https://youtu.be/dy9QrO6OYmQ
- Mi 6, 1-4. 6-8
- Sal 49
- Mt 12, 38-42
¿Con qué me presentaré ante el Señor y adoraré al Dios Altísimo?”, nos dice hoy la primera lectura y con ella se dirige hoy también hacia cada uno de nosotros. ¿Qué puedo llevarle a Dios? ¿Qué puedo darle? Él se encuentra allá arriba, en el cielo, y yo estoy aquí abajo. ¿Cómo puedo alcanzarle? ¿Cómo voy a comunicarme con Él, cómo voy entrar en contacto con Él? ¿Cómo puedo complacerle? Y, ¿cómo puedo ser salvo? Siglos después, el carcelero de Filipos, que sería un pagano como ellos formularía también esa pregunta: “¿Qué debo hacer para ser salvo?” ¿Cómo puedo solucionar el problema de mi relación con Dios? Y esa era una buena pregunta, no había nada malo en ella. Ahora, la segunda pregunta registrada en el versículo 6 fue la siguiente: “¿Me presentaré ante él con holocaustos, con becerros de un año?“
Dios les había requerido sacrificios. En la primera parte del libro de Levítico, vemos cuales eran los cinco sacrificios que debían presentar. Por medio de los cuales podían acercarse a la presencia de Dios. De modo que, ellos se plantearon la pregunta: “¿Será adecuado sencillamente practicar esta forma de religión?” El razonamiento humano siempre degenera en una actitud que se resume en expresiones tales como, por ejemplo: “Yo tengo que hacer algo para Dios. Él quiere que yo haga algo”. Y debemos decir que la citada actitud probablemente revela el corazón orgulloso del hombre más que ninguna otra cosa. Nosotros queremos hacer algo para Dios. Sentimos una especie de calidez interior cuando nos sentimos generosos y hacemos un regalo. Nos sentimos como esa persona que no es verdaderamente creyente y que dice: “Bueno, yo voy a la iglesia. En realidad, hasta soy miembro de la Iglesia, contribuyo generosamente en la iglesia, y cuando me piden que haga algo, sencillamente lo hago. Soy una persona civilizada. No voy de un lado a otro haciendo daño a la gente. En realidad, se me considera como una buena persona. Soy alguien que es aceptado por toda la gente, que caigo bien a los demás. Entonces ahora, ¿qué quiere Dios de mí? ¿Tendré que hacer algo más? Pienso que debería hacer algo más.”
Hoy que evaluamos ciertas cosas al revés. Preguntamos “¿Qué debo hacer para alcanzar la salvación?” En los días de Jesucristo la gente se dirigió a Él preguntándole: “¿Qué debemos hacer para hacer las obras de Dios?” Y el Señor Jesús les dijo: “Esta es la obra de Dios, que creáis en aquel que le ha enviado” (como podemos leer en Juan 6:28 y 39). Y Él está hoy diciendo en el Salmo que “Dios salva al que cumple su Voluntad”. Esa es la única obra que Dios nos pide que hagamos: que creamos.
La fe es sencillamente lo opuesto a las obras. La fe, la fe salvadora, produce obras, pero con toda seguridad, no origina la salvación. Las obras, por sí mismas, no tienen nada que ver con su salvación.
No se trata de hacer actos de desagravios, sacrificios, rituales… Es tan sencillo como reconocer a Dios y actuar en consecuencia.
¿Y nosotros, el nuevo Israel que es la Iglesia? Ya Jesús tuvo que enfrentar a los apóstoles en un momento de duda e incredulidad y preguntarles: ¿También vosotros queréis marcharos? Recordamos bien las palabras de Pedro: “¿A dónde vamos a ir? Solo Tú tienes palabras de Vida Eterna”.
¿Cuál es nuestra referencia hoy del Dios de Jesús? ¿Le reconocemos como sentido para nuestras vidas? ¿Somos conscientes de que estamos un tanto perdidos y necesitamos volver a Él, a su Amor siempre constante y entregado?
