https://youtu.be/ddgHOXaENpA
- Hch 10, 34. 37-43
- Sal 117
- 1 Cor 5, 6-8
- Jn 20, 1-9 ó bien Lc 24, 13-35
Hoy iniciamos la Pascua que para nosotros los cristianos es una oportunidad para preguntarnos: ¿Seremos capaces de reconocer al Señor Resucitado al partir el pan a nuestro lado? ¿Nos pondremos en marcha para asociarnos de forma contagiosa al rumor de vida que el Viviente despierta en el mundo? ¿Tendremos el valor de sentirnos, en primera persona, testigos del Resucitado?
Para iniciar les invito a que reflexionemos acerca de ¿qué significa Pascua? El significado bíblico de Pascua proviene del término o palabra en latín “pascae” y del giego “pasjua” que se puede interpretar como “paso” o bien “un salto”. La pascua es para los católicos una celebración y conmemoración de la resurrección de Jesús el hijo primogénito de Dios al tercer día después de que fue crucificado a cómo se narra en las Biblia.
Es también una festividad judía que conmemora la liberación del pueblo hebreo de la esclavitud de Egipto relatada en el Pentateuco.
Y hasta los no cristianos celebran también, pues se ha convertido en una linda ocasión para reunirse para entregarse detalles o dulces, y para los más chicos no puede faltar una divertida cacería de huevos de Pascua que la cultura pagana celebraba el retorno de la primavera (en el hemisferio norte) coincidiendo con la Pascua.
Para algunas culturas, como la fenicia, esta época del año, se relacionaba además con la fertilidad y los símbolos con los que justamente se representaba a la diosa de la fertilidad era el huevo y la liebre.
Esta costumbre surgió como consecuencia de la abstinencia que la Iglesia católica mandaba a guardar durante la Cuaresma. En este periodo, los cristianos no podían comer carnes, huevos o lácteos.
Por eso, cuando terminaba la Cuaresma, los fieles se reunían ante las iglesias y regalaban los huevos decorados con colores y motivos festivos, ya que había renacido Jesucristo y había que levantar la abstinencia y festejar.
Recordemos, además, que con la Pascua regresa también la primavera, ocurre el reverdecer de los campos y los animales comienzan a reproducirse. No es casual, pues, que se asocie el huevo, símbolo de la nueva vida, a la esperanza de la fertilidad del suelo y las cosechas.
Hoy en día se ha vuelto costumbre regalar huevos de chocolate. Algunos los esconden para que los niños los busquen. En ocasiones, puede venir acompañado de otras sorpresas, como un peluche.
El llamado “Easter Egg Roll” (“Carrera de Huevos de Pascua”) es literalmente una carrera en la que los niños compiten por rodar huevos duros de colores.
Hoy la liturgia nos invita a vivir esta alegría, Jesucristo ha vencido a la muerte, al pecado, a la tristeza… y nos ha abierto las puertas de la nueva vida, la auténtica vida, la que el Espíritu Santo va dándonos por pura gracia. ¡Que nadie esté triste! Cristo es nuestra Paz y nuestro Camino para siempre. Él hoy «manifiesta plenamente el hombre al mismo hombre y le descubre su altísima vocación» (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes 22). Y las lecturas que se proclaman hoy podríamos considerarlas como un itinerario de la transformación que este acontecimiento debe propiciar en cada uno de nosotros que lleva incluso un testimonio misionero, pues el que imita la actitud del salmista, reinterpretando su propia historia desde la fe, es capaz de comprender que todo su camino está marcado por la fuerza de Dios que nos hace vencedores de la muerte, entonces sentirá la necesidad de compartir el gozo de la Pascua con tofos los hermanos, esforzándonos en transformar la cotidianidad desde el amor, como nos indica el texto de los Hechos a los Apóstoles, dejándonos llevar por el Espíritu, pues El sabe que el cristiano vive en tensión entre el bien y el mal y entonces viviendo en el mundo pero de una manera nueva, fermentándolo con la caridad, como Cristo lo hizo con la pascua judía.
Recordemos la Palabra de Vida de este mes “ Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación.” (Marcos 16, 15)
Nos explica el Papa Francisco que Jesucristo no es un héroe inmune a la muerte, sino Aquel que la transforma con el don de su vida. Y ese sudario cuidadosamente doblado dice que ya no lo necesitará: la muerte ya no tiene poder sobre él… Esta es la novedad revolucionaria del Evangelio: el sepulcro vacío de Cristo se convierte en el último signo en el que brilla la victoria definitiva de la Vida”.
Así, el gran signo que hoy nos da el Evangelio de San Juan es que el sepulcro de Jesús está vacío. Ya no tenemos que buscar entre los muertos a Aquel que vive, porque ha resucitado. Y los discípulos, que después le verán Resucitado, es decir, lo experimentarán vivo en un encuentro de fe maravilloso, captan que hay un vacío en el lugar de su sepultura.
