María nos enseña a orar. Ella, desde el inicio de su vida, fue imbuida por el Espíritu Santo quien la condujo por el camino de la santidad. Por lo que orar en María es aprender a orar con su mismo corazón, con sus mismas palabras y con sus mismas actitudes. Así nuestra oración será cada vez más agradable al Padre.
En la Peregrinación de este año sobre la Oración, el padre Solana nos explicaba que en Lc 11, 27-28: “Cuando Jesús terminó de hablar, una mujer levantó la voz en medio de la multitud y le dijo: «¡Feliz el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron!». Jesús le respondió: «Felices más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la practican”; esta respuesta de Jesús personifica la maternidad espiritual de la Virgen. Y el CC 2617 dice que “la oración de María se nos revela en la aurora de la plenitud de los tiempos. Antes de la Encarnación del Hijo de Dios y antes de la efusión del Espíritu Santo, su oración coopera de manera única con el designio amoroso del Padre”, o sea en el origen, en donde Dios quiere dar el criterio más santo, ahí esta la Oración de la Virgen María.
La Virgen, afirma el Padre Solana, tiene sintonizados su corazón, mente, planes, deseos con Dios, lo que la lleva a cooperar con el designio amoroso de Dios. Los padres de la Iglesia, afirman que Jesús se encarnó primero en su mente, en su alma y en oración y después en su vientre, por eso aceptó en fe la propuesta del Ángel Gabriel.
Así el Fiat de María, es la primera oración perfectamente cristiana: ser todo El ya que El es todo en nuestro.
María ora e intercede: CC 2618: El Evangelio nos revela cómo María ora e intercede en la fe: en Caná (cf Jn 2, 1-12) la madre de Jesús ruega a su Hijo por las necesidades de un banquete de bodas, signo de otro banquete, el de las bodas del Cordero que da su Cuerpo y su Sangre a petición de la Iglesia, su Esposa. Apoc 22, 17 nos presenta a la Iglesia como Esposa del Cordero y entonces María intercediendo, está anticipando otra fiesta, la Fiesta de Cristo con su Esposa La Iglesia.
Y en la hora de la nueva Alianza, al pie de la Cruz (cf Jn 19, 25-27), María es escuchada como la Mujer, la nueva Eva, la verdadera “madre de los que viven”.
María, “Mujer, ahí tienes a tu hijo…Ahí tienes a tu madre.» Jn 19, 26-27 María es escuchada como Madre de los vivientes . Ella es la Corredentora.
El Magnicat que se nos presenta en el 2619. En las palabras de María estamos leyendo ya un anticipo de las bienaventuranzas y una visión de la salvación que rompe todos los moldes establecidos. En el canto, María dice cosas que deberían hacernos temblar.
El canto es como un espejo del alma de María. Es, sin duda, el mejor retrato de María que tenemos. Su canto es, a la vez, bello y sencillo. Sin alardes literarios, sin grandes imágenes poéticas, sin que en él se diga nada extraordinario. Y sin embargo, ¡qué impresionantes resultan sus palabras!
Es, ante todo, un estallido de alegría. Las cosas de Dios parten del gozo y terminan en el entusiasmo. Dios viene a llenar, no a vaciar. Pero ese gozo no es humano. Viene de Dios y en Dios termina. La alegría de María no es de este mundo. No se alegra de su maternidad humana, sino de ser la madre del Mesías, su Salvador (M. Thurian). No de tener un hijo, sino de que ese hijo sea Dios.
La cuarta estrofa del himno de María resume su visión de la historia. Y se reduce a una sola idea: el reino de Dios, que su hijo trae, no tiene nada que ver con el reino de este mundo.
Y ésta es la parte subversiva del himno que no podemos disimular: para María el signo visible de la venida del Reino de Dios es la humillación de los soberbios, la derrota de los potentados, la exaltación de los humildes y los pobres, el vaciamiento de los ricos.
María, en el Magnificat, no separa lo que Dios ha unido por medio de su Hijo: los problemas temporales de los celestiales. Su canto es, verdaderamente, un himno revolucionario, pero de una revolución integral. Por eso María puede predicar esa revolución con alegría.
Como vemos la Virgen vivió la participación virtuosa en el misterio pascual de Cristo con múltiples modalidades. Ante todo preanunció, a modo de signo y de símbolo, el acontecimiento salvífico de Jesús (Jn 2,1-11; LG 58). Por otra parte, es propio de toda alma unida a Cristo ser profeta del reino. Y esto más todavía para la persona virgen.
