Para introducirnos en este tema que mejor que el mensaje del evangelio de ayer, de Jn 16, 6 en que Jesús se nos presenta como el camino, la verdad y la vida. Y agrega: Nadie va al Padre si no es por mí. Sin embargo, probablemente nosotros, como Felipe le podríamos decir: Señor muéstranos al Padre y el Señor nos contestará …. Tanto tiempo que estoy con ustedes y todavía no me conocen…Quien me ve a mí ve al Padre.
En el evangelio de hoy Jn 13, 20 nos asegura: “El que recibe al que yo envío, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me ha enviado”
Entonces como nos decía el sacerdote Pinilla ahora en la homilia, debemos crecer en la fe; vivir con un corazón puro y sincero y ser misioneras en lo que hacemos.
Continuando con nuestro caminar para ser Betanias, los diferentes espacios de formación, de oración, de servicio, de compartir, buscan mirar a Santa María como auténtico modelo de mujer, para así dejarse educar por ella en el amor por el Señor.
Entre los muchos títulos con los que nos referimos a María está el de Madre del Amor misericordioso. Es la Madre de Cristo, la Madre de Dios. Y Dios es amor. Dios quiso, sin duda, escogerse una Madre adornada especialmente de la cualidad o virtud que a Él lo define. Por eso María debió vivir la virtud del amor, de la caridad en grado elevadísimo. Fue, ciertamente, uno de sus principales distintivos. Es más, Ella ha sido la única creatura capaz de un amor perfecto y puro, sin sombra de egoísmo o desorden. Porque sólo Ella ha sido inmaculada; y por eso sólo Ella ha sido capaz de amar a Dios, su Hijo, como Él merecía y quería ser amado.
Fue ese amor suyo un amor concreto y real. El amor no son palabras bonitas. Son obras. “El amor es el hecho mismo de amar”, dirá San Agustín. La caridad no son buenos deseos. Es entrega desinteresada a los demás. Y eso es precisamente lo que encontramos en la vida de la Santísima Virgen: un amor auténtico, traducido en donación de sí a Dios y a los demás.
María irradiaba amor por los cuatro costados y a varios kilómetros a la redonda. La casa de la sagrada familia debía estar impregnada de caridad. Como también su barrio, el pueblo entero e incluso gran parte de la comarca… Las hondas expansivas del amor, cuando es real, se difunden prodigiosamente con longitudes insospechadas.
El amor de la Virgen en la casa de Nazaret, como en las otras donde vivió, haría que allí oliese de verdad a cielo. Ese gran amor de esposa, de madre, de amiga que se respiraba en torno suyo, estaba entretejido con mil y un detalles.
Era el amor lo que transformaba en sublimes cada uno de esos actos aparentemente normales y banales. Donde hay amor lo más normal se hace extraordinario y no existe lo banal. En María ninguna caricia era superficial o mecánica, ningún abrazo cansado o distraído, ningún beso de repertorio, ninguna sonrisa postiza.
“En Ella -afirma San Bernardo- no hay nada de severo, nada de terrible; todo es dulzura”. Todo lo que hacía estaba impregnado de aquella viveza del amor que nunca se marchita.
¡Qué mujer tan encantadora la Virgen! ¡Qué madre tan cariñosa y solícita! ¡Qué ama de casa tan atenta y maravillosa!
Todo eso lo aprendió y practicó María desde niña. La Virgen estaba habituada a preocuparse de las necesidades de los demás y a ofrecerse voluntariosa para remediarlas. Sólo así se comprende la presteza con la que salió de casa para visitar a su prima Isabel, apenas supo que estaba encinta e intuyó que necesitaba sus servicios y ayuda.
Su exquisita sensibilidad estaba al servicio del amor. Da la impresión de que llegaba a sentir como en carne propia los aprietos y apuros de todos aquellos que convivían junto Ella. Por eso no es de extrañar que en la boda aquella de Caná, mientras colaboraba con el servicio, percibiera enseguida la angustia de los anfitriones porque se había terminado el vino. De inmediato puso su amor en acto para remediar la bochornosa situación. Ella sabía quién asistía también al banquete. Tenía muy claro quién podía poner solución al asunto. Ni corta ni perezosa, pidió a Jesús, su Hijo, que hiciera un milagro. Y, aunque Él pareció resistirse al inicio, no pudo ante aquella mirada de ternura y cariño de su Madre. El amor de María precipitó la hora de Cristo.
