Introducción
Antes de entrar en este tema quisiera compartirles un articulo que me parece muy importante para dejar claro el sentido de la muerte. Escrito por un enfermero que cuidaba pacientes en etapa terminal.
Afirma que es muy frecuente que la gente con cáncer o discapacidad neuromuscular, les están llevando a elegir salirse de la vida. Cada vez más, también se trata de la depresión ―“agotamiento” de vivir― y ahora, en algunos lugares de Europa, incluso solo la vejez. ¿Qué está sucediendo y por qué?
Después de haberme ocupado de personas enfermas y agonizantes por veinticinco años, puedo comprender bien lo que lleva a la gente a tomar el asunto en sus propias manos. A pesar de todo lo que la medicina moderna tiene para ofrecer, aún no ha conquistado la muerte ni el sufrimiento que a veces la preceden durante décadas. Y no parece que alguna vez vaya a lograrlo. Incluso después de haber aprendido a tratar la leucemia infantil y de eliminar la polio y la difteria, no hemos aún encontrado la cura para aquellos flagelos como la artritis, la insuficiencia cardíaca, la incontinencia o el insomnio, que parecen asolar la vejez de tantas personas, incluso de aquellas que viven en los barrios más atractivos y que no deben preocuparse por sus finanzas.
La información obtenida de aquellos estados en los que el suicidio asistido es hoy legal sugiere que las personas no están adhiriendo a los tratamientos letales solo porque padecen dolores. Es porque tienen miedo de “perder el control” ―porque están solos, con miedo o preocupados por haberse vuelto una carga para sus cuidadores— o simplemente porque desean hacer las cosas “a su manera”. En California, por ejemplo, la gran mayoría de las personas que han dispuesto de su vida bajo la ley que ampara el derecho a morir han sido ancianos blancos, con un alto nivel educativo, que ya estaban recibiendo tratamiento paliativo o terminal. Casi todos ellos tenían, además, seguro médico, por lo que el costo no era necesariamente un problema. Y en Canadá, un médico que desde hace tiempo apoya el suicidio asistido dice que los pacientes que requieren sus servicios tienen un tipo de personalidad particular: suelen ser los “médicos, abogados, reyes de los negocios y comerciantes exitosos” quienes “siempre obtienen lo que quieren”. La vida moderna está caracterizada por un vacío espiritual y por un materialismo que se unen a la suposición de que la felicidad humana depende principalmente en la movilidad, la independencia y la autodeterminación.
De ahí que sea comprensible que hayamos llegado a este punto. Pero, así como es comprensible, también es una crítica hacia aquellos de nosotros que nos llamamos cristianos. Demasiado a menudo hemos abrazado el falso evangelio de nuestra cultura que nos indica que la felicidad de verdad depende de la ausencia de molestias y sufrimiento. De ahí a intentar evitar las dolencias de la vejez y la enfermedad mediante la manipulación de la propia muerte, hay un paso.
Todos nosotros ansiamos la realización personal, la felicidad y la buena salud. Y también queremos que nuestra vida tenga significado. Y, aun así, tal significado no puede ser medido por la ausencia de audífonos, sillas de ruedas y tanques de oxígeno. En lugar de eso, debe surgir del conocimiento de que hemos pasado nuestros mejores años en el servicio a Dios y a los demás seres humanos, que nuestra vida no fue vivida solo por nuestro bien, sino que de algún modo nos volcamos en los otros.
Depende también de la fe, que el apóstol Pablo definió como la certeza de las cosas esperadas y la convicción de las cosas aún no vistas. Muchos se burlan de la fe y la consideran propiedad de zelotes incultos. Y, sin embargo, la iluminación verdadera consiste en saber que con fe podemos valientemente entrar en el reino que en esta vida no vemos ni conocemos. La fe nos puede traer una paz que sobrepasa toda comprensión humana, una confianza en que los dolores de la muerte se superan no con una jeringa de midazolam, sino aceptando lo que ha recaído en nosotros, seguros de que no será más de lo que podemos soportar.
El autor con su esposa, Margrit, en 2015. Fotografía cortesía del autor.
Margrit, mi esposa, fue un ejemplo de tal fe. A los cuarenta y tres se le diagnosticó un cáncer de intestino delgado. Durante veintidós meses luchó contra él hasta que fue evidente que no podía vencer. En ese punto hizo frente a la muerte con un coraje sereno que venía de más allá de ella misma.
