La libertad comienza donde termina la ignorancia, afirma Víctor Hugo.
Por eso quizás lo más conveniente para comenzar sea definir la palabra libertad. La libertad se define como la “Facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos”(DLE, RAE) .En esto se entiende que el hombre tiene el derecho de hacer lo que quiera, pero si se diera en el sentido más literal de la frase, el mundo sería un caos absoluto, y se requiere de una entidad que regule la libertad, para que la gente no pueda cometer todos los crímenes que quieran. Aquí entra la Justicia.
La justicia es esa entidad de la que ya he hablado antes, que se encarga de poner límites a la libertad. Esto puede ser una de las tareas más difíciles, porque hay que intentar dejar la mayor cantidad de autonomía al ser humano, pero a la vez impedir que puedan hacer algo nocivo a otras personas. De esto se encargan las leyes.
La libertad va de la mano con el respeto mutuo” Xanana Gusmão
Siempre se ha considerado que la libertad propia acaba donde empieza la del prójimo, y esto nos puede llevar a pensar que la libertad de la persona está condicionada por los miembros de la comunidad con los que convive y le rodean, ya que las normas sociales, éticas y morales que rigen esa convivencia imponen ciertas restricciones a la libertad de la persona en pro de una mayor satisfacción en las relaciones que se establecen, evitando de esta manera, o pretendiéndolo, los conflictos que surgirían si todas los seres humanos se expresasen con total libertad, cuando ésta puede dañar física o moralmente al resto de sujetos que conforman la comunidad
“Ser libre no es solamente desamarrarse las propias cadenas, sino vivir en una forma que respete y mejore la libertad de los demás.”
Nelson Mandela.
Para el cristiano consecuente, Cristo es el libertador por excelencia, que nunca se dejó amedrentar por nadie. Sus discípulos debemos seguir al Maestro y testimoniar públicamente nuestra fe, aunque esto nos ocasione la incomprensión de tantas personas que, por otra parte, viven realmente esclavizadas por las expectativas del mundo.
Seguir a Jesús radicalmente no es fácil en nuestra sociedad, pero el Espíritu Santo nos otorga el fuego necesario para comunicar con valentía nuestra pertenencia al “pueblo de Dios”. Y debemos hacerlo haciendo hincapié en el amor de Dios sobre sus criaturas y no dramatizando con el fuego eterno del infierno. Debemos ser portadores de esperanza -siendo fieles a la doctrina- y no profetas de calamidades. Amar la Eucaristía no es compatible con la negatividad.
Juan 10, 11-18 dice: En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida pos sus ovejas. En cambio, el asalariado, el que no es el pastor ni el dueño de las ovejas, cuando ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; el lobo se arroja sobre ellas y las dispersa, porque a un asalariado no le importan las ovejas.
Yo soy el buen pastor, porque conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, así como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre. Yo doy la vida por mis ovejas. Tengo además otras ovejas que no son de este redil y es necesario que las traiga también a ellas; escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor.
El Padre me ama porque doy mi vida para volverla a tomar. Nadie me la quita, yo la doy porque quiero. Tengo el poder para darla y lo tengo también para volverla a tomar. Éste es el mandato que he recibido de mi Padre.”
Antes de conocer al pastor y su bondad, conozcamos primero a las ovejas. El concepto bíblico de oveja no es nuestro concepto moderno de personas que van donde todos van, que hacen lo que todos hacen, que no piensan y siguen ciegamente a un líder. Esto es todo lo contrario a las ovejas que quiere el Señor. Las ovejas que quiere Jesús son aquellas que, teniendo la capacidad de escuchar, le siguen porque conocen la bondad del pastor, es decir, han decidido hacerlo.
Jesús también tiene otras ovejas que están con otros pastores que las maltratan, les quitan su lana, les han dado una falsa imagen del verdadero pastor; no obstante, tienen toda la libertad de rechazar o seguir al verdadero pastor.
¡Qué alegría hay en el cielo por una oveja que rompa su esclavitud de los falsos pastores!
Jesús, el verdadero pastor, dice: “doy mi vida”, esto es un acto voluntario y en tiempo presente, no dice “daré mi vida”, ni “dí” mi vida. “Doy” significa que Cristo está derramando toda su sangre por ti y, esto se cumple en la Eucaristía, que es el mismo calvario. Por eso, si hoy escuchas la voz del Señor que te llama a regresar, no endurezcas tu corazón, sal de tu Egipto, hacia la libertad de los hijos de Dios. ¡Haz tu pascua!
Hoy el Señor, nos invita: “Jeremías, ve a la casa del alfarero y ahí te haré oír mis palabras“.Jer 18, 1. Acudamos a la Eucaristía con el corazón abierto, dispuestos a ser moldeados totalmente por Dios, sin importar que para ello, todos nuestros proyectos se vean cambiados, y diríamos, destruidos para dar paso a una nueva vida porque en ella Cristo , nuestro alfarero nos sana, restaura, transforma. Nos hace creaturas nuevas, libres, todo por Amor.
