Hemos conversado sobre la Eucaristía como oración de Sanación, las diez maneras de enamorarnos de este Sacramento y la semana pasada escuchamos al padre Freddy Bustamante en el que nos indicaba que la Eucarístia funciona en la vida de una persona con un antídoto para no pecar, no ofender a Dios, no dañar a los otros y para conservar La Paz. Y nos especificaba tres razones principales por las que este Sacramento es importante:
1.- Nos pone en Camino
2.- Nos alimenta bien
3.- Viviendo con Jesús Eucaristía nuestro premio está asegurado.
Hoy vamos a reflexionar sobre algunos aspectos importantes para lograr adentrarnos más profundamente y vivirlo con más devoción; y es que conviene que durante la misa haya breves momentos de silencio, gracias a los cuales, pueda saborearse la Palabra de Dios en los corazones.
En un artículo del año 2004 de ZENIT, el autor Padre Edward McNamara, profesor de liturgia en el Pontificio Ateneo Regina Apostolorum, dijo:
Los períodos recomendados de silencio en la Instrucción General del Misal Romano, documento oficial de la Iglesia Católica que contiene las normas y directrices para la celebración de la Santa Misa, nos animan a buscar una atmósfera general de silencio interno y externo para todos los participantes de la Misa. Este silencio debería ser buscado mientras se escuchan las lecturas, la homilía o la proclamación de la Eucarística y otras oraciones sacerdotales. Esto ayuda a calmar nuestra imaginación, nuestras preocupaciones y nuestros revuelos para que unamos nuestros corazones a las oraciones y poder estar completamente atentos a lo que el Espíritu Santo vaya a inspirar en nosotros. Por lo tanto, el silencio en Misa es activo, no una disposición pasiva.
Esta forma de silencio interior no impide, sino que más bien favorece, la completa y activa participación en esas partes de la celebración donde la comunidad se une en aclamación y canto, pues cada persona está más consciente de lo que él o ella está haciendo.
El estar consciente de lo que uno está haciendo es clave.
Al respecto el Papa Benedicto XVI, nos indicaba: “Nos estamos dando cuenta cada vez más claramente de que el silencio es parte de la liturgia. Nosotros respondemos, por medio de cantos y oraciones, a Dios que se dirige a nosotros, pero el Ministerio Mayor, sobrepasando toda palabra, nos llama al silencio. Debe, por supuesto, ser un silencio con contenido, no solamente la ausencia de un discurso o acción. Deberíamos esperar que la liturgia nos de una quietud positiva que nos restaure.”
La Iglesia recomienda silencio en varios momentos en que se celebra la Santa Misa.
1.- Primer momento
El primer momento donde debería ocurrir este silencio no es en la Misa misma sino durante la preparación de ésta:
“Ya desde antes de la celebración misma, es laudable que se guarde silencio en la iglesia, en la sacristía, en el “secretarium” y en los lugares más cercanos para que todos se dispongan devota y debidamente para la acción sagrada.” (Instrucción general del Misal Romano, N° 45)
Esto, por supuesto, fija el tono para los ministros y contribuye a promover el silencio entre los participantes a la Misa que pueden “oír” el silencio en lugar del tradicional sonido de bombos y platillos que muchas veces se escucha en la sacristía.
2.- Segundo momento
El segundo momento de silencio se da durante el Rito Penitencial en donde todos somos invitados a guardar silencio para traer a nuestras mentes un recuento de nuestros pecados. Es decir, nos reconocemos indignos de estar ante la santa presencia de Dios pero mostramos gratitud pues a pesar de estos pecados, Él nos ha llamado a adorarle.
La Colecta se da cuando el Padre dice “Oremos” y colecta todas nuestras oraciones y, como mediador, las ofrece a Dios a través de Cristo, nuestro Señor. Esta oración es tan importante que se reserva solamente para el sacerdote que celebra la Misa – un diácono no puede ofrecerla ya que en él no se encuentra Cristo “in persona”.
3.- Tercer momento
Hacemos una pausa por un momento o dos después de la Primera Lectura (antes del Salmo Responsorial) y luego nuevamente después de la Segunda Lectura – antes del Aleluya. Permitimos que la Palabra de Dios se filtre en nuestro interior. Quizás simplemente la recibimos o quizás evoca en nosotros una palabra o dos de adoración y/o agradecimiento.
