San Francisco de Asís decía: “El hombre vale tanto cuanto vale delante de Dios, y nada más”. Y delante de Dios no valen los deseos vacíos, sino los actos concretos. Así como la abeja no obtiene miel sin esfuerzo, tampoco el cristiano recibe frutos eternos si no planta en el terreno de la fe.
Con la edad pueden presentarse o aumentar algunas enfermedades, pero esto no debería ser motivo de desánimo, temor, ansiedad o aislamiento.
Este año del Jubileo, nos invita a vivir la Esperanza, y por ello hemos estado compartiendo temas de Inteligencia Emocional, de la importancia de nosotras como madres y la necesidad de sanar las heridas maternas, pues todo esto está relacionado con este tema que hoy vamos a tratar de analizar hoy: la salud integral muy importante para sentirnos en como en Casa.
Inicio con un artículo de John Swinton quien trabajó más de una década como enfermero de salud mental, y fue capellán de salud mental por muchos años, ayudando a personas con problemas severos retornando del hospital a la comunidad y es catedrático de Teología y Estudios Religiosos en la Universidad de Aberdeen en Escocia, y ha publicado numerosos trabajos sobre temas relacionados a la salud mental, la discapacidad y la atención pastoral.
En este artículo nos habla sobre cómo la Biblia puede ayudarnos a entender la salud y nos dice: Lo primero que debemos tomar en cuenta es que la salud, como la entendemos hoy en un contexto biomédico, no había sido inventada en la cultura mediterránea del siglo Al menos en occidente tendemos a enmarcar la salud en términos de ausencia de enfermedad. Según esta forma de pensar en la salud, si algo anda mal, visitamos a un doctor o a un psiquiatra para que identifiquen cuál es la parte rota, ya sea un tumor en el pulmón o algún tipo de enfermedad mental. Los médicos te diagnostican y luego te tratan, lo cual ayuda a superar el problema.
Pero el entendimiento bíblico de la salud es bastante distinto. De hecho, no hay una palabra equivalente para el entendimiento biomédico de salud. El término más parecido en el que puedo pensar es shalom, que significa paz. Pero es una paz mayor. Es una paz con Dios, paz contigo mismo, paz entre nosotros, y paz con la creación. Hay dimensiones teológicas, sociales y ecológicas ligadas a ese concepto de salud.
La clave sobre este entendimiento es que la salud no se define por la ausencia de enfermedad, sino por la presencia de Dios.
Eres saludable cuando habitas en la presencia de Dios.
Eres saludable cuando vives según has sido creado. Y eso no siempre necesita que se quite el sufrimiento o que se cure una enfermedad. Algunas enfermedades permanecerán. Algunas heridas no curarán. Pero eso no nos exilia de la paz. Enfermedades crónicas o duraderas no nos sitúan fuera del ámbito de la salud, porque la salud, en el imaginario bíblico, no es lo mismo que curación. Se trata de vivir plenamente aun estando roto. Se trata de vivir con shalom, un espacio donde el dolor es real, pero también lo es la presencia de Dios. En ese espacio la salud no es el triunfo del cuerpo, sino la cercanía del Espíritu y la implicancia de esta forma de pensar es entender que sanar no es el opuesto a la enfermedad. Sanación en este modelo bíblico se convierte en una forma de conectar con Dios, con otras personas; no necesariamente deshacerte de tu afección, eso sería curar, pero verdaderamente vivir en shalon es vivir el presente sin importar cual sea tu estado. Por ende, esa tensión entre sanación y curación es deveras muy importante porque a veces asumimos que para sanar se necesita curar, pero no son necesariamente lo mismo.
Vemos esto en los evangelios: por ejemplo en la mujer con pérdidas de sangre en Lucas 8:43-48; su condición la convierte en ritualmente impura, socialmente aislada y teológicamente marginada. Vive como algo que no es una persona, intocable, invisible, apartada de su comunidad y, por extensión, de la presencia de Dios. Cuando se acerca a Jesús y toca el borde de su manto, deja de sangrar. Se cura. Pero la historia no termina ahí, porque la cura no es lo mismo que la sanación. Jesús se detiene, la busca e insiste en encontrarla. Y cuando ella aparece, temblando, él escucha. Él habla. Y él la nombra: hija. Es un giro asombroso: de la exclusión a la pertenencia, del silencio a la palabra, de la marginación al parentesco. Y solo entonces dice: “tu fe te ha sanado”. La sanación aquí no es meramente el cese de los síntomas, sino el recuperar la condición de persona. La mujer no sana cuando se detiene su hemorragia, sino solamente cuando la ven, le dirigen la palabra, y le devuelven la comunión, con Cristo y con su comunidad.
Esta es una visión radicalmente distinta de la salud: una basada no en la perfección corporal, sino en la presencia relacional, el reconocimiento y la reconstitución del yo en la mirada de la gracia.
Ese aspecto de la sanación es tan importante porque uno de los mayores tormentos de la enfermedad es cómo nos aísla y puede separarnos de la comunidad con los demás.
Un diagnóstico, puede llegar a definir toda tu identidad; para la mujer de la historia, su hemorragia definía quién era y cuál era su lugar en la sociedad. Y los diagnósticos a menudo pueden tener ese mismo efecto hoy en día, pero Jesús la llama hija. Es una cosa tan sutil pero tan profunda a la vez. Y el equivalente a eso en términos de salud mental debería ser devolverles a las personas sus nombres. No piensas en esquizofrénicos o en depresivos, piensas en personas. E incluso las enfermedades físicas son iguales, porque muchas de ellas están bastante estigmatizadas en ese sentido. Hay algo muy poderoso en la dinámica de devolverle a las personas sus nombres, respetarlos por quienes son, en lugar de permitir que la enfermedad que padecen se imponga a todo lo que son.
