En nuestros itinerario de crecimiento espiritual, sin duda alguna muchos de nosotros como los discípulos, hemos experimentado como Jesus nos sorprende con la novedad de sus enseñanzas.
La sorpresa es una emoción que ocurre cuando vemos o nos ocurre algo inesperado, el asombro es la reacción que tenemos ante ese evento, pudiendo ser una positiva o negativa. Se conoce como asombro es esa sorpresa, la estupefacción, el pasmo o la consternación que se produce por algo inesperado o impensado.
La Palabra de Dios dice lo que quiere decir, es libre y también sorprende, porque nuestro Dios es el Dios de las sorpresas, afirma el Papa Francisco. Y continúa, Él es la novedad. El Evangelio es novedad. La Revelación es novedad. Nuestro Dios es un Dios que siempre hace las cosas nuevas y pide de nosotros que tengamos docilidad a su novedad. En el Evangelio de Mateo 9, 17, Jesús es muy claro en esto: vino nuevo, odres nuevos. El vino lo lleva a Dios, pero debe ser recibido con esta apertura a la novedad. Y esto se llama docilidad. Nosotros debemos preguntarnos: ¿Yo soy dócil a la Palabra de Dios o hago siempre lo que yo creo que es la Palabra de Dios?”, se preguntó el Santo Padre.
“Si yo no soy dócil, termino como la pieza de paño nuevo sobre un vestido viejo, y el vestido queda peor. Cuando quiero tomar electricidad de la fuente eléctrica, si el aparato no funciona, busco un adaptador. Nosotros debemos siempre tratar de adaptarnos, de adecuarnos a esta novedad de la Palabra de Dios, estar abiertos a la novedad. Saúl (1Sm 15,16-23) que era el elegido de Dios, había olvidado que Dios es sorpresa y novedad. Lo había olvidado, se había encerrado en sus pensamientos, en sus esquemas, había razonado humanamente”, subrayó. ´Estos animales tan bellos serán para el Señor`, pensaba Saúl, quien con su pensamiento estaba encerrado en las costumbres, mientras que nuestro Dios, no es un Dios de costumbres: es un Dios de sorpresas. Saúl no obedeció a la Palabra de Dios. Y Samuel lo reprende por esto, le hace sentir que no ha obedecido, se ha adueñado de la Palabra de Dios..
Las palabras de Samuel «nos hacen pensar en qué consiste la libertad cristiana, en qué consiste la obediencia cristiana», dijo el Papa. «La libertad cristiana y la obediencia cristiana es docilidad a la Palabra de Dios; es tener ese valor de llegar a ser odres nuevos para este vino nuevo que llega continuamente. Este valor de discernir siempre, discernir siempre —y no relativizar— lo que hace el espíritu en mi corazón, qué quiere el espíritu en mi corazón… Y obedecer». Y concluyó con las dos palabras clave de su meditación, «discernir y obedecer»
Debemos estar siempre preparados a acoger la “novedad” del Evangelio y las “sorpresas de Dios”.
La Palabra de Dios es viva y eficaz, discierne los sentimientos y los pensamientos del corazón. Y para acoger verdaderamente la Palabra de Dios, hay que tener una actitud de “docilidad”.
La Palabra de Dios es viva y por eso viene y dice lo que quiere decir: no lo que yo espero que diga o lo que me gustaría que dijera. También la Palabra de Dios es libre y también un sorpresa porque “nuestro Dios es un Dios de las sorpresas”.
El Evangelio es novedad. La Revelación es novedad. Nuestro Dios es un Dios que siempre hace las cosas nuevas y nos pide esta docilidad a su novedad. En el Evangelio Jesús es claro en esto, es muy claro: vino nuevo en odres nuevos.
Qué es un odre y cómo se usaba en tiempos bíblicos
El odre al que se refiere la parábola de Jesucristo era una bolsa hecha de cuero, usualmente de cabra y en tiempos bíblicos se usaba especialmente para contener líquidos.
