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Ser feliz o infeliz, es tu decisión. -I Parte- ¿El bien y el mal tienen que ver con esto?

Posted on agosto 20, 2022

Para iniciar quisiera confrontarte con las siguientes frases:

  • ¿Sabías que de todos los seres vivientes de la naturaleza solamente el hombre es infeliz?
  • , Buda decía que el ser humano puede ser no solo muy feliz sino también extraordinariamente feliz.

La causa de la infelicidad humana es no ejercer la libertad para elegir el camino de la propia conciencia.

Hay personas con fe y personas sin fe. Personas que la tienen y viven como si no la tuvieran; y personas que no la tienen y quisieran tenerla.

Personas que nacen en el seno de una familia cristiana y son casi genéticamente cristianas. Personas a las que nunca nadie habló de Dios, no lo conocen y por falta de experiencia “divina” carecen de sensibilidad para las cosas espirituales. La fe no les dice nada, porque no pueden imaginar lo que es tenerla.

Personas que perdieron la fe que alguna vez tuvieron; se les quedó por el camino y no les interesa mucho por dónde. No les dice nada porque se aburrieron de lo que creían.

Ezequiel 36, nos dice qué hay algunos que se apacientan a sí  mismos, pero se toman la leche de las ovejas y se visten con su lana…

Quien pierde el espíritu humano (lo más valioso del hombre) pierde mucho (y la relación con Dios es la expresión más alta del espíritu humano).

Pierde, además, la trascendencia y su vida queda así encerrada en la “cárcel” de la inmanencia de este mundo. Podrá disfrutar muchas cosas, divertirse, etc., pero su vida -considerada globalmente- se ha convertido en un camino hacia el cáncer y la tumba. Es duro, pero no cabe esperar otra cosa.

Pierde el sentido más profundo del amor, que sin espíritu queda reducido a mero placer.
Se le escapa el sentido más profundo de la vida (para qué vivo, dónde voy…). No sabe de dónde viene ni adónde va.

No es capaz de alcanzar lo único que, en definitiva, realmente importa. No tiene una sola respuesta para los problemas cruciales de la existencia humana. Como reconocía un premio Nobel español, agnóstico, lleno de tristeza hacia el final de su vida: “no tengo una sola respuesta para las cosas que realmente me interesan. Soy un sabio muy especial. Un sabio que no sabe nada de lo que le importa”.

Quien dice que sólo creerá lo que toque y vea (“si no lo veo no lo creo”), en realidad no sabe lo que está diciendo. La realidad más profunda de las cosas no está a nivel superficial y, por tanto, está fuera del alcance de los sentidos. No se ve con los ojos, no se pesa en una balanza, ni siquiera se alcanza con un microscopio. Se “ve” con la inteligencia, pero más allá de donde llegan los sentidos. Y, la verdad más grande -cómo es la vida íntima de Dios-, supera incluso esta capacidad intelectual de “ver”: sólo se accede a ella por la fe.

De modo brillante y resumido se lo explica el zorro al Principito cuando le dice: “no se puede ver sino con el corazón. Lo esencial está oculto a los ojos” (Antoine de Saint-Exupery, El Principito, XXI).

El hombre sin fe nunca llega a entender algunas de las cosas más importantes de su vida

Como por ejemplo:

  • La felicidad y las ansias de infinito
  • Las realidades espirituales
  • El sentido de la vida (para qué estamos acá)
  • Los anhelos más profundos de la persona
  • El fracaso
  • El dolor
  • La muerte (tanto en general, como la propia y la de los seres queridos)
  • Y sobretodo lo que viene después.

Quien se cierra en su no-creeencia tiene cerrado el acceso a Dios, a la redención, a la salvación.
Cerrado a la trascendencia, está cerrado a su desarrollo más pleno, y sobre todo a la felicidad perfecta.

Introduzcamos el tema sobre el bien y el mal, pues me parece importante ya que tantas veces nos consideramos infelices porque nos vienen sufrimientos y entonces consideramos que el mundo está lleno de mal, según nuestros criterios.  ¿No será que eso no es el mal según el juicio de Dios? ¿No será que el mal que Dios no quiere, y no evita, es algo distinto de lo que los hombres entendemos por mal? Y entonces se nos plantean tres interrogantes: el primero y fundamental consiste en preguntarme qué es verdaderamente el mal, y subordinadamente el segundo y tercero consisten en explorar qué mal es el que Dios no quiere y por qué no lo evita.

¿Qué es y qué no es el mal?

Cuando los seres humanos hablamos del mal en el mundo, lo normal es que utilicemos un concepto material del mal, no un concepto sobrenatural. Llamamos mal a lo que nos produce sufrimiento; es decir, el mal es tanto el sufrimiento de cualquier tipo como aquello que lo causa: la muerte, la enfermedad, la pobreza, el dolor, etc. Pero ahí no hay visión sobrenatural; eso es ver la vida solamente desde el plano temporal. Si miramos la vida desde un punto de vista sobrenatural, nos daremos cuenta de que el verdadero mal es el pecado, es decir, todo lo que nos aleja de la salvación eterna. Lo único que de verdad ha de causarnos sufrimiento es el sabernos alejados de Dios, el ver rota nuestra unión con Él, interrumpido nuestro destino de encontrarnos con Él definitivamente. El otro mal, el mal material, es -por extraño que esto suene en nuestros oídos inmersos en una sociedad materialista- una providencia amorosa de Dios para con el hombre.

