Hace solo unos días celebramos el Día de las Madres, día que para algunas de nosotros fue probablemente un día maravilloso, en que nos chinearon y complacieron , pero para otras de gran cansancio, dolor ante la indiferencia de quienes amamos, etc.
A lo largo de la vida, una mujer interpreta una larga lista de papeles. Uno de los más importantes es ser madre. Si a esto le unimos que una madre no deja de ser mujer, hija, hermana, esposa, novia o amiga, nos encontramos con un montón de prioridades con las que hemos anudado nuestra existencia.
Desenredar estos roles es bastante complicado si tenemos en cuenta que vivimos en una sociedad que nos quiere imponer ciertas obligaciones, simplemente por el hecho de ser mujer.
Es por eso que hoy he decidido que juntas reflexionemos sobre nuestra responsabilidad de sanar la relación de mujer a lo largo de la historia. Es indispensable hacerlo ya, pues de esta manera educaremos a nuestras hijas en el gran valor del auto-respeto tanto como a nuestros hijos a respetar al mundo femenino.
Y es que las mujeres en términos generales, como les decía, cargamos sobre nuestras espaldas muchos paradigmas que no nos permiten disfrutar ni siquiera en ese nuestro día, pues hemos crecido en una sociedad que nos ha cargado durante años de prejuicios y costumbres sociales que pueden hacer mucho daño a algunas mujeres y las hacen sentir que no encajan, pues el patriarcado que aun existe en nuestra sociedad, asume innumerables gestos, palabras, imágenes, valores, ideas y creencias que sirven como fundamento de sometimiento tanto físico, como emocional, en el que viven muchas mujeres aún.
Liberarse de estas influencias negativas es fundamental para vivir una vida plena, para ello es necesario dejar a un lado los estereotipos que alimentan que una mujer deba explotar su cuerpo, ignorar sus necesidades y sacrificarse hasta el agotamiento, callar, disimular…
Es esencial que dejemos de alimentar esa idea de la mujer como ser complaciente y sin expectativas ni necesidades.
La mujer debe sanar su condición de mujer, deshacerse del yugo al que incluso ella misma se somete y reivindicar el derecho a vivir su vida con derechos como todos los seres humanos, con el objetivo es que ni ellos impongan expectativas ni ellas se autoimpongan obligaciones o sacrificios por haber nacido mujeres. Consecuentemente, lo lógico es que ahora nos preguntemos cómo podemos saber si hemos sanado a la mujer que llevamos dentro… veamos:
-Una mujer sana hace caso omiso al rol de sufridora que la sociedad le impone, ser mujer no significa tener que aguantar que se sobrepasen nuestros límites emocionales. Además, una mujer sana reconoce su valor y el del resto de las féminas en el mundo, sin medias tintas ni inferioridades.
-Una mujer sana, no deja que su pasado destruya su presente. Este paso es complicado, pero cerrar etapas y heridas significa construir un presente mejor para uno mismo.
-Por otro lado, una madre debe evitar tanto depender emocionalmente de sus hijos como crear dependencias en ellos. Este paso es indispensable para poder ofrecer un gran legado presente y futuro, pues significa aprender a dar y a recibir en la misma medida. ( horizontalidad)
-Si una mujer se ha sanado de verdad no concibe a sus hijos como una carga. La crianza y la relación de una madre con sus hijos es de una u otra manera según las etapas en las que nos encontremos.
Por esta razón, aunque resulte más o menos dificultoso caminar por la vida según las circunstancias, saber poner cada cosa en su lugar es uno de los mayores dones que desarrollamos al sanarnos como mujer.
-Una mujer que se ha sanado por dentro sabe que no es indispensable para nadie, excepto para sí misma. Esta mujer no esperará que los demás valoren lo que hace por ellos, sino que simplemente lo hará libremente.
-Una mujer que se ama a sí misma no renuncia a su autorrealización y genera expectativas internas saludables. Nos sanamos cuando aprendemos a escucharnos, a luchar por nosotras mismas en primer lugar y a vencer los miedos que nos han impuesto.
Cuando lo hayamos conseguido, nos sobrarán recomendaciones y lecciones; al mismo tiempo, lograremos desarrollar los valores emocionales que nos corresponden, cuidando nuestro bienestar emocional y físico, tratándonos con delicadeza y no olvidándonos de que las heridas no se curan solas.
