- Jue 2, 11-19
- Sal 105
- Mt 19, 16-22
La frase con la que iniciaremos la reflexión de la liturgia es la del Salmista: “Perdona, Señor, las culpas de tu pueblo”, pues el sábado en la meditación acerca de la figura de Josué, leíamos como este les insistía a los israelitas acerca de su promesa de servir al Señor y ellos aseguraron, “serviremos al Señor y obedeceremos sus mandamientos”; y hoy les vemos “dando culto a otros ídolos. Abandonaron al Señor…” Y todavía el Señor, “instituyó jueces que los salvaran de quien los saquearan, pero ellos tampoco escucharon a los jueces”
¡Qué duros de cerviz somos, nosotros también! Cúantas veces el Señor, nos ha enviado ayuda, pero tampoco escuchamos. Somos cuanto mucho, como el joven rico del Evangelio, que cumplimos, pero seguimos apegados e idolatramos a otros dioses, mientras el Señor lo que nos pide es que seamos fieles a nuestros compromisos bautismales, pues las promesas bautismales nos introducen en la nueva vida en Cristo, una vida que ya es eterna aquí en la tierra en la medida que disfrutemos de ese toque divino que cada día nos visita con la cantidad de gracias que recibimos. Deseemos la perfección no de las obras de nuestra voluntad, sino la perfección que nos es dada en la gracia: la comunión de vida con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Vemos, pues hoy en ambos pasajes de la liturgia al pueblo de Dios, al pueblo israelita y a su pueblo hoy, que ha visto los prodigios y las maravillas de Dios, cometer toda clase de maldades. La causa: han abandonado al verdadero Dios y se han postrado ante dioses falsos que ofrecen paraísos “artificiales”.
Dioses a los que se les puede servir con comodidad y sin compromiso, que se acomodan a nuestros deseos; dioses que no exigen renuncia y que permiten la avaricia, el lucro, la venganza, que conducen la vida hacia el abismo. Esto ocurrió con Israel, y continúa sucediendo con todos aquellos que, en lugar de seguir al único y verdadero Dios, al Dios del amor, de la salvación y del perdón, van en busca de los dioses falsos, de ídolos inertes que solo terminan por destruir la vida.
Nosotros, cristianos, no somos inmunes a la seducción de los “dioses modernos”; y de hecho, si nuestra sociedad, que decimos “cristiana”, padece de esta perversión es porque muchos de los cristianos han volteado sus ojos, si no totalmente, sí con cierta aceptación, hacia los falsos dioses. Tengamos cuidado, los dioses falsos, los ídolos, ofrecen un falso bienestar que, tarde o temprano, se convertirá en sufrimiento y soledad. Centremos nuestros ojos en Jesús y busquemos con todo nuestro corazón vivir conforme a su evangelio.
Finalizo con esta catequesis del Papa Francisco, acerca del texto de San Mateo: “El Evangelio no nos dice el nombre de ese joven, lo que sugiere que puede representar a cada uno de nosotros. Además de poseer muchos bienes, parece estar bien educado e instruido, y también animado por una sana inquietud que le impulsa a buscar la verdadera felicidad, la vida en plenitud. Por eso se pone en camino para encontrar una guía autorizada, creíble y fiable. Encuentra esa autoridad en la persona de Jesucristo y por eso le pregunta: «Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna?». Pero el joven piensa en un bien que se puede ganar con su propio esfuerzo. El Señor le responde con otra pregunta: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios» (en la versión de San Marcos). Así, Jesús le dirige a Dios, que es el Bien único y supremo del que proceden todos los bienes.
Para ayudarle a acceder a la fuente del bien y de la verdadera felicidad, Jesús le indica la primera etapa que debe recorrer, que es aprender a hacer el bien a los demás: «Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos» (Mt 19,17). Jesús lo devuelve a la vida terrenal y le muestra el camino para heredar la vida eterna, es decir, el amor concreto al prójimo. Pero el joven responde que siempre lo ha hecho y que se ha dado cuenta de que no basta con seguir los preceptos para ser feliz. Entonces Jesús posa en él una mirada llena de amor. Reconoce el deseo de plenitud del joven en su corazón y su sana inquietud que le lleva a buscarla; por eso siente ternura y cariño por él.
