Introdución
Vamos a iniciar con el Mensaje del Papa Francisco con ocasión del Congreso Eucaristico Nacional en Alemania -30 de mayo 2013.
Señor, ¿a quién iremos?». También nosotros, miembros de la Iglesia de hoy, nos hacemos esta pregunta. Aunque ésta es quizás más titubeante en nuestra boca que en labios de Pedro, nuestra respuesta, como la del Apóstol, sólo puede ser la persona de Jesús. Ciertamente Él vivió hace dos mil años. Sin embargo nosotros le podemos encontrar en nuestro tiempo cuando escuchamos su Palabra y estamos cerca de Él, de un modo único, en la Eucaristía. El Concilio Vaticano II la llama «acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia» (Sacrosantum Concilium, 7). ¡Que en nosotros la santa misa no caiga en una routine superficial! ¡Que alcancemos cada vez más su profundidad! Es precisamente ella la que nos introduce en la inmensa obra de salvación de Cristo, la que afina nuestra vida espiritual para alcanzar su amor: su «profecía en acto» con la cual, en el Cenáculo dio inicio al don de Sí mismo en la cruz; su victoria irrevocable sobre el pecado y sobre la muerte, que anunciamos con orgullo y de un modo alegre. «Es necesario aprender a vivir la santa misa», dijo un día el beato Juan Pablo II en un seminario romano, a los jóvenes que le preguntaron por el recogimiento profundo con el que celebraba (Visita al Colegio pontificio germánico húngaro, 18 de octubre de 1981)
¡Aprender a vivir la santa misa!». A esto nos ayuda, nos introduce, estar en adoración delante del Señor eucarístico en el sagrario y recibir el sacramento de la reconciliación.”
Textos importantes en la celebración de la Eucaristía
Biblia, Leccionario, Misal, Evangeliario, Gradual, Pontifical y Ordos?
• La Biblia contiene las Sagradas Escrituras de la Cristiandad ordenadas canónicamente en Antiguo y Nuevo Testamento.
• Un Leccionario contiene todas las Lecturas usadas en la Eucaristía y otras celebraciones litúrgicas de acuerdo al Año Litúrgico.
• Un Misal incluye todos los textos necesarios para la Misa (instrucciones, plegarias, lecturas y algo de música). A partir del Concilio Vaticano II, el Misal se publica en dos partes: el Sacramentario (que son los textos del Presidente de la asamblea y no incluyen las lecturas) y el Leccionario (todas las lecturas para ser proclamadas desde el ambón).
• Un Evangeliario es una publicación más elaborada y artística de los textos del Evangelio para las celebraciones litúrgicas y que usualmente se usa en las procesiones.
• Un Gradual contiene los textos musicales y los tonos que pueden usarse en las celebraciones litúrgicas.
• El Pontifical es el libro que se usa para las ceremonias de los Obispos y el Papa, tales como ordenaciones y confirmaciones.
• Los Ordos son las diversas publicaciones que contienen las instrucciones (rubricas), plegarias, y lecturas para ritos específicos como Bautismos, Funerales, Bodas o Unción de los Enfermos.
• En la iglesia católica se llaman rúbricas a las reglas según las cuales se deben celebrar la liturgia y el oficio divino.
• En la iglesia católica se llaman rúbricas a las reglas según las cuales se deben celebrar la liturgia y el oficio divino.
•
Importancia de la liturgia de la Palabra
En todas las religiones se conoce el gran poder que encierran las palabras contenidas en una oración, es decir, el verbo y la palabra. Algunos alfabetos de lenguas antiguas son por sí mismos fuentes de poder y por eso en algunos cultos se utilizaba la energía canalizada en el lenguaje para manifestar el pensamiento, la emoción y los sentimientos y lograr modificar la calidad de vida que deseaban para la comunidad.
El propósito de la Biblia es mucho más que sólo mostrarnos lo que está mal en nuestras vidas o como deberíamos vivir. Dios nos dio su Palabra para trasformar radicalmente nuestras vidas.
