Es importante, afirma Philip Británico, saber por qué fue necesario que Cristo viniera a la tierra. Dios vino a ayudarnos porque solos no podremos redimirnos, ni recuperar nuestra comunión con Dios, ya que no es suficiente con el mero esfuerzo de nuestras almas, ni a través de nuestras propias emociones, incluso las más nobles y sublimes.
- La experiencia espiritual, sea de fe, esperanza o amor, no es nada que podamos fabricar; solo podemos recibirla.
La expectativa verdadera —la espera que es genuina y desde el corazón— se realiza por la llegada del Espíritu Santo, cuando Dios viene a nosotros; no es resultado de nuestros propios esfuerzos. La profundidad espiritual, si esa es genuina, es obra de Dios descendiendo y penetrando hasta el fondo de nuestros corazones y no del ascenso de nuestras propias almas. Ninguna escalera mística puede encontrar, descubrir o poseer a Dios. La fe es un poder que nos es dado; no es nuestra capacidad o voluntad de creer. En la venida de su espíritu, Dios nos da la experiencia espiritual, que es realmente genuina, y eso pasa solo si entregamos nuestra vida entera a expresar activamente su voluntad.
Para decirlo directamente, la experiencia espiritual, sea de fe, esperanza o amor, no es nada que podamos fabricar; solo podemos recibirla. Si dedicamos nuestras vidas a buscarla por nosotros mismos, la perderemos, pero si empleamos la vida viviendo el camino de Cristo en la cotidianidad, la encontraremos…
Este modelo, de abandonar por completo la fuerza humana y entregarse totalmente a la voluntad de Dios, es esencial para nosotros, tanto en nuestras actividades de subsistencia como en las espirituales. En su entrega de sí misma a Dios, María se volvió madre de Cristo; y así, el evento más decisivo de la humanidad tuvo lugar porque ella aceptó el mensaje de Gabriel. En nuestras vidas diarias, en nuestro esfuerzo por hacer el bien, lo decisivo es que aceptemos, que nos dejemos guiar y nos entreguemos a una fuerza que nos es ajena: la luz brillante del amor de Dios…
El PapaFrancisco, con motivo del 150.º aniversario de la declaración de san José como Patrono de la Iglesia universal,, recuerda que “Dios ve el corazón y en san José reconoció un corazón de padre, capaz de dar y generar vida en lo cotidiano. Las vocaciones tienden a esto: a generar y regenerar la vida cada día. El Señor quiere forjar corazones de padres, corazones de madres; corazones abiertos, capaces de grandes impulsos, generosos en la entrega, compasivos en el consuelo de la angustia y firmes en el fortalecimiento de la esperanza”.
Y hoy día, en tiempos marcados por “la fragilidad y los sufrimientos causados también por la pandemia, donde nos invade la incertidumbre y el miedo al futuro, lo que necesita el sacerdocio y la vida consagrada es a San José que viene a su “encuentro con su mansedumbre, como santo de la puerta de al lado; al mismo tiempo, su fuerte testimonio puede orientarnos en el camino”.
La vocación -dijo Francisco- es la llamada divina que siempre impulsa a salir, a entregarse, a ir más allá. No hay fe sin riesgo. Sólo abandonándose confiadamente a la gracia, dejando de lado los propios planes y comodidades se dice verdaderamente sí a Dios”.
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Abril 2021
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.