Siguiendo con el comentario del libro de Nouwen, El Regrespo del Hijo Pródigo en nuestra última publicación la semana pasada quedamos en las interrogantes: ¿Hay algún camino para llegar a la paternidad espiritual? ¿O estoy condenado a seguir tan atrapado en mi necesidad de encontrar un lugar en el mundo que acabaré utilizando una y otra vez la autoridad del poder en vez de la autoridad de la misericordia?..
Nos dice el autor que si realmente Jesús me llama para ser misericordioso como su Padre celestial es misericordioso, y si Jesús se ofrece a sí mismo como el camino para llevar una vida misericordiosa, entonces yo no puedo seguir actuando como si la competencia fuera la última palabra. Tengo que confiar en que soy capaz de convertirme en el Padre que estoy llamado a ser.
La paternidad espiritual, hemos dicho, no tiene nada que ver con el poder o el control. Es una paternidad de misericordia.
Y para comprenderlo en profundidad, tengo que seguir mirando cómo abraza el padre a su hijo.
Vamos a hablar un poco sobre los tres estados o funciones del yo de los que habla el análisis transaccional; el niño, el padre (diferente al Padre Dios) y el adulto. De lo que se trata es de lograr que el adulto tome el control y regule las otras dimensiones de la personalidad.
¿Cuándo somos como el padre, crítico, uno de los estadíos del padre?
Cuando estamos pensando, sintiendo, hablando o comportándonos como alguna de nuestras figuras parentales
Nace de nuestro banco de datos INTERIORIZADO ACERCA DE LO QUE SE DEBE HACER
Es lo que hemos introyectado de la cultura, de las tradiciones, de las normas, de los valores, de nuestra concepción del mundo y de la vida
Da órdenes, usa adjetivos calificativos, pone etiquetas, hace juicios de valor.
Regaña, denigra, humilla, minimiza, e impone, domina, autoritario, prepotente, mandón, perseguidor
¿Cómo habla usualmente el padre crítico?:
Estás equivocado, no es así Eso no es cierto
Lo estás viendo mal,
Estás tergiversando
Te estás contradiciendo
Que feo pensar así
¿Cómo se te ocurre?
¿Cómo vas a pensar eso?
¿Cómo vas a sentir eso?
¿Cómo es posible que…vayas, que hagas, que digas, Yo creo que vos estás sintiendo
Yo sé porque es que decís eso
A mí no me parece que debas sentir eso
Le estás dando demasiada importancia
Me parece que estás exagerando
No es eso lo que sentís, lo que te pasa es que…
Es la estupidez más grande que he oído en mi vida. Eres un mal agradecido.
Al contrario de esto, en el camino hacia la Paternidad espiritual, descubro tres aspectos de la paternidad misericordiosa: el dolor, el perdón y la generosidad.
El DOLOR
Puede parecer raro considerar el dolor como una forma de compasión, pero lo es. El dolor me hace reconocer los pecados del mundo -incluidos los míos-, me estremece el corazón y me hace derramar muchas lágrimas por ellos. No hay misericordia sin lágrimas. Si no son lágrimas que salen de los ojos, tienen que ser lágrimas que broten del corazón. Cuando me paro a pensar en la desobediencia de los hijos de Dios, en nuestra lujuria, nuestra codicia, nuestra violencia, nuestra ira, nuestro rencor, y cuando los miro a través de los ojos del corazón de Dios, no puedo más que llorar y gritar con dolor:
Mira, alma mía, cómo un ser humano intenta hacer daño a otro; mira cómo esos tratan de perjudicar a sus compañeros; mira a aquellos padres molestando a sus hijos; mira cómo el amo explota a sus trabajadores; mira a la mujer violada, al hombre maltratado, a los niños abandonados. Mira, alma mía, el mundo; los campos de concentración, las cárceles, los reformatorios, las clínicas, los hospitales y escucha los gritos de los pobres.
