Hoy la liturgia nos presenta por un lado algo digno de imitar y es la ación de Tobías y algo que no debemos de imitar, la actitud de los viñadores.
Y es que Tobías, como nos indica la primera lectura, con esa acción estaba realizando algo que para un israelita era voluntad de Dios. Y es con lo que nosotros nos debemos quedar e imitar. En todos los momentos debemos a través de nuestros actos vivir la voluntad de Dios, porque Dios no nos pedirá cosas raras, sino siempre aquello que nos hace bien, lo que nos hace buenos y llena nuestro corazón de bondad y de alegría.
Además, este ejemplo de Tobías de celebrar Pentecostés, debería de tener para nosotros una relevancia capital, ya que muchas veces sólo ponemos atención en los aspectos festivos de nuestra Iglesia, sin ir al fondo de lo que en realidad estamos celebrando.
Las fiestas son importantes porque nos recuerdan y memorializan lo ocurrido en el pasado, pero si esto no se actualiza en nuestras vidas, todo queda solo en la exterioridad. El apóstol Santiago, tocando este tema de una fe solo vivida en los templos y en las fiestas litúrgicas, decía: Muéstrame tu fe sin obras que yo con mis obras te mostraré mi fe. Tobías arriesga su propia vida para enterrar a su compatriota aun y cuando esto pusiera en peligro su propia vida.
Ir a misa los domingos y después, el resto de la semana vivir como si no conociéramos a Dios, sin interesarnos de nuestros hermanos, sobre todo de los más alejados, significa que para nosotros la fe es solo una cuestión privada y desintegrada de mi vida. Jesús nos mostró con su ejemplo que una fiesta sin caridad, no honra ni a Dios ni a nadie. Hagamos de nuestras fiestas litúrgicas la ocasión para servir y amar a los demás. Que nuestra fe se muestre en toda nuestra vida.
Y en el texto de San Marcos, el Señor nos invita a pasear por su viña. Todos somos arrendatarios de esa viña. La viña es nuestro propio espíritu, la Iglesia y el mundo entero. Dios quiere frutos de nosotros. Primero, nuestra santidad personal; luego, un constante apostolado entre nuestros amigos, a quienes nuestro ejemplo y nuestra palabra les anime a acercarse cada día más a Cristo; finalmente, el mundo, que se convertirá en un mejor sitio para vivir, si santificamos nuestro trabajo profesional, nuestras relaciones sociales y nuestro deber hacia el bien común.
¿Qué clase de arrendatarios somos? ¿De los que trabajan duro, o de los que se irritan cuando el dueño envía a sus siervos a cobrarnos el alquiler? Podemos oponernos a los que tienen la responsabilidad de ayudarnos a proporcionar los frutos que Dios espera de nosotros. Podemos poner objeciones a las enseñanzas de la Santa Madre Iglesia y del Papa, los obispos, o quizás, más modestamente, de nuestros padres, nuestro director espiritual, o de aquel buen amigo que está tratando de ayudarnos. Podemos, incluso, volvernos agresivos, y tratar de herirles o, hasta “matarlos” mediante nuestra crítica y comentarios negativos. Deberíamos examinarnos a nosotros mismos acerca de los motivos reales de dicha postura. Quizás necesitamos un conocimiento más profundo de nuestra fe; quizás debemos aprender a conocernos mejor, a efectuar un mejor examen de conciencia, para poder descubrir las razones por las que no queremos producir frutos.
Nos explica el Papa Francisco: “Este es el drama de aquella gente, pero también el nuestro! Se han apropiado de la palabra de Dios y la palabra de Dios la convierten en su palabra, según sus intereses, según sus ideologías, sus teologías… pero a su servicio. Y cada uno la interpreta según la propia voluntad, según el propio interés. Aquí está el drama de este pueblo. Y para conservar esto, asesinan. Esto le sucedió a Jesús. […]
Qué podemos hacer para no asesinar la palabra de Dios?, y para “ser dóciles y no enjaular el Espíritu Santo”? Dos cosas simples. La actitud de quien quiere escuchar la palabra de Dios es primero, la humildad; segundo la oración….
Hoy tenemos un ejemplo de un buen arrendador de la viña en la Memoria de Bonifacio de Maguncia (672-755) uno de esos santos que dejan mucha huella en la historia. No sólo porque fue un auténtico apóstol que evangelizó la actual Alemania —gran parte de la cual no había recibido todavía el evangelio— promoviendo misiones, creando diócesis, fomentando la formación de los sacerdotes y una vida cristiana intensa de fieles y consagrados, así como la estructuración y funcionamiento correcta de los poderes civiles, tan complejos en aquella cambiante época. Su legado más universal es ni más ni menos que el sentido cristiano del árbol de Navidad, una símbolo ya presente en el paganismo que el bueno de Bonifacio bautizó. Acabó el pobre asesinado cuando se encontraba en tierra de misión: la víspera de Pentecostés, cuando preparaba el bautismo de un gran número de catecúmenos, un puñado de paganos acabaron con su vida y con la de sus acompañantes.
Concluye el Pontífice: “Esta gente no rezaba. No sentía necesidad de rezar. Se sentían seguros, se sentían fuertes, se sentían dioses. Humildad y oración: con la humildad y la oración vamos adelante para escuchar la palabra de Dios y obedecerle.”
Por eso el Salmista nos invita a “temer al Señor y amar de corazón sus mandamientos.”
Bibliografía:
- Folleto La Misa de Cada Día
- https://oracionyliturgia.archimadrid.org/2023/06/05/5-junio-san-bonifacio-m-o/
- https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/hoy/
- https://www.evangelizacion.org.mx/liturgia/index.php?i=05-06-2023
- https://es.catholic.net/op/articulos/18154/cat/347/se-apoderaron-del-hijo-lo-mataron.html#modal
- http://webcatolicodejavier.org/evangeliodeldia.html