https://youtu.be/sktMV64IC5Q?si=g-oa_NJ240yuXYgx
- Dan 9, 4-10
- Sal 78
- Lc 6, 36-38
Hoy en la liturgia nos guía hacia el camino de la conversión, practicando el perdón y la misericordia; veamos: el texto de Daniel nos exhorta a confesar al Señor que hemos pecado, nos hemos apartado de sus mandamientos y normas. En el Salmo le pedimos que aunque sabemos que somos pecadores, acudiendo a su amor le pedimos que no nos trate como merecemos que nos perdone, que nos salve.
Y en el evangelio el Señor nos dice, bueno muy bien, todo eso te lo doy, ahora ve y haz tu lo mismo. Perdonen, no condenen, no juzguen; y aquí es donde el asunto se nos complica, porque nos advierte, “con la misma medida con que midan serán medidos”. Somos muy rápidos en detectar el error y el fallo en la vida de los otros, la paja en el ojo ajeno. Pero muchas veces olvidamos que todos tenemos vigas que no nos permiten ver con la misma mirada de Cristo.
Por qué será que con tanta facilidad se nos olvida que no hemos venido al mundo a juzgar, a señalar, a condenar, sino a salvar al hermano a base de amor, de cercanía y de una corrección fraterna que se basa en el compromiso.. Cuando Cristo dice «no juzguéis» no está prohibiendo el ejercicio de nuestra capacidad de discernimiento, ni tampoco se dice que tengamos que aprobar todo lo que hace nuestro hermano. Lo que Él prohíbe es atribuir una intención mala a la persona que actúa de esa manera. Solamente Dios conoce qué hay en el corazón de la persona. «El hombre mira las apariencias pero el Señor mira el corazón» (1Sam 16,7). Por tanto, juzgar es una prerrogativa de Dios, prerrogativa que nosotros le usurpamos cuando juzgamos a nuestro hermano.
Cuando sientas el impulso de juzgar o de condenar, mira un poco en tu interior y descubrirás que no eres mejor que los demás, y que a pesar de esto, Dios te ama y te muestra su misericordia, seguramente esta mirada interior te llevará a amar, a perdonar y a ayudar a tu hermano porque es importante tener presente que al que mucho se le ha perdonado, debe reconoce el valor de que le han dado las muchas oportunidades que ha recibido y por eso debe volverse más compasivo con los demás. La exigencia, el amor condicionado a la respuesta que nos dan, el cálculo, la proporcionalidad, no son las formas como Dios nos ama.
Al explicarnos el texto del evangelio el Papa Francisco, nos lanza dos preguntas ¿Las palabras de Jesús son realistas? ¿Es verdaderamente posible amar como ama Dios y ser misericordiosos como Él?
Si observamos la historia de la salvación, vemos que toda la revelación de Dios es un incesante e incansable amor por los hombres: Dios es como un padre o como una madre que ama con amor infinito y lo derrama con generosidad sobre cada criatura. La muerte de Jesús en la cruz es la culminación de la historia de amor de Dios con el hombre. Un amor tan grande que sólo Dios puede realizarlo. Es evidente que, comparado con este amor que no tiene medidas, nuestro amor siempre será insuficiente. Pero, cuando Jesús nos pide que seamos misericordiosos como el Padre, ¡no piensa en la cantidad! Él pide a sus discípulos convertirse en signo, canales, testigos de su misericordia.
¡El cristiano debe perdonar! pero ¿Por qué? Porque ha sido perdonado. Todos nosotros que estamos aquí, hoy, hemos sido perdonados. Ninguno de nosotros, en su propia vida, no ha tenido necesidad del perdón de Dios. Y para que nosotros seamos perdonados, debemos perdonar. Lo recitamos todos los días en el Padre Nuestro…Y así es fácil perdonar: si Dios me ha perdonado ¿Por qué no debo perdonar a los demás? ¿Soy más grande que Dios? Este pilar del perdón nos muestra la gratuidad del amor de Dios, que nos ha amado en primer lugar. Juzgar y condenar al hermano que peca es equivocado. No porque no se quiera reconocer el pecado, sino porque condenar al pecador rompe el lazo de fraternidad con él y desprecia la misericordia de Dios, que por el contrario no quiere renunciar a ninguno de sus hijos. No tenemos el poder de condenar a nuestro hermano que se equivoca, no estamos por encima de él: tenemos más bien el deber de devolverlo a la dignidad de hijo del Padre y de acompañarlo en su camino de conversión.
Quisiera terminar esta meditación recordando la Palabra de Vida de este mes; “Todo lo que hagan, háganlo con amor.” 1 Cor 16, 14.
Palabra que nos enseña a acercarnos a los demás con respeto, sin falsedades, con creatividad, dando lugar a sus mejores aspiraciones, para que cada uno aporte su propia contribución al bien común.
Fuentes:
- Folleto La Misa de Cada Día
- https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2016/documents/papa-francesco_20160921_udienza-generale.html
- https://webcatolicodejavier.org/evangeliodeldia.html
- https://oracionyliturgia.archimadrid.org/2024/02/26/misericordiosos-como-el-padre/
- https://www.evangelizacion.org.mx/liturgia/index.php?i=26-02-2024
Palabra de Vida Mes de Febrero 2024. “Hagan todo con Amor” (1 Cor 16, 14) https://www.focolare.org
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Febrero 2024.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.