En segundo lugar, María convivió la experiencia pascual singular que Cristo iba realizando para la salvación de la humanidad. La espiritualidad de María no es autónoma; es puro reflejo de la espiritualidad pascual de Jesús. Cuando en la anunciación le dice María al ángel: “¿Cómo es posible? No conozco varón” (Lc 1,34), no objeta propiamente el hecho de su virginidad, sino que pregunta cómo puede participar en la historia de la salvación. El ángel le recuerda que el acontecimiento salvífico es la manifestación de la omnipotencia divina: “Nada es imposible para Dios” (Lc 1,37).
A veces nos sentimos propensos a imaginar a María como ejemplar de una vida íntima, concentrada toda en la esfera privada, deseosa de ocultarse. Sin embargo, los relatos del nacimiento y de la infancia de Jesús —referidos por Lucas tal como María misma los refirió (Lc 1-2)— muestran que María vivía su existencia en una dimensión profético-salvifica, visión salvífica que explota en el Magnificat. Al hacerse enteramente disponible a la gracia pascual de Cristo, mostró que aspiraba de modo profundo a vivir para la santificación de todas las almas. Como Jesús y en Jesús, vivió en servicio de holocausto por todos nosotros (cf LC 60).
El misterio pascual de Cristo lo vivió María no solamente por los otros, sino fundamentalmente también para hacer resurgir su ser virginal a la vida nueva según el espíritu. Éste es el sentido de la profecía de Simeón: “Y una espada traspasará tu alma” (Lc 3, 35). La existencia humana de la Virgen debe ser desgarrada y destruida para resucitar con Jesús.
El evangelio nos recuerda un aspecto de la experiencia personal de María: en su maternidad. La Virgen concibió y experimentó la progresiva separación de Jesús de su existencia como un morir progresivo según la carne para renacer según el espíritu. Separación inicial en el nacimiento (Lc 2,7), acentuada cuando Jesús niño muestra la independencia natural de su edad, pero para ejercer tareas que su Padre le había asignado (Lc 2,41ss): con el bautismo recibido de Juan abandona definitivamente la casa familiar (Lc 3,21ss); separación que se consuma con la muerte de Jesús en la cruz, en la cual él confía su madre al discípulo predilecto (Jn 19,26s). En correspondencia con este progresivo morir al vínculo físico con Jesús (kénosis mariana), María lleva a cabo una unión y uniformidad correspondiente con Jesús como Espíritu resucitado. La Virgen tuvo en perenne gestación al Señor, desde una procreación física a una procreación pneumática. Jesús mismo invitó explícitamente a su madre a introducirse en esta maternidad salvifico-pascual. Cuando le dicen a Jesús que “su madre, sus hermanos y hermanas” le llaman (Mc 3,31-32), él precisa: mi madre es aquella que “hace la voluntad de Dios” (Mc 3,33-35; Lc 11,27-28). En las bodas de Caná Jesús rechaza la pretensión de María de querer basarse en su maternidad humana (“Mujer, ¿qué hay entre tú y yo?”, Jn 2,4). Al morir en la cruz, le reconoce que con su participación en su misterio pascual ha adquirido una maternidad eclesial (Jn 19,26-27).
María vivió de modo perenne el misterio pascual que Simeón le había profetizado con claridad (Lc 2,22s). El mismo evangelio se apresura a recordarnos algunas estaciones del vía crucis de María: duda de José sobre su maternidad parto, en Belén, huida a Egipto, pérdida de Jesús en el templo, no aceptación por parte de Jesús en el desarrollo de su apostolado, a los pies de la cruz. Verdaderamente María vivió el “misterio de la redención con él y bajo él, por la gracia de Dios omnipotente” (LC 56). Esta vida suya tejida de vía crucis es la que la piedad popular ha venerado e imitado sobre todo en María madre dolorosa, aunque resulta para nosotros inefable su resurgir según el Espíritu de Cristo, resurgir realizado progresivamente ya en su vida terrena.
EI hecho de que María fuera introducida a vivir con Cristo y en Cristo el misterio pascual nos ayuda a comprender lo que para ella significó ser proclamada kejaritoméne (Lc 1, 28.35-46), es decir, objeto por excelencia de la benevolencia de Dios. Ella fue privilegiada por puro don de Dios en participar de modo singular en el misterio pascual del Señor. Esta es su grandeza primaria (LG 65). Verdaderamente fue la madre que se asoció a Cristo en su nacer como Espíritu resucitado.
La lectura de las sagradas Escrituras, hecha bajo el influjo del Espíritu Santo y teniendo presentes las adquisiciones de las ciencias humanas y las variadas situaciones del mundo contemporáneo, llevará a descubrir cómo María puede ser tomada como espejo de las esperanzas de los hombres de nuestro tiempo”. Verdaderamente, la comunidad cristiana piensa y contempla a la virgen María según las actuales exigencias espirituales; la siente vivir de manera eminente dentro de sus propias expectativas evangélicas (LG 53). A titulo de ejemplo. podemos recordar algún aspecto de la espiritualidad mariana como hoy es eclesialmente meditada y proclamada. Se siente la necesidad de vivir una espiritualidad que esté centrada en el Espíritu de Cristo. La Virgen ayuda a comprender en concreto cómo una vivencia cristiana debe considerarse un don del Espíritu. “En ella la iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la redención” de Cristo (SC 103); a aquella que se ha transformado en espíritu en unión íntima con el Señor resucitado. La misma profundización de la devoción a la Virgen resulta únicamente posible a través de una acentuada unión de amor con el Señor.
