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Las Bienventuranzas en Nuestro Diario Vivir.

Posted on octubre 23, 2025

En este Camino de Ser que hemos emprendido, hemos reflexionado en algunas de  las herramientas que analizamos la última vez, como la sobriedad,  la templanza, el dominio propio y el arte de poseer y entregarse.

Es importante también la práctica en nuestro diario vivir de las bienaventuranzas, por eso hoy compartiremos al respecto.

Para iniciar diremos que la palabra bienaventurado,  es la traducción del término griego makarios. No es una oración que pide bendición sino que ratifica un estado existente de bendición. Existe otra palabra griega que es eulogia. Esta se traduce como “bendecido” y es la palabra que se usa para pedirle a Dios que bendiga o traiga algo bueno a una persona o comunidad. Esta palabra no aparece en las bienaventuranzas.

Las bienaventuranzas no son un juicio en contra de todos los que no alcanzan los estándares, son una bendición para cualquiera que decida unirse al reino de Dios.

Una bendición adicional de las bienaventuranzas es que benefician a la comunidad de Dios, no solo a los individuos de Dios. Al seguir a Jesús, somos miembros bendecidos de la comunidad del reino, incluso aunque nuestro carácter todavía no haya sido formado a la semejanza de Dios. Individualmente, no cumplimos las características de algunas o todas las bienaventuranzas, pero aun así somos bendecidos por el carácter de toda la comunidad a nuestro alrededor. La ciudadanía en el reino de Dios comienza ahora. El carácter de la comunidad del reino será perfeccionado cuando Jesús regrese “sobre las nubes del cielo con poder y gran gloria” (Mt 24:30).

Esta palabra declara un estado de bendición que ya existe. Cada bienaventuranza declara que un grupo de personas que por lo general son considerados como afligidos, en realidad son bendecidos. Los bendecidos no tienen que hacer nada para obtener esta bendición, Jesús simplemente declara que ellos ya han sido bendecidos. Por tanto, las bienaventuranzas son primero que todo declaraciones de la gracia de Dios

Afirmaba el Papa Francisco: Las bienaventuranzas no nacen de una actitud pasiva frente a la realidad, ni tampoco pueden nacer de un espectador que se vuelve un triste autor de estadísticas de lo que acontece. No nacen de los profetas de desventuras que se contentan con sembrar desilusión. Tampoco de espejismos que nos prometen la felicidad con un “clic”, en un abrir y cerrar de ojos. Por el contrario, las bienaventuranzas nacen del corazón compasivo de Jesús que se encuentra con el corazón de hombres y mujeres que quieren y anhelan una vida bendecida; de hombres y mujeres que saben de sufrimiento; que conocen el desconcierto y el dolor que se genera cuando “se te mueve el piso” o “se inundan los sueños” y el trabajo de toda una vida se viene abajo; pero más saben de tesón y de lucha para salir adelante; más saben de reconstrucción y de volver a empezar. Las bienaventuranzas no nacen de actitudes criticonas ni de la “palabrería barata” de aquellos que creen saberlo todo pero no se quieren comprometer con nada ni con nadie, y terminan así bloqueando toda posibilidad de generar procesos de transformación y reconstrucción en nuestras comunidades, en nuestras vidas. Las bienaventuranzas nacen del corazón misericordioso que no se cansa de esperar

Las bienaventuranzas se aplican en la vida real como un camino hacia la felicidad y la plenitud espiritual al vivir virtudes como la humildad, la misericordia, la búsqueda de la justicia y la paz, y la capacidad de perdonar y perseverar ante la adversidad. Se trata de adoptar la actitud de Jesús, quien vivió estas enseñanzas, y aplicarlas en las relaciones personales, en el trabajo y en la sociedad para crecer como personas y construir un mundo mejor.”

Vamos ahora a conocer algunos ejemplos de su aplicación en la vida diaria:

1- Bienaventurados los Pobres de Espíritu:

En el evangelio según san Mateo (5,1-12), Jesús nos invita a reflexionar sobre las Bienaventuranzas. La primera bienaventuranza, «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos», nos llama a la humildad y a la dependencia de Dios.

Los “pobres en espíritu” son aquellos que se sumergen a sí mismos en la gracia de Dios. Son quienes reconocen de forma personal su estado de bancarrota espiritual ante Dios. Es el recaudador de impuestos en el templo, golpeando su pecho y diciendo, “Dios, ten piedad de mí, pecador”. Es una confesión honesta de que somos pecadores y plenamente carentes de las virtudes morales necesarias para agradar a Dios. Es lo opuesto a la arrogancia. En su forma más profunda, reconoce nuestra necesidad desesperada de Dios. Jesús está declarando que es una bendición reconocer nuestra necesidad de ser llenos de la gracia de Dios.