Esta es la manera verdaderamente responsable de responder ante los nuestros, sin sometimientos y con la total libertad de ser uno misma.
Por esto, basta de sentirnos culpables por no llegar al agotamiento extremos, basta de no confiar en nuestro valor y en nuestras habilidades, basta de no darnos tiempo para relajarnos, basta de ignorar nuestros sentimientos, basta de vernos en la obligación de complacer, de arreglar nuestros rostros para ser conquistadas y amadas y de encajar en un prototipo de mujer casi perfecta.
Comencemos por nosotras mismas y dejemos de enmarcarnos en la pasividad, en la resignación, en la obediencia, en el servilismo y el cuidado de los demás hasta caer en la codependencia, en el sostén del hogar, en los quehaceres y en la crianza, en la imagen de buena esposa, en la cosificación de nuestros cuerpos, en la represión total como persona.
En su paso por la tierra, Jesús transformó al mundo. Cinco escenas bíblicas ilustran su ruptura con el trato dado hasta entonces al género femenino, al que defendió de los ataques y la misoginia del varón.
Hasta la llegada de Jesús, la religión era cosa de hombres. Así como el resto de la vida pública. Él, en cambio, no sólo se rodea de mujeres, sino que interactúa con ellas de una forma absolutamente original y contraria a los usos y costumbres de la época. Pensemos que se trata de una sociedad totalmente patriarcal, en la cual las mujeres pasaban de la autoridad –casi propiedad- del padre a la del marido o, a falta de éste, a la del hermano varón o a la del hijo mayor. La viudez sin protector era sinónimo de desgracia y miseria. Y la mujer podía ser inmediatamente repudiada en caso de esterilidad (de la cual era responsabilizada) o adulterio.
“Oísteis que fue dicho… pero yo os digo”: esta frase es recurrente en las enseñanzas de Jesús. El Mesías está fundando un orden nuevo, un mundo nuevo, una nueva fe. Esa misma ruptura radical con lo que “fue dicho” la aplicará a la condición del género femenino.
Jesús no consideraba inferiores a las mujeres, no rehuía su compañía ni su conversación, sin importar su condición. En muchas ocasiones, hizo a la mujer depositaria de su mensaje, que era realmente universal, para todo el género humano. Las convirtió en interlocutoras y les permitió seguirlo. Las defendió, las consoló, las distinguió con su perdón y misericordia, pero también las reprendió con cariño como cuando, a las mujeres que lloraban mientras lo seguían en su camino hacia la cruz, les dijo: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino por vosotras mismas y por vuestros hijos”, advirtiéndoles que vendrían tiempos duros.
Contra lo que pretenden algunos, en los Evangelios no existe el menor indicio de que el propio Jesús haya tenido mujer. Lo que sí surge claramente es su imagen como protector y defensor de todas las mujeres; un hombre que, en reiteradas ocasiones, se pone a contracorriente de su tiempo y enfrenta los prejuicios de sus pares. En primer lugar, los de sus discípulos.
En el Evangelio según San Mateo, hay un diálogo muy significativo. Se acercan los fariseos a preguntarle a Jesús: “¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa?”
La respuesta es sorprendente; Jesús desmiente la Ley de Moisés, diciendo que éste habilitó esa posibilidad “por la dureza de vuestro corazón”, pero Dios creó al hombre varón y hembra para que sean una sola carne, por lo tanto no es el hombre el que puede repudiar a la mujer. Y les dice que, si repudian a su mujer y se casan con otra, son adúlteros. Acusación tan terrible, que los discípulos, ante esta igualación de géneros, replican: “Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse”.
Hay cinco episodios bíblicos que ilustran esta actitud nueva de Jesús y el desconcierto que provoca en su entorno.
1.- Mujeres en el Santo Sepulcro
Como el domingo de Resurrección, es dirige a un grupo de mujeres, y en particular a María Magdalena, a quien Jesús se muestra por primera vez luego de su crucifixión y muerte. Dice Lucas que estas mujeres “eran María Magdalena, Juana, y María madre de Jacobo, y las demás con ellas”. Ellas son los primeros testigos de la resurrección de Jesús y las encargadas de llevar la buena nueva a los varones.