Wendell Berry, escritor estadounidense, en un ensayo de 1994 del título “Health is Membership” (La salud es pertenencia), señala que la palabra salud “viene de la misma raíz indoeuropea como ‘sanar’, ‘íntegro’ y ‘sagrado’. Estar sano es literalmente estar íntegro; sanar es hacer íntegro”.
Para Berry, esa integridad requiere de la robusta red de relaciones que rodean a las personas Afirma: ..,“creo que la comunidad —en su sentido más amplio: un lugar y todas sus criaturas— es la unidad más pequeña de salud, y que hablar de la salud en una persona aislada es una contradicción en términos”. Aquí, Berry se anticipa a los hallazgos de los investigadores de la felicidad como Robert Waldinger, quien durante décadas lideró un estudio longitudinal de Harvard sobre los resultados de la vida que lanzó en 1938; y la charla TED de Waldinger de 2015, que resume los resultados de su equipo, concluyó: “El mensaje más claro que podemos obtener de este estudio de setenta y cinco años es este: las buenas relaciones nos mantienen más felices y saludables. Punto”.
La definición de salud de Berry como miembro de una comunidad tiene claras raíces cristianas. Los Evangelios ofrecen numerosos relatos de Jesús como un sanador milagroso: de leprosos, ciegos, epilépticos, paralíticos y de la mujer con flujo de sangre que ya hablamos.
Como señala el teólogo John Swinton, los milagros de Jesús logran más que aliviar el sufrimiento de una persona; son actos de salvación social. Aquellos que padecen enfermedades que los convierten en personas ritualmente impuras y socialmente marginados, se restauran a la comunidad. A algunos, como el paralítico en el capítulo 5 del Evangelio de Lucas, se les perdonan sus pecados públicamente. Y es que para Jesús, la sanidad debe ser tanto personal como comunitaria, física y espiritual.
Pensar en la salud como la pertenencia a una comunidad ofrece la gran ventaja de definirla como una auto optimización individualista: trasciende la enfermedad física que, inevitablemente, nos alcanzará a todos. Al construir relaciones de amor con los demás y con Dios, la salud se vuelve accesible para quienes más la necesitan: por ejemplo, aquellos con afecciones crónicas, personas con discapacidades y los que ya son mayores; o aquellos que están muriendo.
Por otro lado, el Papa Francisco afirmaba que “no hay que olvidar nunca la singularidad de cada enfermo, con su dignidad y sus fragilidades. Es toda la persona en su integralidad la que necesita cuidados: el cuerpo, la mente, los afectos, la libertad y la voluntad, la vida espiritual.” Y señalaba que el cuidado “no se puede diseccionar”: pone, de hecho, como estrella polar de los cristianos, el ejemplo de los santos que atendían a los enfermos siguiendo las enseñanzas del Maestro, curando las heridas del cuerpo y del alma al mismo tiempo.
El Santo Padre señala “el antídoto”, es decir, la “base” con la que será posible tener “curas eficaces para todos”, a saber, “la cultura de la fraternidad, fundada en la conciencia de que todos somos iguales como personas humanas, todos iguales, hijos de un solo Padre”.
Hablemos, ahora, del término homefulness, muy ligado a este tema ya que tiene que ver con cómo te sientes en casa en cualquier situación y que está vinculado a la doctrina de la creación: Dios creó el mundo y lo llamó nuestra casa. Pero sentir el homefulness (una nueva palabra para definir el placer de llegar a Casa), significa tener una sensación de quién eres y por qué estás aquí, y algún tipo de conciencia y control sobre tus circunstancias. Porque tu Casa es el lugar donde encuentras tu identidad. Es donde haces todo con tu familia o comunidad. Es un punto de encuentro.
Homefulness es una invitación a ser una presencia sanadora, en todos sus aspectos, es convertirse en alguien con quien otros puedan sentirse como en Casa, pues como dijimos, la enfermedad, en muchas de sus formas, es un tipo de exilio. Disloca. Te aparta de tu cuerpo, de tu historia, de tu comunidad, y a veces incluso de Dios. Y así, el trabajo de sanar debe involucrar más que un diagnóstico y una intervención; debe participar en el trabajo de volver a Casa. Ofrecer homefulness es ofrecer presencia espaciosa, habitable y confiable, un espacio donde las personas se sienten reconocidas, seguras, y nombradas. Es en ese espacio donde las personas, por más que estén sufriendo o atravesando síntomas sin resolver, podrán empezar a sentir que están volviendo a Casa: a sí mismos, a otros y, tal vez, de una forma más profunda, a Dios.
Excelentemente nos lo describe Nouwen, autor del libro El Regreso del Hijo Pródigo, en el que el regreso del hijo pródigo simboliza la posibilidad de encontrar un sentido de pertenencia y afirmación, un camino de vuelta a la casa que es Dios.
Y es que volver a Casa siempre es bien” o “siempre es bueno volver a casa” expresa que el regreso al Amor, y eso trae una sensación de seguridad, calma, y bienestar, permitiendo renovar el alma y reencontrarse con uno mismo. Es una experiencia que reconecta con las raíces, brinda fuerza para seguir adelante y proporciona un lugar donde sentirse cómodo y seguro y disfrutar de la salud integral.
Canción Vuelve a Casa.
https://youtu.be/o0ev7nN5rI4?si=XwQJf-5VUTp2IIx_
Tomado de
https://www.plough.com/es/articulos/que-es-la-salud
https://www.plough.com/es/articulos/la-salud-es-sentirte-en-casa
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Setiembre 2025.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.