LA MEJOR POLÍTICA
Durante toda la encíclica Fratelli tutti, el Papa se refiere a la política pero en el capítulo quinto, donde analiza los siguientes temas:
-POPULISMOS Y LIBERALISMOS
-EL PODER INTERNACIONAL
– UNA CARIDAD SOCIAL Y POLÍTICA
– LA ACTIVIDAD DEL AMOR POLÍTICO
-MÁS FECUNDIDAD QUE ÉXITOS
Hechos que se concreten en la «mejor política», aquella que no está sujeta a los intereses de las finanzas, sino al servicio del bien común, capaz de poner en el centro la dignidad de cada ser humano y asegurar el trabajo a todos, para que cada uno pueda desarrollar sus propias capacidades.
La idea que se desarrolla alrededor de este tema es que, “para hacer posible el desarrollo de una comunidad mundial, capaz de realizar la fraternidad a partir de pueblos y naciones, hace falta la mejor política” (n. 154). ¿Qué es la mejor política? ¿Cuáles son sus rasgos básicos? ¿De dónde surge su necesidad y urgencia? En definitiva, ¿de qué manera la buena política puede propiciar fraternidad universal? Estas son preguntas clave que se busca responder en esta parte de la encíclica.
El Papa comienza señalando una triple constatación: el descrédito, debilitamiento y necesidad de la política. Lo primero se expresa en que, “para muchos, la política hoy es una mala palabra”. Y señala que “no se puede ignorar que detrás de este hecho están a menudo los errores, la corrupción, la ineficiencia de algunos políticos”. Respecto a lo segundo, verifica que existen estrategias “que buscan debilitar, reemplazar [la política] por la economía o dominarla con alguna ideología”. Finalmente, constata que el mundo no puede funcionar sin política, que el camino hacia la fraternidad universal pasa y supone una buena política (n.176
Veamos cómo se enfocan estos tres aspectos.
En primer lugar, según la encíclica, el descrédito de la política deriva cuando ésta se convierte en un instrumento de enriquecimiento ilícito, de imposición y de arbitrariedad. Frente a ello, el papa no duda en rechazar el mal uso del poder, la corrupción, la falta de respeto a las leyes y la ineficiencia (n.177). La política es un lugar aptísimo de dedicación a los otros en cuanto tiene como propósito el bien común, pero corre el peligro de caer en “insano populismo [autoritario, manipulador y demagógico] cuando se convierte en la habilidad […] para instrumentalizar políticamente la cultura del pueblo […] Cuando se busca sumar popularidad exacerbando las inclinaciones más bajas y egoístas de algunos sectores de la población” (n. 159
Este es, en cierto sentido, el popularismo indicado por Francisco, que se contrapone a ese «populismo» que ignora la legitimidad de la noción de «pueblo», atrayendo consensos para instrumentalizarlo a su propio servicio y fomentando el egoísmo para aumentar su popularidad. Política que pretender clasificar a todas las personas, agrupaciones, sociedades y gobiernos a partir de una división binaria: «populista» o «no populista», una política que, lejos de los populismos, sepa encontrar soluciones a lo que atenta contra los derechos humanos fundamentales y que esté dirigida a eliminar definitivamente el hambre y la Trata. Pero la mejor política es también la que tutela el trabajo, «una dimensión irrenunciable de la vida social» y trata de asegurar que todos tengan la posibilidad de desarrollar sus propias capacidades, pues la palabra pueblo tiene algo más que no se puede explicar de manera lógica. Ser parte de un pueblo es formar parte de una identidad común, hecha de lazos sociales y culturales. Y esto no es algo automático, sino todo lo contrario: es un proceso lento, difícil… hacia un proyecto común»
Continua el Papa: La categoría de pueblo, que incorpora una valoración positiva de los lazos comunitarios y culturales, suele ser rechazada por las visiones liberales individualistas, donde la sociedad es considerada una mera suma de intereses que coexisten. Hablan de respeto a las libertades, pero sin la raíz de una narrativa común
La verdadera caridad, nos indica el Papa, es capaz de incorporar todo esto en su entrega, y si debe expresarse en el encuentro persona a persona, también es capaz de llegar a una hermana o a un hermano lejano e incluso ignorado, a través de los diversos recursos que las instituciones de una sociedad organizada, libre y creativa son capaces de generar.
