Introducción
Hay un poder de sanación en la Palabra de Dios; así pues, necesitamos oír y responder a lo que Él nos diga. Debo esperar sanación cuando oigo la Palabra. El Sacerdote y la congregación antes de la lectura del Evangelio invocan el toque sanador de Dios en sus mentes, en sus labios y en sus corazones. Debo recibir la Palabra y permitirle que me cambie, que me nutra y me llene de energía
La palabra de Dios y el misterio eucarístico han sido honrados por la Iglesia con una misma veneración. La Iglesia siempre quiso y determinó que así fuera, porque, impulsada por el ejemplo de su Fundador, nunca ha dejado de celebrar el misterio pascual de Cristo, reuniéndose para leer “todos los pasajes de la Escritura que se refieren a él” (Lc 24, 27) y realizando la obra de la salvación por medio del memorial del Señor y de los sacramentos. En efecto, “la predicación de la palabra se requiere para el ministerio mismo de los sacramentos, puesto que son sacramentos de la fe, la cual nace de la palabra y de ella se alimenta”. Espiritualmente alimentada en estas dos mesas, la Iglesia, en una, se instruye más, y en la otra, se santifica más plenamente; pues en la palabra de Dios se anuncia la alianza divina, y en la eucaristía se renueva esa misma alianza nueva y eterna. En una, la historia de la salvación se recuerda con palabras; en la otra, la misma historia se expresa por medio de los signos sacramentales de la liturgia. Por tanto, conviene recordar siempre que la palabra divina que lee y anuncia la Iglesia en la liturgia conduce, como a su propio fin, al sacrificio de la alianza y al banquete de la gracia, es decir, a la eucaristía. Así pues, la celebración de la misa, en la que se escucha la palabra y se ofrece y se recibe la eucaristía, constituye un solo acto de culto divino, con el cual se ofrece a Dios el sacrificio de alabanza y se realiza plenamente la redención del hombre.
La Iglesia anuncia el mismo y único misterio de Cristo cuando proclama en la celebración litúrgica el Antiguo y el Nuevo Testamento. En el Antiguo Testamento está latente el Nuevo, y en el Nuevo se hace patente el Antiguo. El centro y la plenitud de toda la Escritura y de toda celebración litúrgica es Cristo, por eso deberán beber de su fuente todos los que buscan la salvación y la vida.
Cuanto más profundamente se comprende la celebración litúrgica, más profundamente también se estima la importancia de la palabra de Dios; y lo que se dice de una se puede afirmar también de la otra, puesto que ambas recuerdan el misterio de Cristo y lo perpetúan cada una a su manera.
En la acción litúrgica, la Iglesia responde fielmente el mismo “Amén” que Cristo, mediador entre Dios y los hombres, pronunció de una vez para siempre al derramar su sangre, a fin de sellar, con la fuerza de Dios, la nueva alianza en el Espíritu Santo. Pues cuando Dios comunica su palabra, siempre espera una respuesta, que consiste en escuchar y adorar “en el Espíritu y en la verdad” (Jn 4, 23). El Espíritu Santo, en efecto, es quien hace que esa respuesta sea eficaz, para que se manifieste en la vida lo que se escucha en la acción litúrgica, según aquellas palabras: “Poned en práctica la palabra y no os contentéis sólo con oírla” (St 1, 22).
Las actitudes corporales, los gestos y las palabras con los que se expresa la acción litúrgica y se manifiesta la participación de los fieles no reciben su significado únicamente de la experiencia humana, de donde se toman, sino también de la palabra de Dios y de la economía de la salvación, a la que se refieren. Por eso, los fieles tanto más participan de la acción litúrgica cuanto más se esfuerzan, al escuchar la palabra de Dios en ella proclamada, por adherirse íntimamente a la Palabra de Dios en persona, Cristo encarnado, de modo que aquello que celebran en la liturgia sea una realidad en su vida y costumbres, y, a la inversa, que lo que hagan en su vida se refleje en la liturgia.
¿Cómo se eligen las lecturas de la Misa? ¿Elige el sacerdote las que más le gustan o se hace de otra manera?
Este plan de las lecturas se puede ver en el Ordo Lectionum Missae, Ordenación de las lecturas de la Misa, del año 1981.
Los criterios fundamentales es que dicha elección pueda dar a los cristianos un mejor conocimiento de la palabra de Dios y para conocer de forma más profunda la fe y la historia de la salvación. Además esa elección tiene una intención pedagógica, para hacer ver la conexión que tiene la palabra de Dios con la vida actual.
Para la ordenación de las lecturas hay dos series: la dominical y la ferial (para los demás días):
Lecturas de los domingos y fiestas
Cada misa de los domingos y fiestas tiene tres lecturas y el salmo responsorial. Los textos del Antiguo Testamento se eligen por la relación que tienen con el Evangelio.
Esta serie se divide en tres ciclos anuales: A, B y C. Los años que son múltiplo de 3 son años C, y el siguiente A y el anterior B. Por ejemplo el año 2019 fue múltiplo de 3, por lo que es ciclo C. El 2020 es A y el 2018 fue B.
En el tiempo ordinario hay una lectura semicontinua (se lee casi de continuo, aunque puede haber algunos saltos) el Evangelio y la lectura del Nuevo Testamento. En el año A se lee el evangelio de Mateo, en el B el de Marcos y en el C el de Lucas.
En Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua la elección de los textos se hace teniendo en cuenta la particularidad de cada tiempo.
Lecturas de las ferias
Cada misa de los días que no son domingo tiene dos lecturas y el salmo responsorial: una del Antiguo o del Nuevo Testamento, y la lectura del Evangelio.
En Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua se sigue un ciclo anual y se tiene en cuenta el tiempo que se está celebrando.
En el tiempo ordinario el Evangelio sigue un ciclo anual, leyéndose en las primeras semanas el de Marcos, luego Mateo y al final Lucas. La primera lectura sigue un ciclo bianual, que se divide en año par y año impar, y que combina lecturas tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.
Otras celebraciones
Además de los tiempos litúrgicos, también hay otro tipo de celebraciones, como los santos, sacramentos, o las misas por diversas necesidades, que tienen las lecturas escogidas en función de la celebración de que se trate.
Criterios históricos para la elección de algunas lecturas
Además de los criterios señalados anteriormente, también se tienen en cuenta algunas tradiciones históricas para la elección de las lecturas. Por ejemplo en Pascua se lee el libro de los Hechos de los Apóstoles, o el Evangelio de San Juan se lee en las últimas semanas de Cuaresma y en Pascua; o el libro del profeta Isaías que tiene una especial presencia en el tiempo de Adviento.
Como resumen:
• Domingos: ciclos A, B y C
• Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua: lecturas apropiadas para el tiempo
• Tiempo ordinario: A (Mateo), B (Marcos), C (Lucas)
• Ferias
• Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua: lecturas apropiadas para el tiempo
• Tiempo ordinario:
• Primera lectura: año par e impar, se leen lecturas del Antiguo y Nuevo Testamento
• Evangelio: ciclo anual.
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Setiembre 2020
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.