?⛅️ Buenos días. “Señor enséñame a amar como tú nos has amado“. Papa Francisco.
- Ez 28, 1-10
- Deut 32
- Mt 19, 23-30
La liturgia de hoy nos confronta con una realidad de ayer y de hoy; el principio del fin de un buen hombre es la soberbia. Son tantos los hombres que antes de tener fortuna y poder eran verdaderos amigos de Dios, pero el poder y la fortuna los enfermaron y terminaron por destruirlos.
Es la trampa favorita del Demonio: darnos para que, con eso mismo que nos dio, cavar nuestra tumba. La humildad y la renuncia voluntaria es el mejor don que podemos cultivar.
Así pues, las palabras del profeta Ezequiel son un oráculo contra el rey de Tiro. Esta ciudad era una potencia comercial en el siglo VI a. C., y se le había subido a la cabeza. Se trata de un oráculo de acusación y condena por su orgulloso engreimiento.
Significa eso que nunca podrá nadie felicitarse por sus logros, ni siquiera por los que son legítimos? ¿No será más bien digno de elogio aquel que alcanza metas retadoras en el itinerario de su vida? Reconocer los propios triunfos es incluso un factor de estímulo para seguir consiguiéndolos, para superarse continuamente. Y eso no parece reprobable.
Dos observaciones a este propósito. Una: vivimos en una sociedad competitiva, en la que muchos sectores y personas crecen a costa de otros, buscando el rendimiento y el enriquecimiento a cualquier precio; evidentemente, esto no es compatible con la dignidad de todos.
Otra observación, netamente cristiana: la capacidad para superar los obstáculos de la vida tanto individual como colectivamente la recibimos de Dios.
No nos hemos hecho a nosotros mismos, aunque parezca a veces que nadie nos ha ayudado a conseguir los objetivos que nos habíamos propuesto.
Dos enseñanzas que podemos aprender: tenemos que dar gracias a Dios por nuestras cualidades, por las circunstancias favorables que hemos encontrado, por las personas que nos han prestado su colaboración; y tenemos que emplear nuestros recursos y conquistas de tal manera que no perjudiquemos a sabiendas a nadie, sino que podamos beneficiar al bien común y contribuir a la superación de las injusticias.
Jesús, como vemos en el evangelio, puso en guardia muchas veces a sus discípulos contra las riquezas de este mundo. En su tiempo y en el nuestro, son una verdadera peste contagiosa y persistente. La comparación que utiliza para advertir de eso es muy hiperbólica, muy oriental. En realidad, no son las riquezas en sí lo que perjudica, sino el apego a ellas. La razón es que llevan consigo el prestigio y el poder, dos metas muy ambicionadas por todos nosotros.
También aquí podemos preguntarnos: ¿Acaso no es lícito procurar la productividad, la generación de riqueza? ¿Vamos a contentarnos con una economía de subsistencia? ¿Va a remediar eso las necesidades de tantas gentes hambrientas?
Nos dice el padre Yepes en el audio que la riqueza por sí sola no es problema; el problema la actitud del corazón humano frente a la riqueza, o sea colocar todo nuestro interés en la riqueza. La clave está en el desapego.
El Papa Francisco, nos explica: …cuando un cristiano está apegado a los bienes, hace el mal papel de un cristiano que quiere tener dos cosas: el cielo y la tierra. Y el punto de confrontación es precisamente lo que dice Jesús: la cruz, las persecuciones, quiere decir negarse a sí mismo, sufrir la cruz cada día.
Por su parte, los discípulos tenían esta tentación: seguir a Jesús, ¿pero cuál será el final de este buen negocio?. Y pensemos en la madre de Santiago y Juan cuando pidió a Jesús un sitio para sus hijos: “Ah, a este nómbralo primer ministro y a este ministro de economía”.
Era el interés mundano en el seguimiento de Jesús: pero luego el corazón de estos discípulos fue purificado, purificado…
Seguir a Jesús desde el punto de vista humano no es un buen negocio: se trata de servir. Son tres cosas, tres escalones, los que nos alejan de Jesús: las riquezas, la vanidad y el orgullo. Por ello las riquezas son tan peligrosas: te llevan inmediatamente a la vanidad y te crees importante; pero cuando te crees importante, se te sube a la cabeza y te pierdes. Es por ello que Jesús nos recuerda el camino:
“Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos serán primeros, y quien es el primero entre vosotros que sea el servidor de todos”.
Es un camino de abajamiento, el mismo camino recorrido por Él.“
Pero para adoptar esas actitudes hemos de abrirnos al don de Dios, dejarnos influir por el estilo de Dios que Jesús nos ha descubierto. Él vivió con gran sobriedad y benefició especialmente a los pobres y desvalidos con lo que tenía: el anuncio convincente de que el reino de Dios se estaba haciendo presente entre ellos, y el empeño por hacer el bien y denunciar.
Palabra de Vida Mes de agosto
¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? (Romanos 8,35
Bendigamos al Señor con nuestro testimonio este día y digámosle:
"Me siento fuerte, sano y feliz porque tengo fe, amor y esperanza".
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Recopilado por Rosa Otárola D, /
Agosto 2020
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.