Haciendo un resumen de 2 Cor 9, San Pablo nos habla de que dar es importante. Afecta no solo a los destinatarios de nuestra generosidad, sino que impacta nuestro crecimiento espiritual y nuestra comprensión de la gracia de Dios. Y que la gracia de Dios no solo es suficiente sino que es abundante. Provee para nuestras necesidades y nos empodera para llevar a cabo buenas obras, incluyendo dar generosamente.
Que Dios ama al dador alegre. Esta alegría no es superficial ni fingida, sino que está profundamente arraigada en la comprensión de la abundante gracia y provisión de Dios
La generosidad no solo bendice al que la recibe, sino que también devuelve una bendición al que la da y que nuestra generosidad puede abrir puertas para el evangelismo, demostrando el amor de Dios en formas prácticas.
Y que en una cultura que a menudo fomenta el egocentrismo y la acumulación, la noción de generosidad como adoración ofrece una poderosa alternativa. Como creyentes, nuestra ofrenda sirve como un acto de adoración, recordándonos la soberanía de Dios y animándonos a responder con gratitud y generosidad.
Pero también destaca el poder de la generosidad colectiva o corporativa que nos recuerda que nuestros recursos, combinados, pueden tener un impacto significativo en nuestras comunidades y reflejar la unidad y el amor dentro del cuerpo de Cristo.
Y todo esto, refuerza que la generosidad es un acto habilitado por la gracia, un derramamiento de la abundante gracia que hemos recibido en Cristo.
Hoy continuando con el tema vamos a reflexionar con la Palabra de Vida que nos invita el Movimiento Los Focolares de este mes y que fue parte del texto de la Segunda Lectura de la Liturgia del domingo 2 de julio nos dice: “Les aseguro que cualquiera que dé de beber, aunque solo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa.”
Y nos explican que más allá de la misión específica de algunos, los apóstoles, los pastores y los profetas… Jesús anuncia que todo cristiano puede ser su discípulo, al mismo tiempo destinatario y portavoz de la misión. Y como discípulos, todos nosotros, incluso siendo “pequeños”, aparentemente carentes de calidad o de títulos especiales, estamos habilitados para dar testimonio de la cercanía de Dios. Es la entera comunidad cristiana la que es enviada a la humanidad del Padre de todos.
Todos hemos recibido atención, cuidado, perdón, confianza de Dios a través de los hermanos; todos podemos dar algo a los demás y permitirles experimentar la ternura del Padre, como hizo Jesús durante su misión. Y en esta raíz, en el Padre, la garantía de que las así llamadas “pequeñas cosas” pueden cambiar el mundo. Acaso solamente al dar un vaso de agua fresca.
Escribe Chiara Lubich: “No cuenta si podemos dar mucho o poco. Lo que importa es ‘cómo’ damos, cuánto amor ponemos incluso en un pequeño gesto de atención hacia el otro. A veces basta ofrecer un vaso de agua, de ‘agua fresca’, gesto simple y grande a los ojos de Dios si se realiza en su nombre, es decir, por amor.
La Palabra de vida de este mes podrá ayudarnos a redescubrir el valor de cada acción que nos ocupa: desde las tareas de casa, en el campo, en la empresa, hasta la realización eficiente de los trámites de oficina, las tareas de la escuela, como las responsabilidades en la esfera civil, política y religiosa. Todo puede transformarse en servicio atento y preciado. El amor nos dará ojos nuevos para intuir aquello que los demás necesitan e ir al encuentro con creatividad y generosamente. ¿El fruto? Los dones circularán, porque el amor llama al amor. La alegría se multiplicará porque “la felicidad está más en el dar que en recibir”.
“Les aseguro que cualquiera que dé de beber, aunque solo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa.”
Lo que Jesús nos pide es muy exigente: no frenar el flujo del amor de Dios. Nos pide que alcancemos a cada hombre y a cada mujer con el corazón abierto y el servicio concreto, superando nuestras categorías y nuestros juicios.
Él quiere nuestra colaboración activa y responsable por el bien común a partir de las pequeñas cosas de cada día, pero al mismo tiempo no dejará de recompensarnos, estará siempre a nuestro lado, se ocupará de nosotros y nos acompañará en la misión.