Una vez curtido se aplicaba una costura alrededor del cuero dejando solamente un orificio en la parte del cuello por donde era vertido el líquido para su preservación.
El vino nuevo o recién obtenido se vertía en el odre y se dejaba reposando. Conforme el vino iba fermentando la bolsa de cuero se estiraba debido a la emisión de gas del contenido.
Cuando el odre era viejo y debido al mucho uso perdía su elasticidad y se ponía muy duro. Si a este odre tan endurecido que ya había dado de sí y por tanto no estiraba más se le ponía vino nuevo el resultado era que al fermentar el vino se reventaba el odre, perdiéndose tanto el odre como el vino.
Por ello los odres viejos solo podían utilizarse para guardar vino viejo en tanto que el vino nuevo debía guardarse en odres nuevos
Continua el Pontífice. “El vino lo lleva Dios, pero debe ser recibido con esta apertura a la novedad. Y esto se llama docilidad. Nosotros podemos preguntarnos: ¿yo soy una persona dócil a la Palabra de Dios? ¿Hago pasar la Palabra de Dios por un alambique y al final es otra cosa respecto a lo que Dios quiere hacer”.
Cuando yo quiero coger electricidad de la fuente eléctrica, si el aparato que tengo no funciona, busco un adaptador. Nosotros debemos buscar siempre adaptarnos, adecuarnos a esta novedad de la Palabra de Dios, estar abiertos a la novedad, indicó el Papa Francisco.
Vivimos en la era de la tecnología y donde todo se realiza de manera rápida, la comunicación ya no es ninguna barrera, mucho menos la lengua; vivimos en la era de las aplicaciones y donde los aparatos electrónicos están comenzando a ser quizás más inteligentes (según los nombres que se les han dado) que los mismos creadores; en otras palabras, la vida se ha vuelto a cierto punto más fácil, porque se nos ha acomodado. Esto quizás puede ser positivo en muchos aspectos, porque es un gran avance, mas sin embargo, estos avances han vuelto a la humanidad más distraída y menos interesada en la vida interior y en el afán por la búsqueda de Dios. Esto ha causado el brote de enfermedades espirituales y psicológicas como la depresión y la ansiedad entre otras que están haciendo estragos en la vida de muchos. Viendo el panorama en que vivimos, solo se puede concluir en que los seres humanos han comenzado a ignorar la presencia de Dios en sus vidas y se han dedicado a vivir egoístamente, pensando y creyendo que la vida que Dios nos da, no es necesaria para ser fuertes y caminar con seguridad en esta vida. Vivimos asombrados por los ídolos que nos aprisionan y nos esclavizan, pero ignoramos que Dios está buscando sorprendernos cada mañana, cada día y cada momento.
Tenemos que volver a nuestras raíces, dejemos que Dios nos sorprenda con Su amor y con Su calidez y sobre todo con la alegría de sentirnos sus hijos. Hay que dejarnos sorprender por aquellos regalos que consideramos ya como aspectos cotidianos, y que por ser cotidianos los ignoramos inconsciente o conscientemente. Estos regalos son: la amistad; los verdaderos amigos en muchos de los casos no se valoran y terminamos dejando que se vayan, o los cambiamos por mediocres que se vuelven un problema para nosotros; la familia es otra de las grandes sorpresas de Dios, pero que a menudo se ven desintegradas a causa de la cultura de la muerte, debemos preguntarnos que tanto disfrutamos nuestras familias, cuánto tiempo les dedicamos, cuanto descubrimos el amor y la misericordia que Dios nos da a través de ellos, y lógicamente la vida misma es la mejor y la más grande sorpresa de Dios, debemos de vivir con plenitud porque para eso el Señor nos redimió, para eso vino “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”(Jn.10,10).
