Introducción
La palabra de Dios da consuelo en el momento de duelo a los que creemos en El: “Hermanos, no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los que no tienen esperanza.
Pues si creemos que Jesús murió y resucitó, de igual modo Dios llevará con Él, por medio de Jesús, a los que han muerto.
Esto es lo que os decimos apoyados en la palabra del Señor: nosotros, los que quedamos hasta la venida del Señor, no precederemos a los que hayan muerto; pues el mismo Señor, a la voz del arcángel y al son de la trompeta divina, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán en primer lugar; después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos llevados con ellos entre nubes al encuentro del Señor, por los aires. Y así estaremos siempre con el Señor.
Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras”. Tesalonicenses 4, 13-18
La psiquiatra suiza Elisabeth Kübler-Ross identifica cinco estadios que tienen lugar, en mayor o menor grado, siempre que sufrimos una pérdida. Aunque pueden darse sucesivamente, no siempre tiene por qué ser así. Cada proceso, como cada persona, es único.
Fases:
1. Negación
La negación es una reacción que se produce de forma muy habitual inmediatamente después de una pérdida. No es infrecuente que, cuando experimentamos una pérdida súbita, tengamos una sensación de irrealidad o de incredulidad que puede verse acompañada de una congelación de las emociones. Se puede manifestar con expresiones tales como: “aún no me creo que sea verdad”, “es como si estuviera viviendo una pesadilla” e incluso con actitudes de aparente “entereza emocional” o de actuar “como si no hubiera pasado nada”.
La negación puede ser más sutil y presentarse de un modo difuso o abstracto, restando importancia a la gravedad de la pérdida o no asumiendo que sea irreversible, cuando en muchos casos lo es.
2. Ira
A menudo, el primer contacto con las emociones tras la negación puede ser en forma de ira. Se activan sentimientos de frustración y de impotencia que pueden acabar en atribuir la responsabilidad de una pérdida irremediable a un tercero. En casos extremos, las personas no pueden ir elaborando el duelo porque quedan atrapadas en una reclamación continua que les impide despedirse adecuadamente del objeto amado.
3. Negociación
En la fase de negociación, se comienza a contactar con la realidad de la pérdida al tiempo que se empiezan a explorar qué cosas hacer para revertir la situación. Por ejemplo, cuando a alguien se le diagnostica una enfermedad terminal y comienza a explorar opciones de tratamiento pese a haber sido informado de que no hay cura posible, o quien cree que podrá recuperar una relación de pareja ya definitivamente rota si empieza a comportarse de otra manera.
4. Depresión
A medida que avanza el proceso de duelo y se va asumiendo la realidad de la pérdida, se comienza a contactar con lo que implica emocionalmente la ausencia, lo que se manifiesta de diversos modos: pena, nostalgia, tendencia al aislamiento social y pérdida de interés por lo cotidiano. Aunque se denomina a esta fase “depresión”, sería más correcto denominarla “pena” o “tristeza”, perdiendo así la connotación de que se trata de algo patológico. De algún modo, sólo doliéndonos de la pérdida puede empezar el camino para seguir viviendo a pesar de ella.
5. Aceptación
Supone la llegada de un estado de calma asociado a la comprensión, no sólo racional sino también emocional, de que la muerte y otras pérdidas son fenómenos inherentes a la vida humana. Se podría aplicar la metáfora de una herida que acaba cicatrizando, lo que no implica dejar de recordar sino poder seguir viviendo con ello.
Aunque el duelo es un proceso personal, también es importante su vertiente social. Todas las culturas han ido desarrollando formas de canalizar ese dolor a través de los lazos comunitarios (compartir el dolor con los otros) y con elaboraciones simbólicas que a menudo dan un sentido trascendente a la pérdida.
FACTORES DE RIESGO
El duelo siempre va acompañado de una serie de circunstancias que actúan como predictores de riesgo para desarrollar un duelo complicado, como son: causa y entorno de la muerte, personalidad y recursos psicoemocionales del doliente, ambiente socio familiar, el tipo de relación con el fallecido. Es posible identificar las personas con especial riesgo para no seguir un “duelo normal” ya sea porque las circunstancias de la muerte son especialmente traumáticas o porque la persona es demasiado vulnerable. Los factores de riesgo (que exponemos a continuación) pueden llevarnos a formas complicadas de duelo :
• Muertes repentinas o inesperadas; circunstancias traumáticas de la muerte (suicidio, asesinato, maltrato)
• Pérdidas múltiples, pérdidas inciertas (no aparece el cadáver)
• Muerte de un niño, adolescente
• Doliente en edades tempranas o tardías de la vida
• Doliente demasiado dependiente, relación ambivalente con el fallecido
• Historia previa de duelos difíciles; depresiones u otras enfermedades mentales
• Tener problemas económicos, escasos recursos personales como trabajo, aficiones…
• Poco apoyo socio-familiar real o sentido, alejamiento del sistema tradicional socio-religioso de apoyo (emigrantes)
Es, por tanto, importantísimo prestar atención a la presencia de uno o más de estos factores para así poder tratar de evitar el desarrollo de un duelo complicado.
Hay distintas posibilidades para medir las evoluciones patológicas del duelo. Ellos serían: la ausencia de respuesta esperable, la respuesta pospuesta más de dos semanas, la identificación con síntomas del fallecido o con rasgos personales de este, el desarrollo de una enfermedad física, la rabia excesiva, la culpa extrema, el duelo intenso y persistente, las pesadillas nocturnas, la sobreidealización del fallecido, la evitación fóbica, los ataques de pánico y las reacciones de aniversario También existen otros instrumentos para valorar el riesgo de complicaciones en la resolución del duelo que será clave identificar por alguno de estos sistemas aquellos sujetos con posibilidad de desarrollar un duelo complicado para poder actuar sobre ellos.
Alteraciones en el duelo.
El duelo es necesario y cumple una función de adaptación a una realidad completamente nueva para el deudo, permitiendo a este enfrentarse y ajustarse al medio sin el desaparecido.
La guía médica de El duelo en Cuidados Paliativos elaborada por la SECPAL reseña que tras una pérdida mayor, las dos terceras partes de las personas en duelo evolucionan con normalidad y el resto padece alteraciones en su salud física, mental o ambas. El duelo puede aumentar el riesgo de enfermedades psicosomáticas, cardiovasculares y de suicidio y una cuarta parte de los viudos o viudas padecen depresión o ansiedad en el primer año tras la pérdida. Otros autores refieren que un tercio de las consultas en atención primaria tienen orígenes psicológicos y que de ellas, una cuarta parte se identifican como el resultado de algún tipo de pérdida.
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p class=”p3″>En un artículo publicado en 1998 se refleja que después de una pérdida cercana (esposo/a, hijo) aproximadamente un tercio de los deudos sufren un empeoramiento de su salud (causado por enfermedades médicas, psíquicas o ambas). Señala que un cuarto de las personas viudas experimentan depresión y ansiedad durante el primer año de la pérdida, descendiendo al 17%, la prevalencia de estos trastornos, al final del mismo, disminuyendo progresivamente con el paso del tiempo. Un estudio anterior concluye que los episodios depresivos son mucho más frecuentes en personas viudas que en aquellas que no lo son (Datos similares aparecen en el trabajo realizado por El Grupo de Duelo de Vizcaya en 2004 que relaciona el duelo de manera directa con la aparición de problemas de salud, señalando que el riesgo de depresión en viudos/as se multiplica por cuatro durante el primer año, durante el cual la mitad de estos presentan ansiedad generalizada o crisis de angustia.
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Setiembre 2021
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.