Hay muchas personas cuyas vidas no tienen sentido. Viven en la oscuridad, en el miedo. No saben para qué viven, y a ti se te ha dado gratis. El mayor acto de Caridad es dar a Cristo. En esto reconocerán que son mis discípulos, en que se aman los unos a los otros. “Lo que has recibido gratis, dadlo gratis”. En un mundo tan agresivo, ¡Qué difícil puede ser perdonar, hacer un acto de caridad, ayudar a alguien que lo necesita, o incluso, hablarle a alguien sobre Jesucristo! Pero no hay que tener miedo, Cristo está con nosotros hasta el final del mundo, y miren: ¡Él ha vencido al mundo!
No podemos vivir sin Él. Sin Cristo, todo es tristeza, todo parece difícil. Con Él todo es alegría, la carga se hace ligera y el yugo suave. El Amor de Cristo es muy valioso.
Pero ¿cómo obtenerlo? ¿Cómo recibir su amor? Ése es el misterio de Cristo: es amando como se recibe. Amor no es sentimiento, amor no es emoción. Amor es donación, es entrega. Amor es dar, dar, dar, olvidarse de sí mismo, vivir para Cristo, quien vive en los demás. Para recibir, hay que dar. Dale a Cristo tu confianza. Dale tu Fe. Dale tu tiempo. Dale tus manos, tu esfuerzo, tu trabajo. Dale tu amor, y ya verás, que Dios nunca se deja ganar en generosidad.
Es dando como más se recibe. Dale a Cristo lo que te pida, y recibirás aquello que tanto buscas: recibirás el único amor que puede llenar tu corazón. Haz la voluntad de Dios, y recibirás la Paz del Alma. No hay amor más grande que éste: dar la vida por sus amigos. Si quieres dar la vida por Cristo, haz su voluntad. ¿Cuál es la voluntad de Dios? “Éste es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros”. La Voluntad de Dios es que vivamos la Caridad. Sólo piensa: Tu vida tiene sentido: amar a Cristo, llegar al cielo. Esto tiene que llenar tu alma de felicidad, de una profunda paz, y de un gran celo por transmitirlo a los demás.
Hch 15, 24-26, nos dice: “Habiendo sabido que algunos de entre nosotros, sin mandato nuestro, os han perturbado con sus palabras, trastornando vuestros ánimos, hemos decidido de común acuerdo elegir algunos hombres y enviarlos donde vosotros, juntamente con nuestros queridos Bernabé y Pablo, que son hombres que han entregado su vida a la causa de nuestro Señor Jesucristo”. El texto nos habla de Pablo y Bernabé, “que han entregado su vida a la causa de nuestro Señor Jesucristo”.Gracias a su generosidad los cristianos de Antioquia, Siria y Cilicia conocieron el amor de Dios. Nosotros también hemos recibido la fe por medio de muchos apóstoles, sacerdotes, religiosos, religiosas, y personas que han dedicado su vida al nombre de Jesucristo. Hemos recibido su Amor, no por mérito nuestro, sino totalmente gratis.
Sabemos que fuimos creados para amar y que al final de la vida, lo único que queda es lo que hayamos hecho por Amor a Cristo y a los hermanos. El problema es que nuestro corazón humano, para amar, necesita primero ser amado. Necesitamos el Amor de Cristo, ese Amor que es gratis, sino: ¿Quién te dio la oportunidad de escuchar sobre Cristo? ¿Quién decidió dónde nacer? ¿Por cuál mérito has visto su testimonio? En Deus Caritas, Benedicto XVI afirma. “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.” La verdad es que creemos en Cristo porque la Fe se nos ha dado, gratis. No hicimos nada para merecerla. Fue Dios quien nos hizo nacer en una familia cristiana, o quien de algún modo se ha revelado a nosotros.
