Hemos venido escuchando en la Pascual, como las apariciones de Jesús despiertan y educan la fe de los apóstoles. Pero a la fe de María no le hacían falta. Ella tuvo una sola gran aparición en su vida: su Anunciación, y esta aparición le bastó para siempre. La anunciación la dispensó para siempre de nuevas apariciones.
Se ha dicho que la fe es permanecer fiel en las tinieblas a aquello que se ha visto en la luz. María escuchó tan bien la palabra del ángel, que la guardó toda su vida, se alimentó de ella toda su vida.
Jesús salió del sepulcro al tercer día, no para consolar a su Madre, porque Ella no lo necesitaba, sino para encaminar a los demás adonde María los esperaba en silencio. Y cuando los que tenían una aparición corrieron a María para anunciarle la Buena Nueva, comprendieron en seguida que Ella ya lo sabía. Todos pudieron medir su fe, encontrar de nuevo su fe, en la fe de María.
Pienso que fue precisamente aquel el momento en que se comenzó a comprender el lugar de María en la Iglesia.
Todos vinieron poco a poco a agruparse a su lado. Y fue natural que durante los diez días entre la Ascensión y Pentecostés, no se separan de María. Se sentían bien allí, allí encontraban un lugar de fe, allí encontraban a la Iglesia.
Y Ella hizo todo esto sin decir muchas palabras. Una auténtica presencia de Dios se siente y se comunica sin tener que decir nada. La Reina de los apóstoles no predicó nunca, ni hizo acción apostólica. Durante treinta años vivió en su casa con tanto respeto y amor, que la salvación del mundo salió de aquella casa. Ella rodeó el misterio de su hogar con tanta fidelidad y fe, que un día salió de allí para salvar al mundo entero.
El Señor, nos dice el Papa Francisco, “nos dejara el Paraclito, no para introducirnos en una burbuja, sino para acompañarnos y recordarnos la promesa hecha, ese Espiritu de Verdad que nos dará igual que ayer, hoy y siempre, la oportunidad de dar ese testimonio de Jesús aun en la persecución. Por eso nos advierte: “Les he hablado de estas cosas para que su fe no tropiece.”
Queridos hermanos, cada uno de nosotros, cada uno de nuestros hogares tienen la misma misión que la Santísima Virgen, la misma vocación increíble: colocar a Dios en el mundo, hacer que Dios viva en el mundo, hacer que Dios llegue a ser algo vivo en nuestro mundo.
Los ángeles de la anunciación siguen volando sobre la humanidad, buscando una esclava, un esclavo de Dios, tan sencillo y tan creyente que admita que por su medio el Hijo de Dios quiere también encarnarse y habitar entre nosotros.
¡Qué así sea!
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Mayo 2021
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.
Bibliografía:
Primera referencia
Segunda referencia
Tercera Referencia