Iniciamos este ciclo sobre la formación de la Eucaristia diciendo que dentro de la Liturgia aspectos que tienen que ver con la comunicación pastoral son:
1. Adecuada formación en los elementos comunicativos, conocer su importancia histórica, valorar su eficacia, no descuidar su uso, pues esto lleva a los fieles a permanecer indiferentes ante ello.
2. Ser creativos en la conquista adecuada de lenguajes nuevos, que se adapten, y se logre su inculturación.
Las Ciencias de la Comunicación, de las que se vale la Pastoral de la Comunicación nos invitan a conocer al receptor (sus preferencias, ambientes, su manera de ver el mundo) para hablar su lenguaje. No será lo mismo la celebración con niños que con jóvenes, por ello hay esquemas litúrgicos para niños, por dar un ejemplo.
Sin embargo, «para que los hombres puedan llegar a la Liturgia es necesario que antes sean llamados a la fe y a la conversión. Por tanto el Papa Francisco, nos explica que “Vivir la experiencia de la fe significa dejarse alimentar por el Señor y construir la propia existencia no sobre los bienes materiales, sino sobre la realidad que no perece: los dones de Dios, su Palabra y su Cuerpo.
La Eucaristía es la cena de la familia de Jesús, que a lo largo y ancho de la tierra se reúne para escuchar su Palabra y alimentarse con su Cuerpo. Jesús es el Pan de Vida de nuestras familias, Él quiere estar siempre presente alimentándonos con su amor, sosteniéndonos con su fe, ayudándonos a caminar con su esperanza, para que en todas las circunstancias podamos experimentar que es el verdadero Pan del cielo…
El Papa Francisco nos explica que “en la Eucaristía se comunica el amor del Señor por nosotros: “un amor tan grande que nos nutre con Sí mismo, un amor gratuito, siempre a disposición de cualquier persona hambrienta y necesitada de regenerar las propias fuerzas”. Es por eso -añadió- que vivir la experiencia de la fe “significa dejarse nutrir por el Señor y construir la propia existencia no sobre los bienes materiales, sino sobre la realidad que no perece: los dones de Dios, su Palabra y su Cuerpo”…
Jesús nos da este alimento, dijo el Papa. Es más, “Él mismo es el pan vivo que da la vida al mundo” y explicó “no es un simple alimento con el que saciar nuestros cuerpos, como el maná; el Cuerpo de Cristo es el pan de los últimos tiempos, capaz de dar vida, y vida eterna, porque la sustancia de este pan es Amor”.
La Hostia es nuestro maná, mediante la cual el Señor se nos da a sí mismo.
Continuamos luego con el tema de la Eucaristía y la virtud de la Fe y dijimos que una fe madura y adulta se vuelve fructífera a medida que el creyente vive en una comunión más profunda con el Espíritu Santo; solo este puede producir los frutos del Espíritu esbozados por San Pablo en su Carta a los Gálatas (5, 22-23). La fe, a medida que madura, abre cada vez más al creyente a tanto la acción como al poder del Espíritu y, como dice el plan pastoral, “Donde el Espíritu está activo, ahí la fe da frutos”.
El Catecismo aclara la relación entre la Eucaristía y una fe madura, adulta, diciendo en el No. 1396 que en la Iglesia se vive una fe madura, adulta. La Eucaristía “hace la Iglesia”. Al unirnos a Cristo, estamos unidos por medio de Él a su cuerpo: la Iglesia. La Sagrada Comunión “renueva, fortifica [y] profundiza” nuestra unidad con la Iglesia. También nos une de manera especial a todos los cristianos mientras rezamos para que todos sean uno.”
Aclaramos que la eucaristía es una realidad muy profunda y compleja, que forma parte de la más antigua tradición. Tal vez sea la realidad cristiana más compleja y difícil de comprender y de explicar. Podíamos considerarla como acción de gracias (eucaristía), Sacrificio, Presencia, Recuerdo (anamnesis), alimento, fiesta, unidad. Tiene tantos aspectos que es imposible abarcarlos todos ahora. Podemos quedarnos en la superficialidad del rito y perder así su verdadera riqueza.
