Repasando el articulo anterior, dijimos que la muerte es un fenómeno enigmático y contradictorio a la vez, por ello es que el hombre ha intentado entenderla y formular explicaciones sobre lo que es a partir de lo que sabe sobre la vida (Málishev, 2003; Anaya y Padilla, 2010).
Entonces hablamos de la muerte como tabú porque como dice la definición de RAE, tabú es la prohibición de tocar, mencionar o hacer algo por motivos religiosos, supersticiosos o sociales’ y ‘cosa sobre la que recae un tabú’. Los tabúes suelen instaurarse sobre aquello que se considera antinatural.
Y la muerte es un fenómeno tan complejo, ambiguo y desconocido que escapa una y otra vez a los intentos de aprehenderlo intelectualmente. Sin embargo, la pregunta sobre la muerte ha sido abordada desde las distintas disciplinas y desde múltiples perspectivas, veamos algunas planteamientos científicos
Philippe Ariès, uno de los especialistas más destacados en el estudio de la muerte, sostiene en varias de sus obras (Ariès, 1992) que la percepción de la muerte en Occidente ha atravesado dos grandes etapas. La primera de ellas, a la que denomina “la muerte domesticada”, abarca desde el siglo VI hasta el XVIII. Los individuos tomaban conciencia de su muerte ante la aparición de ciertos signos naturales y la esperaban confiados en Dios. La muerte consistía en una ceremonia pública en la que estaban presentes los familiares, incluidos los niños. Se aceptaba la muerte de una manera natural y sin expresiones extremas de emoción. En la segunda etapa, a la que denomina “la muerte invertida”, la muerte se oculta y cambia su sentido. El lugar en el que ocurre se desplaza desde el hogar familiar al hospital, y las ceremonias funerarias y los duelos devienen más discretos e íntimos. A partir de mediados del siglo XX (Seale y van der Geest, 2004), ese proceso de institucionalización de la muerte se profundizó. El proceso de morir (dying) —incluidos los rituales, en su función, tanto respecto del muerto como de los sobrevivientes— se profesionalizó. Al mismo tiempo, fenómenos tales como el aumento de la esperanza de vida, el envejecimiento de la población y otros relacionados han influido en que las personas ya no sean socializadas en la muerte. Tanto es así que Blanco Picabia y Antequera Jurado (1998) llegan a sostener que, en las sociedades occidentales actuales, se intenta silenciar e invisibilizar la muerte. Frente a ella, surgen como respuesta dos tipos de actitudes: una, definida por el rechazo y la desritualización; la otra, por la renovación del ritual y del cuidado de quien está por morir (Seale y van der Geest, 2004).
Esta consideración general respecto de la visión de la muerte en el mundo contemporáneo se ve enriquecida (al tiempo que restringida) con los aportes de Thomas (1991) en relación con el sentido personal de la muerte. Dicho sentido se construye por medio: a) del concepto que cada individuo tiene de la muerte en general (como evento que afecta a todo aquello que lo rodea, pero que solo lo involucra de una manera indirecta) y de la muerte en relación con sí mismo (lo que sucede cuando una persona llega a la vejez), y b) de las razones por las cuales el sentido personal de la muerte se torna paradójico. ¿Cuáles pueden ser esas razones? En primer término, es necesario mencionar que si bien la muerte en general, en abstracto, se acepta como algo cotidiano, la muerte propia siempre aparece como lejana, sobre todo en la juventud. Luego, la muerte se admite, en el plano consciente y racional, como un hecho natural, pero se vivencia en lo personal como un accidente, arbitrario e injusto, para el que nunca se está preparado. Otra razón es que aunque los estudios epidemiológicos dan pautas estadísticas sobre trayectorias de vida y ocurrencia de la muerte, se la concibe como algo aleatorio e indeterminable, ya que no se sabe cuándo y cómo sucederá. Por último, si bien sabemos que la muerte es universal, pues todo lo que vive esta destinado a morir o desaparecer, también es única, en tanto representa individualmente un acontecimiento sin precedentes e irrepetible.
En la misma línea, Kastenbaum y Aisenberg (1976) señalan que los individuos desarrollan antes la idea de muerte ajena que de la propia, a la que conciben como inevitable pero irreal.
Aunque la muerte es un fenómeno que marca el fin de la vida, algunos campos de estudio como la criobiología, se han planteado la conquista científica de la muerte, al menos mediante la conservación de la vida a bajas temperaturas a partir de la suspensión de la actividad celular por un tiempo indefinido y lograr una futura “reanimación” (Herráez, 2009), pudiendo entonces revivir a los muertos (Kurtzman y Gordon (1978).
Otros campos de la ciencia prometen la prolongación de la vida de forma indefinida (McGee, 2003), el rejuvenecimiento de los organismos humanos (Kurtzman y Gordon, 1978) o detener el envejecimiento; todo esto a partir de las nanotecnologías y otros campos de estudio, como la genética que plantean el enigma de la posible inmortalidad (Willis, 2009).
A pesar de estos planteamientos, la muerte no deja de ser vista como el daño irreversible de un sistema complejo que es incapaz de volver a funcionar (Bedau y Cleland, 2016)
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Abril 2021
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.