Hoy, el mismo magisterio eclesiástico nos invita a reconocer que María, “aun habiéndose abandonado a la voluntad del Señor, fue algo del todo distinto de una mujer pasivamente remisiva o de religiosidad alienante, antes bien fue mujer que no dudó en proclamar que Dios es vindicador de los humildes y de los oprimidos y derriba de sus tronos a los poderosos del mundo (cf Lc 1,5153)”, debiendo reconocer “en María, que sobresale entre los humildes y los pobres de espíritu, una mujer fuerte que conoció la pobreza y el sufrimiento, la huida y el exilio” (MC 37). Parafraseando una expresión de san Ambrosio, hemos de decir que toda mujer moderna debería considerar un honor ser identificada con María, puesto que está llamada a engendrar a la humanidad nueva según el Espíritu de Cristo.
Dado que la espiritualidad de María se ha concebido siempre como sumamente actual, es comprensible que las modernas corrientes espirituales se inspiren en la Virgen al proponer y vivir su propio ideal evangélico. Recordemos algún ejemplo. Los focolares, con su lema “vivir a María”, invitan a perennizar hoy la misión de María: hacer nacer a Jesús en medio de los hombres. La renovación carismática ofrece la alabanza a María en la experiencia del Espíritu para renovar en sí mismos el pentecostés que los apóstoles recibieron como don cuando permanecieron unidos en el cenáculo orando con María. Las comunidades neocatecumenales se encaminan hacia la fe adulta madurada a la luz de la palabra según el paradigma mariano: vivir el bautismo hasta hacer nacer a Jesús en sí mismos, como ocurrió en María.
Nosotras, como Betanias, hemos aprendido que para cumplir uno de nuestros principios: Hacer Amar a Dios, el caminos es: Sirviendo con María y como ella. Su actitud es la más eficaz: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). La Iglesia se proclamó una Iglesia servidora del mundo y de los hombres. Por eso eligió como modelo de esa actitud a María.
Entonces servir con amor a imitación de María, debe ser un amor universal, después un amor que toma la iniciativa, un amor con empatía, poniéndose el lugar del otro para amarlo, no como a uno le gusta, sino como el prójimo necesita y finalmente un amor que está dispuesto a dar nuevas oportunidades, a perdonar.
Cómo:
1.-Amando a todos, no podemos excluir a nadie, todo tipo de exclusión no es coherente con el amor cristiano.
2.- Amar primero, no esperar a que sea el otro el que tome la inciativa, sino salir a buscarlo. Amar es una bendición, es la auténtica experiencia de felicidad. Él verdaderamente afortunado no es el que se deja querer, sino el que quiere, el que ama.
3.- Dispuesto a volver a empezar, perdonar, para ello no hay nada mejor que meditar las palabras del Señor: “La medida que uses la usarán contigo” Mc 4, 21, 24.
Volver a empezar es también, pedir perdón, actitud que debe ir acompañada de un verdadero propósito de enmienda.
4.-Hacernos uno con el prójimo para amarle, no sólo como me gustaría que me amaran, sino trascender esto y amar como él necesita ser amado.
5.- Debe ser un amor basado en la fe, no en sentimientos; un amor religioso, experimentado como un deber y no como una opción, concreto y expresado también en la oración.
En conclusión, para la comunidad cristiana María es signo de autenticidad evangélica, vivir las expectativas de hoy según una entonación espiritual mariana; es un ofrecerse como María y en María a ser sacramento viviente del acontecimiento salvífico pascual del Señor.
¿Quiéres construir el edificio de tu fe sobre una roca firme que nunca se desmorone? Imita a la Virgen. Ten su fe en Dios, en el amor de Dios. Y obra en consecuencia.
Canción
https://youtu.be/QXJzSzb1n84?si=WqfFV42GgQ9tEEAC
Textos Consultados
https://es.catholic.net/op/articulos/41850/cat/1077/magnificat.html#modal
https://vive-feliz.club/para-ser-betania…-amar-como-maria/
https://es.catholic.net/op/articulos/65418/cat/1077/papel-de-maria-en-nuestra-vida-espiritual.html
https://www.mercaba.org/FICHAS/MAR%C3%8DA/534.htm
https://youtu.be/my6x-ZXZwl4?si=2GqSlWtnFlMxttCp
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Mayo 2024.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.