4.- Cuarto momento
Seguido de la solemne proclamación del Santo Evangelio encontramos la homilía – un componente vital de la Liturgia. Es el momento en el que el Sacerdote o el diácono explican las lecturas y nos enseñan como vivir lo que ellas expresan. Debería haber un momento de silencio más prolongado (2-3 minutos) después de la homilía.
Para muchas personas, este período específico de silencio seguido del momento de silencio después de la Comunión pueden ser los más largos que experimentarán durante toda la semana dado nuestros ocupados y frenéticos (e incluso caóticos) calendarios semanales.
La Instrucción General del Misal Romano (IGMR) nos dice:
“La Liturgia de la Palabra se debe celebrar de tal manera que favorezca la meditación; por eso hay que evitar en todo caso cualquier forma de apresuramiento que impida el recogimiento. Además conviene que durante la misa haya breves momentos de silencio, acomodados a la asamblea reunida, gracias a los cuales, con la ayuda del Espíritu Santo, pueda saborearse la Palabra de Dios en los corazones y, por la oración, se prepare la respuesta. Dichos momentos de silencio pueden observarse oportunamente, por ejemplo, antes de que se inicie la misma Liturgia de la Palabra, después de la primera lectura, de la segunda y, finalmente, una vez terminada la homilía.” (N° 56)
Aunque no sea un momento de silencio prescrito, me gustaría que el Sacerdote permitiera que el momento de la Paz “terminara” completamente antes de acercarse al tabernáculo y tomar el copón. Usualmente le sigo con la mirada y con la postura de mi cuerpo y me inclino en señal de Adoración silenciosa todo el tiempo mientras él está en el tabernáculo y hasta que regresa al altar. Recuerden, hubo silencio en el cielo durante media hora antes de que se abriera el séptimo sello en el séptimo pergamino – ¿Cuánto más debe haber un profundo silencio reverente en este momento de la Misa?
5.- Quinto momento
Finalmente, después de la Comunión hay otra oportunidad de silencio prolongado. Es un momento para ofrecer nuestras oraciones de Agradecimiento por habernos alimentado con su propio Cuerpo en la Santa Eucaristía. Es un momento en el que las palabras fallan y un “Gracias” parece una miseria para darle a nuestro Padre Celestial.
Posturas Corporales y Gestos:
Durante la Misa asumimos diferentes posturas corporales: nos ponemos de pie, nos ponemos de rodillas, nos sentamos y también somos invitados, a realizar una serie de gestos. Estas posturas y gestos corporales no son meramente ceremoniales. Tienen un significado profundo, así, cuando se realizan con comprensión, pueden realzar nuestra participación personal en la Misa. De hecho, estas acciones representan la manera en que comprometemos nuestro cuerpo en la oración, que es la Misa.
Cada postura corporal que asumimos en la Misa enfatiza y refuerza el significado de la acción en la que estamos participando en ese momento en nuestro culto.
-Ponernos de pie es un signo de respeto y honor, así que nos ponemos de pie cuando el celebrante, en representación de Cristo, entra y sale de la asamblea.
Desde los inicios de la Iglesia, esta postura corporal ha sido interpretada como una postura de aquellas personas elevadas con Cristo y que están en la búsqueda de cosas superiores.
Cuando nos ponemos de pie para la oración, asumimos nuestra estatura completa ante Dios, no con orgullo, sino con una humilde gratitud por las cosas maravillosas que Dios ha hecho al crearnos y redimirnos. Por medio del Bautismo, se nos ha dado a compartir una parte de la vida de Dios y la posición de pie es un reconocimiento de este don maravilloso.
Nos ponemos de pie para escuchar el Evangelio, la cúspide de la revelación, las palabras y las escrituras del Señor y l como la postura que se debe observar para la recepción de la Comunión, el sacramento que nos une de la manera más profunda posible con Cristo quien, ahora gloriosamente resucitado de entre los muertos, es la causa de nuestra salvación.
Nos ponemos de pie como familia de Dios, establecida como tal por el Espíritu de adopción. En la plenitud de ese mismo Espíritu, invocamos a Dios como Padre.
-En los inicios de la Iglesia, la postura de rodillas simbolizaba la penitencia: ¡la consciencia del pecado nos derrumba!
La postura de rodillas estaba tan íntegramente identificada con la penitencia que a los antiguos cristianos se le prohibía arrodillarse los domingos y durante la Semana Santa, en que el espíritu prevalecedor de la liturgia era de gozo y acción de gracias.
