https://youtu.be/QlsQi8rALCM?si=s4oGm8ezZ-UdM9LZ
- Col 1, 9-14
- Sal 97
- Lc 5, 1-11
Hoy la liturgia nos muestra como todo cambia cuando dejamos al Señor subir a la barca de nuestra vida. Ya somos capaces de dejarlo todo por seguirlo, y aceptar su invitación a ser pescadores de hombres, pues El nos ha mostrado su amor y lealtad, como nos dice el Salmista; nos ha fortalecido y entonces podremos resistir y perseverar con alegría y constancia y dar gracias por habernos hecho partícipes del reino de la Luz, como nos indica San Pablo.
Las cartas de Pablo siempre nos ayudan a profundizar en nuestra experiencia de vida y de fe. Nos alienta el saber que estamos unidos en la oración. No una oración genérica o anónima, sino una oración con rostros y vivencias compartidas: “No dejamos de orar por vosotros y de pedir que consigáis un conocimiento perfecto de su voluntad con toda sabiduría e inteligencia espiritual”. Para el apóstol lo espiritual tiene que ver con la vida impulsada y orientada hacia Dios.
Para Pablo la sabiduría implica un conocimiento crítico que nos abre al discernimiento. Sin duda alguna, la sabiduria humana es importante, pues gracias a ella se realiza el progreso y se va haciendo más cómoda nuestra existencia. Sin embargo, es quizá más importante el tener sabiduría y conocimiento espiritual, pues es precisamente por medio de éstos como hoy nos lo dice san Pablo, que podemos llegar a conocer la Voluntad de Dios.
¿Cómo puedo saber lo que Dios quiere de mí?” No es, ni mucho menos, una pregunta irrelevante. San Pablo dice explícitamente que él reza para que los colosenses, a los que en aquel momento se dirigía, conocieran la voluntad de Dios.
Las pistas nos las da el evangelio. Allí está el Señor predicando desde una barca a las gentes y después pidiéndole a Pedro que se adentre en el mar para pescar, que es a fin de cuentas lo suyo y lo nuestro.
Lo primero que hay que hacer es ponerse a cierta distancia de las cosas: si uno está en medio del bosque no lo ve, tiene que salir, separarse un poco para verlo todo con objetividad, con perspectiva. Y, después, escuchar al Señor, es decir, dejar que resuenen sus palabras, y que nos llegan por muchos medios.
Escuchar a Dios requiere, no solamente estar atento, sino no dejar que lo que entre salga con la misma velocidad con la que ha entrado. Aparentemente no habría de qué quejarse, tenemos los dos oídos bien abiertos, es verdad, pero lo que quizá habría que hacer es ponerse un tapón en uno de los oídos, para que lo que pasa un lado se quede dentro, porque no le damos oportunidad, y lo que hace es diluirse o escaparse como agua entre los dedos.
Hay que lanzarse. El “después” o “mañana” no son palabras propias del apóstol, del seguidor de Cristo, del hijo de Dios. Lo nuestro es la audacia de decir “hacia delante”, ¿en lo intrincado del mar? Pues allí que iremos.
Hay que recordar, porque tendremos muchos momentos de vacilación, y de no terminar de decidirnos, que hacer la voluntad de Dios no es igual a entender la voluntad de Dios. Puede que no la entendamos, o incluso que nos parezca poco razonable, pero es que la voluntad de Dios lleva aparejado un “leve matiz”: confiar en Él. No se hacen las cosas porque aparentemente sean “lo que cualquiera pensaría que es lo mejor en ese momento”. Se hacen las cosas con la idea clara de secundar en nosotros ese impulso sobrenatural de ir adelante hacia donde el Señor nos lleve.
Cuando el Señor sube a la barca de nuestra vida todo cambia. Esto porque como nos comenta el Papa Francisco, de este texto del evangelio, “la fuerza de la Palabra de Dios está en ese encuentro entre mis pecados y la sangre de Cristo, que me salva. Y cuando no existe ese encuentro, no hay fuerza en el corazón. Cuando se olvida ese encuentro que hemos tenido en la vida, nos hacemos mundanos, queremos hablar de las cosas de Dios con lenguaje humano, y no sirve: no da vida.
Asimismo, también Pedro -en el Evangelio de la pesca milagrosa- experimenta encontrar a Cristo viendo el propio pecado: ve la fuerza de Jesús y se ve a sí mismo. Se arroja a sus pies diciendo: «Señor, aléjate de mí porque soy un pecador». En este encuentro entre Cristo y mis pecados está la salvación”
Después de dejar al Señor subir a la barca de nuestra vida llegan las bendiciones y entonces podríamos preguntarnos. ¿Veremos los frutos? Importa poco. Lo que importa es otra cosa bien distinta: saber que Dios actuará a través de nosotros, a veces a pesar de nosotros y sacando de nosotros lo que ni siquiera nosotros sabíamos que podríamos dar.
Confiando en Jesús que nos insta a navegar mar adentro, qué haciendo más religiosa nuestra vida, haga crecer en nosotros el bien y lo conserve con solicitud amorosa.
“Que la Gracia de nuestro Señor Jesucristo, el Amor del Padre y la Comunión del Espíritu Santo, estén siempre con ustedes”. Ef 13, 13
Fuentes:
- Folleto La Misa de Cada Día
- https://es.catholic.net/op/articulos/6209/cat/331/los-apostoles-testigos-y-enviados-de-cristo.html#modal
- https://oracionyliturgia.archimadrid.org/2023/09/07/cual-es-la-voluntad-de-dios/
- https://www.evangelizacion.org.mx/liturgia/index.php?i=07-09-2023
- https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/hoy/
Palabra de Vida Mes de Setiembre 2023
“Día tras día te bendeciré, y alabaré tu Nombre sin cesar” (Salmo 145, 2). https://ciudadnueva.com.ar/categoria/palabra-de-vida/#:~:text=Septiembre%202023&text=%E2%80%9CD%C3%ADa%20tras%20d%C3%ADa%20te%20bendecir%C3%A9,(Salmo%20145%2C%202). https://ciudadnueva.com.ar/julio-2023
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Setiembre 2023.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.