Cuando dejamos que el Señor entre en nuestras vidas, dejamos que nos sorprenda y que marque nuestra forma de vivir, y descubrimos Su mano en todas las facetas, nos preocupamos mejorar nuestra calidad de vivir y por volar y superarnos a pesar de los retos y adversidades porque entre mas retos llegan a mi vida, mi fe se hace más fuerte y mi esperanza se acrecienta, porque esa fe y esperanza se convierten en amor. El sentirnos amados por Él, es la mayor sorpresa, porque nos hace buscarlo, “La gente lo andaba buscado e intentaban retenerlo para que no se les fuese” (Lc.4,44). Ésa es la actitud de alguien que se ha dejado sorprender por Dios en su vida. Es una experiencia que te hace buscarlo, noche y día. Es una experiencia que te hace no querer soltarlo; que te hace querer a Dios como compañero, no sólo por unos cuantos días, sino para toda la vida. “El amor te abre a la sorpresa. El amor siempre es una sorpresa, porque supone un diálogo entre dos: entre el que ama y el que es amado. Y a Dios decimos que es el Dios de las sorpresas, porque Él siempre nos amó primero, y nos espera con una sorpresa. Dios nos sorprende. Dejémonos sorprender por Dios. Y no tengamos la ‘psicología de una computadora’ de creer saberlo todo, de forma fría y mecánica.
Volvamos a la contemplación de Dios en el silencio, en un silencio dialogante y profundo donde dejemos que Dios nos hable al corazón, y así escuchar que es lo que Él tiene que decirnos, desconectemos nuestra vida de la tecnología y dejemos por un momento en el día que Dios nos sorprenda, con la belleza de un amanecer, o el dialogo con tus hijos, o el canto de los pájaros, o la búsqueda de la solución a un problema que quizás nosotros mismos nos hemos encargado de hacer más grande de lo que es. Dentro de todas estas sorpresas divinas, también se requiere la docilidad para escuchar a Dios y hacer Su voluntad.
Debemos estar siempre preparados a acoger la “novedad” del Evangelio y las sorpresas de Dios. La voz de Dios es viva y eficaz, discierne los sentimientos y los pensamientos del corazón. Y para recibir verdaderamente Su voz, Su Palabra, hay que tener una actitud de docilidad. La Palabra de Dios es viva y por eso viene y dice lo que quiere decir: no lo que yo espero que diga o lo que me gustaría que dijera. También la Palabra de Dios es libre y también una sorpresa porque “nuestro Dios es un Dios de las sorpresas.”
El camino compartido hasta ahora no ha sido un encuentro fugaz con el Señor Transfigurado. Es una experiencia de vida que se ha de plasmar en caminos nuevos que te ayuden a ser, de verdad, sacramento de esperanza en la Iglesia y en el mundo. Porque ya sabes que todo lo que haces para crecer en Él, tiene siempre una repercusión en tu propia vida y en el testimonio que encierra.
Para ello has de “volver a nacer”
Sí…, volver a nacer. Aunque tengas que confesar, como hizo el asombrado Nicodemo (Jn. 3), que es difícil volver a nacer cuando uno ya es grande.
Porque para “volver a nacer” has de morir a muchas de tus pequeñeces, y se te exige que estés dispuesto a recomenzar, cambiar de vida, cambiar de criterios, convertirte, “salir de tu tierra”, abrirte a la gratuidad, a la ternura, al Amor y a lo imprevisible del Espíritu.
Para nacer de nuevo has de aceptar vivir a la intemperie vital y dejarte llevar por la fuerza del viento del Espíritu, sin poner impedimentos al crecimiento de vida que viene de Él.
Volver a nacer es reencontrarte con el deseo de ser de Él, de pertenecerle, de amarle como nunca pensaste que se podía amar, de dejarte enamorar de Él y por Él, y de permitir que resuene incesantemente en tu alma la gran palabra, entrañable: ¡Déjate amar, asumiendo la disponibilidad de María!
Sí, déjate amar y abre tu vida al amor transformante de Dios. Y acepta todo lo que ello te exija. En María tienes un testimonio vivo de esta disponibilidad explícita que la Madre del Señor vivió a lo largo de toda su vida.