Sin embargo, Jesús también comprende cuál es el punto débil de su interlocutor: está demasiado apegado a los muchos bienes materiales que posee. Por eso el Señor le propone un segundo paso a dar, el de pasar de la lógica del “mérito” a la del don: «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo» (Mt 19,21). Jesús cambia la perspectiva: le invita a no pensar en asegurarse el más allá sino a darlo todo en su vida terrenal, imitando así al Señor.
Es la llamada a una mayor madurez, a pasar de los preceptos observados para obtener recompensas al amor gratuito y total. Jesús le pide que deje todo lo que lastra el corazón y obstaculiza el amor. Lo que Jesús propone no es tanto un hombre despojado de todo sino un hombre libre y rico en relaciones. Si el corazón está abarrotado de posesiones, el Señor y el prójimo se convierten sólo en una cosa entre otras. Nuestro tener demasiado y querer demasiado sofocan nuestro corazón y nos hacen infelices e incapaces de amar.
Finalmente, Jesús propone una tercera etapa, la de la imitación: «¡Ven! Sígueme». “Seguir a Cristo no es una imitación exterior, porque afecta al hombre en su interioridad más profunda. Ser discípulo de Jesús significa hacerse conforme a él» (Juan Pablo II, Carta Encíclica Veritatis splendor, 21). A cambio, recibiremos una vida rica y feliz, llena de rostros de muchos hermanos y hermanas, y padres y madres e hijos… (cf. Mt 19,29). Seguir a Cristo no es una pérdida, sino una ganancia incalculable, mientras que la renuncia se refiere al obstáculo que impide el camino.
Ese joven rico, sin embargo, tiene su corazón dividido entre dos amos: Dios y el dinero. El miedo a arriesgarse y a perder sus posesiones le hace volverse a casa triste: «Abatido por estas palabras, se marchó entristecido» (Mc 10,22). No había dudado en plantear la pregunta decisiva, pero no tuvo valor para aceptar la respuesta, que es la propuesta de “desatarse” de sí mismo y de las riquezas para “atarse” a Cristo, para caminar con Él y descubrir la verdadera felicidad.
Amigos, continúa el Pontífice, también a cada uno de vosotros Jesús os dice: «¡Ven! Sígueme». Tened la valentía de vivir vuestra juventud encomendándoos al Señor y poniéndoos en camino con él. Dejaos conquistar por su mirada de amor que nos libera de la seducción de los ídolos, de las falsas riquezas que prometen la vida pero traen la muerte. No tengáis miedo de acoger la Palabra de Cristo y de aceptar su llamada. No os desaniméis como el joven rico del Evangelio; en cambio, fijad vuestra mirada en María, el gran modelo de la imitación de Cristo, y encomendaos a Ella, que, con su «heme aquí», respondió sin reservas a la llamada del Señor. Su vida es una entrega total, desde el momento de la Anunciación hasta el Calvario, donde se convirtió en nuestra Madre.”
”Que la Gracia de Nuestro Señor Jesucristo, el Amor del Padre y la Comunión del Espíritu Santo, estén siempre con ustedes” Ef 13,13
Fuentes:
- Folleto La Misa de Cada Día
- https://www.evangelizacion.org.mx/liturgia/index.php?i=21-08-2023
- https://oracionyliturgia.archimadrid.org/2023/08/21/21-agosto-s-pio-x/
- https://www.vatican.va/content/francesco/es/messages/pont-messages/2021/documents/20210629-messaggio-giovani-medjugorje.html
Palabra de Vida Mes de Agosto 2023
“Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla tu deseo”. (Mateo 15, 28) https://ciudadnueva.com.ar/julio-2023
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Agosto 2023.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.