Una vez acabada la liturgia de la Palabra entramos en la liturgia Eucarística. Como sabemos bien, ambas –liturgia de la Palabra y de la Eucaristía–“están estrechamente unidas entre sí y forman un único acto de culto”[2]. De ahí que la oblatio donorum o presentación de las ofrendas, primer gesto que el sacerdote, representando a Cristo Señor, realiza en la Liturgia eucarística[3], no es sólo como un “intervalo” entre ésta y la liturgia de la Palabra, sino que constituye un punto de unión entre estas dos partes interrelacionadas para formar, sin confundirse, un único rito. De hecho, la Palabra de Dios, que la Iglesia lee y proclama en la liturgia, lleva a la Eucaristía.
La liturgia de la Palabra es un verdadero discurso que espera y exige una respuesta. Posee un carácter de proclamación y de diálogo: Dios que habla a su pueblo y éste que responde y hace suya esta palabra divina por medio del silencio, del canto; se adhiere a ella profesando su fe en la professio fidei, y lleno de confianza acude con sus peticiones al Señor[4]. Como consecuencia, el dirigirse recíproco del que proclama hacia el que escucha y viceversa, implica que sea razonable que se sitúen uno frente al otro[5].
Sin embargo, cuando el sacerdote deja el ambón o la sede, para situarse en el altar –centro de toda la liturgia eucarística[6]– nos preparamos de un modo más inmediato para la oración común que sacerdote y pueblo dirigen al Padre, por Cristo en el Espíritu Santo[7]. En esta parte de la celebración, el sacerdote únicamente habla al pueblo desde el altar[8], pues la acción sacrificial que tiene lugar en la liturgia eucarística no se dirige principalmente a la comunidad. De hecho, la orientación espiritual e interior de todos, del sacerdote –como representante de la Iglesia entera– y de los fieles, es versus Deum per Iesum Christum. Así entendemos mejor la exclamación de la Iglesia antigua: “Conversi ad Dominum”. “Sacerdote y pueblo ciertamente no rezan el uno hacia el otro, sino hacia el único Señor. Por tanto durante la oración miran en la misma dirección, hacia una imagen de Cristo en el ábside, o hacia una cruz o simplemente hacia el cielo, como hizo el Señor en la oración sacerdotal la noche antes de su Pasión”[9].
Nos dice el emérito Benedicto XVI: …’el momento de la oblatio donorum, “gesto humilde y sencillo, tiene un sentido muy grande: en el pan y el vino que llevamos al altar toda la creación es asumida por Cristo Redentor para ser transformada y presentada al Padre”[18]. Es lo que podríamos denominar el carácter cósmico y universal de la celebración eucarística. El ofertorio prepara la celebración y nos inserta en el “mysterium fidei que se realiza en la Eucaristía: el mundo nacido de las manos de Dios creador retorna a Él redimido por Cristo”[19].
No es otro el sentido del gesto de elevación de los dones y de las oraciones que acompañan al gesto de presentación de los dones del pan y del vino. “Bendito seas Señor, Dios del universo, por este pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos, él será para nosotros pan de vida”. Su contenido enlaza con las oraciones que los judíos recitaban en la mesa. Oraciones que en su forma de bendición, tienen como punto de referencia la Pascua de Israel, son pensadas, declamadas y vividas pensando en aquélla. Esto supone que han sido elegidas como una anticipación silenciosa del misterio pascual de Jesucristo. Por eso, la preparación y la realidad definitiva del sacrificio de Cristo se compenetran en estas palabras.
Por otra parte, “llevamos también al altar todo el sufrimiento y el dolor del mundo, conscientes de que todo es precioso a los ojos de Dios”[20]. En realidad, “el celebrante, en cuanto ministro del sacrificio, es el auténtico sacerdote, que lleva a cabo –en virtud del poder específico de la sagrada ordenación– el verdadero acto sacrificial que lleva de nuevo a los seres a Dios. En cambio los que participan en la Eucaristía, sin sacrificar como Él, ofrecen con Él, en virtud del sacerdocio común, sus propios sacrificios espirituales, representados por el pan y el vino, desde el momento de su preparación en el altar”[21].