El amor de María no conoció límites y traspasó las fronteras de lo comprensible. Ella perdonó y olvidó las ofensas recibidas, aun teniendo (humanamente hablando) motivos más que suficientes para odiar y guardar rencor. Perdonó y olvidó la maldad y crueldad de Herodes que quiso dar muerte a su pequeñín. Perdonó y olvidó las malas lenguas que la maldecían y calumniaban a causa de su Hijo. Perdonó y olvidó a los íntimos del Maestro tras el abandono traidor la noche del prendimiento. Perdonó y olvidó, en sintonía con el corazón de Jesús, a los que el viernes Santo crucificaron al que era el fruto de sus entrañas. Y también hoy sigue perdonando y olvidando a todos los que pecando continuamos ultrajando a su divino Jesús.
¡Cuánto tenemos nosotros que imitar a nuestra Madre! Porque pensamos mucho más en nosotros mismos que en el vecino. A nosotros nos cuesta mucho estar atentos a las necesidades de los demás y echarles una mano para remediarlas. Nosotros no estamos siempre dispuestos a escuchar con paciencia a todo el que quiere decirnos algo. Nosotros distinguimos muy bien lo que “en justicia” nos toca hacer y lo que le toca al prójimo, y rara vez arrimamos el hombro para hacer más llevadera la carga de los que caminan a nuestro lado. Nosotros en vez de amor, muchas veces irradiamos egoísmo. En vez de afecto y ternura traspiramos indiferencia y frialdad. En vez de comprensión y perdón, nuestros ojos y corazón despiden rencor y deseo de venganza. ¡Qué diferentes a veces de nuestra Madre del cielo!
María, la Virgen del amor, puede llenar de ese amor verdadero nuestro corazón para que sea más semejante al suyo y al de su Hijo Jesucristo.
Pidámoselo, pero también necesitamos tratar de involucrarnos con El y solo lo logramos si nos relacionamos con El y para llegar a esto debemos abocamos a buscar conocerlo y hoy vamos a intentar iniciar,tal vez para algunas, o enriquecernos para otras con el tesoro de Su Amor.; para ello vamos a iniciar este proceso con el texto de Marcos 12:30, en el que el Señor nos dice: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.” Entonces, con la fuerza de su Amor, nos esforzamos en amarlo con todo el corazón, lo cual implicaría:
- Convertirnos de nuestros pecados,
- Unirnos a Él con una amistad y compromiso crecientes,
- Agradarle aún con lo más sencillo de nuestra vida. .
- Unirnos en El, teniéndolo como centro de nuestra comunión fraterna, porque es en su Amor en el que podemos reconocernos y servirnos como hermanos (cf. Hechos 4, 32), viviendo en comunidades eclesiales concretas, al servicio de los hermanos del mundo entero.
- Ir con Él, en sintonía con su amor y su voluntad: a donde Él quiera, a lo que Él quiera, como Él quiera, con los que El quiera, cuanto El quiera.
Cabría entonces preguntarnos ¿Qué significa amar al Señor con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con toda nuestra mente y con todas nuestras fuerzas? ¿Tenemos tan siquiera la capacidad de amarlo con todo nuestro ser así?
Sinceramente, tenemos que admitir que aunque amemos a Dios hasta cierto punto, Él no es el Único al que amamos, y a veces no es a quien amamos más. Muchas otras cosas tiran de nuestro corazón. Entonces, ¿cómo podemos obedecer el mandamiento del Señor de amarlo con todo nuestro corazón?
El Señor está muy consciente de que no somos capaces de tal amor en nosotros mismos. Necesitamos darnos cuenta de que cuando Dios hace una demanda, Él tiene la intención de satisfacer esa demanda por nosotros. Así que en 1 Juan 4:19 podemos ver que nuestro amor por Dios se origina de Dios mismo: “Nosotros amamos, porque Él nos amó primero”.
“Dios nos amó primero porque Él nos infundió Su amor y generó en nosotros el amor con el cual lo amamos a Él y a los hermanos (vs. 20-21)”.
Dios es la fuente verdadera de nuestro amor por Él. Él nos amó primero y nos infundió Su amor. Infundir significa llenar, impregnar, incluso empapar. ¡Estamos siendo empapados del amor de Dios! Ahora el amor de Dios en nosotros es el amor con el cual podemos amarle en reciprocidad.
El amor no es sólo un sentimiento. Dios es amor. Dios nos ama y llegó a ser un hombre llamado Jesucristo. Él demostró Su amor por nosotros al máximo al morir en la cruz. No es de extrañar que cuando escuchamos el evangelio de Jesucristo, nuestros corazones respondieron a Su amor y nos abrimos para recibirlo como nuestro Salvador. A partir de ese día, comenzamos a amar al Señor con el amor que Él infundió en nosotros.