Nacer de nuevo es abrir tu alma y tu vida al horizonte de la luz del Amor, y reencontrarte con lo que ha de ser el alma de tu entrega, que es el abandono incondicional en las manos del Padre, con una gran confianza, sin miedos, aceptando su voluntad para ti, hasta las últimas consecuencias.
Nacer de nuevo es ser capaz de morir a ti mismo para crear en tu vida sendas nuevas para el Amor. Para nacer de nuevo, has de dejar tus cálculos egoístas, has de abandonar tu mediocridad, también la superficialidad y decidirte a vivir a fondo.
Y, ya que lo dejas todo por Él, y quieres dar la vida por amor, dala de verdad. Abre tu vida a la invasión de su Amor. Piensa que no se te pide otra “heroicidad” que la de ser conscientemente fiel en el día a día. Huye de la instalación cómoda. Huye de la rutina. No te dejes vencer por el cansancio, ni por la decepción.
Evita siempre la crítica destructiva, la murmuración. Evita todo lo que sea contagiar posibles motivos de tristeza. Que renazca en ti tu sentido de pertenencia a la Iglesia de Jesús.
Dalo todo. Date del todo. Renueva cada día la ofrenda que un día le hiciste al Señor. Sé generoso con Dios, y con los hermanos. Y vive esta donación personal tuya con un sincero sentido oblativo: lo haces por Cristo, con Él, en Él y como Él… Cada día en la misa tendrás ocasión de renovar tu ofrenda hecha gesto de amor.
No te contentes con hacer lo que siempre se ha hecho. Busca ofrecer a los de tu alrededor, cada día, nuevos motivos de alegría y esperanza. No te limites a dejarte llevar por el devenir de la vida. Acepta con paz que Dios se vaya manifestando en el tiempo, pero no eludas la tarea que Él pone en tus manos.
Tampoco caigas en la tentación de intentar nacer de nuevo tú solo. Reconoce siempre la necesidad de “volver a nacer” en comunión con tus hermanos, aunque pueda parecerte que es más lento.
Vive, en todo caso, el día a día con renovada ilusión. Cree en la creatividad renovadora del Amor. No dejes que la rutina desvirtúe el sentido de tu vida.
Pero arriésgate a seguir en este camino de donación total por Amor. Decídete a vivir siempre abierto al don del Espíritu. Nacer de nuevo es contagiar la ilusión de vivir. Porque desde la fe en Cristo Jesús ves lo que realmente hay, pero eres capaz de reaccionar creyendo en la fuerza de su resurrección.
Has de nacer “de dentro”, “del corazón”
Contempla la belleza de la flor, saborea el fruto, pero agradece al que tuvo la audacia de hundir la semilla en la tierra, y nunca olvides los largos tiempos de espera que estuvo ahí escondida antes de salir a la luz.
Nacer de dentro te exige:
- Que asumas el compromiso de reconocer que tu opción cristiana por Cristo y por el Evangelio parte del misterio de amor de Dios hacia ti, lo que supone que debes ir desvelando lo que Él quiere de ti y de tu vida, respondiendo creativamente y concretamente a su amor.
- Que aceptes sumergir tu vida en Dios, esconderte en Él, perderte en Él, y ser tú mismo semilla que cae en la tierra dispuesto a morir inmolándose, para germinar en vida nueva como consecuencia de tu opción por el Evangelio de Jesús.
- Que seas capaz de gastarte y desgastarte en tu trabajo diario, no buscando ni reconocimientos ni gratificaciones humanas, sino sólo responder a lo que entiendes que es una exigencia de amor y de fidelidad, reconociendo que todo lo que has de hacer es responder al proyecto de amor de Dios para ti. Sabes que, como dice San Pablo: “Tu fe ha de ser activa, tu amor incansable, y constante tu esperanza en Nuestro Señor Jesucristo” (1 Tes 1, 3)
- Que respetes el misterio del amor de Dios en la vida de cada uno de tus hermanos; que puedas ser para cada uno de ellos estímulo y aliento de respuesta en fidelidad. Considera que cada hermano, en el proyecto del amor de Dios, es un soplo del Espíritu. Ayuda a fomentar siempre todo lo que sea unión y amor fraternos, comunión eclesial en tu entorno, y todo lo que ayude a crear ámbitos de fidelidad compartidos.