Dejarse ir no fue fácil: estaba en la plenitud de la vida, así como nuestros cinco hijos cuyas edades iban entre los doce y los diecinueve. Derramó lágrimas sobre las graduaciones y las bodas que perdería, sobre los nietos que no vería y sobre el hecho de que me dejaría viudo a mis cuarenta y siete. Pero también miraba hacia atrás con alegría y gratitud por la vida que había tenido como esposa, madre y enfermera; por los muchos nacimientos que había asistido, los cientos de pacientes a los que había cuidado y los miles de vidas que había tocado, consciente o inconscientemente, a lo largo de tantos años.
Margrit estaba lista para marcharse, porque ella había servido. Y sus años de servicio a los otros ahora le permitían descansar con un sentido de realización serena, sin perder la humildad. Entonces, unas semanas antes del desenlace, cuando le pregunté si tenía miedo, ella pudo responder: “No, me parece que no. Creo que Jesús vendrá a buscarme”.
En diciembre de 2014 celebramos los veinticinco años de nuestra boda y en enero de 2015 ella solo podía tolerar yogur y caldo. En febrero, apenas un té liviano enriquecido con miel y crema. En marzo se fue. A pesar de recibir el mejor cuidado que la medicina podía ofrecer, sufrió terriblemente en los últimos diez días.
Se fue a Casa rodeada por su familia: sus padres, mis padres, sus hermanos y nuestros hijos. Hubo cantos y hubo oraciones. Y muchas lágrimas. Y a menudo oramos para que, de algún modo, fuera liberada, pero ni una vez consideramos la posibilidad de forzar la situación o de tomarla en nuestras manos. Así como aquellos que esperan el nacimiento de un bebé, nosotros esperábamos el momento de Dios y sabíamos que, al igual que quienes se reúnen en torno a una mujer en trabajo de parto se alegran cuando el niño sale del vientre, quienes esperaban a Margrit en el más allá estallarían en cantos cuando ella cruzara el Jordán.
Ella fue bendecida con una fe fuerte y, sin embargo, no fue solo su fe lo que la sostuvo: el amor de la comunidad a la que pertenecemos la ayudó a atravesar —a ella y a nuestra familia― las horas más difíciles. Recibió cuidado médico experto, pero más que eso, recibió guía espiritual a través de las visitas y las oraciones, los cantos y los servicios. Desde el momento en que fue diagnosticada con cáncer, las personas se solidarizaron con ella. Los niños le traían flores; los viejos amigos la visitaban para rememorar juntos; personas que apenas conocíamos aparecían con canastas con alimentos. Pero, ¿qué pasa con los miles de personas que no tienen ese amor? ¿Podría ser la ausencia de ese amor lo que esté llevando a tantos de ellos a tomar el asunto en sus propias manos?
No podemos condenar a aquellos que, por miedo al futuro o debido a su estado lamentable, deciden terminar con su vida, pero podemos señalar otro camino. Es el camino de la esperanza en la vida más allá de la muerte, y el camino del significado en el sufrimiento y a través de él.
La agonía de Margrit no fue rápida ni fácil, pero cuando ahora la recuerdo, estoy seguro de que fue exactamente como Dios quiso que fuera. Ella sufrió y, sin embargo, traer de vuelta a Dios a escena no significa eliminar el sufrimiento. Significa descubrir y aprender la única forma real de soportarlo. Había, por lo tanto, un profundo mérito espiritual en esperar el momento de Dios; lecciones profundas aprendidas del misterio de no saber y de no estar en control. Estábamos indefensos y, a la vez, protegidos por alas invisibles. E incluso cuando nos lamentábamos, podíamos regocijarnos porque los corazones duros eran ablandados, las conciencias dormidas eran agitadas y los ojos cerrados eran abiertos.
Ninguno de nosotros desea sufrir innecesariamente. Pero tampoco podemos evitar completamente el dolor y el sufrimiento. El mismo Hijo de Dios debió soportar la amarga agonía de la cruz, y a través de ese calvario el mundo fue redimido. ¿Podemos atrevernos a evitar algo menos? Alice von Hildebrand dice que, cuando consideramos el sufrimiento de este modo, se vuelve un privilegio: sufrimos junto al Salvador. “Sé fiel hasta la muerte”, nos urge, “y yo te daré la corona de la vida”. (Ap 2:10)
Sin una vida de fe y sin el amor circundante de una comunidad activa, es absolutamente comprensible que las personas quieran tomar la muerte en sus manos. Pero en tanto seguidores de Cristo que han sido encomendados a predicar la Buena Noticia a todas las personas, y conocedores de que hay, como dice el apóstol Pablo, “un camino mucho mejor”, sabemos que esas manos están vacías y que, por lo tanto, no podemos mantenernos en silencio.
