“Ir a Galilea, continua el Papa Francisco, significa, además, ir a los confines. Porque Galilea es el lugar más lejano, en esa región compleja y variopinta viven los que están más alejados de la pureza ritual de Jerusalén. Y, sin embargo, fue desde allí que Jesús comenzó su misión, dirigiendo su anuncio a los que bregan por la vida de cada día, a los excluidos, a los frágiles, a los pobres, para ser rostro y presencia de Dios, que busca incansablemente a quien está desanimado o perdido, que se desplaza hasta los mismos límites de la existencia porque a sus ojos nadie es último, nadie está excluido. Es allí donde el Resucitado pide a sus seguidores que vayan, también hoy. Es el lugar de la vida cotidiana, son las calles que recorremos cada día, los rincones de nuestras ciudades donde el Señor nos precede y se hace presente, precisamente en la vida de los que pasan a nuestro lado y comparten con nosotros el tiempo, el hogar, el trabajo, las dificultades y las esperanzas.”
Decía Sófocles que el hombre está panta poros aporon, abierto a todas las cosas, pero a la vez cerrado. En perspectiva cristiana observaba San Pablo: “No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero” (Rm 7, 19). Estamos “heridos” en nuestra inteligencia, en nuestra voluntad y en nuestros deseos y actitudes. Y a esto habría que añadir la confusión y manipulación de que somos objeto continuamente. Todo ello nos hace lentos para percibir la verdad, el bien y la belleza. Y esto se muestra con frecuencia en la extraña ceguera para percibir las necesidades de los otros, incluso de los más cercanos.
Jesús siempre se acerca a quienes lloran así, como lo hizo María Magdalena cuando creyó haber perdido al Señor. Por eso, podemos asegurarnos de que cuando vemos a alguien que llora, Jesús está cerca. Por eso deberíamos tener alegría de estar con aquellos que lloran, porque así nosotros entramos inmediatamente en la compañía de Cristo. Él también está allí. Sólo nos dañamos a nosotros mismos, si evitamos y nos alejamos de la gente que está triste, oprimida, apenada y llorando. Cuando tenemos miedo de conmovernos por la pena de otros, cuando evitamos a las personas que están dolidas y desesperadas, tenemos miedo del mismo Jesús. En realidad, lo negamos en lugar de encontrarlo exactamente donde se encuentra.
En el momento actual cabe subrayar algunos aspectos importantes en este llevar a Cristo que no es otra cosa que aceptar la misión de ir a Galilea, y es que esta misión nos corresponde efectivamente a todos los cristianos, según nuestras condiciones y circunstancias en la Iglesia y en el mundo; la misión cristiana es un aspecto esencial de la educación en la fe; esta misión a la que nos invita el Papa Francisco requiere hoy, antes que nada, del testimonio y de la misericordia.
Es increíble cómo, después que uno ha pasado tiempo con alguien quien tiene el alma afligida, se enjuagan las lágrimas, se alegra el corazón, y se siente algo bueno y correcto—una comprensión profunda y mutua que quita el escozor. Percibimos que el resucitado está presente, llamando por el nombre a quienes lloran, como lo hizo con María Magdalena. No estamos desamparados.
Pascua es pues, ir cada día, ahí donde se encuentra el dolor, la incertidumbre, la duda, el hambre de Dios y hacerse Uno con ellos como lo hizo Cristo en la Cruz por nosotros; ir con la certeza de que Jesús Resucitado nos precede.
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Abril 2021
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.