- Que reconozcas que en la bienaventurada sencillez de lo pequeño se esconden las realidades más grandes. Entre tus mismos hermanos podrás encontrar auténticas “historias de fidelidad “, escondidas muchas veces en vidas sin apariencia, o en hermanos que viven su fidelidad silenciosa en el día a día, anónimamente, sin hacerse notar. Es un testimonio que te alienta y que es bueno contrastar con las cosas negativas de la Iglesia, que suelen ser las que más se comentan.
- Que creas firmemente que la fuerza del fuego del Espíritu está escondida en las cenizas de tus propias pobrezas, o en la de tus mismas infidelidades, o en la de tu falta de generosidad a la hora de seguir a Jesús. Cree sinceramente que el Señor Jesús puede darte un “corazón nuevo”, pero sé consecuente y da los pasos de conversión necesarios para poder acogerlo.
- Que tú, junto a tus hermanos, te comprometas sinceramente a vivir en una sincera conversión a la esperanza.
- Nacer de dentro supone, finalmente que creas que puede ser verdad aquello que propone San Pablo a los cristianos de Roma: “Que El Dios de la esperanza llene vuestra fe de alegría y de paz para que viváis en la esperanza gracias a la fuerza de nuestro Señor Jesucristo” (Rm 15,13)
Has de nacer “del agua” y “de lo alto”
Para iniciar el comentario a estas palabras de Jesús a Nicodemo te recordaré un poema escrito hace poco por una orante, cuyo mensaje te invito a revivir: Encuentro
No, yo no descubrí al Amor,
fue Él QUIEN me encontró a mí,
y me introdujo en su tienda.
No, yo no descubrí al AMOR,
fue Él quien me encontró a mí.
Me perdí en aquel encuentro
y vago rendido en su mar.
Prohíbo a todo ser viviente:
– que se acerque,
– que me toque,
– que me saque,
– que me “salve”,
– que me despierte…
¡Por favor, dejadme ahogar!
Sí, pide que te dejen ahogar en el mar de Dios para así poder “nacer del agua”. Sumérgete en Él y renace a la transparencia y la pureza luminosa del agua. Que todo en tu vida pueda ser luminoso y claro, y ser expuesto a la transparencia sincera de la luz del sol. Es el precio de la claridad de tu testimonio evangélico.
Renacerás, reviviendo tu compromiso vital con Cristo, que se inició en las fuentes bautismales y que, si un día fuiste llamado a seguir a Jesús de una manera más radical y significativa, todo tuvo su comienzo cuando fuiste sumergido en el agua del bautismo que te incorporó a Cristo por el misterio de su gracia.
Que sea clara como el agua tu voluntad decidida de seguir a Jesús en su pobreza y en el misterio del Amor de Dios, que está en cada uno de tus hermanos. Ha de ser clara tu opción por seguir a Jesús en pobreza. Has de buscar ser realmente pobre, pobre de alma y pobre en la vida. Que sea verdad tu opción por los pobres, es lo que el Evangelio señala como signo de la llegada del Reino: “Los pobres son evangelizados”.
Para nacer del agua se tendrá que ver con claridad tu opción de seguir a Jesús en pureza de vida, que el amor de donación evangélica en el que vives te ayude a crecer como cristiana, en un sano entorno en el que puedes amar abiertamente y sentirte amado. Pero ha de ser claro… Ha de ser claro que no tienes el corazón dividido. Ha de ser claro, como el agua en la que te sumerges y de la que renaces, que “quieres ver a Dios” como te proponen las bienaventuranzas, y que para verlo estás dispuesto a mantener la transparencia de tu corazón limpio. Piensa que la pureza del corazón es testimonio de Jesús. Mientras que una pureza desvirtuada desfigura el testimonio luminoso de Jesús y viene a ser un contratestimonio que daña la tarea evangelizadora de la Iglesia. Comprométete a ser audazmente claro en todo.