Nos explica el Papa Francisco: “No podemos hacer nada sin amor. Un gesto de amor una mirada de amor… Tú podrás hacer programas para ayudarles, pero sin amor… Y amor es “dar la vida”. Él ha dado el ejemplo, ha dado la vida. Amar. Si tú no eres capaz, o al menos tú no has -y digo “tú” pero lo digo a todos, porque ella ha hecho la pregunta, pero lo digo a todos- si tú no tienes el corazón dispuesto a amar -el Señor nos enseña a amar- no podrás realizar una buena misión. La misión pasará como una aventura, un turismo. Prepararse e ir con un corazón dispuesto a amar. Ayudarles a amar.”
Contrariamente a lo que muchos piensan, nunca el hombre es tan libre como cuando obedece a Dios. Quien siente como una carga sus preceptos, no entienden la falsa “sumisión” de los que aman a Dios sobre todas las cosas. Quienes nos sentimos hijos amados de Dios, haciendo uso de la total libertad que nos otorga, experimentamos cada día que “su yugo es suave y su carga ligera”, su misericordia como una liberación y su Cruz como un ancla al que agarrarnos cuando la tormenta arrecia.
Hoy siento el deseo de proclamar mi libertad como hija amada de Dios en un ambiente en el que no pocas veces me siento incomprendida.
Para el cristiano consecuente, Cristo es el libertador por excelencia, que nunca se dejó amedrentar por nadie. Sus discípulos debemos seguir al Maestro y testimoniar públicamente nuestra fe, aunque esto nos ocasione la incomprensión de tantas personas que, por otra parte, viven realmente esclavizadas por las expectativas del mundo.
Seguir a Jesús radicalmente no es fácil en nuestra sociedad, pero el Espíritu Santo nos otorga el fuego necesario para comunicar con valentía nuestra pertenencia al “pueblo de Dios”
Existen dos realidades en el mundo en el que vivimos, la realidad material y la realidad sobrenatural.
Dios, el ser que nos trasciende, ha querido unir estos dos mundos, hacerse presente en nuestras vidas para tomarnos con Él y hacernos suyos, verdaderos hijos.
No criaturas manipuladas por su hacedor, sino verdaderos hijos que gozan de libertad y de capacidades infinitas.
Desde el principio, Dios quiso que esto fuese así. Tras la creación, empezó por llamar a un hombre de entre todas las naciones. Eligió a Abraham, el primer hombre al que Dios todopoderoso se revelaba.
Se hacía “visible” pues de otra manera, el hombre jamás hubiera podido descubrir al Dios verdadero, al Dios que no está fabricado por manos humanas, sino el verdadero, el que está desde siempre en el cielo, en la creación, y por voluntad propia entre los hombres.
Entonces Él fue atrayendo a Abraham hacia sí. Luego a un pueblo descendiente de Abraham, al pueblo de Israel, al que sacó de Egipto y llevó a la libertad del desierto, donde durante cuarenta años fue enseñándoles las verdades de la vida; cómo vivir en armonía con la creación, con los hombres y con Dios.
No puedo contar las veces en que ofreció su amor y providencia hasta el extremo a este pueblo.
Y cuántas veces este pueblo le fue infiel adorando a otros dioses y alejándose de los caminos de Dios, una historia lamentable que se sigue repitiendo, pero esta es historia.
Tras el desierto, Dios establecería un reino, con el cual haría una promesa, que este trono persistiría por siempre….
De las doce tribus de Israel, elige la tribu de Judá, la tribu del rey David, con quien Dios hace esta alianza.
De esta tribu, viene a nosotros el hijo de Dios, el Dios encarnado, Jesucristo, nacido en Belén. Él es la promesa que viene al mundo para restaurar definitivamente la amistad entre Dios y los hombres.
La noche de la Anunciación, donde el ángel se aparece a María para anunciarle que el hijo de Dios se encarnaría en ella es un momento glorioso para la historia de los hombres.
La promesa hecha por Dios siglos antes finalmente se hacía realidad. Uno de la Trinidad tomaba la carne de María para que Dios pudiera venir a nosotros como uno de nosotros.
Este evento es tan asombroso porque es el mismísimo Dios que toca tierra, por amor, para entregarse a plenitud a los hombres.
Siendo todopoderoso, se hace nada. Asume los límites de nuestra humanidad y del tiempo y va creciendo como cualquier hombre en medio de una comunidad, de una familia en un pequeño y sencillo hogar.
Este hombre, el Dios encarnado, fue la luz que vino a iluminar las naciones, como diría el viejo Simeón el día de la presentación del niño en el templo.