Durante la Edad Media, la posición de rodillas significaba que un vasallo le rendía homenaje a su amo. Más recientemente, esta postura ha venido a significar adoración. Se ha elegido la posición de rodillas para que se ponga en práctica durante toda la Plegaria Eucarística.
-La posición sentada es para escuchar y meditar, de esta forma, la congregación toma asiento durante las lecturas previas al Evangelio y puede, del mismo modo, sentarse durante el período de meditación que le sigue a la Comunión.
Entre los gestos se cuentan también las acciones y las procesiones, con las que el sacerdote con el diácono y los ministros se acercan al altar; cuando el diácono, antes de la proclamación del Evangelio, lleva al ambón el Evangeliario o libro de los Evangelios; cuando los fieles llevan los dones y cuando se acercan a la Comunión. Conviene que tales acciones y procesiones se cumplan decorosamente, mientras se cantan los correspondientes cantos, según las normas establecidas para cada caso.
No estamos libres de cambiar estas posturas de acuerdo a nuestra propia piedad, ya que la Iglesia deja bien claro que nuestra unidad en las posturas y gestos corporales son una expresión de nuestra participación en un Cuerpo formado por las personas bautizadas con Cristo, nuestra cabeza.
Cuando nos ponemos de pie, cuando nos arrodillamos, cuando nos sentamos, cuando hacemos una venia y lo mismo cuando hacemos una señal como una acción en común, atestiguamos sin ambigüedad que somos en verdad el Cuerpo de Cristo, unidos en el corazón, la mente y el espíritu.
LA SEÑAL DE LA CRUZ
Los gestos también comprometen a nuestro cuerpo en la oración. Uno de los gestos más comunes es la Señal de la Cruz, con la que damos inicio a la Misa, y con la que, en la forma de una bendición, ésta concluye.
Ya que debido a Su muerte en la cruz, Cristo redimió a la humanidad, nos hacemos la señal de la cruz en nuestra frente, labios y corazones al inicio del Evangelio. Sobre este tema, el Reverendo Padre Romano Guardini, un erudito y profesor de liturgia, escribió lo siguiente:
Cuando nos hagamos la señal de la cruz, que ésta sea una verdadera señal de la cruz. En lugar de un gesto menudo y apretado que no proporciona ninguna noción acerca de su significado; hagamos, en vez, una gran señal, sin nigún apuro, que empiece desde la frente hasta nuestro pecho, de hombro a hombro, sintiendo conscientemente cómo incluye a todo nuestro ser, nuestra mente, nuestra actitud, nuestro cuerpo y nuestra alma, cada una de nuestras partes en un solo momento, cómo nos consagra y nos santifica .
LOS GOLPES DE PECHO
Durante el “Yo Confieso”, la acción de golpear nuestro pecho en el momento de formular las palabras “por mi culpa” puede fortalecernos y hacernos más conscientes de que nuestro pecado es por nuestra culpa
Gesto penitencial y de humildad. Es uno de los gestos más populares al menos en cuanto a expresividad.
Así describe Jesús al publicano (Lc 18, 9-14). El fariseo oraba de pie: “no soy como los demás”… “En cambio el publicano no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: Oh Dios, ten compasión de mí, que soy un pecador”.
Cuando para el acto penitencial al inicio de nuestra Eucaristía elegimos la fórmula “Yo confieso”, utilizamos también nosotros el mismo gesto cuando a las palabras “por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa” nos golpeamos el pecho con la mano.
Y es también la actitud de la muchedumbre ante el gran acontecimiento de la muerte de Cristo: “y todos los que habían acudido a aquel espectáculo, al ver lo que pasaba, se volvieron golpeándose el pecho…” (Lc 23,48)
EL SACERDOTE BESA EL LIBRO DE LOS EVANGELIOS
Al hacerlo el sacerdote dice en voz baja: “Las palabras del Evangelio borren nuestros pecados”. Esta frase expresa el deseo de que la Palabra evangélica ejerza su fuerza salvadora perdonando nuestros pecados. Besar el Evangelio es un gesto de fe en la presencia de Cristo que se nos comunica como la Palabra verdadera.
EL SACERDOTE SE LAVA LAS MANOS ANTES DE LA CONSAGRACIÓN
Lo hace como gesto de purificación. El sacerdote se lava las manos para pedirle a Dios que lo purifique de sus pecados.