El pan y el vino se convierten, en cierto sentido, en símbolo de todo lo que lleva la asamblea eucarística, por sí misma, en ofrenda a Dios y que ofrece en espíritu. Esta es la fuerza y significado espiritual de del momento de la presentación de los dones[22]. Y en esta línea se comprende la incensación de esos mismos dones colocados sobre el altar, de la cruz y del altar mismo, que significa la oblación de la Iglesia y su oración que suben como incienso hasta la presencia de Dios[23].
Por otra parte el gesto de presentación de los dones y la actitud con que se realiza, estimulan los deseos de conversión y oblación de la propia persona. Son diversos los gestos y palabras que se dirigen a lograr este ojetivo. Veamos brevemente dos de ellos.
a) La oración “In spiritu humilitatis… Notamos que la articulación en plural parece indicar, una vez más, que el sacerdote celebrante la pronuncia en nombre suyo y del pueblo. No nos parece razón suficiente para calificarla de oración privada el que se pronuncie en secreto por el sacerdote, pues las mismas oraciones de presentación de los dones pueden ser pronunciadas en voz alta o secreto y en ningún momento se consideran como privadas.
El silencio que se produce en este momento del rezo de la apología, y la posición –profundamente inclinado– del sacerdote, que manifiesta un claro ademán penitencial, facilitan a los que participan en la celebración que sean capaces de penetrar las cosas invisibles, y acentúan la idea de la necesidad de la penitencia y la humildad al encontrarnos ante Dios. Humildad y reverencia delante de los santos misterios: actitudes que revelan la sustancia misma de cualquier Liturgia[29].
b) El lavabo[30]. El lavabo en la Misa por parte del presbítero no presenta una tradición universal (en Italia y en España no lo encontramos prácticamente hasta el siglo XV, mientras que en Francia es introducido a partir de los Ordines que llegaron de Roma hacia el siglo IX[31]). En Roma presentará una función únicamente práctica, si bien después adquirirá también una simbología[32].
En la actualidad, el lavabo es una acción puramente simbólica, como se deriva de la fórmula empleada, así como del hecho que, generalmente, se lavan únicamente las puntas de los dedos índice y pulgar –los que van a tocar la sagrada Forma–. Podemos decir que el rito expresa el deseo de purificación interior[33]. De ahí que algunos plantearon y siguen planteando la supresión de este rito. No compartimos esta idea pues pensamos que tiene un claro valor catequético y además constituye un renovado acto penitencial para el sacerdote que, en ese momento, se sitúa en vista de la acción eucarística y como preparación a la misma. Al mismo tiempo, como apunta Lodi[34], la fórmula que acompaña el gesto del lavado de las manos, ya está presente desde la antigüedad cristiana como uso solemne practicado antes de que el sacerdote se recoja en oración, como se testimonia en Tertuliano[35] y en la Tradición apostólica[36].
El sacerdote concluye la presentación de los dones, dirigiéndose a los fieles pidiéndoles que recen para que: este sacrificio mío y vuestro sea agradable a Dios, Padre todopoderoso. “Tales palabras tienen un valor de compromiso en cuanto expresan el carácter de toda la liturgia eucarística y la plenitud de su contenido tanto divino como eclesial”[37]. Y lo mismo podría decirse de la respuesta de los fieles: el Señor reciba de tus manos este sacrificio para alabanza y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia. Así pues resulta lógico que “la conciencia del acto de presentar las ofrendas, debería ser mantenida durante toda la Misa”[38], pues los fieles deben aprender a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada, no sólo por el sacerdote sino también juntamente con él[39]
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Marzo 2020
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.
Bibliografía:
http://es.catholic.net/op/articulos/13763/el-sacerdote-en-el-ofertorio-de-la-santa-misa.html#modal