Numeramos ocho aspectos con el fin de intentar superar muchas visiones raquíticas o erróneas sobre este sacramento.:
1º.- La eucaristía no es magia: Cuando se piensa que en la consagración se produce un milagro, estamos hablando de magia.
2º.- No debemos confundir la eucaristía con la comunión. La comunión es solo la última parte del rito y tiene que estar siempre referida a la celebración de una eucaristía
3º.- “Cuerpo” no significa cuerpo, “sangre” no significa sangre. No se trata del sacramento de la carne y de la sangre físicas de Cristo. Cuando Jesús dice: “esto es mi sangre, que se derrama”, está diciendo: esto es mi vida al servicio de todos, es decir, que toda su vida está entregada a los demás.
4º.- La eucaristía no la celebra el sacerdote, sino la comunidad. El cura puede decir misa. Solo la comunidad puede hacer presente el don de sí mismo que Jesús significó en la última cena y que es lo que significa el sacramento
5º.- La comunión no es un premio para los buenos, es el pan para los pecadores. El Santo Padre aseguró que hay una fuerza que destaca en la fragilidad de la Eucaristía: «la fuerza de amar a quien se equivoca»
6º.- La realidad significada no es Jesús en sí mismo, sino Jesús como don: No sólo somos oyentes de la palabra, sino interlocutores y actores de la misma. Es a nosotros, allí presentes allí, a quienes se dirige la abra; estamos llamados a ocupar el lugar de los personajes evocados.
Si la celebración no cambia mi vida en nada, es que me he quedado en el rito.
7º.- Haced esto no se refiere a que perpetuemos un acto de culto. Jesús no dio importancia al culto. Jesús quiso decir que recordáramos el significado de lo que acaba de hacer.
Esto soy yo que me parto y me reparto, que me dejo comer. Haced también vosotros esto. Entregad la propia vida a los demás como he hecho yo.
8º.- Los signos no son el pan y el vino sino el pan partido y el vino derramado. Al partirse y dejarse comer, Jesús está haciendo presente a Dios, porque Dios es don infinito, entrega total a todos y siempre. Esto tenéis que ser vosotros. Si queréis ser cristianos tenéis que partiros, repartiros, dejaros comer, triturar, asimilar, desaparecer en beneficio de los demás. Una comunión sin este compromiso es una farsa, un garabato, como todo signo que no signifique nada.
Y concluímos con algunas cosas puntuales que hacer para que nuestra fe en la eucaristía crezca y no se venga a menos, por la rutina, el acostumbramiento, la desidia, la pereza:
-Actuar nuestra fe, al inicio de cada misa: Señor, venimos a misa, donde tú renuevas el sacrificio de la Cruz para salvarnos…¡Aumenta nuestra fe!
-Venir con las debidas disposiciones interiores: atentos y dispuestos a vivir la Eucaristía, a dejarnos amar por Dios.
-Estar atento, viviendo cada momento… sin distraernos. Ayuda mucho el seguir la misa con un misal, para ahondar en cada oración que el sacerdote reza, y en las respuestas que nosotros decimos. Señor, que crea.
En la última reunión reflexionamos sobre la Eucaristía y la Virtud de la Esperanza, virtud que nos da el ánimo y la constancia que aseguran el triunfo.
Y reflexionar en que para unir esperanza y Eucaristía, es necesario tener la certeza de que esta relación debe estar arraigada en la Última Cena de Jesús, pues el Señor celebra la Eucaristía mirando al futuro, dando gracias por el cuerpo resucitado que le concederá el Padre. Y la Iglesia la celebra también tendida hacia el futuro, para que la Eucaristía nos transforme según el modelo del cuerpo glorioso de Cristo, con su energía para sometérselo todo (Fil 3,21).