A medida que disfrutamos del amor de Dios, lo amaremos en reciprocidad cada vez más.
Por otro lado, Amar al Señor con todo nuestro ser comienza desde nuestro corazón.
Bueno, pero qué significa en la Biblia el corazón?
Dios nos creó con tres partes: espíritu, alma y cuerpo. Entonces, ¿dónde encaja nuestro corazón?
La Biblia define lo que es nuestro corazón usando muchos versículos, no uno solo. Podría ser fácil pasarlo por alto. Pero si prestamos atención, podemos ver que la Palabra de Dios no dice que nuestro corazón es una cuarta parte de nuestro ser.
En lugar de esto, nos muestra que nuestro corazón está compuesto de los tres componentes de nuestra alma —nuestra mente, parte emotiva y voluntad— más la parte más importante de nuestro espíritu: nuestra conciencia. Echemos un vistazo a algunos versículos claves que revelan esto.
Mateo 9:4: “Y conociendo Jesús los pensamientos de ellos, dijo: ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones?”.
Pensar es una actividad de la mente, pero el Señor Jesús preguntó a los escribas por qué pensaban mal en sus corazones. Esto muestra que nuestra mente es parte de nuestro corazón.
Hechos 11:23
“Éste, cuando llegó, y vio la gracia de Dios, se regocijó, y exhortó a todos a que con propósito de corazón permaneciesen unidos al Señor”.
La frase con propósito indica decidir con firmeza hacer algo, lo cual es un ejercicio de nuestra voluntad. Así que este versículo muestra que nuestra voluntad es parte de nuestro corazón.
Juan 16:22
“Así que, también vosotros ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo”.
Gozarse está relacionado con nuestra parte emotiva, pero aquí vemos que nuestro corazón se goza. Esto nos muestra que nuestra parte emotiva también es parte de nuestro corazón.
Hebreos 10:22
“Acerquémonos al Lugar Santísimo con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia con la aspersión de la sangre, y lavados los cuerpos con agua pura”.
Tener nuestros corazones purificados de mala conciencia indica que nuestra conciencia también es parte de nuestro corazón.
Esto se confirma aún más por la frase “si nuestro corazón nos reprende” en 1 Juan 3:20. Dado que nuestra conciencia es la que nos reprende, o nos condena, cuando hemos hecho algo malo, este versículo también deja muy claro que nuestra conciencia es parte de nuestro corazón.
Los versículos anteriores nos muestran que nuestro corazón hace mucho más de lo que podríamos haber pensado. Además de sentir la amplia gama de emociones humanas, nuestro corazón piensa, decide y percibe el bien del mal.
Ahora veamos dos razones por las cuales la función de nuestro corazón es tan importante.
Amamos con nuestro corazón
Jesús dijo en Marcos 12:30:
“Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón”.
Si no tuviéramos un corazón, no podríamos sentir amor o amar a cambio. Dios nos creó con un corazón para que pudiéramos tener una relación amorosa con Él. Así que, en un sentido muy real, nuestra relación con Dios se centra en nuestro corazón.
Nuestro corazón es la puerta de nuestro ser
Además de ser el centro de nuestra relación con Dios, nuestro corazón es también la puerta de todo nuestro ser.
En el libro La economía de Dios, el autor Witness Lee explica este papel. En la página 79, Lee dice:
“Nuestra relación con el Señor siempre es iniciada y mantenida por medio del corazón. Por supuesto, tener contacto con el Señor es un asunto del espíritu, sin embargo esto debe ser iniciado y mantenido por el corazón, pues nuestro corazón es la puerta de todo nuestro ser”.
Que nuestro corazón sea la puerta de todo nuestro ser significa que lo que permitimos entrar y salir está determinado por nuestro corazón. Por ejemplo, podemos cerrar nuestro corazón a ciertas personas y abrirlo a otras.
Continuando en la página 79, Lee dice:
“En otras palabras, el corazón llega a ser tanto la entrada como la salida de nuestro ser. Todo lo que entre en nosotros debe entrar por nuestro corazón. Todo lo que salga de nuestros debe salir por el corazón”.
Cuando consideramos nuestra experiencia de salvación, este punto se vuelve claro. Al escuchar cómo el Señor Jesús murió en la cruz por nuestros pecados, fuimos convencidos de nuestra pecaminosidad; al mismo tiempo, comenzamos a apreciar a Jesús y lo que hizo por nosotros. Sentimos la profundidad y la dulzura de Su amor por nosotros. Así que abrimos las puertas de nuestro corazón para creer en Él y aceptarlo a Él en nuestra vida. En ese momento, lo recibimos en nuestro espíritu y nacimos de nuevo con Su vida divina. Pero fue nuestro corazón el que primero fue tocado y se abrió para dejarlo entrar.