Renacer “del Espíritu”
Sí, renace también del Espíritu. En este día de nuestro camino espiritual tengo que invitarte a vivir en un auténtico renacimiento del Espíritu. La experiencia espiritual y eclesial que has vivido en estos días de oración y de silencio te ha preparado para ello.
Más aún, creo que es voluntad de la Iglesia que la vida de los cristianos, que han hecho una opción sincera por Cristo y por el Evangelio, entre en una auténtica renovación espiritual y de vida. Enmarcado todo ello en Iglesia y encarnados en un mundo que espera nuestro testimonio significativo de que estamos dispuestos a “ir allá donde Cristo fue, y hacer lo que Él hizo”. Esto supone un verdadero renacimiento en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida.
Creo que es importante que en estas etapas finales de nuestra ruta de oración os pueda indicar brevemente los horizontes hacia los que debemos caminar, para que cada uno de nosotros, desde la humildad del propio camino, aporte amor e ilusión, compromiso de vida, en este crecimiento espiritual de todos.
Las sendas y los caminos: las líneas de este camino tendrían que fijarse en los siguientes puntos:
- Una experiencia viva e intensa de Dios que nazca de una atención a Él en la vida; una escucha atenta de la Palabra; una profundización en el estudio y en el conocimiento de los gozos y las esperanzas de los hombres y mujeres de nuestra tierra y de nuestro tiempo; y un encuentro con Él en la soledad y el silencio del “cara a cara”, dispuesto a acoger y dejarnos arrastrar por la fuerza del viento del Espíritu.
- Una vida marcada por el Evangelio como eje vertebrador que da consistencia a todo, tanto a nivel personal como eclesial, esto es, el Evangelio convertido en norma de nuestra vida cristiana y evangelizadora.
- Convertir al Señor Jesús en el “TÚ” que da sentido al “yo” y al “nosotros”. Y que esta experiencia compartida de Cristo nos lleve a la alegría comunitaria y al olvido de nosotros mismos en la humildad, en la ausencia del orgullo, para crear ámbitos comunitarios renovados en el amor sencillamente evangélico.
- La comunidad familiar o religiosa, como espacio de comunión esencial para nuestro crecimiento humano y espiritual, y para la eficacia evangélica de nuestra misión cristiana, superando amarguras y resentimientos, porque en el amor de Jesús y en la presencia amorosa de María todo nos lleva a la alegría.
- La atención al acontecimiento salvador, el grito del mundo, que nos sacudirá de nuestra instalación. Y a las “cartas” que, como decía Juan XXIII, Dios va dejando en los caminos de la historia.
- El compromiso y cercanía con los más pobres, a los que la sociedad no puede ignorar, ni el “estado de bienestar” olvidar en una marginación inútil. Para todo testigo del Evangelio la presencia de los pobres es garantía de que el Reino de Dios está cerca.
- La definición, en el planteamiento y en la vida, de una espiritualidad cristiana que concrete nuestra forma específica de “reproducir” testimonialmente la imagen del Señor Jesús misericordioso con aquellos a los que nos sentimos enviados a evangelizar.
- El buscar explícitamente una conversión de nuestras vidas al propio carisma personal o comunitario. Un reencuentro con sus fuentes, y una disponibilidad para sumergirnos en ellas y dejarnos inundar por el agua nueva de la que hemos de renacer.
Y todo ello en el marco de una vida familiar y comunitaria que se mantiene fiel a una vida de continua búsqueda de la voluntad de Dios, desde una apertura total al viento del Espíritu, que siempre viene a nosotros en un nuevo Pentecostés renovador.