Este dolor es oración. Pero el dolor es la disciplina del corazón que ve el pecado del mundo, y es también el doloroso precio para alcanzar la libertad sin la cual el amor no puede surgir. Estoy empezando a ver que el dolor es una parte muy importante de la oración. El dolor es tan profundo no sólo porque el pecado del hombre sea tan grande, sino también -y sobre todo- porque el amor divino no conoce fronteras. Para llegar a ser como el Padre, cuya única autoridad es la compasión, tengo que derramar incontables lágrimas y así preparar mi corazón para recibir a cualquier persona, no importa cuál haya sido su trayectoria, y perdonarle desde ese corazón.
El PERDÓN
El segundo camino que conduce a la paternidad espiritual es el perdón. Es a través del perdón constante como llegamos a ser como el Padre. Perdonar de corazón es muy difícil. Casi imposible. Jesús dijo a sus discípulos: «Si tu hermano peca contra ti siete veces al día y otras siete viene a decirte: ‘Me arrepiento’, perdónalo.» (Lc 17,4)
Muchas veces digo, “te perdono,” pero mi corazón sigue enfadado o resentido. Quiero seguir escuchando la historia que me demuestra que después de todo tengo razón; quiero seguir oyendo disculpas y excusas; quiero tener la satisfacción de recibir alguna alabanza a cambio -¡aunque sólo sea la alabanza por haber perdonado!
Y sin embargo, el perdón de Dios es incondicional; surge de un corazón que no reclama nada para sí, de un corazón que está completamente vacío de egoísmo.
“Ella…me ha perfumado los pies. Me ama mucho porque sabe que sus muchos pecados ya están perdonados. Y al que mucho se le perdona, mucha ama.” (Lucas 7:46-48)
Esa es la base para responder al llamado a ser el Padre.
Estar en la casa del Padre exige que haga mía la vida del Padre y me transforme en su imagen.
Comenzaremos por decir que no puedo ser siempre un niño. No puedo seguir poniendo a mi padre crítico interno como excusa en mi vida.
Cuándo somos como el niño del Análisis Transaccional:
Cuando sentimos, pensamos, hablamos o actuamos como cuando éramos niños, a solas o con otros, predominan las emociones, la expresividad sin control
Si bien es cierto, el niño aporta la espontaneidad, la creatividad, el entusiasmo, la habilidad, el afecto natural, la vivacidad … de cuando éramos niños.
Pero también puede ser nuestra parte atemorizada, avergonzada, malhumorada, desconsiderada, e incluso cruel… como lo éramos de niños.
Entonces sé que tengo que seguir mirando cómo abraza el padre a su hijo.
Sus hijos son su única preocupación; quiere darse a ellos.
“Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; más cuando ya fui grande, dejé atrás lo que era de niño.” 1 Corintios 13:11.
Es su divino perdón lo que tengo que practicar en mi vida diaria. Es una llamada a pasar por encima de todos mis argumentos que me dicen que el perdón es poco prudente, poco saludable y nada práctico. Me reta a pasar por encima de todas mis necesidades de gratitud y atención. Por último, me exige pasar por encima de esa parte de mi yo que se siente herida y agraviada y que desea mantener el control y poner algunas condiciones entre el que me ha pedido perdón y yo.
Este «pasar por encima» es la auténtica disciplina del perdón. Tal vez sea «trepar» más que «pasar». A menudo tengo que trepar el muro de argumentos y sentimientos negativos que he levantado entre aquél al que quiero y no me devuelve ese amor, y yo. Es un muro de miedo a ser utilizado o herido otra vez. Es un muro de orgullo y de deseo de controlar. Pero cada vez que trepo ese muro, entro en la casa donde habita el Padre, y allí abrazo a mi hermano con un amor auténtico y misericordioso.