Hablemos de Nuestro corazón y nuestra relación con el Señor.
¡Fuimos creados por Dios de una manera tan maravillosa! Tenemos un espíritu para contactarlo, recibirlo y contenerlo como vida, y un corazón para amarlo. Él quiere ser nuestra vida y quiere que lo amemos con todo nuestro corazón.
Como leímos en el primer extracto citado anteriormente, nuestra relación con el Señor comenzó por nuestro corazón. También es mantenida por nuestro corazón. Es por esto que la condición de nuestro corazón es tan importante.
En cualquier relación, cuando surge un problema, debemos abordarlo. No debemos pensar que el problema desaparecerá por sí solo. Quizás tengamos cierta actitud hacia la otra persona, o ciertos pensamientos negativos acerca de ella. Tal vez hayamos dicho o hecho algo que lastimó a la otra persona, pero no estamos dispuestos a reparar el daño. No resolver estas cosas sólo puede resultar en dañar la relación.
De la misma manera, a fin de que estemos en armonía con el Señor y disfrutemos de una relación amorosa con Él, debemos abordar cualquier problema que surja entre nosotros y el Señor. Tales problemas siempre están de nuestro lado e involucran nuestro corazón.
De hecho, muchas dificultades en nuestra vida cristiana que nos impiden progresar son realmente problemas en nuestro corazón, es decir, en nuestra mente, parte emotiva, voluntad o conciencia.
Por ejemplo, podríamos tener un problema en nuestro corazón porque nuestros pensamientos sobre cierto asunto no coinciden con los pensamientos del Señor. O quizás los sentimientos que tenemos hacia alguien no corresponden con los sentimientos del Señor. Quizás insistimos en seguir nuestro propio camino porque nuestra voluntad obstinada está endurecida. O podríamos tener un problema en nuestra conciencia porque no hemos tomado medidas con respecto a cosas que han ofendido y desagradado al Señor. Con nuestro corazón en tal estado, ¿cómo puede nuestra relación con el Señor ser dulce y armoniosa?
Ahora podemos ver lo importante que es estar conscientes de la condición de nuestro corazón para mantener una relación amorosa y cálida con el Señor. Cuando surge un problema entre nosotros y el Señor, simplemente podemos volver nuestro corazón a Él y orar: “Señor Jesús, abro mi corazón a Ti. No quiero que nada se interponga entre Tú y yo. Te amo, Señor”
Reflexionemos ahora en cómo Amar a Dios con toda nuestra alma
Nuestra alma está compuesta de nuestra mente, parte emotiva y voluntad, por lo cual es una gran parte de nuestro corazón.
Dios creó nuestra alma para que pudiéramos expresarlo, pero debido a la caída de la humanidad, nos expresamos a nosotros mismos. Tenemos nuestros propios sentimientos, opiniones y decisiones que son independientes de Dios.
Pero cuando volvemos nuestros corazones al Señor, nuestro amor por Él crece. A medida que Él se infunde en nosotros, Sus pensamientos llegan a ser nuestros pensamientos, Sus sentimientos llegan a ser nuestros sentimientos y Sus decisiones llegan a ser nuestras decisiones.
Al igual que el corazón, nuestra alma se refleja en el exterior, por eso el Apóstol Pablo nos dice: “Ya que nosotros pertenecemos al día, vivamos con decencia a la vista de todos. No participen en la oscuridad de las fiestas desenfrenadas y de las borracheras, no vivan en promiscuidad sexual e inmoralidad, no se metan en peleas, ni tengan envidia. Más bien, vístanse con la presencia del Señor Jesucristo. Y no se permita pensar en formas de complacer los malos deseos” (Rom. 13:13-14).
Entremos al armario de Dios. Vistámonos de las ropas blancas y finas que Él nos ha dado por medio de Jesucristo. Evitemos proveernos a nosotros mismos, porque honestamente no somos nadie para proveer santidad, amor o mansedumbre. Dios es el único proveedor de estos dones, así que, no nos dejemos dominar por nuestros sentimientos. Leer Su Palabra y meditar en ella debe ser nuestra máxima prioridad para poder llenarnos de Él. De esa forma controlaremos los deseos e intenciones de nuestros sentimientos y emociones. ¿Estás dispuesto a rendir tus emociones a la voluntad a Dios por amor a Él?
A medida que Él realiza Su obra transformadora en nosotros, espontáneamente comenzamos a expresar a Dios y a glorificarlo. Otros verán a Cristo expresado en nosotros al nosotros amarlo con toda nuestra alma.
