?⛅️ Buenos días. “Señor enséñame a amar como tú nos has amado“. Papa Francisco.
- Is 52,13–53,12
- Sal 30
- Heb 4,14-16; 5,7-9
- Jn 18,1—19,42)
Lo que recordamos hoy Viernes Santo es la muestra y la lección más fuerte de ese amor de Jesús, amor a los demás, amor por nosotros, y amor por toda la humanidad. El “Reino del Amor” sea en el cielo o en la tierra seria el “Reino de Dios”. Lo que comprueba todavía más las conocidas frases de “el amor lo es todo” y “Dios es amor”.
Se trata de una fecha única y especial. La liturgia de este día hace memoria de la muerte de Jesús. Para ello, primero proclama su Pasión. Después pide a la comunidad creyente dos actitudes consecuentes con ese relato: una oración universal, por toda la humanidad y la adoración del leño de la Cruz donde fue clavado y murió.
“El Cristianismo, nos dice el Papa Francisco, es una persona, una persona alzada en la Cruz, una persona que se aniquiló a sí misma para salvarnos; se hizo pecado y así como en el desierto fue alzado el pecado, aquí se alzó a Dios, hecho hombre y hecho pecado por nosotros”.
“Y todos nuestros pecados estaban allí. No se entendería el cristianismo sin entender esta humillación profunda del Hijo de Dios, que se humilló y se hizo siervo hasta la muerte y muerte de cruz, para servir”.
La Cruz es, la puerta de toda bendición porque, de ella cuelga, el Amor de nuestra vida; con la Cruz siempre viene Cristo; y esa cruz que se contemplamos hoy, es también la que se convertirá en la Cruz victoriosa, desde donde Jesús nos dejó lo mejor de Él mismo: María como madre, el perdón —también de sus verdugos— y la confianza total en Dios Padre.
Lo hemos escuchado en la lectura de la Pasión que nos transmite el testimonio de san Juan, presente en el Calvario con María, la Madre del Señor y las mujeres. Es un relato rico en simbología, donde cada pequeño detalle tiene sentido. Pero también el silencio y la austeridad de la Iglesia, hoy, nos ayudan a vivir en un clima de oración, bien atentos al don que celebramos.
Ante este gran misterio, somos llamados —primero de todo— a ver. La fe cristiana no es la relación reverencial hacia un Dios lejano y abstracto que desconocemos, sino la adhesión a una Persona, verdadero hombre como nosotros y, a la vez, verdadero Dios. El “Invisible” se ha hecho carne de nuestra carne, y ha asumido el ser hombre hasta la muerte y una muerte de cruz. Pero fue una muerte aceptada como rescate por todos, muerte redentora, muerte que nos da vida. Aquellos que estaban ahí y lo vieron, nos transmitieron los hechos y, al mismo tiempo, nos descubren el sentido de aquella muerte.
Una de las enseñanzas de la meditación de este día, nos dice el padre Yepes en el audio, es aprender a hacer la Voluntad del Padre Dios. Jesús nos ha mostrado lo que es ser obediente al Padre.
En la lucha como hombre que recordábamos ayer, Jesús se acerca a Getsemaní a buscar el poder de Dios para enfrentar lo que debía venir sobre Él. Simbólicamente, Getsemaní era el lugar del aceite: de la alegría y el poder del Espíritu Santo. ¿Por qué no fue Jesús a otro lugar? Jesús es hombre y Dios, y se halla ante su muerte, esto le causa temor, dado el tipo de muerte de la que sabía tendría que padecer, le provoca a la vez angustia acerca del cómo sucedería todo, y en profunda oración le suplica al Padre: “ Padre, si es tu voluntad, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.“
En el Padrenuestro oramos: hágase tu Voluntad en la tierra como en el cielo… Cuando el hombre hace la Voluntad de Dios, el hombre acierta, encuentra luz y sabiduría para su vida, y sobre todo, encuentra un camino de libertad en la obediencia a Dios y en la docilidad a sus mandatos.
Las Siete Palabras son el testamento que Jesucristo nos deja para la humanidad.
Vivir, sufrir, servir y amar según la voluntad del Padre
Las siete últimas palabras de Jesús en la cruz bien podrían simplificarse compendiarse en otras dos, pronunciadas pocas horas de ser elevado sobre la cruz y morir.
La primera de ellas, separada cronológicamente de la segunda apenas un par de horas, fue la que pronunció al concluir el rito -gesto que vale y simboliza toda una vida- del lavatorio de los pies: «Os he dado ejemplo para que lo yo he hecho con vosotros, también vosotros lo hagáis». La segunda, todavía en Jueves Santo, fue la exclamada en Getsemaní, mientras sudaba sangre y pasión: «Padre, pasa de mi este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya» De la que ya hemos meditado.