Finalmente teníamos con toda certeza alguien que nos apuntaba al cielo, que ponía un propósito en medio de los pueblos, y nos marcaba un camino para alcanzar la libertad completa, vida eterna.
Dios amó tanto, tanto, que envió a su hijo al mundo, para que recogiera sobre sí todo el mal y el pecado de la historia y lo cargara hasta crucificarlo en su misma carne vertiendo su sangre, para que nosotros los hombres, pudiéramos tener parte en la vida eterna con Dios.
Es en la Última cena, momentos antes de ser apresado, que Cristo instituyó su Santísimo Sacramento, la Eucaristía, para que no nos faltara su presencia hasta el final de los tiempos, para que lo contemplemos en esa pequeña hostia, que esconde todo su poder y magnificencia.
Y así nos acerquemos con confianza y sin miedo para alimentarnos de esa comida espiritual que necesitamos para ser transformados en hijos de Dios y hermanos de Cristo.
Por eso, la Iglesia recomienda que comulguemos por lo menos domingos y fiestas de precepto.
Pero sin duda, la comunión diaria es de un inmenso valor espiritual y recomendada por todos los santos.
Y es que, ante el Pan de Vida se muestra quién es de verdad cada uno. Ante Jesús Eucaristía se demuestra quién ama y tiene fe en Jesús y le sigue. No es irracional creer en el Pan de Vida porque Jesús tiene el poder de hacerlo, pero es necesario un acto de fe ante un misterio que nos supera. Es ahora donde nuestra vida se vuelve algo muy personal, y tienes dos opciones: dejar de seguir a Jesús, o hacer lo que hizo Pedro: “Señor, ¿a dónde vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna” (v.68). Digámosle como Pedro: Jesús, este misterio me supera, pero sólo sé que tú tienes palabras de vida eterna y tengo fe en ti.
Santa Teresa de Jesús decía que Dios “quiere que entienda que es Él el que está en el Santísimo Sacramento”.
La Eucaristía es algo muy personal porque si no quiero la Eucaristía no quiero a Jesús. Si no quiero la Eucaristía, Jesús te pregunta: ¿también tú te quieres ir?, pero no puedo cambiar esta enseñanza. Y podría aludir, como muchos, pero es que me aburro en Misa, en la iglesia o en la parroquia no siento nada… Es claro, si no quieres la Eucaristía, no quieres a Jesús.
En cambio, si te acercas a la Eucaristía, quieres a Jesús, y encontrarás el Pan de Vida que puede saciar tu infinita hambre y sed de amor y felicidad. Encontrarás el Pan del cielo que da vida al mundo. Si la Eucaristía es realmente Jesús, entonces le necesito. Estamos hechos para la Eucaristía.
San Ignacio de Antioquía escribió en el siglo II: “El pan de Dios quiero, que es la carne de Jesucristo (…) y por bebida quiero la sangre de Él, que es el amor incondicional”.
Es por eso que tantos católicos en todo el mundo tienen la Eucaristía como el centro de su vida, porque ella contiene la realidad plena de la segunda Persona de la Santísima Trinidad y su obra de salvación. Como dice el Concilio Vaticano II, “es la fuente y cumbre de la vida cristiana.
Una de las cosas que más nos pueden impactar, es ver la devoción de los pastorcitos de Fátima a la Eucaristía. Francisco, siendo un niño, les decía a Lucía y a Jacinta, que le dejaran en la iglesia porque quería quedarse con “Jesús escondido”.
Si el pan consagrado no te parece a Jesús, El te dice: “Esto es mi cuerpo”. De la misma forma que hace más de 2.000 años muchos no fueron capaces de reconocer a Dios en Jesús, porque no parecía Dios, era un hombre normal, sencillo, humilde… de la misma forma, muchos no son capaces de reconocer hoy a Jesús, Dios, en la Eucaristía. Si no reconocemos hoy a Jesús escondido en la Eucaristía, no hubiéramos sido capaces de reconocer a Dios presente en Jesús, el Dios-hombre. Sí, Jesús tuvo que esconder la gloria y belleza de su divinidad porque no quería obligarnos a creer y seguirle, sino que quería conquistar nuestros corazones respetando nuestra libertad. No quiere avasallarnos, quiere enamorarnos. De la misma forma, Jesús esconde su majestad, grandeza y divinidad para enamorarnos. Si Dios no se escondiera, a lo mejor nosotros seriamos los que necesitaríamos escondernos. Si viéramos la potencia y la fuerza del amor de Dios que sale de la Hostia consagrada, no podríamos acercarnos sin morir… yo sería el que me escondería.