Y es que definitivamente, Sepulcro vacío y apariciones serán las grandes señales que el evangelio nos da para la fe del creyente, cuando dice que «entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó» (Jn 20,8); o sea supo captar por la fe que aquel vacío y, a la vez, aquella sábana de amortajar y aquel sudario bien doblados eran pequeñas señales del paso de Dios, de la nueva vida. El amor sabe captar aquello que otros no captan, y tiene suficiente con pequeños signos. El «discípulo a quien Jesús quería» (Jn 20,2) se guiaba por el amor que había recibido de Cristo.
Y el “ver y creer” de los discípulos, se han de convertir también en los nuestros. Renovemos nuestra fe pascual. Que Cristo sea en todo nuestro Señor. Dejemos que su Vida vivifique a la nuestra y renovemos la gracia del bautismo que hemos recibido. Hagámonos apóstoles y discípulos suyos. Guiémonos por el amor y anunciemos a todo el mundo la felicidad de creer en Jesucristo. Seamos testigos esperanzados de su Resurrección.
Y para terminar quería compartirles que participando en la Eucaristia de hoy, me vino a la mente reflexionar como el texto del evangelio relaciona la Eucaristia con Jesús Resucitado. Vemos como sumidos en una depresión, los caminantes de Emaús comentan los tristes acontecimientos con el desconocido personaje. Éste les habla, y les toca el corazón con sus palabras. Les expone, con diáfana claridad, que toda la Escritura, con la certeza sobre la existencia de Dios, con su dolor y con sus esperanzas, se resume en el camino de la cruz.
Jesús les explica las Escrituras. Les puntualiza cómo toda la Biblia habla de Él, y de cómo estaba ya previsto por Dios, que el camino de la gloria debía pasar por el sufrimiento. De seguro, allí hizo exégesis explicativa de los cánticos del Siervo sufriente del profeta Isaías.
Pero, algo distinto sucede cuando comparten el pan, con el Forastero. La tristeza comienza a registrar una inexplicable metamorfosis. Reciben el Pan, con la bendición elevada al Padre, y se les abren los ojos. La vista se les devolvió. La alegría resurgió. La misión apostólica se reencendió. Evidentemente, Él está escondido. Cuando se le quiere retener, fijar con los ojos, asegurar su presencia y ‘controlar’, Jesús se va, se esfuma.
La narración evangélica está a decir: Jesús resucitado está presente en la Eucaristía. Allí se le encuentra. Allí nos cambia la vida. El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son un único sacrificio.
En el Catecismo de la Iglesia Católica, en efecto, leemos: “La Eucaristía es un sacrificio de acción de gracias al Padre, una bendición por la cual la Iglesia expresa su reconocimiento a Dios por sus beneficios, por todo lo que ha realizado mediante la creación, la redención, la santificación” (Nº 1359).
Así pues, tenemos la certeza, de que cada vez que se celebra este Misterio se realiza la obra de nuestra redención, pues como escribe Ignacio de Antioquía en su Carta a los Efesios: “Partimos un mismo pan que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, sino para vivir en Jesucristo para siempre”.
La muerte de Cristo y la Eucaristía nos deben llevar a exclamar, junto con san Pablo (Gal 2,20): “”y ahora no vivo yo, es Cristo quien vive en mí. Todo lo que vivo en lo humano lo vivo con la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí.”
Y esto es maravilloso, como en un Sacramento, podemos volver a compartir con el Señor, no solo su entrega y sacrificio por nosotros, sino también la redención que El no ha obtenido con la Resurrección.
Esto hace que amanecer en Pascua sea más que recordar otros tiempos, personas o costumbres desde la nostalgia o el lamento. Sea también, volver a vivir la experiencia de la vida del Resucitado desde dentro, haciéndola propia, acogiéndola hasta el punto que nos cambie en lo profundo y escondido, que nos contagie la fuerza de su alegría, el coraje de su esperanza.
Bibliografia:
- Folleto La Misa de Cada Día.
- https://www.ucsc.cl/blogs-academicos/pascua-judia-pacua-cristiana/
- Fiestas Cristianas que hasta los ateos celebran. .
- https://www.significados.com/huevo-de-pascua/
- https://nuestragentecampeche.com/noticias/jesus-resucitado-presente-en-la-eucaristia/
- http://webcatolicodejavier.org/evangeliodeldia.html
- https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/hoy/
- https://ciudadnueva.com.ar/abril-2022/
- https://www.vaticannews.va/es/evangelio-de-hoy.html
Palabra de Vida Mes de Abril 2022
“ Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación.” (Marcos 16, 15) https://ciudadnueva.com.ar/abril-2022/
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Abril 2022.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.