Las palabras de Jesús en la cruz no son un monólogo desesperado. Son un cántico de alabanza, desgarrado y confiado, atormentado y esperanzado. Son palabras para los demás. Son palabras pendientes de los demás: del buen ladrón -«Hoy estarás conmigo en el Paraíso-, de la Madre y del discípulo -«Madre, he ahí a tu hijo; hijo, he ahí a tu Madre»- y de la humanidad gimiente y redimida -«Padre, perdónales porque no saben lo que hacen», «Tengo sed». Son palabras del Hijo en diálogo de dolor y amor con el Padre: «Todo está consumado».»En tus manos encomiendo mi espíritu».esto, nos sentimos agradecidos y admirados. Conocemos el precio del amor: «Nadie tiene mayor amor que el de dar la vida por sus amigos» (Jn 15,13). La oración cristiana no es solamente pedir, sino —antes de nada— admirar agradecidos.
«Os he dado ejemplo para que lo yo he hecho con vosotros, también vosotros lo hagáis». «Padre, pasa de mi este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya». Ahora es glorificado el Padre en el Hijo y por el Hijo; ahora es glorificado el Hijo en el Padre y por el Padre. Y ahora, a esta hora de la gloria, le falta tan solo la gloria, ya en prenda y en simiente, del hombre. Porque desde el Calvario la gloria plena de Dios es la vida del hombre, es que el hombre viva esa vida sembrada para siempre en la tierra abierta sobre la que se levantó y se levanta la cruz de Cristo, que elevado sobre cielos y tierra ha de atraer a todos hacia sí.
Transcurren los minutos de la agonía y la energía vital de Jesús crucificado se está atenuando lentamente. Sin embargo, aún tiene la fuerza para realizar un último acto de amor en favor de uno de los dos condenados a la pena capital que se encuentran a su lado en esos instantes trágicos, mientras el sol está aún en lo alto del cielo. Entre Cristo y aquel hombre tiene lugar un diálogo tenue, compuesto por dos frases esenciales.
Por un lado, está la petición del malhechor, al que la tradición llama «el buen ladrón», el convertido en la hora extrema de su vida: «Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu Reino». En cierto sentido, es como si aquel hombre rezara una versión personal del «Padre nuestro» y de la invocación: «Venga tu Reino». Sin embargo, hace la petición directamente a Jesús, llamándolo por su nombre, un nombre con un significado luminoso en ese instante: «El Señor salva». Luego viene el imperativo: «Acuérdate de mí». En el lenguaje de la Biblia este verbo tiene una fuerza particular, que no corresponde a nuestro pálido «recuerdo». Es una palabra de certeza y de confianza, como para decir: «Tómame a tu cargo, no me abandones, sé como el amigo que sostiene y apoya».
Por otro lado, está la respuesta de Jesús, brevísima, casi como un suspiro: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso». La palabra «Paraíso», tan rara en las Escrituras, que sólo aparece otras dos veces en el Nuevo Testamento, en su significado originario evoca un jardín fértil y florido. Es una imagen fragante de aquel Reino de luz y de paz que Jesús había anunciado en su predicación, que había inaugurado con sus milagros y que dentro de poco tendrá una epifanía gloriosa en la Pascua. Es la meta de nuestro fatigoso camino en la historia, es la plenitud de la vida, es la intimidad del abrazo con Dios. Es el último don que Cristo nos hace, precisamente a través del sacrificio de su muerte, que se abre a la gloria de la resurrección.
Nada más se dijeron en aquel día de angustia y de dolor los dos crucificados, pero esas pocas palabras pronunciadas con dificultad por sus gargantas secas resuenan aún hoy y constituyen siempre un signo de confianza y de salvación para quienes han pecado pero también han creído y esperado, aunque sea en la última frontera de la vida.
Jesús, para nosotros, es modelo que hay que imitar, es decir, reproducir en nosotros sus actitudes. Hemos de ser personas que aman hasta darnos y que confiamos en el Padre en toda adversidad.
Esto contrasta con la atmósfera indiferente en que ha vivido nuestra sociedad; hoy en el aislamiento que nos hemos sido forzados a llevar, debemos dedicar tiempo para medita y que fruto de esta meditación nuestro testimonio tiene que ser más valiente que nunca, ya que el don es para todos. Como dice Melitón de Sardes, «Él nos ha hecho pasar de la esclavitud a la libertad, de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida. Él es la Pascua de nuestra salvación.
Mes de Abril
Intención de oración universal
Recemos por laS adicciones
Recemos para que todas las personas bajo la influencia de las adicciones sean bien ayudadas y acompañadas.
Palabra de Vida .
“¡Felices los que creen sin haber visto!”
(Juan 20, 29)
Jesús quiere decirte que no estas en desventaja con respecto a los que vieron, pues tenemos fe, y este es el nuevo modo de “ver” a Jesús. Estas palabras, son una llamada a reavivar tu fe, a creer en su Amor.” Chiara Lubich
https://ciudadnueva.com.ar/abril-2020/
Bendigamos al Señor con nuestro testimonio este día y digámosle:
"Me siento fuerte, sano y feliz porque tengo fe, amor y esperanza".
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Recopilado por Rosa Otárola D, /
Abril 2020
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.