La Eucaristía es un adelanto de esos bienes del cielo, que poseeremos después de esta vida, pues la Eucaristía es el Pan bajado del cielo. No esperó a nuestra ansia, Él bajó. No esperó a nuestro deseo, Él bajó a satisfacerlo ya. Es verdad que en el Cielo quedaremos saciados completamente.
La Eucaristía se nos da para fortalecer nuestra esperanza, para despertar nuestro recuerdo, para acompañar nuestra soledad, para socorrer nuestras necesidades y como testimonio de nuestra salvación y de las promesas contenidas en el Nuevo Testamento.
La esperanza, reaviva la energía de la Eucaristía para transformar al hombre.
Vimos que esta energía la encontramos en tres aspectos: a) el hombre nuevo; b) la comunión nueva; c) el fruto nuevo.
a) En el hombre nuevo, pues tiene que ver con la esperanza, ya que en ella se da la transustanciación, el paso de una sustancia a otra sustancia, que es el movimiento propio de esta virtud. En la Eucaristía pasamos a arraigarnos en el cuerpo de Cristo, de modo que nuestras raíces pasan a estar en la futura plenitud de todas las cosas.
De este modo la esperanza se personifica en el Resucitado, que se asocia a nuestra vida, de modo que Jesucristo es llamado “nuestro inseparable vivir” quien “en la muerte, llegó a ser vida verdadera” (Ef 7,2). Pero esta transformación del hombre nuevo no agota toda la energía eucarística. ¿Qué falta aún?
b) En la comunión nueva que se da al considerar a Jesucristo como “nuestra común esperanza” (Ef 21,2). Igual que hay un bien común, un bien que no es solo nuestro bien privado, sino que nace de la comunión entre nosotros, hay que hablar de una esperanza común. Y la Eucaristía contiene esta esperanza común que consiste en la esperanza juntos, pues aquello que estamos llamados a ser, en su plenitud desbordante, no puede realizarse sin tener en cuenta lo que está llamado a ser el hermano.
La Eucaristía, podemos decir , no contiene solo el futuro de cada uno, sino que contiene nuestro futuro común. O sea, no contiene solo el futuro de nuestras trayectorias individuales, sino el futuro de nuestras relaciones. Es decir, contiene la potencia de todo lo que compartimos y de todo lo que nos vincula. También nuestros vínculos se transustancian, y apuntan a la plenitud de la vida con Dios.
c) En el fruto nuevo: La Eucaristía nos da esperanza también para el trabajo del hombre, para el fruto que está llamada a dar nuestra vida.
La ofrenda del sacrificio cristiano, tiene un poder transformador y vivificante que sucede en primer lugar al sacerdote, que es capaz de decir en primera persona “esto es mi cuerpo, esta es mi sangre”. Estas palabras contienen gran esperanza. El sacerdote confiesa una unión con Cristo, su “inseparable vivir”. Y esta unión sucede porque comparten un cuerpo que se entrega, es decir, una misma capacidad para dar vida a otros, para transformarles hacia la vida plena. “Esto es mi cuerpo” y “mi sangre”, y por tanto mi cuerpo y sangre son capaces de una paternidad transformada, la que nos trajo Jesús para regenerar el deseo de los hombres y que se abra a los dones plenos de Dios. Y lo que vive el sacerdote puede comunicarse a todo fiel, a todo padre y madre y a todo el trabajo de los hombres, porque también el cuerpo de ellos se asimila al cuerpo fecundo de Jesús.
¿Por qué la Eucaristía es el sacramento de la esperanza?
