“No amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras”
Su mensaje está más que claro. Es una llamada a la autenticidad cristiana en la que tanto insistió Jesús. Y ¿acaso no es esto lo que el mundo tanto espera? ¿No es verdad que el mundo de hoy quiere ver testigos del amor de Jesús?
Así pues, amemos con hechos y no con palabras, comenzando por esos pequeños favores que cada día nos piden los prójimos que tenemos al lado.
Y amemos según la verdad. Jesús actuaba siempre siguiendo la voluntad de su Padre; del mismo modo, también nosotros tenemos que actuar siempre siguiendo la palabra de Jesús. Él quiere que lo veamos a Él en cada prójimo, pues todo lo que hacemos por cada uno lo considera hecho a Él. Y también quiere que amemos a los demás igual que a nosotros mismos y que nos amemos entre nosotros estando dispuestos a dar la vida el uno por el otro.
Amemos así para ser también nosotros instrumentos de Jesús.
Estas palabras del apóstol Juan, nos dice el Papa Francisco, “expresan un imperativo que ningún cristiano puede ignorar. La seriedad con la que el «discípulo amado» ha transmitido hasta nuestros días el mandamiento de Jesús se hace más intensa debido al contraste que percibe entre las palabras vacías presentes a menudo en nuestros labios y los hechos concretos con los que tenemos que enfrentarnos. El amor no admite excusas: el que quiere amar como Jesús amó, ha de hacer suyo su ejemplo; especialmente cuando se trata de amar a los pobres…
No olvidemos que para los discípulos de Cristo, la pobreza es ante todo vocación para seguir a Jesús pobre. Es un caminar detrás de él y con él, un camino que lleva a la felicidad del reino de los cielos (cf. Mt 5,3; Lc 6,20). La pobreza significa un corazón humilde que sabe aceptar la propia condición de criatura limitada y pecadora para superar la tentación de omnipotencia, que nos engaña haciendo que nos creamos inmortales. La pobreza es una actitud del corazón que nos impide considerar el dinero, la carrera, el lujo como objetivo de vida y condición para la felicidad. Es la pobreza, más bien, la que crea las condiciones para que nos hagamos cargo libremente de nuestras responsabilidades personales y sociales, a pesar de nuestras limitaciones, confiando en la cercanía de Dios y sostenidos por su gracia. La pobreza, así entendida, es la medida que permite valorar el uso adecuado de los bienes materiales, y también vivir los vínculos y los afectos de modo generoso y desprendido (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 25-45).”
Por eso queremos reflexionar hoy acerca de la pobreza como virtud de las personas. Ese es el término que se ha empleado de forma clásica en la ascética cristiana.
Para entendernos mejor lo vamos a llamar desprendimiento.
La virtud de la pobreza no consiste en no tener, sino en estar desprendido. Con esta palabra entendemos el sentido adecuado de la virtud. Estar ¨prendido¨ es estar atado, enganchado, encadenado. Estar desprendido es no tener ataduras, ser libre. Ahora si que entendemos que esta virtud es atractiva porque nos lleva a ser dueños de nosotros mismos y señores de lo que nos rodea. Ser libres de todo ese peso de necesidades, muchas veces inventadas, nos permite volar más alto en las aspiraciones de la mente y del corazón. El desprendimiento forma parte del señorío de los hijos de Dios. ¡Cuántos problemas y ansiedad nos quitaríamos si eliminamos la mitad de nuestra lista de necesidades!
El desprendimiento cobra valor dentro de la cultura actual que pretende arrollarnos con el consumismo, que es como la nicotina para los fumadores, y nos introduce en el circuito necesidad-ansiedad-satisfacción y…vuelta a empezar, de forma inevitable y esclavizante, con una perfecta dependencia fisiológica y química.
Estamos dentro de una economía basada en el motor del consumo y en consumidores compulsivos.
todo esto añadimos la estafa de la obsolescencia, programada por algunos fabricantes, para que los productos y mecanismos duren menos de lo esperado y tener necesariamente que reponerlos porque, muchas veces, ni siquiera merece la pena repararlos.
Sin darnos cuenta hemos entrado en la cultura de usar y tirar.
Con una publicidad que manipula nuestros instintos más elementales de vanidad, comodidad, ambición, aspiraciones, deseos,…cobra mucho sentido el desprendimiento que nos lleva a procurar estar muy por encima de esas reacciones primarias y a pensarlo dos veces antes de comprar nada superfluo, o a decidir por ¨el que dirán¨, o por aparentar.
La virtud del desprendimiento nos lleva a vivir la sobriedad, también en lo que comemos y bebemos, sabiendo compatibilizar nuestras gratas relaciones humanas y sociales con la libertad del desprendimiento.
En la familia los padres enseñan a sus hijos el valor del desprendimiento, en primer lugar, con el ejemplo, viviéndolo ellos mismos. Después vendrá el enseñarles el valor de las cosas, ganándoselas con su propio esfuerzo; el valor de la justicia y la solidaridad para no malgastar ni tirar cuando tantos otros tienen tantas carencias.
No pensemos que es un problema sólo actual, ya en el siglo IV San Agustín; afirmaba: “No es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita”, es decir, que ya entonces el ser humano se inventaba necesidades. Y muchos siglos antes, Séneca dijo ¨Quien más disfruta de sus riquezas es aquel que menos necesita de ellas¨.
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Mayo 2021
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.
Bibliografía:
Primera referencia
Segunda referencia
Tercera Referencia