El dolor me permite ver más allá de mi muro y darme cuenta del sufrimiento tan horroroso que resulta del extravío humano. Abre mi corazón a una auténtica solidaridad con los otros seres humanos. El perdón es la vía para saltar este muro y acoger a los otros en mi corazón sin esperar nada a cambio. Sólo cuando recuerdo que soy el hijo amado soy capaz de acoger a aquéllos que quieren volver a mí con la misma misericordia con la que el Padre me acoge a mí.
GENEROSIDAD
La tercera vía para llegar a ser como el Padre es la generosidad. En la parábola, el padre no sólo entrega a su hijo todo lo que le pide, sino que cuando vuelve lo cubre de regalos. Y a su hijo mayor le dice: «Todo lo mío es tuyo.» (Lc 15,31) No hay nada que el padre se guarde para sí. Se vacía de sí mismo y entrega todo a sus hijos.
Ofrece más de lo que se supone que un hombre al que se le ha ofendido puede dar; se da a sí mismo sin reservas. Los dos hijos lo son «todo» para él. Desea entregarles toda su vida. La manera como entrega al hijo menor la túnica, el anillo y las sandalias, y la forma como es recibido, así como la manera como anima al hijo mayor para que acepte ocupar su lugar en el corazón del padre y se siente a la mesa junto a su hermano menor, deja claro que todas las fronteras del comportamiento patriarcal se han roto. Éste no es el cuadro de un padre extraordinario. Es el retrato de Dios, cuya bondad, amor, perdón, cuidado, alegría y misericordia no conocen límites. Jesús presenta la generosidad de Dios usando todas las imágenes de su cultura, aunque transformándolas constantemente.
Para llegar a ser como el Padre, tengo que ser tan generoso como El. Así como el Padre se da a sus hijos por entero, así yo tengo que darme por entero a mis hermanos y hermanas. Jesús deja muy claro que el darse a sí mismo es la marca del verdadero discípulo. «Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos.» (/Jn/15/13)
Este darse es una disciplina porque no es algo que salga de manera espontánea. Como hijos de la oscuridad que caminan a través del miedo, del propio interés, de la codicia, y del poder, nuestros grandes motivadores son la supervivencia y el instinto de conservación. Pero como hijos de la luz que saben perfectamente que el amor ahuyenta todo miedo, es posible dejar a un lado todo lo que tenemos en contra de los otros.
Como hijos de la luz, nos preparamos para llegar a ser verdaderos mártires: personas que con sus vidas dan testimonio del amor sin límites de Dios. Darlo todo supone ganarlo todo. Jesús expresa esto con toda claridad cuando dice: «El que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí y por la buena noticia la salvará.» (Mc 8,35)
Cada vez que avanzo un paso hacia la generosidad, sé que me muevo del miedo al amor. Pero al principio estos pasos son duros de dar porque hay demasiadas emociones y sentimientos que me retienen. ¿Por qué tendría que gastar mi energía, tiempo, dinero, e incluso atención, con alguien que me ha ofendido? ¿Por qué tendría que compartir mi vida con alguien que me ha faltado al respeto?
Porque… la verdad es que, en sentido espiritual, el que me ha ofendido pertenece a mi «familia», a mi «gen.» La palabra «generosidad» incluye el término «gen» que también lo encontramos en las palabras «género», «generación» y «generativo.» Este término, del latín genus y del griego genos, se refiere al hecho de pertenecer a una clase. Generosidad es un dar que viene del saberse parte de ese vínculo íntimo. La verdadera generosidad actúa desde el convencimiento -no desde el sentimiento- de que todos a los que se me pide que perdone son «parientes» y pertenecen a mi familia. Y cada vez que obre así, esta verdad se me hará más visible. La generosidad crea la familia que cree en ella.
Reflexión
Canción
Blibiografía:
Folletos Randall Urbina.
https://es.aleteia.org/2022/01/25/vuelve-a-la-casa-de-tu-padre-henri-nowen-comenta-a-rembrandt/
https://mercaba.org/FICHAS/Meditacion/nowmen4.htm
https://acompasando.org/el-regreso-del-hijo-prodigo/
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Mayo 2022.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.