Sucede en una escena verdaderamente conmovedora, cuando al tercer día de la crucifixión, ellas van a la tumba de Jesús y la encuentran abierta. Desesperadas, sin saber qué hacer, buscan entre los sepulcros y entonces se les aparece un hombre al que no reconocen de entrada, que les dice: “No busquéis entre los muertos al que siempre vivirá”. Y agrega: “No está aquí, sino que ha resucitado. Acordaos de lo que os habló, cuando aún estaba en Galilea. Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día”. Y les pide que lleven la buena nueva a los discípulos.
2.-Las hermanas de Lázaro, las Betanias
Uno de los episodios más “feministas” que protagoniza Jesús es el que tiene lugar en casa de su amigo Lázaro (el mismo al que poco después ordenará levantarse de su tumba), en Betania. Lázaro tenía dos hermanas, Marta y María, que también eran amigas de Jesús. Un día, estando Él de visita, se produce un pequeño altercado, porque mientras Marta iba y venía de la cocina a la sala, atendiendo a los invitados, su hermana María, sentada a los pies de Jesús, escuchaba absorta sus enseñanzas.
Marta, irritada porque todo el trabajo de “servir” a los hombres recaía sobre ella, le dice a Jesús: “¿No te molesta que mi hermana me deje servir sola? ¡Dile pues que venga a ayudarme!”
Pero no, a Jesús no le molestaba la situación ni se le pasaba por la cabeza mandar a María a la cocina. Su respuesta fue: “Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero solo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada”.
La parte que no le sería quitada –pero que hasta entonces la sociedad reservaba al varón- era la del aprendizaje, el estudio y la reflexión.
3.-En casa de Simón, el fariseo
Jesús tampoco rehúye la compañía de las mujeres de “mala vida”. Un día, estando invitado a la mesa de un fariseo llamado Simón, una prostituta, enterada de la presencia de Jesús en esa casa, viene y se arroja a sus pies, los moja con sus lágrimas y los seca con sus cabellos, para después derramar un costoso perfume sobre ellos. Los demás invitados e incluso el dueño de casa se escandalizan no sólo por el gesto sino porque Jesús acepta el homenaje sin decir nada. ¿Acaso no ve qué clase de mujer es esa?, se preguntan. Pero sí, lo ve, como lo demuestra el comentario que le hace a Simón: “… te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho”. Y volviéndose a la mujer: “Tus pecados te son perdonados. Tu fe te ha salvado, ve en paz”.
4.-Jesús y la mujer adúltera
Parecida a esta escena es otra –más conocida-, la de la intervención de Jesús en defensa de la mujer adúltera. Sus acusadores la llevan ante Jesús y lo desafían: “¿Debemos lapidarla como lo prescribe la ley de Moisés?”. Irónico, Él les propone que el que esté libre de pecado, arroje la primera piedra. Aquellos que Sor Juana Inés de la Cruz llamaría “hombres necios” se retiran avergonzados ante esta pregunta. Y entonces Jesús, ayudando a la mujer a incorporarse, le dice: “Yo tampoco te condeno”.
5.-El encuentro con la Samaritana
Jesús se dirige hacia Galilea y debe pasar por Samaria. En el camino, hacen un alto en el llamado pozo de Jacob, donde Jesús, cansado por el viaje, se sienta, mientras sus discípulos van hasta la ciudad a comprar comida.
Mientras está allí, se acerca una mujer de Samaria a sacar agua del pozo y Jesús le pide de beber. “¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana?”, replica ella. “Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí”, explica el evangelista, en alusión a un distanciamiento centenario entre ambos pueblos. Jesús le explica que él puede darle un agua por la que no tendrá sed jamás sino que tendrá vida eterna.
Pero cuando Jesús le dice que vaya a buscar a su marido, ella le dice: “No tengo marido”. Y Jesús replica: “Bien has dicho: porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad”.
Ella responde: “Señor, me parece que tú eres profeta”. Y luego agrega: “Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas”.
Jesús le dice: “Yo soy, el que habla contigo”.
Al volver los discípulos se sorprendieron de encontrarlo hablando con una mujer, dice el Evangelio. Mientras tanto, la samaritana va a la ciudad a dar la noticia de que ha encontrado al Mesías y regresa con muchos samaritanos que vienen a escucharlo y con los que se queda dos días.
Es decir que Jesús no sólo no tiene inconveniente en hablar con una samaritana, sino que incluso la elige como mensajera, a pesar de tratarse de una mujer que ha tenido muchos maridos.