LAS GOTAS DE AGUA EN EL VINO
Con este signo el sacerdote le pide a Dios que una nuestras vidas a la suya. AI momento de preparar sobre el Altar el pan y el vino “el Diácono u otro ministro, pasa al sacerdote la panera con el pan que se va a consagrar; vierte el vino y unas gotas de agua en el cáliz..” (Misal Romano Nº 133). El instante en que se echa el agua se acompaña con una oración que se dice en secreto: “El agua unida al vino sea signo de nuestra participación en la vida divina de quien ha querido compartir nuestra condición humana.
San Cipriano, a mediados del siglo II, escribió sobre este gesto litúrgico, lo siguiente:
“en el agua se entiende el pueblo y en el vino se manifiesta la Sangre de Cristo. Y cuando en el cáliz se mezcla agua con el vino, el pueblo se junta a Cristo, y el pueblo de los creyentes se une y junta a Aquel en el cual creyó. La cual unión y conjunción del agua y del vino de tal modo se mezcla en el cáliz del Señor que aquella mezcla no puede separarse entre sí. Por lo que nada podrá separar de Cristo a la Iglesia (…) Si uno sólo ofrece vino, la Sangre de Cristo empieza a estar sin nosotros, y si el agua está sola el pueblo empieza a estar sin Cristo. Más cuando uno y otro se mezclan y se unen entre sí con la unión que los fusiona, entonces se lleva a cabo el sacramento espiritual y celestial” (Carta Nº 63, 13).
SALUDO DE LA PAZ: Después del Padrenuestro viene el Saludo de la Paz, gesto mediante el cual expresamos por medio de un apretón de manos y el saludo de la paz que lo acompaña, que estamos en paz con nosotros mismos y que no guardamos enemistad.
Este intercambio es simbólico. Compartir la paz con las personas a nuestro alrededor representa para nosotros y para ellos la totalidad de la comunidad de la Iglesia y de toda la humanidad.
COMER EL PAN:
Juntamente con el “beber”, el “comer” es el gesto central de la Eucaristía cristiana. Si el Antiguo Testamento empieza con el “no coman” del Génesis, en el Nuevo Testamento escuchamos el testamento: “tomen y coman”. Y si entonces la consecuencia era: “el día que comas de él, morirás”, ahora la promesa es la contraria: “el que come… tiene vida eterna”.
El comer, ya humanamente, tiene el valor del alimento y la reparación de las fuerzas. Pero a la vez tiene connotaciones simbólicas muy expresivas: comer como fruto del propio trabajo, comer en familia, comer con los amigos, comer en clima de fraternidad, comer con sentido de fiesta. En el contexto cristiano de la Eucaristía, el comer tiene igualmente varios sentidos. Al comer el pan, estamos convencidos de que nos alimentamos con el Cuerpo de Cristo. Su palabra (“esto es mi Cuerpo”) sigue eficaz y su Espíritu es el que ha dado a ese pan que hemos depositado sobre el altar su nueva realidad: ser el Cuerpo del Señor glorificado, que ha querido se nuestro alimento. Este es el primer sentido que Cristo ha querido dar a la comida eucarística: “mi carne es verdadera comida”. El es el “viático”, el alimento para el camino de los suyos.
También hay otros valores y gracias que Cristo expresa en el evangelio con este simbolismo de la comida: el perdón, la alegría del reencuentro, la fiesta, la plenitud y la felicidad del Reino futuro. Basta recordar la parábola del hijo pródigo, acogido en casa con una buena comida; o la de las bodas del rey; o la multiplicación de los panes y peces en el desierto, o la expresiva presencia de Jesús en comidas en casa de Zaqueo, de Mateo, del fariseo, de Lázaro. Y las comidas de Jesús con sus discípulos, tanto antes como después de la Pascua, que ellos recordarán muy a gusto. (Cf Hech 10,40).
Además, Pablo entenderá la comida como símbolo de la fraternidad eclesial. el pan de la Eucaristía, además de unirnos a Cristo, participando de su Cuerpo, es también lo que construye la comunidad: “un pan y un cuerpo somos, ya que participamos de un solo Pan” (1 Cor 10,16-17). “Comer con” por ejemplo con los cristianos procedentes del paganismo, es un signo expresivo y favorecedor de la unidad de todos en la Iglesia, sea cual sea su origen (Cf la discusión entre Pablo y Pedro en Hech 11,3 y Gál 2,12).