1. Nos une a Dios, objeto de nuestra esperanza.
2. Y el mismo Dios Fuerte se hace fuerza de nuestras almas para que lleguemos a poseerle a Él, Vida de la vida eterna
Estamos a unos días de Iniciar el Adviento, un tiempo de preparación espiritual para conmemorar el nacimiento de Jesús entre nosotros hace más de dos mil años para rescatarnos de la esclavitud del pecado y darnos una nueva vida. Y una manera de prepararnos es cultivando las virtudes de la fe, la esperanza, la alegría y la caridad.
Hoy vamos a meditar sobre la relación de esta tercera virtud teologal y la Eucaristía, para ello iniciamos diciendo que la Eucaristía aumenta, sobre todo la caridad que «es una virtud sobrenatural infundida por Dios en nuestra alma, con la que amamos a Dios por Sí mismo sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios»
La verdadera caridad no es amor simplemente humano. Es el amor de Dios que se derrama en nuestras almas, y rebosa desde allí su generosa fecundidad para alcanzar a los demás. La caridad nace en Dios, mejor todavía, es la vida misma de la Trinidad, que desde siempre vincula a las divinas personas con el lazo inefable del amor infinito. Al mismo tiempo, el amor a Dios ha de ser el motivo de todos los demás amores y esto distingue a la caridad —como virtud infusa— de otras manifestaciones de amor natural, filantropía o acaso de puro egoísmo que pueden ser origen de un afecto al prójimo.
«Deus caritas est –dice San Juan- Dios es amor» (1 Jn 4, 8): Hallamos aquí la más alta definición de Dios. El Padre es el Amor infinito, el Hijo es el Verbo Amor, la Palabra de Amor del Padre (Jn 17, 26), unidos Ambos por el divino Espíritu de Amor. El amor infinito, que es la sustancia del Padre, sale hacia Jesús, y en Él hacia nosotros.
Si todos los efectos internos y externos de la caridad se refieren directamente a Dios (es virtud teologal) no extrañará que pueda establecerse una inmediata vinculación con el Sacramento de la Eucaristía. «Dios está aquí», puede afirmarse con toda propiedad, y es como el compendio de todos los misterios que Dios ha llevado a cabo para la salvación y santificación de los hombres. Por eso, el que fuera obispo de Coria, Beato Marcelo Spínola -y tantos otros santos- han presentado al Corazón de Jesús en la Eucaristía como modelo de vida cristiana y apostolado.
- En primer lugar porque la Eucaristía nos une íntimamente a Cristo y, en cierto sentido, nos transforma en Él, puesto que en ella recibimos real y verdaderamente el cuerpo, sangre, alma y divinidad del mismo Cristo.
- Y también porque nos une íntimamente con todos los miembros del Cuerpo místico de Cristo. La misma palabra comunión sugiere esta misma idea. Es la común unión de los miembros del Cuerpo Místico de Cristo con su divina Cabeza y la de cada uno de ellos entre sí.
El amor es entrega y donación! Y en la Eucaristía, Dios se entrega y se dona completamente a nosotros.
¡Cuántos gestos de amor nos demuestra Cristo en la eucaristía!
1.- Fuimos invitados al banquete: “Vengan, está todo preparado. El Rey ha mandado matar el mejor cordero que tenía. Vengan y entren”. Cuando a uno lo invitan a una boda, a una fiesta, a un banquete, es por un gesto de amor.
2.-Ya en el banquete, formamos una comunidad, una familia, donde reina un clima de cordialidad, de acogida. No estamos aislados, ni en compartimentos aislados. Nos vemos, nos saludamos, nos deseamos la paz. ¡Es el gesto del amor fraterno!
3.- El gesto de limpiarnos y purificarnos antes de comenzar el banquete, con el acto penitencial: “Yo confieso”, pone de manifiesto que el Señor lava nuestra alma y nuestro corazón, como a los suyos les lavó los pies. ¡Qué amor delicado!
4.- Después, en la liturgia de la Palabra, Dios nos explica su Palabra. Se da su tiempo de charla amena, seria, provechosa y enriquecedora. ¡Qué amor atento!
