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Catequesis del Cardenal Rainiero Cantalamessa. Parte 7 y final.

Posted on febrero 3, 2022

3.3. Una apropiación indebida

En el rito de la misa anterior a la reforma, antes de iniciar el ofertorio, el sacerdote se dirigía al pueblo con el saludo Dominus vobiscum (El Señor esté con vosotros)

Hay un acto que, realizado con los hombres es pecado y está penado por la ley y que, en cambio, con Cristo no sólo está permitido, sino que es sumamente recomendable: “la apropiación indebida”. ¡En cada comunión Cristo nos “instiga” a hacer una apropiación indebida! (“Indebida”, es decir, ¡no debida, no merecida, puramente gratuita!). Nos permite apoderarnos de su santidad.

¿En dónde se realizará, concretamente, en la vida del creyente, ese “maravilloso intercambio” (admirabile commercium) del que habla la liturgia, si no se realiza en el momento de la comunión? Allí tenemos la posibilidad de dar a Jesús nuestros harapos y recibir de Él el manto de la justicia (Is 61,10). En efecto, está escrito que por obra de Dios se ha convertido para nosotros en sabiduría, justicia, santificación y redención (1Co 1,0). Lo que Cristo se ha convertido “para nosotros” nos está destinado, nos pertenece. Es un descubrimiento capaz de poner alas a nuestra vida espiritual.

3.4. La comunión con el cuerpo de Cristo que es la Iglesia

Nos hemos limitado hasta ahora a meditar sobre el aspecto vertical de la comunión, la comunión con Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Pero en la eucaristía se realiza también una comunión horizontal, esto es, con los hermanos. San Pablo dice: El pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan (I Co 10, 16-17).

En este fragmento, se menciona dos veces la palabra “cuerpo”; la primera vez designa el cuerpo real de Cristo; la segunda, su cuerpo místico que es la Iglesia. Al acercarme a la eucaristía ya no puedo desentenderme del hermano; no puedo rechazarlo sin rechazar al mismo Cristo y separarme de la unidad. Quien en la comunión pretendiera ser todo él fervor por Cristo, después de haber apenas ofendido o herido a un hermano sin pedirle perdón, o sin estar decidido a hacerlo, se parece a alguien que al encontrar después de mucho tiempo a un amigo suyo, se eleva de puntillas para besarlo en la frente y mostrarle así todo su afecto, sin darse cuenta de que le está pisando los pies con sus zapatos de clavos. Los pies de Jesús son los miembros de su cuerpo, especialmente aquellos más pobres y humillados. Él ama estos “pies” suyos y le podría gritar a dicho amigo: ¡ Me honras sin fundamento!

El Cristo que viene a mí en la comunión, es el mismo Cristo indiviso que se dirige también al hermano que está a mi lado; por así decirlo, él nos une unos a otros, en el momento en que nos une a todos a sí mismo.

San Agustín nos recuerda que no podemos obtener un pan si los granos que lo componen no han sido primero “molidos”. Para ser molidos no hay nada más eficaz que la caridad fraternal, especialmente para quien vive en comunidad: el soportarse unos a otros, a pesar de las diferencias de carácter, de puntos de vista, etc. Es como una muela que nos lima y nos afila cada día, haciéndonos perder nuestras asperezas naturales. Una canción española que me gusta mucho dice: “Un molino la vida nos tritura con dolor – Dios nos hace eucaristía en el amor”.

Ahora hemos comprendido lo que significa decir: Amén y a quién decimos: Amén en el momento de la comunión. Se proclama: “¡El cuerpo de Cristo!” y nosotros respondemos: ¡Amén! Decimos Amén al cuerpo santísimo de Jesús nacido de María y muerto por nosotros, pero decimos también Amén a su cuerpo místico que es la Iglesia y que son, concretamente, los hermanos que están a nuestro alrededor, en la vida o en la mesa eucarística.

 

https://caminocatolico.com/celebrando-el-misterio-de-la-eucaristia-por-raniero-cantalamessa-ofmcap/


Recopilado por Rosa Otárola D, /
Febrero 2022.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.

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