Las relaciones humanas tienen una parte de experiencia: conocemos a alguien, conversamos con esa persona, recibimos el eco del trato con ella… A la vez, las relaciones humanas tienen mucho de confianza: creer que la persona con la que trato me dice la verdad, que va a ser fiel a nuestra amistad o amor, que tiene buenas intenciones, que busca mi bien…
La confianza va más allá de la experiencia, aunque de alguna manera se apoye en ella. Confiar siempre supone un salto, un arriesgarse… Porque pretender probar o demostrar una amistad o una relación amorosa puede terminar ahogándola. Aunque también es verdad que toda relación positiva se acaba expresando en signos de bondad.
En el Evangelio de hoy, Jesús se molesta de que algunos escribas y fariseos le pidan un signo. Quizá no se hubiera molestado tanto si esa petición hubiera venido de la gente sencilla… o más bien es que la gente sencilla confía sin más, y no pide tantos signos. Quizá vio en aquellos fariseos un afán de controlar lo incontrolable, o de asegurar lo que no es real si no hay confianza.
Nuestra fe en Jesús se apoya en la confianza: la confianza en su Palabra, reflejo de su Vida, transmitida a través de los testigos de la primera hora, que vivieron con Él, y que se nos ha transmitido en la tradición viva de la Iglesia, vivificada por el Espíritu Santo. Desde ahí, es verdad que también podemos hacer “experiencia” de su presencia… aquí y ahora, porque gracias a ese Espíritu, Jesucristo es contemporáneo a toda época y a toda persona.
Hoy que recordamos a San Bartolomé de los Mártires, vino a abrazar la vocación dominicana en el convento de S. Domingos de Lisboa, profesando el 20 de noviembre de 1529. Al nombre que usaba añadió el apellido de “mártires” en memoria de la iglesia en la que fue bautizado.
Jesús recuerda a sus oyentes sobre Jonás, cuya predicación guió a la gente de Nínive a cambiar sus vidas. Este es también un llamado básico de Jesús: crean en la buena noticia que les traigo y cambien sus vidas, abran su corazón. Rezo para no ser sordo a este llamado, no por miedo sino confiando en Dios, que me envió su Hijo más amado, alguien más grande que Jonás.
Los escribas y fariseos no habían entendido nada de todo lo que Jesús había hecho. Quieren ver “un signo”, y Jesús no se somete a la petición de las autoridades religiosas, pues no hay sinceridad en su petición. No verán ahora, pero sí lo harán después. Y como todo signo es ambiguo, deberán esperar ver aquello que no es evidente para todos. Así, tendrán lo que piden: deberán creer sin evidencias. En ocasiones también a nosotros nos cuesta entender los caminos de Dios. Muchas veces la vida se presenta confusa, injusta, oscura…. o nuestras miradas «algo mezquinas», no logran apreciar su paso en nuestra historia. Con sencillez pidamos al Señor que aumente nuestra fe, para poder contemplar los signos de su presencia.
Como afirma el Papa Francisco: “Esto debemos interrogarnos: «¿estoy abierto al Dios de las sorpresas?». Y también: «¿Soy una persona inactiva, o una persona que camina?». «¿creo en Jesucristo y en lo que hizo», es decir «que murió, resucitó… creo que el camino siga adelante hacia la madurez, hacia la manifestación de la gloria del Señor? ¿Soy capaz de entender los signos de los tiempos y ser fiel a la voz del Señor que se manifiesta en ellos?”
Ante la actual renovación de la Iglesia, ¿soy como aquél que pide una señal o soy como la gente que reconoce que éste es el camino que Dios quiere?
Bibliografía;
- Folleto La Misa de Cada Día
- https://www.espaciosagrado.com/node/187343
- https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/18-7-2022/
- https://www.ciudadredonda.org/calendario-lecturas/evangelio-del-dia/comentario-homilia/?f=2022-07-18
- https://www.escuelabiblica.com/estudio-biblico.php?id=1140
- https://www.vaticannews.va/es/evangelio-de-hoy/2022/07/18.html
Palabra de Vida Mes de Julio 2022
«Solo una cosa es necesaria» (Lc 10, 42) https://www.focolare.org/espana/es/news/2022/06/30/julio-2022/
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Julio 2022.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.