San Juan Crisóstomo hablaba con total radicalidad del realismo de la Eucaristía. Decía: “Muchos dicen: “Quisiera ver el aspecto del Señor, su figura, sus vestidos, su calzado. Pues bien, he ahí que a Él ves, a Él tocas, a Él comes. Tú deseas ver sus vestidos, más Él se te da a sí mismo, no sólo para que le veas, sino para que le toques y le comas, y le acojas en tu alma” y así podremos ser salvados y sentirnos libres.
Para reconocer a Jesús en la Eucaristía es necesario verle “con los ojos del espíritu”, con la fe. La Eucaristía no comporta ningún engaño, decía santo Tomás, porque los sentidos no se equivocan porque reconocemos su presencia en el pan del pan y del vino, y la inteligencia no incurre en error porque la preserva la luz de la fe en las palabras de Jesús: “Esto es mi cuerpo. Esta es mi sangre”.
Madre Teresa de Calcuta decía: “Externamente sólo vemos pan, pero es Jesús. (…) Difícil de explicar. Es un misterio de amor. Es una de esas cosas que la mente humana no alcanza a comprender. Pero tenemos que postrarnos porque es Él a quién recibimos. (…) Sin Él no podríamos hacer nada, pero con Él lo podemos hacer todo”.
Sobre la Eucaristía podemos decir: sabe a pan, huele a pan, parece pan, pero no es pan… sabe a vino, huele a vino, parece vino, pero no es vino… escondido bajo el pan y vino está presente el cuerpo y la sangre de Jesús.
Cuentan como san Roberto Belarmino, en el siglo XVI, estaba en debate sobre la Eucaristía con algunos protestantes, y decían que la Eucaristía no era verdaderamente Jesús, que era sólo un símbolo, y San Roberto Belarmino, que me imagino que tenía sentido del humor, les preguntó: A ver, vosotros decís que esto no es el cuerpo y la sangre de Jesús… Jesús dice: Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre… Si tú fueras yo: ¿a quién crees que debería creer? Creo que voy a creer en Jesús.
Jesús es el Pan de Vida y Dios nos ha hecho, no sólo para acercarnos a Él, sino para hacernos uno con Él, para poder recibirle en la comunión, y vivir en unión de amor con él. ¿No es esto, la verdadera libertad de los Hijos de Dios?
El santo Cura de Ars, cuando predicaba, señalaba al Sagrario y decía: “sabemos que Jesús está allí, en el sagrario: abrámosle con nuestro corazón, alegrémonos de su presencia”.
Y san Manuel González, el apóstol del Sagrario abandonado, decía con fuerza: “!Esta aquí!”.
Y es que, como decía el cardenal Joseph Ratzinger, “una iglesia sin presencia eucarística está en cierto modo muerta, aunque invite a la oración. Sin embargo, una iglesia en la que arde sin cesar la lámpara junto al Sagrario, está siempre viva, es siempre algo más que un simple edificio de piedra: en ella está siempre el Señor que me espera, que me llama, que quiere hacer “eucarística” mi propia persona”.
Por eso, mira a Jesús que se entrega por amor en el altar, escondido en el Sagrario, el Pan de Vida. Adórale con profunda reverencia y dile que le quieres, que le adoras y que le amas.
Como escribió san Josemaría: “Ahí lo tienes: es Rey de Reyes y Señor de Señores. —Está escondido (…). Se humilló hasta esos extremos por amor a ti”.
En la Eucaristía “se hace presente Cristo, Dios y hombre, entero e íntegro” Por eso, queremos terminar haciendo una solemne profesión de fe diciendo: “En la Eucaristía, Jesucristo está presente con su cuerpo, con su sangre, con su alma y con su divinidad”, todo un Dios loco de amor que se entrega para alimentar nuestra alma y darnos vida, y vida en abundancia.
La Eucaristía expresa el misterio de la libertad de Cristo, el regalo de la liberación; significa amar hasta el final, solo por amor se puede liberar. Entonces, al compartir nuestra vida en Cristo y en comunión con nuestros hermanos y hermanas, compartimos libremente nuestros regalos y recursos, para tomar decisiones morales que tomen a los demás en consideración y que promueva el bien para los demás y no solo para nosotros.
El Cristo resucitado es la fuente y medida de la plenitud de la libertad, por eso no lo olvides… Dios te quiere y te quiere feliz, quiere que vivas la libertad de los hijos de Dios y eso lo vives al participar activamente en la Eucaristía.
Reflexión
Canción
Bibliografía
http://reflexionesjdelacierva.blogspot.com/2016/12/reflexion-sobre-la-libertad.html
https://es.catholic.net/op/articulos/69244/cat/566/la-libertad-de-los-hijos-de-dios.html#modal
https://es.aleteia.org/2022/07/06/que-significa-tener-a-jesucristo-en-la-eucaristia/
https://www.exaudi.org/es/presencia-real-jesus-eucaristia/
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Julio 2022.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.