Los cristianos católicos creemos que al final de los tiempos resucitaremos todos. Creemos que del mismo modo que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos, y vive para siempre, igualmente los justos después de su muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado y que Él los resucitará en el último día:
“Y éste es el designio del que me envió: que de todo lo que me ha entregado no pierda nada, sino que lo resucite el último día. Porque este es el designio de mi Padre, que todo el que reconoce al Hijo y le presta adhesión tenga vida definitiva, y lo resucite yo el último día. ” (Jn 6, 39-40).
¿Qué es la Resurrección de la Carne?
El sacerdote Juan Solana en las Catequesis de la Peregrinación de la fe, nos explica los siguientes numerales
CC 631. Jesucristo descendió a los infiernos. EF 4, 9-10.
El Misterio Pascual de Cristo es que Cristo murio, Cristo fue Sepultado, Cristo Resucitó y Cristo se Apareció, no podemos separar esto más que para consideraciones apostólicas.
Jesús no fue un muerto más, el alma humana de Cristo, unida al Verbo Eterno de Dios, por unión hipostática, fue a los infiernos; fue en busca de los justos para llamarlos a la Salvación Eterna.
CC 633 Por el pecado original, todos los que murieron antes que Cristo fueron al Sheol o Hades, la morada de los muertos. Estaban ahí en espera de la Redención.
Jesus desciende y libera a los justos. El mal no lo canceló Cristo con la Resurrección por una razón, y es que los que están ahí están libre y deliberadamente y Dios con dolor de Padre, respeta su libertad.
CC 634. Jesús pues, aniquila la muerte y los justos que estaban ahí son llevados al Paraíso.
CC 635. Tengamos siempre presente que Uno en la Trinidad, fue el que realizó el Misterio de la Salvación. Es “Unos en Trinitate” es Jesucristo elVerbo Eterno de Dios y de dos naturalezas Divina y Humana.
La naturaleza de Divina no puede sufrir, la naturaleza humana sufre, se separa del cuerpo y del alma; el cuerpo acaba en una tumba y su alma va a los infiernos para sacar a los justos que habían muerto antes de su Pasión Gloriosa y su Resurrección y se los lleva al Cielo.
La puerta donde la lámpara de la fe debe estar encendido es en la puerta del Sepulcro. Ahí Jesus nos sacó de la muerte a los antiguos, a los de su tiempo, a los del futuro y a los de todos los tiempos porque con su Muerte y Resurrección, El nos ha salvado.
CC 638. La Resurrección de Cristo es el cumplimento de las promesas, verdad culminante de nuestra fe vivida con Cristo . Cuando hablamos del Misterio Pascual hablamos de tres hecho que es el eje, el conjunto de la salvación, de la generosidad que Cristo tuvo para con nosotros, La Pasión, Muerte y Resurrección
CC 651-655 nos habla del Sentido y Alcance Salvifico de la Resurrección.
1 Cor 15, 14 , nos dice “Si no Resucitó Cristo, vana es nuestra fe.” La resurrección de Cristo con su Divinidad, nos prueba que sus Misterio son verdad y confirma todo lo que había predicado. Es el cumplimiento de sus promesas. Confirma la Divinidad de Jesús.
Por su Muerte , nos libera del pecado y por su Resurrección nos abre a una nueva vida .
Ya no vivo Yo es Cristo que vive en mi. Cristo Resucitado va dando pasos en nuestra resurrección, lo importante es que le abramos el Corazón .
CCE 661. Jn 16, 28. Solo Cristo puede abrir el acceso al Cielo al hombre que había sido cerrado con Adán y Eva. Solo Cristo descendió de Dios y vuelve a Dios, puede abrirnos este aceso, por eso , es tan importante el Misterio de la Ascensión, esta subida de Cristo al Cielo, porque nosotros también bajamos del Cielo, somos obra de Dios a través de nuestros padres y al final no vamos a caer en un abismo oscuro, no lo que se nos ha prometido, es el Cielo, es la eternidad, es un estado nuevo, diverso de la Gloria de Dios y donde estamos llamados, en el Cielo, por eso Cristo es nuestra Salvación, El nos anticipó nos abre el acceso al Cielo, esta es nuestra esperanza, nuestra confianza .
