Quisiera iniciar esta reflexión con una frase de Carl Rogers, psicólogo estadounidense, iniciador, junto a Abraham Maslow, del enfoque humanista en psicología: “los grupos de encuentro son la invención social más notable del siglo veinte y la que se difunde con mayor rapidez.”
Ahora, más que nunca, somos conscientes de lo necesario que es el bienestar social. Tenemos necesidad humana de conexión y la vida en comunidad también forma parte de ese camino hacia la felicidad. Puede que podamos sobrevivir solos, pero cuando hablamos de felicidad entran en juego nuestras relaciones con los demás. “Tendríamos que separar las dos ideas a las que la felicidad suele estar relacionada. La primera se corresponde con la propia del momento ‘estoy feliz’ y se relaciona con la sensación de divertirnos. Nuestro entorno ayudará especialmente cuando, a través de las neuronas espejo, nos contagie parte de esta felicidad. La segunda es conocida como la felicidad de la memoria ‘soy feliz’ y está relacionada con la sensación de tener una vida plena. En ese caso, sentirse parte de un grupo nos permite sentirnos realizados y con sensación de felicidad”, afirma el psicólogo Xavier Savin. En otras palabras: “Se puede ‘sobrevivir’ en soledad, pero no se puede ‘vivir’ en aislamiento”, reflexiona Ximena Duque Valencia, autora del libro IRB, transforma el miedo en amor. Somos seres sociales por naturaleza, formamos parte de un todo y las relaciones con los demás nos ayudan a mejorar nuestra calidad de vida en numerosos aspectos. “Formar parte de una comunidad, generar vínculos tanto afectivos como de afinidad, estimula la creatividad y permite llevar una vida armónica y apasionante”, mantiene Duque Valencia.
Hablando a nivel espiritual;la vida espiritual en comunidad nos resulta pura necesidad – o sea una obligación inexorable que determina todos nuestros actos y pensamientos. Sin embargo, no eran ni las buenas intenciones ni nuestros esfuerzos los factores decisivos cuando elegimos esta forma de vida. Más bien fuimos convencidos por una certidumbre, aquella certidumbre cuyo origen y vigor se hallan en la Fuente de todo lo que existe y nosotros reconocemos , que Dios es esta Fuente.
De ahí que: No podemos sino vivir en comunidad, porque toda vida creada por Dios existe en un orden comunitario y tiende hacia comunidad.
Trabajar en el Espíritu, y apreciar el Espíritu en el trabajo – he aquí la esencia misma del futuro orden de paz que nos trae Jesucristo. Sólo el trabajo hace posible la vida en comunidad. El trabajo nos proporciona la satisfacción de obrar para el bien común, y de hacerlo junto con otros dedicados al mismo fin. Recordemos que aun cuando empeñados en las tareas más ordinarias, todo lo material y todo lo mundano debe ser consagrado al futuro de Dios.
En todos los siglos – muy especialmente en la era de los profetas judíos y entre los primeros cristianos – ha habido hombres y mujeres que demostraron la realidad de una vida inspirada por el amor y arraigada en la fe. Nosotros confesamos a Cristo, el Jesús de la historia, y con él todo su evangelio, tal como fue proclamado por sus apóstoles y practicado por sus discípulos. Por ende, somos hermanos y hermanas de todos aquellos que a través del largo curso de la historia se juntaron para vivir en comunidad.
No podemos sino vivir en comunidad, porque nos impele el mismo Espíritu que desde antaño ha llevado una vez tras otra a la vida en común.
En Pentecostés nace la nueva comunidad, que brota del Espíritu del Resucitado y tiene como principio la misericordia: Jesús en el centro, “se puso en medio”, es el soporte de la comunidad que situada a su alrededor le mira y se miran entre ellos. La comunidad no es un círculo cerrado, sino una espiral donde el amor del Padre se vierte y el Espíritu de Jesús se cultiva en la comunidad que a su vez lo vive y comunica a sus realidades humanas.
La noche, el miedo y las puertas cerradas no dejan captar a la comunidad lo que hay fuera; obstaculizan el encuentro y no favorecen la confianza en el ser humano; no podían salir a escuchar y sentir el dolor y sufrimiento que hay fuera; no podían atender a los que estaban privados de la comunidad o excluidos.
El Resucitado en medio de la comunidad la transforma: es la mañana. Les presenta “las llagas y el costado”, su nueva identidad muy pedagógica, entendible para sus discípulos, puesto que está en conexión con la historia y vivencia que había tenido con ellos en Galilea. Vuelve a estar ahora con ellos, no se desentiende, sino que les sigue apoyando e interesándose por sus situaciones y necesidades reales.
De cara a la misión, la comunidad tiene que ser creativa, pero escuchando: “como el Padre me ha enviado, así os envío yo”, ya que es la pretensión de Jesús su mismo mensaje y talante lo que tiene que tener presente: liberar, curar con el mismo Espíritu de Jesús, de discernimiento, perdón, misericordia, pues se trata de alargar la humanización, la fraternidad, que Jesús quiere, no de cultivar las llamadas autorreferencias.