Por tanto, al inicio del Sermón del monte, aprendemos que no tenemos los recursos espirituales en nosotros mismos para poner en práctica las enseñanzas de Jesús. No podemos cumplir el llamado de Dios en nuestras propias fuerzas. Bienaventurados los que se dan cuenta de que están en bancarrota espiritual, porque esta comprensión los lleva a Dios. Ellos saben que para alcanzar el propósito para el que fueron creados (lo que deben ser y hacer), necesitan la ayuda del Señor. Gran parte del resto del Sermón destruye una idea con la que nos hemos engañado a nosotros mismos: que somos capaces de obtener un estado de bienaventuranza por nuestra propia cuenta. El Sermón busca producir en nosotros una pobreza genuina de espíritu.

En nuestra vida diaria, esto se traduce en reconocer nuestras limitaciones y buscar siempre la ayuda y la guía divina. En un mundo caído, la pobreza de espíritu puede parecer un impedimento para el éxito y avance. Con frecuencia, esto es una ilusión. ¿Quién puede llegar a ser más exitoso a la larga? ¿Un líder que dice, “No teman, yo puedo manejar todo, solo hagan lo que les digo”, o un líder que dice, “Juntos lo podemos hacer, pero todos tendremos que hacer nuestra labor mejor de lo que lo hemos hecho antes”?

Implica reconocer la propia necesidad de Dios y no apegarse a bienes materiales, lo cual libera de la ansiedad y la posesividad. 

En el trabajo parroquial, ser pobres de espíritu implica servir con un corazón humilde y abierto a aprender de los demás, fomentando una comunidad basada en la humildad y el amor.

2.- Bienaventurados los que Lloran:

«Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados» nos invita a no reprimir el dolor, sino permitirlo para sanar y crecer, lo que trae consuelo espiritual. 

Los que son bendecidos con el llanto por sus propias fallas, pueden recibir consuelo  admitiendo sus errores. Si cometemos un error con otra persona, lo admitimos y le pedimos perdón. ¡Eso requiere valentía! Sin la bendición emocional de la tristeza por nuestras acciones, probablemente nunca tendríamos la valentía para admitir nuestros errores. Pero si lo hacemos, nos podemos sorprender de que con frecuencia, las personas están dispuestas a perdonarnos. Y si, alguna vez, otros se aprovechan de que admitimos nuestra la culpa, podemos recurrir a la bendición de la humildad que fluye de las primeras bienaventuranzas pues nos recuerda que el sufrimiento y la tristeza son parte de la experiencia humana, pero en Cristo, encontramos consuelo.

En nuestra vida diaria, es importante apoyar a aquellos que están pasando por momentos difíciles, ofreciendo nuestro hombro y nuestras oraciones.

En la parroquia y en los movimientos apostólicos, podemos crear espacios de escucha y acompañamiento, mostrando el amor de Dios a través de nuestra compasión y empatía
3.-
Bienaventurados los Mansos:

«Bienaventurados los mansos, porque heredarán la tierra» La tercera bienaventuranza deja perplejas a muchas personas en el trabajo, en parte porque no entienden qué significa ser humilde (manso, en otras versiones). Muchos suponen que el término significa débil, soso o falto de valor. Sin embargo, la perspectiva bíblica de la humildad es que es poder bajo control. En el Antiguo Testamento, Moisés fue descrito como el hombre más humilde de la tierra (Nm 12:3). Jesús se describió a Sí mismo como “manso y humilde” (Mt 11:28–29), lo que no contradice su acción enérgica al limpiar el templo (Mt 21:12–13).

El poder bajo el control de Dios implica dos cosas: (1) rehusarse a inflar la autoestima y (2) la renuencia a reivindicarnos a nosotros mismos por nosotros mismos. Pablo refleja el primer aspecto perfectamente en Romanos 12:3: “Porque en virtud de la gracia que me ha sido dada, digo a cada uno de vosotros que no piense más alto de sí que lo que debe pensar, sino que piense con buen juicio, según la medida de fe que Dios ha distribuido a cada uno”. Las personas humildes se ven a sí mismas como siervas de Dios y no piensan más alto de ellas mismas de lo que deben pensar. Ser humilde es reconocer nuestras fortalezas y limitaciones como lo que realmente son, en vez de tratar constantemente de mostrarnos a nosotros mismos a la mejor luz posible. Pero eso no significa que debemos negar nuestras fortalezas y habilidades. Cuando le preguntaron si era el Mesías, Jesús respondió, “los ciegos reciben la vista y los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos son resucitados y a los pobres se les anuncia el evangelio. Y bienaventurado es el que no se escandaliza de Mí” (Mt 11:4–6). Él no tenía una autoimagen más alta ni un complejo de inferioridad, sino un corazón de siervo basado en lo que Pablo llamaría más adelante un “buen juicio” (Ro 12:3).

