profanado el Nombre de Dios, no se resuelve mediante un castigo, sino a través de la manifestación de la Santidad de Dios.
Lo primero que sorprende es el modo de proceder: “Reconocerán las naciones que yo soy el Señor…cuando por medio de vosotros les haga ver mi santidad.” Convierte a Israel en un signo y eso a pesar de su deslealtad.
Consideremos lo que hace: “Os recogeré de entre las naciones”. Llega a cada uno y lo toma sobre sí; mira su situación y se compadece, nos los condena y abandona. Dispersos entre las naciones, él los recoge para “reunirlos de todos los países.” Los vuelve a unir, establece la comunión y, para terminar: “os llevaré a vuestra tierra.” Esta es la manera como manifiesta su “Santidad”. No mediante la condena sino por medio de la sanación y la salvación. La fidelidad a su palabra y la promesa hecha a los Padres. Toca lo más íntimo para renovarlo.
Tres verbos ponen de relieve la actuación de Dios: derramar, purificar, infundir. Derrama un agua pura que purifica. “Os infundiré mi espíritu y haré que caminéis según mis preceptos.” El mismo dinamiza la vida y las actuaciones: caminarán de acuerdo con sus mandatos.
En este pasaje del profeta Ezequiel encontramos una de las promesas más hermosas y profundas del Antiguo Testamento hecha a su Pueblo: “Yo les daré un corazón nuevo y les infundiré mi Espíritu”. Esta promesa es ya una realidad en todos nosotros que por la gracia del Bautismo hemos recibido el don del Espíritu Santo, que hace que nuestro corazón sea de carne y no de piedra.
Y es que cuando el corazón se va endureciendo se notan unos síntomas: Todo lo que se refiere a Dios molesta, como en el banquete, vamos poniendo excusas … (“uno se marchó a la boda, otro a sus negocios, los demás echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos”), y parece que siempre hay cosas más importantes que hacer. La alegría se va perdiendo y aparece frecuentemente el mal humor.
Por eso hoy con el Salmista pedimos al Señor: “Crea en mí, Señor, un corazón puro, un espíritu nuevo.”
Los distintos personajes que aparecen en la parábola del evangelio, pueden ser imagen de los estados de nuestra alma. Por la gracia bautismal somos amigos de Dios y coherederos con Cristo: tenemos un lugar reservado en el banquete. Si olvidamos nuestra condición de hijos, Dios pasa a tratarnos como conocidos y sigue invitándonos. Si dejamos morir en nosotros la gracia, nos convertimos en gente del camino, transeúntes sin oficio ni beneficio en las cosas del Reino. Pero Dios sigue llamando.
“Algunos, nos explica el Papa Francisco, estaban tan ocupados en los asuntos de la vida que no podían ir a esa fiesta. Y el Señor, el rey, dijo: id a los cruces de los caminos y traed a todos, los viajeros, los pobres, los enfermos, los leprosos y también los pecadores, traed a todos. Buenos y malos. Todos están invitados a la fiesta. Y la fiesta empezó. Pero después el rey vio a uno que no tenía vestido nupcial. Cierto, nos surge preguntarnos: “padre, ¡pero cómo!: ¿son traídos de los cruces de los caminos y después se pide vestido nupcial? ¿Qué significa esto?”. Es sencillísimo: Dios nos pide sólo una cosa para entrar en la fiesta, la totalidad.
Esta imagen permite entender —prosiguió el Santo Padre— que Él es «todo», es «único»: es «el único esposo». Y, por lo tanto, si la primera actitud del cristiano «es la fiesta, la segunda actitud es reconocerle como único. Y quien no le reconoce no tiene el vestido para ir a la fiesta, para ir a las bodas». Si Jesús nos pide este reconocimiento es porque Él como esposo «es fiel, siempre fiel. Y nos pide la fidelidad». No se puede servir a dos señores: «O se sirve al Señor —recordó el Papa— o se sirve al mundo».
Así pues, es tal «la segunda actitud cristiana: reconocer a Jesús como el todo, como el centro, la totalidad», aunque existirá siempre la tentación de rechazar esta «novedad del Evangelio, este vino nuevo». Es necesario por ello acoger la novedad del Evangelio, porque «los odres viejos no pueden llevar el vino nuevo». Jesús es el esposo de la Iglesia, que ama a la Iglesia y que da su vida por la Iglesia. Él organiza una gran «fiesta de bodas. Jesús nos pide la alegría de la fiesta. La alegría de ser cristianos». Pero nos pide también ser totalmente suyos; sin embargo si mantenemos actitudes o hacemos cosas que no se corresponden con este ser totalmente suyos, «no pasa nada: arrepintámonos, pidamos perdón y vayamos adelante» —concluyó—, sin cansarnos de «pedir la gracia de ser alegres».
La llamada llega en cualquier momento. Es por invitación. Nadie tiene derecho. Es Dios quien se fija en nosotros y nos dice: «¡Venid a la boda!». Y la invitación hay que acogerla con palabras y hechos. Por eso aquel invitado mal vestido es expulsado: «Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?
Bibliografía:
- Folleto La Misa de Cada Día
- https://oracionyliturgia.archimadrid.org/2022/08/18/recuperar-la-alegria/
- http://webcatolicodejavier.org/evangeliodeldia.html
- https://www.up-spain.com/blog/como-influye-la-forma-de-vestir-en-nuestro-desempeno/
- https://www.vatican.va/content/francesco/es/cotidie/2013/documents/papa-francesco_20130906_gracia-alegria.html
- https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/hoy/
- https://www.evangelizacion.org.mx/liturgia/index.php?i=18-08-2022
Palabra de Vida Mes de Julio 2022
“Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?” (Mateo 18, 21) https://ciudadnueva.com.ar/agosto-2022/
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Agosto 2022.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.