Creer en la resurrección de los muertos ha sido desde sus comienzos el elemento esencial de la fe cristiana:
“Ahora bien, si nuestro mensaje es que Cristo ha resucitado. ¿cómo dicen algunos de ustedes que los muertos no resucitan? Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, el mensaje que predicamos no sirve para nada, ni tampoco sirve para nada la fe que tienen. Pero lo cierto es que Cristo ha resucitado. Él es el primer fruto de la cosecha. Ha sido el primero en resucitar.” (1 Cor. 15 12-14.20)
“¡Y Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos!” (Mc 12,27)
Jesús liga la fe en la resurrección a la fe en su propia persona:
“Jesús le dijo entonces: Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y ninguno de los que viven y creen en mí morirá jamás. ¿Crees esto?” (Jn 11,25
¿Qué es resucitar?
No es volver de nuevo a esta vida material. En la muerte, separación del alma y del cuerpo, el cuerpo de la persona cae en la corrupción, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Dios en su infinito poder dará a nuestros cuerpos la vida incorruptible uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la resurrección de Jesús.
¿Quién resucitará?
Todas las personas que han muerto: “No se admiren de esto, porque va a llegar la hora en que todos los muertos oirán su voz y saldrán de las tumbas. Los que hicieron el bien, resucitarán para tener vida; pero los que hicieron el mal, resucitarán para ser condenados.” (Jn 5, 28-29).
¿Cómo resucitaremos?
Cristo resuitó con su propio cuerpo: “Vean mis manos y mis pies: ¡soy yo mismo! Tóquenme y miren: un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo.” (Lc 24,39)
Pero Jesús no volvió a la vida terrenal. Del mismo, en Él: “Nosotros somos ciudadanos del cielo, y estamos esperando que del cielo venga el Salvador, el Señor Jesucristo, que cambiará nuestro cuerpo miserable en un cuerpo glorioso como el suyo. Y lo hará por medio del poder que tiene para dominar todas las cosas.” (Filpenses 3, 20-21)
Será un “cuerpo espiritual”: “Tal vez alguno preguntará: “¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Qué clase de cuerpo tendrán?” ¡Es una pregunta tonta! Cuando se siembra, la semilla tiene que morir, para que tome vida la planta. Lo que se siembra no es la planta que ha de brotar, sino el simple grano, sea de trigo o de otra cosa. Lo mismo sucede con la resurrección de los muertos: lo que se entierra es corruptible y lo que resucita es incorruptible. Pues nuestra naturaleza corruptible se revestirá de lo incorruptible, y nuestro cuerpo mortal se revestirá de inmortalidad.” (1 Corintios 15, 35-37 42.53).
Nosotros no sabemos el “cómo” será ese cuerpo, porque ese conocimiento va mucho má allá de lo que como humanos podemos imaginar y no lo sabemos sino por la fe.
¿Cuándo resucitaremos?
Sin duda, en el último día, al fin del mundo.
Participar en la misa es también participar en la resurrección de Jesús:
“Jesús les dijo: Les aseguro que, si no comen el cuerpo del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida. El que come mi cuerpo y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré el último día. Porque mi cuerpo es verdadera comida, y mi sangre verdadera bebida. El que come mi cuerpo y bebe mi sangre, vive unido a mí; y yo vivo unido a él. El Padre , que me ha enviado, tiene vida, y yo vivo por él. De la misma manera, el que me coma vivirá por mí. Hablo del pan que ha bajado del cielo. Este pan no es el que comieron sus antepasados, que a pesar de haberlo comido murieron. El que coma de este pan, vivirá para siempre.” (Jn 6, 53-58).
El Bautismo también nos hace participar en la resurrección de Cristo:
“Al ser bautizados, fueron sepultados con Cristo y resucitados también con él, porque creyeron en el poder de Dios que le resucitó. Por lo tanto, ya que han sido resucitados con Cristo, busquen las cosas del cielo, donde está Cristo sentado a la derecha del Padre”. (Colosenses 2, 12; 3,1)
El creyente espera la resurrección, esperamos “en Cristo”:
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p class=”p1″>“…el cuerpo es para el Señor, y el Señor es para el cuerpo. Y así como Dios resucitó al Señor, también nos resucitará a nosotros por su poder. ¿No saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo que Dios les ha dado, y que el Espíritu Santo vive en ustedes? No son ustedes sus propios dueños, porque Dios les ha comprado por un precio. Por eso deben honrar a Dios en el cuerpo.” (1 Corintios 6, 13-15. 19-20).
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Agosto 2021
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.