La mejor ayuda para un pobre, según explica el Papa, no es solo el dinero, que es un remedio temporal, sino el hecho de permitirle vivir una vida digna a través del trabajo. La verdadera estrategia de lucha contra la pobreza no tiene por objeto simplemente contener o hacer inofensivos a los indigentes, sino promoverlos desde el punto de vista de la solidaridad y la subsidiariedad.
Entonces indica que también es tarea de la política encontrar una solución a todo lo que atente contra los derechos humanos fundamentales, como la exclusión social; el tráfico de órganos, tejidos, armas y drogas; la explotación sexual; el trabajo esclavo; el terrorismo y el crimen organizado. Fuerte es el llamamiento del Papa a eliminar definitivamente el tráfico, la «vergüenza para la humanidad» y el hambre, que es «criminal» porque la alimentación es «un derecho inalienable».
«La mejor política» es propuesta como una de las formas más preciosas de la caridad porque está al servicio del bien común y conoce la importancia del pueblo, entendido como una categoría abierta, disponible para la confrontación y el diálogo.
Otra causa de la degradación de la política expuesta en la encíclica es el inmediatismo. Es decir, “se responde a exigencias populares en orden a garantizarse votos o aprobación, pero sin avanzar en una tarea ardua y constante que genere a las personas los recursos para su propio desarrollo, para que puedan sostener su vida con su esfuerzo y su creatividad” (161).
En consecuencia, para el papa Francisco, la política no debe ser cautiva de las ambiciones individuales o de la prepotencia de grupos o centros de poder. Por eso ante lo que él denomina “formas mezquinas e inmediatistas de política”, contrapone lo que, a su juicio, es la grandeza política que se muestra “cuando, en momentos difíciles, se obra por grandes principios y pensando en el bien común a largo plazo” (n.178).
La política que se necesita, subraya Francisco, es la que dice no a la corrupción, a la ineficiencia, al mal uso del poder, a la falta de respeto por las leyes. Se trata de una política centrada en la dignidad humana y no sujeta a las finanzas porque «el mercado solo no resuelve todo»: los «estragos» provocados por la especulación financiera lo han demostrado.
Señala el Pontífice que en los últimos años la política parece retroceder frente a la agresión y la omnipresencia de otras formas de poder, como la financiera y la mediática. Con respecto a la primera insiste en “que la política no debe someterse a la economía y esta no debe someterse a los dictámenes y al paradigma eficientista de la tecnocracia”. Frente a esa subordinación, el papa propone implementar una política que “piense con visión amplia, y que lleve adelante un replanteo integral, incorporando en un diálogo interdisciplinario los diversos aspectos de la crisis” (n.177). MI crítica al paradigma tecnocrático, continua el Papa, no significa que sólo intentando controlar sus excesos podremos estar asegurados, porque el mayor peligro no reside en las cosas, en las realidades materiales, en las organizaciones, sino en el modo como las personas las utilizan. El asunto es la fragilidad humana, la tendencia constante al egoísmo humano que forma parte de aquello que la tradición cristiana llama “concupiscencia”: la inclinación del ser humano a encerrarse en la inmanencia de su propio yo, de su grupo, de sus intereses mezquinos; sin formas internas de solidaridad y de confianza recíproca, el mercado no puede cumplir plenamente su propia función económica
Los movimientos populares asumen, por lo tanto, una importancia particular: verdaderos «poetas sociales» y «torrentes de energía moral», deben involucrarse en la participación social, política y económica, sujetos, sin embargo, a una mayor coordinación. De esta manera —afirma el Papa— se puede pasar de una política «hacia» los pobres a una política «con» y «de» los pobres.
El siglo XXI «es escenario de un debilitamiento de poder de los Estados nacionales, sobre todo porque la dimensión económico-financiera, de características transnacionales, tiende a predominar sobre la política. En este contexto, se vuelve indispensable la maduración de instituciones internacionales más fuertes y eficazmente organizadas, con autoridades designadas equitativamente por acuerdo entre los gobiernos nacionales, y dotadas de poder para sancionar».
Otro auspicio presente en la encíclica se refiere a la reforma de las Naciones Unidas: frente al predominio de la dimensión económica que anula el poder del Estado individual, de hecho, la tarea de las Naciones Unidas será la de dar sustancia al concepto de «familia de las naciones» trabajando por el bien común, la erradicación de la pobreza y la protección de los derechos humanos. Recurriendo incansablemente a «la negociación, a los buenos oficios y al arbitraje» —según el documento pontificio— la ONU debe promover la fuerza del derecho sobre el derecho de la fuerza, favoreciendo los acuerdos multilaterales que mejor protejan incluso a los Estados más débiles.