El corazón de siervo es el punto crucial del segundo aspecto de la humildad: la renuencia a reivindicarnos a nosotros mismos por nosotros mismos. Ejercemos el poder pero para el beneficio de todas las personas, no solo de nosotros mismos. El segundo aspecto lo refleja el Salmo 37:1–11, que comienza con “No te irrites a causa de los malhechores” y termina con “Mas los humildes poseerán la tierra”. Significa que contenemos nuestra necesidad de vengar lo malo que nos han hecho y en cambio, usamos el poder que tenemos para servir a otros. Esto surge de la tristeza que nos causa nuestra propia debilidad, lo que trata la segunda bienaventuranza. Si sentimos tristeza por nuestros propios pecados, ¿en realidad podemos tener deseo de venganza por los pecados de otros? Esta bienaventuranza, nos enseña la importancia de la mansedumbre, una virtud que nos ayuda a actuar con paciencia y calma en todas las situaciones.

Jesús dijo que los humildes “heredarán la tierra”. Como hemos visto, la tierra se ha convertido en el lugar donde está el reino de los cielos. Tendemos a pensar que el reino de los cielos es el cielo, un lugar completamente diferente (calles de oro, puertas de perlas, una mansión en la cima de la montaña) de lo que conocemos aquí. Pero la promesa de Dios del reino es un nuevo cielo y nueva tierra (Ap 21:1).

Quienes someten su poder a Dios heredarán el reino perfecto que viene a la tierra. En este reino recibimos por la gracia de Dios las cosas buenas que los arrogantes buscan con gran esfuerzo inútilmente en la tierra presente y aún más. Y esta no es una realidad futura solamente. Incluso en un mundo caído, aquellos que reconocen sus verdaderas fortalezas y debilidades pueden encontrar paz al vivir realistamente. En general, aquellos que ejercen el poder para el beneficio de otros son admirados. El humilde involucra a otros en la toma de decisiones y experimenta mejores resultados y relaciones más profundas.

En nuestro día a día, ser manso significa responder con amabilidad incluso cuando nos enfrentamos a la adversidad. Ser pacientes y tolerantes con las imperfecciones de los demás, especialmente en el matrimonio y otras relaciones cercanas. 

En el contexto parroquial, la mansedumbre nos permite construir relaciones armoniosas y resolver conflictos de manera pacífica, promoviendo un ambiente de respeto y colaboración.

Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de Los Focolares nos invita a: Vencer la dificultad de cambiar y para ello indicaba que quienes  viven la mansedumbre ya son bendecidos porque han experimentado que pueden cambiar el mundo que los rodea… En una sociedad a menudo dominada por la violencia, la arrogancia y el abuso de poder, los mansos se convierten en un signo de contradicción. Irradian justicia, comprensión, tolerancia, amabilidad y estima por los demás. Mientras trabajan por construir una sociedad más justa y verdadera, también se preparan para heredar el reino de los cielos.
4.-Bienaventurados los que Tienen Hambre y Sed de Justicia:

«Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados»  Entender la cuarta bienaventuranza nos lleva a buscar lo que Jesús quiso decir con la palabra justicia. En el judaísmo antiguo, actuar justamente significaba “exonerar, justificar, restaurar a una relación correcta”. Los justos son aquellos que mantienen relaciones correctas —con Dios y con las personas a su alrededor. En las relaciones correctas, los que cometen faltas son absueltos de la culpa.

¿Alguna vez ha tenido la bendición de tener relaciones correctas? Esto fluye a partir de la humildad (la tercera bienaventuranza) porque solo podemos formar relaciones correctas con otros cuando dejamos de hacer que todas las acciones giren a nuestro alrededor. ¿Usted tiene hambre y sed de relaciones correctas —con Dios, sus compañeros de trabajo, su familia y su comunidad? El hambre es una señal de vida. Estamos hambrientos de buenas relaciones si añoramos lo bueno para otros por su propio bien, no solo como un bocado para satisfacer nuestras necesidades. Si vemos que tenemos la gracia de Dios para esto, tendremos hambre y sed de relaciones correctas, no solo con Dios sino también con las personas con las que trabajamos y vivimos.

Jesús dice que el apetito de aquellos que tienen esta hambre será saciado, esto nos impulsa a trabajar por un mundo más justo y equitativo. Implica un compromiso activo para combatir la injusticia en el mundo, buscando la igualdad y la verdad. En nuestra vida cotidiana, podemos contribuir a la justicia a través de nuestras acciones y decisiones, defendiendo los derechos de los más vulnerables y promoviendo la dignidad humana.

En la parroquia y en los movimientos apostólicos, podemos organizar iniciativas que aboguen por la justicia social, involucrándonos activamente en la comunidad para hacer del amor y la justicia una realidad tangible.
El  Papa León XIV  citó en una catequesis a san Agustín: “Exhalaste tu fragancia y respiré, y ya suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y me abrasé en tu paz”

El vicario de Cristo se detuvo. Bajó la voz. Y mirando a la multitud dijo: “Esa paz, hermanos, no la compra el dinero ni la ofrece la ciencia. Solo Cristo resucitado puede darla, porque Él es la fuente, Él es la meta, Él es la vida”.

Canción

https://youtu.be/UU4jEnbAEtY?si=RyHyx0Q8RYQt5P29


Recopilado por Rosa Otárola D, /
Octubre 2025 2025.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.

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