También debemos Amar a Dios con toda nuestra mente
La mente es nuestro entendimiento. También significa la “potencia que mueve tu alma“, es decir, la fuerza que te impulsa a hacer algo. Sabemos que Dios nos ha dado la capacidad de pensar, razonar y discernir cada situación que tomamos en nuestra vida cotidiana.
Nuestra mente es la parte principal de nuestra alma. Dirige el resto de nuestro ser e influye en lo que amamos y lo que elegimos. Puede ser puesta en muchas cosas.
Nosotros tenemos la capacidad de elegir varias opciones en una situación y decidir hacerlas o no.
Es por eso que debemos entender las cosas como Dios las está entendiendo. Que el “motor de nuestra alma” sea el querer agradar a Dios y amarlo con toda nuestra capacidad de razonar. Dios quiere que nuestra mente esté puesta en el Espíritu donde está Cristo.
Romanos 8:6 dice:
“Porque la mente puesta en la carne es muerte, pero la mente puesta en el espíritu es vida y paz”.
Cuando ponemos nuestra mente en la carne, o las cosas de la carne, nos sentimos sin vida e inquietos porque estamos apartados de Cristo en nuestro espíritu. Pero cuando ponemos nuestra mente en el espíritu, estamos en paz y llenos de vida. Al poner nuestra mente en nuestro espíritu todo nuestro ser está centrado en Dios.
Una manera de poner nuestra mente en el espíritu es leer la Biblia. La Palabra de Dios revela quién es Cristo para nosotros. Cuando usamos nuestra mente para leer la Palabra, vemos más de la preciosidad del Señor. Por ejemplo, cuando leemos en los cuatro Evangelios acerca de la clase de vida que vivió el Señor Jesús, las palabras de vida que Él habló y cómo Él cuidó de todo tipo de personas, estamos llenos de apreciación por Él. Cuanto más lo consideramos más lo amamos.
Además, Amar a Dios con todas nuestras fuerzas
Necesitamos fuerzas para amar a Dios, se necesita una determinación constante. La palabra “fuerza” significa vigor, robustez, capacidad de mover algo que tenga peso o que hace resistir. Debemos combatir constantemente y con vigor nuestras pasiones y deseos que nos hacen desviar o tropezar, despojándonos del viejo hombre “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos” (Ef. 4:22).
Tenemos que esforzarnos como cuando practicamos algún deporte y soportamos toda clase de dolores para llegar a la meta
Cuando volvemos nuestro corazón al Señor y ponemos nuestra mente en Él, nuestro cuerpo le seguirá.
A medida que el amor por el Señor impregne nuestro corazón y alma, incluso las acciones externas de nuestro cuerpo se verán afectadas.
Para amar al Señor, tenemos que poner esfuerzos físicos y ser valientes, como Josué que tuvo que esforzarse para entrar a la tierra prometida. “Solamente esfuérzate y sé muy valiente, para cuidar de hacer conforme a toda la ley que mi siervo Moisés te mandó; no te apartes de ella ni a diestra ni a siniestra, para que seas prosperado en todas las cosas que emprendas. Nunca se apartará de tu boca es libro de la ley, sino que de día y de noche meditaras en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien” (Jos. 1:7-8). Esta fuerza no solo debe de salir los fines o inicios de semana, sino todos los días. Debemos estar constantemente meditando en Su Palabra y meditando las promesas.
Para poder, Amar a Dios con todo nuestro ser que comienza hoy
Jesús les dijo, Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres. Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron” (Mt. 4:19-2). ¿Qué necesitas dejar para amar a Dios como Él quiere? Afirma el Papa Francisco que “la ternura no es en primer lugar una cuestión emotiva o sentimental”, sino “la experiencia de sentirse amados y acogidos” en nuestra “pobreza” y “miseria” y, por lo tanto, “transformados por el amor de Dios”
Amar a Dios con todo nuestro ser es un ejercicio. No siempre nos despertamos por la mañana con el corazón inclinado hacia el Señor. Pero podemos comenzar el día volviendo nuestros corazones a nuestro querido Señor Jesús. Podemos decir: “Señor Jesús, vuelvo mi corazón a Ti esta mañana. ¡Te amo!” Podemos decirle al Señor que lo amamos todos los días.
No dejemos a nuestro primer amor, que es nuestro Papa Dios. Lo necesitamos para ser Betanias.
Canción
Bibliografía:
https://blog-es.biblesforamerica.org/que-es-el-corazon-segun-la-biblia/
http://www.jovenesdebrisas.com/4-formas-amar-dios/
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Mayo 2023.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.