PARTIR EL PAN
El origen de este gesto en nuestra Eucaristía lo conocemos todos. La cena judía, sobretodo la pascual, comenzaba con un pequeño rito: el padre de familia partía el pan para repartirlo a todos, mientras pronunciaba una oración de bendición a Dios.
Este gesto expresaba la gratitud hacia Dios y a la vez el sentido familiar de solidaridad en el mismo pan. Muchos hemos conocido cómo en nuestras familias el momento de partir el pan al principio de la comida se consideraba como un pequeño pero significativo rito. Como el que se hace solemnemente cuando unos novios parten el pastel de bodas y los van repartiendo a los comensales que los acompañan.
Cristo también lo hizo en su última cena: “Tomó el pan, dijo la bendición, lo partió y se lo dio…”. Más aún: fue este el gesto el que más impresionó a los discípulos de Emaús en su encuentro con Jesús Resucitado. “Le reconocieron al partir el pan”. Y fue este el rito simbólico que vino a dar nombre a toda la celebración Eucarística en la primera generación.
Primer significado de este gesto: el Cuerpo “entregado roto” de Cristo
La fracción del pan puede tener, ante todo, un sentido de cara a la Pasión de Cristo. El pan que vamos a recibir es el Cuerpo de Cristo, entregado a la muerte, el Cuerpo roto hasta la última donación, en la Cruz. En el rito bizantino hay un texto que expresa claramente esta dirección: “se rompe y se divide el Cordero de Dios, el Hijo del Padre; es partido pero no se disminuye: es comido siempre, pero no se consume, sino que a los que participan de él, los santifica”.
Segundo significado: Signo de la unidad fraterna
El Misal Romano explica: “por la fracción de un solo pan se manifiesta la unidad de los fieles” (IGMR 48)
“el gesto de la fracción del pan que era el que servía en los tiempos apostólicos para denominar la misma Eucaristía, manifestará mejor la fuerza y la importancia del signo de la unidad de todos en un solo pan y de la caridad, por el hecho de que un solo pan se distribuye entre hermanos” (IGMR 283).
LA IMPOSICIÓN DE MANOS
En el Nuevo Testamento la acción e imponer sobre la cabeza de uno las manos tiene significados distintos, según el contexto en el que se sitúe. Ante todo puede ser la bendición que uno transmite a otro, invocando sobre él la benevolencia de Dios.
Así, Jesús imponía las manos sobre los niños, orando por ellos.
La despedida de Jesús en su Ascensión , se expresa también con el mismo gesto: “alzando las manos los bendijo” (Lc 24,50).
Es una expresión que muchas veces se relaciona a la curación. Jairo pide a Jesús: “Mi hija está a punto de morir; ven impón tus manos sobre ella para que se cure y viva” (Mc 5,23).
Imponer las manos sobre la cabeza de una persona, significa en muchos otros pasajes, invocar y transmitir sobre ella el don del Espíritu Santo para una misión determinada. Así pasa con los elegidos para el ministerio de diáconos en la comunidad primera: “hicieron oración y les impusieron las manos” (Act 6,6).
Hay dos momentos en la celebración de la Eucaristía en que el gesto simbólico tiene particular énfasis.
Ante todo cuando el presidente, en la Plegaria Eucarística, invoca por primera vez al Espíritu (epíclesis), extendiendo sus manos sobre el pan y el vino: “santifica estos dones con la efusión de tu Espíritu”.
La Bendición Final es el segundo momento en el que el gesto de la imposición adquiere especial énfasis.
Este gesto nos habla también del don de Dios y la mediación eclesial:
Estupendo binomio: la mano y la palabra. Unas manos extendidas hacia una persona o una cosa, y unas palabras que oran o declaran. Las manos elevadas apuntando al don divino, y a la vez mantenidas sobre esta persona o cosa, expresando la aplicación o atribución del mismo don divino a estas criaturas.
La mano poderosa de Dios que bendice, que consagra, que inviste de autoridad, es representada sacramentalmente por la ,mano de un ministro de la Iglesia, extendida con humildad y confianza sobre las personas o los elementos materiales que Dios quiere santificar.
Canción: Cuando Estás en el Altar
https://youtu.be/3JqGY_37g28?si=QZPGAbxGXydQiUSb
Tomado de :
http://es.catholic.net/op/articulos/13781/posturas-y-gestos-corporales-en-la-misa.html
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Julio 2025.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.