Estos, son algunos de los pasajes que nos permiten comprobar que Jesús trajo también una “buena nueva” para las mujeres.
El Papa Francisco en la audiencia a la redacción de la revista mensual del Osservatore Romano “Mujeres, Iglesia, Mundo”, que destaca la contribución de las mujeres en la vida de la comunidad eclesial, les dijo: “Siempre leo la revista con placer, dijo, “porque me gusta, me gusta este desafío que ya está en el título”. La mujer, continuó, el Papa, tiene la capacidad de tener juntos tres lenguajes: el de la mente, el del corazón y el de las manos. Y piensa lo que siente, siente lo que piensa y hace, hace lo que siente y piensa. No digo que todas las mujeres lo hagan, pero tienen esa capacidad, la tienen. Eso es estupendo”.
.Y luego añadió: ‘Las mujeres tienen una capacidad de gestión y de pensamiento totalmente diferente a la nuestra y también, yo diría, superior a la nuestra, de otra manera. Lo vemos también en el Vaticano: donde ponemos mujeres, inmediatamente la cosa cambia, sigue adelante. Lo vemos en la vida cotidiana, muchas veces lo vi cuando pasaba en el autobús, haciendo cola para visitar a sus hijos en la cárcel y las mujeres allí: la mujer que nunca deja a su hijo, ¡nunca! Y recuerdo a un buen sindicalista, ya fallecido, que me contaba que cuando tenía 20-21 años vivía la buena vida y vivía con su madre, ambos pobres, y dormía en la entrada de la casita; por la mañana él, todavía borracho de la noche anterior, veía a su madre salir de su habitación, pararse, mirarle con ternura e irse a trabajar, como mujer de servicio, por un salario mínimo. Fue esa mirada, “fuerte y suave” – así me lo contó – “la que un día me tocó el corazón y cambié”. Y este hombre se convirtió en un gran sindicalista”.
De las confidencias personales a la reflexión general el paso es corto: “Mujeres, mujeres: usamos lo femenino como cosa de descarte, de juego, de broma” y luego otra vez un recuerdo, preciso, concreto: “Una vez le pregunté a Von der Leyen “Dígame, señora: usted es médico y tiene siete hijos, llama por teléfono todas las tardes; dígame: ¿cómo consiguió desbloquear aquella oposición del Informe de la Unión Europea a Europa durante el Covid, la cuestión del Benelux y algunos otros países que se oponían entre sí, cómo lo hizo? “. Ella me miró y en silencio empezó a gesticular con las manos de forma afanosa, yo la miré atentamente, observando sus manos, y finalmente dijo: “Como hacemos las madres”. Es así, es otra manera, es otra categoría de pensamiento, pero no sólo pensamiento: pensamiento, sentimiento y obras’. He aquí la referencia a las palabras citadas sobre los “tres lenguajes de la mujer: mente, corazón y manos”, y dijo antes de concluir: “Por eso me gusta leer y animar esta revista mensual, y no es una especie de feminismo clerical del Papa, ¡no! Es abrir la puerta a una realidad, a una reflexión que va más allá.”
Y con ocasión del Día de la Madre afirmó: “Una sociedad sin madres sería una sociedad inhumana porque las madres saben testimoniar siempre, incluso en los peores momentos, la ternura, la dedicación, la fuerza moral.. Son ellas frecuentemente las que transmiten el sentido más profundo de la práctica religiosa…Un mensaje que las madres creyentes saben transmitir sin tantas explicaciones, que llegarán después; el germen de la fe está en los primeros momentos, en los más preciosos. Y sin las madres… la fe perdería buena parte de su calor simple y profundo.
Y la Iglesia -exclamó al final el Papa- es nuestra madre…No somos huérfanos, tenemos una madre. La Virgen, la madre Iglesia y nuestra madre. No somos huérfanos, somos hijos de la Iglesia, somos hijos de María y de nuestra madre. Gracias, queridas madres por lo que sois en la familia y por lo que dais a la Iglesia y al mundo. Y a ti,amada Iglesia, gracias por ser madre. Y a ti, María, madre Dios, gracias por mostrarnos a Jesús”.
Canción
Fuentes:
https://lamenteesmaravillosa.com/mejor-herencia-madre-sus-hijos-es-haberse-sanado-como-mujer/
https://www.infobae.com/2016/03/27/1799914-jesus-el-hombre-que-amaba-las-mujeres/
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Junio 2023.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.