- Hch 3, 11-26
- Sal 8
- Lc 24, 35-48
Al igual que los discípulos, nosotros somos testigos de Jesús Resucitado, por ello somos invitados a testimoniar que Dios en su locura de Amor, se convierte en el Viviente que nos trae la bendición, apartándonos de nuestras maldades.
El testigo comparte el fuego y la certeza que le habita con la naturalidad que brota de la sencillez de corazón. No son las palabras, es la vida la que proclama la alegría de la fe. Esa de la que nos habla la primera lectura, en las palabras que se ponen en boca de Pedro, y en la que se destaca que podemos tener una historia, de la cual se puede no estar muy orgulloso, pero que El nos invita a rrepentirnos y convertirnos, para que se borren nuestros pecados, para que vengan tiempos de consuelo. Es Pascua, tiempo de retomar la vida, de cambiar y dejarnos transformar por la experiencia del encuentro con Jesús Resucitado.
El Salmista nos insta a sentir el Amor de Dios, Sé mi pequeñez y mi grandeza, de mi dignidad y mi nada y reconociendo ambos extremos, acepto con sencillez a la corona que me das. La de dentro y la de fuera y quiero disfrutar ambas plenamente; disfrutar de todo como sé que tu quieres que yo disfrute para gozo de mi corazón y gloria de Tu Nombre. ¡Señor, Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra.
Jesús Resucitado, no es un fantasma, nos muestra sus manos y sus pies y nos pide que palpemos la carne sufriente de nuestra época, que reconozcamos a ese Jesús presente, extensivo en cada persona que padece. Nos pide que abramos la inteligencia para comprender y, sobre todo para experimentar la Resurrección; seamos sus testigos.
Cristo vive. Se le puede ver y escuchar. Ningún hecho histórico cuenta con tantos testimonios: se apareció a la vez a más de 500 hermanos, la mayoría de los cuales viven aún (cf. 1 Co 15, 6). También llama a las puertas de nuestro corazón y, si se lo abrimos, nos hace lentamente capaces de ver (cf. Benedicto XVI, Jesús de Nazaret II, 321). Él irá poniendo una certeza cada vez más firme en nuestro corazón, en nuestro entendimiento. Cuando se vive cerca de Jesús, se frecuenta su compañía y su trato en la oración, la Eucaristía, la meditación de la Palabra de Dios… vamos siendo capacitados para reconocer su presencia en cualquier lugar y circunstancia de nuestra vida. La mirada se “agudiza” para reconocer las intervenciones de Dios en nuestra vida. Y sin que sepamos muy bien cómo, la convicción interior de que está con nosotros y actuante se nos hace “evidente”, más segura. Y ello nos capacita para vivir con mayor confianza, a asumir los desafíos que surjan en nuestra vida llenos de optimismo y esperanza. El Papa Francisco nos invita a “soñar cosas grandes, buscar horizontes amplios, atreverse a más, querer comerse el mundo, ser capaz de aceptar propuestas desafiantes” (Francisco, Exhortación Apostólica, “Christus vivit”, n. 15).
Quienes hemos conocido al Señor siglos después no le hemos visto físicamente, pero sabemos que está con nosotros y, como dijo a sus Apóstoles en la última cena antes de su pasión y muerte, nuestra tristeza se convertirá en gozo (Jn 16, 20). Estad alegres, os lo repito, estad alegres en el Señor (2 Co 13,11), pase lo que pase. “La vida es como un viaje por el mar de la historia, a menudo oscuro y borrascoso, un viaje en el que escudriñamos los astros que nos indican la ruta. Las verdaderas estrellas de nuestra vida son las personas que han sabido vivir rectamente. Ellas son luces de esperanza. Jesucristo es ciertamente la luz por antonomasia, el sol que brilla sobre todas las tinieblas de la historia. Pero para llegar hasta Él necesitamos también luces cercanas, personas que dan luz reflejando la luz de Cristo, ofreciendo así orientación para nuestra travesía. Y ¿quién mejor que María podría ser para nosotros estrella de esperanza” (Benedicto XVI, “Spe salvi”, 49).
Oremos como nos pidió el Papa Francisco, por el Jubileo 2025, Peregrinos de Esperanza: Señor, Padre que estás en el cielo, la fe que nos has donado en tu Hijo Jesucristo, nuestro hermano, y la llama de caridad infundida en nuestros corazones por el Espíritu Santo, despierten en nosotros la bienaventurada esperanza en la venida de tu Reino.
Tu gracia nos transforme en dedicados cultivadores de las semillas del Evangelio que fermenten la humanidad y el cosmos, en espera confiada de los cielos nuevos y de la tierra nueva, cuando vencidas las fuerzas del mal, se manifestará para siempre tu gloria.
La gracia del Jubileo reavive en nosotros, Peregrinos de Esperanza, el anhelo de los bienes celestiales y derrame en el mundo entero la alegría y La Paz de nuestro Redentor.
A ti, Dios bendito eternamente, sea la alabanza y la gloria por los siglos.
Amén.
Tomado de:
- Folleto La Misa de Cada Día.
- Diario Bíblico 2025. Misioneros Claretianos.
- Libro Busco Tu Rostro, autor Carlos G. Vallés.
- https://www.iubilaeum2025.va/es/giubileo-2025/preghiera.html .
- https://oracionyliturgia.archimadrid.org/2025/04/24/el-resucitado-nos-convierte-en-testigos-2/
- https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/hoy/
Palabra de Vida Mes Abril: “Yo estoy por hacer algo nuevo: ya está germinando, ¿no se dan cuenta?” (Is 43, 19) https://ciudadnueva.com.ar/categoria/palabra-de-vida/
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Abril 2025.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.