El Papa Francisco en una homilía en la Casa de Santa María, “advirtió que el enemigo de la generosidad es el consumismo, gastando más de lo que necesitamos. Por el contrario, la generosidad ensancha el corazón y conduce a la magnanimidad. El Pontífice observa que muchas veces en el Evangelio Jesús hace el contraste entre ricos y pobres, basta pensar en el rico Epulón y Lázaro o en el joven rico. Un contraste que hace que el Señor diga: “Es muy difícil para un rico entrar en el reino de los cielos”. Alguien puede etiquetar a Cristo como “comunista”, señala Francisco, “pero el Señor, cuando dijo estas cosas, sabía que detrás de las riquezas siempre estaba el mal espíritu: el señor del mundo”. Por eso dijo una vez: “No se puede servir a dos señores: servir a Dios y servir a las riquezas”.
Continúa el Pontífice, reflexionando en el texto de Lc 21,1-4, también hay un contraste entre los ricos “que entregaban sus ofrendas al tesoro” y una viuda pobre que entregaba dos monedas. Estos ricos son diferentes del rico Epulón: “no son malos”, subraya el Papa. “Parece ser gente buena que va al templo y da la oferta.” Es, por lo tanto, un contraste diferente. El Señor quiere decirnos algo más cuando dice que la viuda tiró más que nadie porque dio “todo lo que tenía para vivir”. “La viuda, el huérfano y el emigrante, el extranjero, eran los más pobres de la vida de Israel” – recuerda – hasta el punto de que, cuando querían hablar de los más pobres, se les remitía a ellos. Esta mujer “dio lo poco que tenía para vivir” porque confiaba en Dios, era una mujer de las bienaventuranzas, era muy generosa: “da todo porque el Señor es más que todo. El mensaje de este pasaje del Evangelio – evidencia el Papa – es una invitación a la generosidad”.
Y cuando una persona que tiene poco, se pregunta si lo poco sirve, el Papa responde que si sirve, “como las dos monedas de la viuda”.
“Una llamada a la generosidad. Y la generosidad es algo cotidiano, es algo en lo que debemos pensar…
Nosotros podemos hacer milagros con generosidad. La generosidad de las cosas pequeñas, pocas cosas. Tal vez no hacemos esto porque no nos viene a la mente. El mensaje del Evangelio nos hace pensar: ¿cómo puedo ser más generoso? Un poco más, no tanto… “Es verdad, Padre, es así, pero… no sé por qué, pero siempre hay miedo…”. Pero, hay otra enfermedad, que es la enfermedad contra la generosidad, hoy: la enfermedad del consumismo… Una gran enfermedad, [esto] del consumismo, ¡hoy! No digo que todos hagamos esto, no. Pero el consumismo, gastar más de lo necesario, la falta de austeridad en la vida: es enemigo de la generosidad.
La generosidad ensancha el corazón y te lleva a la magnanimidad.
Se trata, por tanto, de tener un corazón magnánimo por donde todos entran. “Los ricos que dieron el dinero eran buenos; la anciana era santa”, señala el Papa que, en conclusión, nos exhorta a seguir el camino de la generosidad.
El significado de generosidad no hace referencia únicamente a dar cosas materiales, sino también a ofrecer ayuda a personas que lo necesitan, y está asociada al altruismo y a la solidaridad.
Ser generosos no solo aporta a quien recibe nuestra acción, sino también a nosotros mismos porque nos sentiremos satisfechos ayudando a otros.
Se trata de una virtud y un valor positivo que puede asociarse al altruismo, la caridad y la filantropía.
Un individuo puede ser generoso con su tiempo y dedicarse a labores solidarias, sin pedir nada a cambio. Cuidar a un enfermo, limpiar una playa, acompañar a un anciano o dar refugio a un perro callejero son acciones que también forman parte de la generosidad. Puede decirse que la generosidad busca el bien común de la sociedad. La pesona generosa no pretende una recompensa por su accionar, sino que hace lo que cree correcto y justo. La lógica de su pensamiento señala que, si todos los seres humanos fueran generosos el mundo sería un lugar mejor.
Nuestra generosidad es una respuesta a la generosidad abundante de Dios hacia nosotros. Cuando somos generosos, nuestras vidas reflejan el corazón de Dios. Dios usa nuestra generosidad para expresar Su propia generosidad, al canalizar sus recursos a través de nosotros para bendecir a otros. Últimamente, cada acto de generosidad que le ofreces a alguien hace que les señales a la generosidad de Dios.