San Juan 16, 12-15 nos presenta a Jesús con sus discípulos, el primer día de la semana. Ya vimos en la primera semana de Pascua que es en la comunidad donde se encuentra al Resucitado, cuando están todos juntos. Es lo que celebramos cuando nos reunimos en el nombre del Señor., cuando dos o más se reúnen en su Nombre ahí está El en medio, porque fuera de la comunidad hace frío, y no se reconoce a Cristo, como les pasó a los discípulos de Emaús.
El Maestro se presenta en medio de sus discípulos, deseándoles la paz. La paz de Cristo lleva la alegría, e invita a salir, a unirse a la misión, para compartirla. En la comunidad se siente la paz de Dios, y se puede sentir el perdón. Estando en paz, se puede luchar contra el mal, en todos los sentidos, contra el pecado, para que el mundo sea un lugar mejor. Hay que crear las condiciones, primero en el corazón de cada uno, y luego en nuestros grupos, para que ese regalo que es el perdón de Dios no sea algo sólo nuestro, sino que llegue a todo el mundo. Esa paz, esa alegría, debe ser universal.
La presencia de María es fundamental en la primera comunidad como demuestra que es, junto con los apóstoles, nombrada en el texto. Hch 1, 14 Su misma presencia, que ya poseía el Espíritu, era preparatoria para recibir el Espíritu ese día en Pentecostés. “María se deja insertar en la comunidad.
Su fe es un ejemplo de cómo mantenerse presente a pesar de la dificultad. Ella siempre está, nunca deja de creer. María está presente. En los momentos más importantes de la vida de Jesús, María como buena Madre está ahí. Pero no solo circunscribe su estar a la presencia de su hijo, sino que ella es la primera que cree en Él. Cuando Jesús muere, ella sigue creyendo y cuando resucita no abandona a esa primera comunidad que tiene miedo y dudas, sino que los acompaña durante todo ese tiempo. Es Pedro quien lleva las riendas, pero es María quien hace de modelo para todos. Ella se mantiene en un segundo plano, siempre presente y siempre cercana, todos saben que está ahí pero ella no hace por que se note, tampoco hace falta.
María representa esa Iglesia que no es solo jerarquía ni solo institución, sino también Pueblo de Dios. Es el rostro mariano de la Iglesia el modelo para todos, para llevar el Reino de Dios a toda nuestra vida, desde las labores cotidianas a las más espirituales.
La Comunidad Cristiana como forma de Vida actual
La Iglesia fundada por Jesucristo, lleva más de veinte siglos de experiencia en este tipo de vivencia.
¿Qué tienen en común? Los propósitos y las áreas de compartir, así como los compromisos básico y las dimensiones de toda comunidad.
Nosotros que hemos decidido emprender este camino, debemos saber que la vida en comunidad significa disciplina en comunidad, educación en comunidad, y entrenamiento continuo en el discipulado de Cristo.
Es vida en Dios y, emanado de Él, penetra a la comunidad. Esta penetración de lo divino dentro de lo humano ocurre cada vez que nuestro anhelo produce en nosotros aquella disposición en la cual Dios solo habla y actúa. Todo afán de crear una comunidad de otra manera, termina en caricatura sin vida. Sólo cuando nos hayamos vaciado de nosotros mismos, seremos receptivos para aquél que es eterno; sólo entonces el Espíritu podrá crear entre nosotros la misma vida que fundó entre los primeros cristianos, como hemos meditado.
El Espíritu es deleite en Él que vive, deleite en el Dios que da vida; deleite en cada ser humano, porque cada uno ha recibido su vida de Dios. El Espíritu nos impele a ir al encuentro de todos los hombres y regocijarnos en vivir y trabajar unos para otros. El Espíritu de Dios es el espíritu de amor y de creatividad por excelencia.
La vida en comunidad no es posible si no es en este Espíritu que abarca todos los aspectos de la existencia Nos confiere una espiritualidad más profunda y, al mismo tiempo, nos habilita para vivir con mayor intensidad que nunca antes. Entregarnos a este Espíritu es una vivencia tan potente que jamás seremos capaces de percibirla en todo lo sublime que es. Nada ni nadie salvo el Espíritu mismo es capaz de tales alturas. El Espíritu intensifica nuestras fuerzas e inflama el alma de la comunidad – su propio centro. Cuando este centro arde hasta consumirse en el sacrificio, su resplandor será visible a lo lejos.
Se puede comparar la vida en comunidad al martirio por fuego: Significa la entrega diaria de todas nuestras energías y la renuncia de todos nuestros derechos y exigencias que solemos hacer a la vida, aun aquellas que nos parecen ser justificadas. Recordemos en el tema de la Espiritualidad de María que Dios tiene derechos sobre nosotros, nosotros solo obligaciones.
Y, cómo hacerlo? Una frase de San Juan XXIII nos irá mostrando el norte que debemos buscar: “por ver lo poco que nos separa, dejamos de ver lo mucho que nos une”
Canción
https://youtu.be/jtt7zyFeNls?si=9CuUYQYjQ9UyeMg6
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Julio 2024.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.