5.- Más tarde, en el momento de la presentación de las ofrendas, Dios nos acepta lo poco que nosotros hemos traído al banquete: ese trozo de pan y esas gotitas de vino y ese poco de agua. El resto lo pone Él. ¡Que amor generoso!
6.- Nos introduce a la intimidad de la consagración, donde se realiza la suprema locura de amor: manda su Espíritu para transformar ese pan y ese vino en el Cuerpo y Sangre de su Hijo. Y se queda ahí para nosotros real y sacramentalmente, bajo las especies del pan y del vino. ¡Pero es Él! ¡Qué amor omnipotente, qué amor humilde!
7.- No tiene reparos en quedarse reducido a esas simples dimensiones. Y baja para todos, en todos los lugares y continentes, en todas las estaciones. Independientemente de que se le espere o no, que se le anhele o no, que se le vaya a corresponder o no. El amor no se mide, no calcula. El amor se da, se ofrece.
9.- Y, finalmente, en el momento de la Comunión se hospeda en nuestra alma y se hace uno con nosotros. No es Él quien se transforma en nosotros; sino nosotros en Él. ¡Qué misterio de amor! ¡Qué diálogos de amor podemos entablar con Él!
Los discípulos serán reconocidos por el amor que se tienen, un amor como el de Jesús, en el que cada uno, en cierta manera, es pan para ser comido por los otros. La omnipotencia de Dios ha permitido que ese darse se materialice en la conversión eucarística -la transubstanciación-. Ellos sólo pueden dar su tiempo, sus conocimientos, su afecto, su fe, su fortaleza. No pueden tanto como Jesús, que se da a sí mismo; no pueden convertirse en pan; pero si conseguirán que su sangre se convierta en semilla para nuevos cristianos. Un camino nuevo en la tierra.
Término con algunas frases sobre la Eucaristía y el Amor.
- En cada Santa Misa, Dios nos dice a cada uno: “Te amo”. Nos besa como una madre a su niño. Él nos ve en su Hijo, nos trata como “hijos en el Hijo” y nos dice: Tú eres mi Hijo, muy amado, en quien me complazco Mt 17,5. Nosotros deberíamos responder, con los labios y con el corazón, pero sobre todo con nuestra vida: “Señor, te amo”.
P. Carlos Miguel Buela
- La Eucaristía es la prueba suprema del amor de Jesús. Después de esto no existe nada, más que el Cielo mismo. San Pedro Julián Eymard.
- La Eucaristía es el Sacramento de Amor: significa Amor, produce Amor. Una sola gota de la Sangre de Jesús con su valor infinito, podría salvar al Universo completo de todas las ofensas. Santo Tomás de Aquino. Doctor de la Iglesia
- ¡Oh, hijos míos!, ¿qué hace nuestro Señor en el Sacramento de su amor? Se ha tomado a pecho el amarnos. Su Corazón rezuma ternura y misericordia capaz de limpiar los pecados del mundo.
- San Juan María Vianney. Santo Cura de Ars.
- La Eucaristía “es por excelencia el sacramento del amor; nos llama al primado de Dios y al amor a los hermanos”. Papa Francisco. Y explicó: “es Cristo que se ofrece por nosotros y nos pide que hagamos lo mismo, para que nuestra vida se convierta en pan que alimenta a los hermanos”.
Canción
https://youtu.be/gyh3YOeyTQY?si=PHPdkJfuUnH3uHj3
Fuentes:
http://desdemicampanario.es/2016/05/28/la-eucaristia-y-la-caridad/
http://es.catholic.net/op/articulos/60491/cat/196/32-eucaristia-fuente-de-virtudes.html#modal
http://www.sancta-missa-cotidiana.org/es/?tag=la-eucaristia-sacramento-de-amor
https://www.google.com/search?q=el+adviento+y+la+Caridad&ie=UTF-8&oe=UTF-8&hl=es-cr&client=safari
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Noviembre 2023.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.