Dios, en efecto, nos prepara a cada uno el camino de nuestra santidad, y ese camino es un camino redentor. La redención supone cruz, porque mediante la cruz lavamos los pecados nuestros y de todos, obtenemos de Dios el perdón. La cruz es dolorosa, pero es alegre, justamente porque es salvífica. Y el mundo está lleno de cruces que muchas personas –muchas más de las que suponemos– llevan con garbo, con entrega, con voluntad de servicio, con amor. Tantas personas que sobrellevan admirablemente la enfermedad y la desgracia propia o ajena, y que son otros tantos Cristos redentores. Hay también muchos que se sublevan ante la cruz; es algo evidente y no tenemos por qué juzgarlos. No conocemos sus corazones, su debilidad, la capacidad del amor de Dios por transformarlos sin que se note desde fuera. Eso que llamamos mal, y que Dios envía, o permite, ha hecho santos a muchísimos más mujeres y hombres de lo que pensamos; regalo de Dios para que seamos salvadores de almas, precio debido por los pecados que, al pagarlo aquí, facilita y engrandece el premio eterno.

Me hago cargo; es difícil ver así las cosas; yo soy el primero que lo explico y luego me rebelo. Pero es así. Para quien cree en Cristo, es así. Eso está en la esencia de una religión noble, alta, exigente, de ética muy elevada, que afirma que es estrecho el camino que conduce a la Vida, pero que afirma también que Dios da a todos, superabundantemente, los medios para recorrerlo con éxito, y es inmensamente indulgente con nuestros fracasos. Inmensamente misericordioso, ya que sólo existe un pecado que Él no puede perdonar: aquel del que una persona no desee ser perdonada, porque no acepta pedirle perdón, pues eso significa que esa persona se convierte en su propio dios y rechaza de plano al Dios verdadero.

¿Quiere Dios el mal?

Evidentemente, Dios no quiere el pecado; no quiere que nadie se condene; no ha creado a los hombres para que vivan una infidelidad eterna. Dios no condena a nadie. Él nos pregunta a cada uno: ¿quieres, por grandes que sean tus pecados, mi perdón y mi amor? Y si la respuesta es que sí, perdona y ama sin tasa. Y si el hombre rechaza ese perdón y ese amor, él mismo se condena, no le condena Dios. Es la actitud de Luzbel: «Soy igual a ti, no tengo nada que pedirte; no necesito tu perdón, pues no te reconozco superior a mí». La consecuencia es la siguiente: en el cielo están el único Dios y todos los hombres que le reconocen por tal y le aman; en el infierno están todos los demás dioses.

El otro mal, el material, lo que llamamos desgracias en la vida, ¿lo quiere Dios? La respuesta viene al responder a la tercera pregunta.

Por qué no evita Dios el mal?

Por dos motivos; porque nos ha hecho libres, y porque la cruz es el instrumento de la Redención.

Nos ha hecho libres. Pudo no darnos libertad, en cuyo caso nadie pecaría, nadie se condenaría. Pero tampoco podríamos decir que nos salvaríamos: convertidos en muñecos incapaces de merecer, la salvación para esos seres-robots no tendría ningún significado. El robot no ama, no espera, no cree. ¿Qué supone la salvación para quien no ama libremente a Dios? ¿Qué felicidad cabe esperar de una situación de amor impuesto a la fuerza? Una felicidad pasiva, estúpida, mecánica. ¿Para rodearse de este tipo de seres creó Dios al hombre? ¿Pueden estos robots ser imagen y semejanza de Dios?

Y si nos ha hecho libres, nos tiene que dejar que, si queremos, usemos mal de nuestra libertad. Y de ese mal uso nace el mal material, pues somos los hombres los que creamos un mal que Dios ha de respetar como producto de las decisiones libres de seres libres. 

Pero es que, además, la cruz es redentora. Dios permite el mal –permite la libertad que lo genera–, pero lo vuelve en nuestro beneficio. Nos invita a que carguemos con el mal que nosotros mismos causamos, con la cruz que la vida pone sobre nuestros hombros, para que así no sólo recibamos los méritos redentores de la cruz de Cristo, sino que comuniquemos –se llama comunión de los santos– a los demás ese torrente de salvación. Él mismo, hecho hombre, recorrió su Calvario –fruto del mal uso de la libertad de sus verdugos–, en lugar de evitar ese mal. «Si eres Dios, legiones de ángeles vendrán a salvarte». Hubiesen venido si las hubieses llamado, pero no lo hizo; respetó la libertad de quienes le condenaban, y transformó Su dolor en salvación para todos.


En el ser humano hay unas ansias de infinito que no es posible reprimir: nada de este mundo lo satisface plenamente, porque las cosas de aquí le “quedan chicas”. Esas ansias de infinito serán saciadas después de esta vida. Por eso quien está cerrado a la trascendencia, está frustrado existencialmente, pues le resulta imposible concebir como posible la satisfacción de la tendencia más radical de su ser: su tendencia a la plenitud.

Esto nos debe  llevar a preguntarnos  ¿ cuál es el origen de la infelicidad? ¿Por qué no somos tan felices como deseamos?

¿Sabías que existe la adicción a la infelicidad?

Esto lo reflexionaremos en otro articulo  de este tema.

 

Canción

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Recopilado por Rosa Otárola D, /
Agosto 2022.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.

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