Entonces ¿por qué debemos ser generosos?
– Porque experimentaremos que hay más alegría en dar que en recibir, y podremos optar por una vida de generosidad que nos brindará una mayor felicidad y realización personal.
-Porque descubriremos que el valor de la persona no se mide por la cantidad que da sino por la alegría y la generosidad que manifiesta en sus detalles. La manera de dar vale más que lo que se da. Y así seremos capaces de ver a las personas no en función de lo que tienen sino de lo que son.
– Porque aprenderemos que ser generosos es saber dar, acompañando lo que damos con ternura, afecto y alegría. Que se debe poner el corazón en cada acción que nos lleve a compartir y viviremos la verdadera generosidad en nuestra relación con todas las personas.
– Porque dar es el acto en que se expresa el amor y una persona que sabe amar es generosa. Comprenderemos que compartir no se limita a dar cosas materiales, sino que involucra el tiempo, la atención, el amor, los sentimientos, etcétera y estaremos capacitados a amar con madurez y sinceridad, sin egoísmo.
– Porque no se trata únicamente de aprender a dar cosas, sino de aprender a darse uno mismo. Ser generoso no es dar lo que nos sobre, sino dar lo que somos. Este es el fundamento de la felicidad humana.
– Porque es enriquecer a los que nos rodean con nuestros propios valores, colaborando en la transformación de la sociedad, sin permitir que se desperdicien los dones y cualidades que Dios ha dado a cada uno.
– Porque compartir implica estar atento y saber reconocer la necesidad del otro, abriéndose a los demás y abriendo el propio interior al amor de los otros.
– Porque la solidaridad debe ser una actitud habitual, firme y perseverante de servicio, de poner atención en las necesidades de los demás, aún a costa de los beneficios propios.
– Porque valorar y ayudar a los compañeros y participar con ellos llevará a la solidaridad y a la generosidad.
– Porque la solidaridad implica un compromiso que en muchas ocasiones nos obliga a dejar nuestra comodidad e intereses inmediatos por el bien común. Este compromiso lo debe llevar a buscar siempre los mejores medios, comprometiendo a la persona para servir y trabajar con generosidad por los demás.
– Porque ser generoso en el servicio a los demás da sentido a la propia vida.
– Porque al vivir esta virtud no desde un punto de vista teórico, sino práctico, lograremos una mayor armonía en la familia y en la sociedad, trabajando y luchando juntos y capacitaremos a los demás a formar la propia familia con más posibilidades de estabilidad, éxito y felicidad.
En conclusión, vivir la generosidad significa
– Dar con alegría.
– Compartir de buen modo.
– Dar algo que es valioso para mí.
– Guardar parte de lo mío para ayudar a quien lo necesite.
– Compartir con una sonrisa aunque me sienta mal.
– Compartir mi tiempo escuchando con atención lo que otros tengan que decirme, aunque yo tenga otras cosas que hacer o realmente no me interese mucho lo que dicen.
– Estar siempre pendiente de las necesidades de los demás.
– Estar siempre dispuesto a dar lo mejor de mí ante las necesidades de los demás.
– Ayudar sin que nadie me lo pida.
– Compartir mi tiempo ayudando aunque tenga que dejar de hacer otras cosas que me gustan.
– Hacer algo cada día por el bien de los demás, buscando la manera mejor y más eficaz de hacerlo, dando siempre lo mejor de mí.
Término con un pensamiento de Sor Evelia, nuestra gran Maestra: “Nadie logra la verdadera grandeza, si no está más o menos convencido que su vida pertenece a la humanidad y que lo que Dios le da, se lo da para sus semejantes.”
Canción
Fuentes
https://ciudadnueva.com.ar/wp-content/uploads/2023/06/PV-07-2023_doble-1.docx
https://www.bibliatodo.com/Diccionario-biblico/generosamente
https://pastorrick.com/la-generosidad-es-una-actitud-no-una-cantidad/
https://viralbeliever.com/es/summary-of-2-corinthians-9-623/#gsc.tab=0
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Junio 2023.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.