Nos insiste el Papa en la necesidad de la política y nos indica que no se puede justificar una economía sin política, que sería incapaz de propiciar otra lógica que rija los diversos aspectos de la crisis actual». Al contrario, «necesitamos una política que piense con visión amplia, y que lleve adelante un replanteo integral, incorporando en un diálogo interdisciplinario los diversos aspectos de la crisis».Pienso en «una sana política, capaz de reformar las instituciones, coordinarlas y dotarlas de mejores prácticas, que permitan superar presiones e inercias viciosas». No se puede pedir esto a la economía, ni se puede aceptar que esta asuma el poder real del Estado. El papa está convencido de que “el mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal” (n.168). En esta línea recuerda que las visiones neoliberales reflejan “un pensamiento pobre, repetitivo, que propone siempre las mismas recetas frente a cualquier desafío que se presente”. Asimismo, aclara que esta critica al neoliberalismo no significa proponer un “populismo irresponsable”. Sin duda, comenta el papa, lo primero es la superación de la inequidad, lo cual supone el desarrollo económico, aprovechando las posibilidades de cada región y asegurando así una equidad sustentable. Por otra parte, señala que “los planes asistenciales solo deberían pensarse como respuestas pasajeras” (n.161).
En una sociedad realmente desarrollada el trabajo es una dimensión irrenunciable de la vida social” (n.162).
Ahora bien, ¿cuál es la política que se necesita para que haya justicia social, económica y ecológica? El papa piensa en lo que él llama “una sana política” capaz de reformar las instituciones, coordinarlas y dotarlas de mejores prácticas (n.179). Es la política que tiene como horizonte el bien común (n.182), el respeto irrestricto de los derechos humanos (n.189), la atención al clamor de los pobres (n.187), la conversión de los liderazgos (n.166), y el cultivo de la participación y la vida comunitaria (n.182), entre otros.
Pero la política que se necesita, según el Papa, requiere de buenos políticos que se preocupen “de la fragilidad de los pueblos y de las personas”
Se trata de avanzar hacia un orden social y político cuya alma sea la caridad social. Una vez más convoco a rehabilitar la política, que «es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común».
Todos los compromisos que brotan de la Doctrina Social de la Iglesia «provienen de la caridad que, según la enseñanza de Jesús, es la síntesis de toda la Ley (cf. Mt 22,36-40)».168 Esto supone reconocer que «el amor, lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también civil y político, y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor». Por esa razón, el amor no sólo se expresa en relaciones íntimas y cercanas, sino también en «las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas».
A partir del «amor social» es posible avanzar hacia una civilización del amor a la que todos podamos sentirnos convocados. La caridad, con su dinamismo universal, puede construir un mundo nuevo porque no es un sentimiento estéril, sino la mejor manera de lograr caminos eficaces de desarrollo para todos. El amor social es una «fuerza capaz de suscitar vías nuevas para afrontar los problemas del mundo de hoy y para renovar profundamente desde su interior las estructuras, organizaciones sociales y ordenamientos jurídicos».
En la actividad política hay que recordar que «más allá de toda apariencia, cada uno es inmensamente sagrado y merece nuestro cariño y nuestra entrega. Por ello, si logro ayudar a una sola persona a vivir mejor, eso ya justifica la entrega de mi vida. Es lindo ser pueblo fiel de Dios. ¡Y alcanzamos plenitud cuando rompemos las paredes y el corazón se nos llena de rostros y de nombres!».Los grandes objetivos soñados en las estrategias se logran parcialmente. Más allá de esto, quien ama y ha dejado de entender la política como una mera búsqueda de poder «tiene la seguridad de que no se pierde ninguno de sus trabajos realizados con amor, no se pierde ninguna de sus preocupaciones sinceras por los demás, no se pierde ningún acto de amor a Dios, no se pierde ningún cansancio generoso, no se pierde ninguna dolorosa paciencia. Todo eso da vueltas por el mundo como una fuerza de vida».
https://www.aciprensa.com/Docum/documento.php?id=592
https://www.revistaecclesia.com/fratelli-tutti-la-fraternidad-debe-pro
moverse-no-solo-con-palabras-sino-con-hechos/
https://catequesis.archimadrid.es/catequesis-capitulo-5o-fratelli-tutti/
https://elpreg.org/news/comunidad/la-politica-que-se-necesita
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Febrero 2021
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.