Impulso renovador del Espíritu
Es esencial que seamos capaces de dejarnos llevar por el impulso renovador que el Espíritu Santo está suscitando en la Iglesia. Yo creo que es una auténtica invitación a renacer en “el Espíritu”. Y, al renacer en el Espíritu, reconocerás que hay una fuerza dentro de ti que te supera y te lleva a una entrega ilimitada al Amor.
Tu actitud: dejar que el Espíritu te lleve a “nacer de nuevo”, en el corazón de la vida, en el corazón de los pobres, a los que te entregas por fidelidad a tu vocación cristiana. Piensa que los hermanos a los que anuncias el Evangelio de Jesús, son para ti quienes te ayudan a descubrir los caminos por los que tendrá que ir la donación que has hecho de tu vida al Señor y a la Iglesia.
El Señor te “consagró”, el día del bautismo, con el sello del amor con el que selló tu corazón y tu frente. Marcó con él tu cuerpo y tu misma vida. Pero Él quiere que, naciendo de nuevo de su corazón, renazcas también del corazón de la vida, bien encarnado en tu tierra y en tu historia, y bien comprometido con tu misión cristiana.
Volver a nacer del Espíritu es abrir tu alma y tu vida a un horizonte sin fin: el horizonte del Amor sorprendentemente creador de Dios.
El Papa Francisco prosiguiendo el ciclo sobre la esperanza cristiana, se centró en la novedad que ella nos trae, a partir del mensaje del libro del apocalipsis cuando dice «yo hago nuevas todas las cosas».
Ser cristianos, explicó también el Papa Francisco, implica una perspectiva nueva, es decir, una mirada llena de esperanza. Ante tantas calamidades en el mundo que se leen en las páginas de los periódicos y a las cuales corremos el riesgo de habituarnos, se puede pensar que la vida no tiene sentido, pero los cristianos no creemos eso, creemos que en el horizonte del hombre hay un sol que ilumina siempre: somos gente más de primavera que de otoño.
“Frente a tanto sufrimiento en el mundo, a tantos niños que sufren por la guerra, al llanto de las madres, a los sueños rotos de tantos jóvenes, a las penurias de tantos refugiados, la esperanza cristiana nos asegura que tenemos un Padre que llora y se apiada de sus hijos, que nos espera para consolarnos, porque conoce nuestros sufrimientos y ha preparado para nosotros un futuro distinto”.
Dios, que llora con nosotros lágrimas de piedad, nos tiene preparado un futuro diferente. “Jesús, nuestra salvación, es la gracia más grande de la vida. Él nos espera en el final pero ya nos consuela en el camino, mientras nos conduce a Dios” expresó Francisco. Entonces, será bello descubrir que nada fue desperdiciado: ni una sonrisa, ni una lágrima. Por cuán larga nos haya parecido nuestra vida, nos parecerá haber vivido en un soplo.
“La esperanza nos lleva a creer con firmeza que la muerte y el odio no tienen la última palabra sobre la vida humana. Que el mal al final será eliminado como la cizaña del campo. Y, sobre todo, nos da a Jesucristo que nos acompaña y consuela en nuestro camino”.
“Me gustaría preguntarles, ¿nuestra alma está en la primavera o en otoño?”
Ya casi en el final de la catequesis, el Pontífice recordó que los cristianos “creemos y sabemos que la muerte y el odio no son las últimas palabras pronunciadas sobre la parábola de la existencia humana”. “Ser cristianos significa tener la mirada llena de esperanza hasta el día en que todo se cumplirá, hasta el instante en el que Dios pronunciará su última palabra de bendición «¡Yo hago nuevas todas las cosas!».
Canción
https://youtu.be/o0ev7nN5rI4?si=5x7bvaDoZ6ExO4Jv
Fuentes:
https://radiomaria.org.ar/papa-francisco/%C2%93dios-es-sorpresa-y-novedad%C2%94/
https://www.mercaba.org/Contemplar/constantes_15.htm
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Agosto 2023.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.