El perdón de las faltas cometidas es el regalo más excelente que uno puede recibir. Precisamente, la razón por la cual Jesucristo, nuestro Señor, vino al mundo como hombre y sufrió y murió por nosotros en la cruz fue para concedernos el regalo de la reconciliación con su Padre y con nuestros hermanos y hermanas. Todo lo que Cristo quiso hacer fue cerrar el abismo infranqueable de separación entre Dios y el ser humano que causó el pecado de Adán; es decir, llevarnos a cada uno de nosotros a una comunión perfecta con su Padre y con el prójimo. El Señor quiere que todos sus hijos tengan aquella magnífica experiencia de ser perdonados; pero no sólo por un momento, sino para toda la eternidad.
”En segundo lugar, continua el Papa Francisco en la homilia del domingo, Fiesta de la Divina Misericordia, Jesús misericordia a los discípulos dándoles el Espíritu Santo. Lo otorga para la remisión de los pecados (cf. vv. 22-23). Los discípulos eran culpables, habían huido abandonando al Maestro. Y el pecado atormenta, el mal tiene su precio. Siempre tenemos presente nuestro pecado, dice el Salmo (cf. 51,5).
Solos no podemos borrarlo. Sólo Dios lo quita, sólo Él con su misericordia nos hace salir de nuestras miserias más profundas. Como aquellos discípulos, necesitamos dejarnos perdonar. Y decir de corazón: ‘Perdón, Señor’. Abrir el corazón para dejarse perdonar. El perdón en el Espíritu Santo es el don pascual para resurgir interiormente. Pidamos la gracia de acogerlo, de abrazar el Sacramento del perdón. Y de comprender que en el centro de la Confesión no estamos nosotros con nuestros pecados, sino Dios con su misericordia…”
El perdón nos hace libres. Pero yo reconocí mi pecado, no te escondí mi culpa, pensando: ‘Confesaré mis faltas al Señor’. (Salmo 32, 5)
Hay muchas personas que cometen el error de creer que los católicos aceptamos fácilmente la culpa personal, que nuestra fe está basada en el sentimiento de culpa y que el perdón de Dios se gana por el esfuerzo que uno haga. La verdad es que nos interesa reconocer las culpas porque sabemos que el hecho de ser perdonados es profundamente liberador; sabemos que una vez que reunimos el coraje para admitir que hemos pecado, ahí puede comenzar la sanación.
“No nos confesamos para hundirnos, sino para dejarnos levantar, continua el Papa Lo necesitamos mucho, todos. Lo necesitamos, así como los niños pequeños, todas las veces que caen, necesitan que el papá los vuelva a levantar. También nosotros caemos con frecuencia. Y la mano del Padre está lista para volver a ponernos en pie y hacer que sigamos adelante.
Esta mano segura y confiable es la Confesión. Es el Sacramento que vuelve a levantarnos, que no nos deja tirados, llorando contra el duro suelo de nuestras caídas. Es el Sacramento de la resurrección, es misericordia pura. Y el que recibe las confesiones debe hacer sentir la dulzura de la misericordia.
Este es el camino de aquellos que reciben la confesión de la gente: hacer sentir la misericordia de Jesús, que lo perdona todo. Dios lo perdona todo.”
La verdad es que todos somos pecadores, extremadamente necesitados de la misericordia y la clemencia del Padre. Por eso, todos deberíamos llenarnos de alegría, como iglesia y pueblo unido por el amor de Dios, porque todos tenemos parte en la maravillosa y sobreabundante misericordia de nuestro Padre.
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Abril 2021
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.