Nuestra actitud ante los problemas es un claro reflejo de nuestra personalidad. A veces, poco importa que nos ofrezcan recursos, consejos y estrategias para hacer frente a cualquier dificultad. Si nuestro carácter se define por la impulsividad, por actuar antes que pensar o por esa resistencia donde obcecarse de manera obsesiva en que nada va a salir bien, resultará muy complicado avanzar hacia cualquier resolución.
Decía el escritor y periodista Henry-Louis Mencken que todo problema tiene una solución fácil, una plausible y otra claramente equivocada. Convertirnos en esa persona capaz de ver en cualquier desafío una salida sencilla, original y beneficiosa, requiere por encima de todo, hacer varios cambios en nosotros mismos. La clave es que algo así no se consigue de un día para otro.
Con una actitud positiva, tus problemas se vuelven retos; tus obstáculos enseñanzas; y tus penas parte de la vida. Hoy tienes dos opciones: Tirar la toalla y renunciar, o usarla para secarte el sudor de la frente y seguir adelante.
“Del riesgo de dejarse embaucar por una «paz tranquila, artificial y anestesiada» –con el cartel de «no molestar» incluido– típica del mundo y que cada uno puede fabricarse por sí mismo, nos advierte el Papa Francisco. Y propuso de nuevo la verdadera esencia de la paz que sin embargo nos dona Jesús: «una paz real» porque está enraizada en la cruz, capaz de pasar a través de las muchas tribulaciones cotidianas de la vida, entre sufrimientos y enfermedades. Pero sin caer en el estoicismo o haciendo “de faquires…”
En una sociedad a veces tan convulsa como la actual, es importante no dejarnos arrastrar por los impulsos, ni por las emociones. Para ello es fundamental distinguir, la importancia real que tienen los acontecimientos que nos toca vivir, en nuestro entorno privado, social, laborar, etc.. Es recomendable no crisparse ante cualquier dificultad o caso inesperado; cuántas veces después de analizar con tranquilidad el tema, nos damos cuenta de la relatividad del mismo. Es aconsejable practicar actividades que nos “despejen” y nos alejen de la rutina diaria, actividades que nos faciliten encontrar la paz interior que tanto anhelamos y necesitamos. Resulta fundamental ser tolerantes en nuestras relaciones con los demás y rebajar nuestro nivel de exigencia, pues un alto nivel de exigencia con el mundo, solo nos aporta dificultades de relación. Disfrutar a diario de los pequeños placeres de la vida, es una actitud importante para relajarnos.
Para nosotros los cristianos la Paz del Señor se hace presente en muchos textos: “La paz os dejo, mi paz os doy. No os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde” (Juan 14, 27), “Jesús entró, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros” (Juan 20, 21). Cuántas veces el origen de pequeños conflictos que se nos dan en el día a día, son consecuencia de la falta de paz interior que en ese momento atravesamos. Cuando nos damos la paz unos a otros en la misa, estamos pidiendo y deseamos, que la Paz del Señor venga a nosotros. El contacto con Dios, la comunión con Dios, es el manantial que nos aporta serenidad de ánimo, alegría, tranquilidad y, en ocasiones la paz perdida. La Paz de Dios nos da entereza, fortaleza y capacidad de discernimiento, entre otros dones, que nos pueden ayudar frente a los contratiempos que se nos presenten, grandes o pequeños. Además, de estar en condiciones de transmitir estos valores, en nuestras relaciones con los demás y ayudarles también en sus vicisitudes.
Por eso quisiera concluir esta meditación con una parte de la oración de la Serenidad que todos deberíamos tener presente en nuestra vida para disfrutar de La Paz que el Señor nos dejó fruto de la Cruz: “Concédeme, Señor, serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valentía para cambiar las cosas que puedo cambiar, y sabiduría para conocer siempre la diferencia.”
Amén
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Mayo 2021
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.
Bibliografía:
Primera referencia
Segunda referencia
Tercera Referencia