“Toda la Escritura es inspirada por Dios y es útil para enseñarnos lo que es verdad y para hacernos ver lo que está mal en nuestra vida. Nos corrige cuando estamos equivocados y nos enseña a hacer lo correcto. Dios la usa para preparar y capacitar a su pueblo para que haga toda buena obra.” 2 Timoteo 3:16-17.
En el Libro de Santiago, se nos dijo, “No sólo escuchen la palabra de Dios, tienen que ponerla en práctica. De lo contrario, solamente se engañan a sí mismos.” Santiago 1:22.
En otras palabras, Dios quiere que nuestras creencias se conviertan en nuestro comportamiento.
“Cuando se leen en la Iglesia las Sagradas Escrituras, es Dios mismo quien habla a su pueblo, y Cristo, presente en su Palabra, quien anuncia la Buena Nueva”. (IGMR, #29). Estas palabras provenientes de la Instrucción General del Misal Romano establecen una profunda verdad que necesitamos reflexionar y hacerla propia.
Las palabras de la Sagrada Escritura son muy diferentes a cualquier otro texto que podamos escuchar, ya que no sólo nos proporcionan información, sino que son el medio que Dios utiliza para revelarse ante nosotros; los medios por los cuales llegamos a conocer la profundidad del amor de Dios por nosotros y las responsabilidades que asumimos como seguidores de Cristo, miembros de Su Cuerpo. Más aún, esta Palabra de Dios proclamada en la liturgia posee un poder sacramental especial que realiza en nosotros lo que proclama. La Palabra de Dios proclamada en la Misa es eficaz; es decir, no sólo nos relata acerca de Dios y su voluntad para con nosotros sino que nos ayuda a poner en práctica la voluntad de Dios en nuestras propias vidas
El acto penitencial nos ha ayudado a vaciarnos de nosotros mismos. La liturgia de la Palabra es el primer momento en el que nos llenamos de Dios. Durante la Misa, Dios se nos da en varias formas, en este caso Dios se nos da en forma de palabra. “Como lluvia se derrame mi doctrina, caiga como rocío mi palabra, como blanda lluvia sobre la hierba verde, como aguacero sobre el césped.” (Deut 32, 2).
La Liturgia de la Palabra es cuando se pronuncia la Palabra de Dios ante la asamblea. Sabemos bien que la palabra que el Padre ha pronunciado para darse a conocer como Dios Amor ha sido Jesucristo. “En estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo.” (Heb 1, 2). Él es el Verbo, la Palabra de Dios que se hizo hombre. María, con su apertura en la encarnación, recibió al Verbo que se hizo carne en ella. “La Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros.” (Jn 1, 14).
La liturgia de la Palabra es el momento en el que el Verbo se hace carne en nosotros. En esta parte de la Misa debemos tener una actitud de acogida. Dios se quiere revelar a nosotros. “Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.” (Mt 11, 27).
En el Catecisme de la Iglesia Católica, nos queda claro la importancia de la liturgia de la Palabra
1110 En la liturgia de la Iglesia, Dios Padre es bendecido y adorado como la fuente de todas las bendiciones de la creación y de la salvación, con las que nos ha bendecido en su Hijo para darnos el Espíritu de adopción filial.
1111 La obra de Cristo en la liturgia es sacramental porque su Misterio de salvación se hace presente en ella por el poder de su Espíritu Santo; porque su Cuerpo, que es la Iglesia, es como el sacramento (signo e instrumento) en el cual el Espíritu Santo dispensa el Misterio de la salvación; porque a través de sus acciones litúrgicas, la Iglesia peregrina participa ya, como en primicias, en la liturgia celestial.
1112 La misión del Espíritu Santo en la liturgia de la Iglesia es la de preparar la asamblea para el encuentro con Cristo; recordar y manifestar a Cristo a la fe de la asamblea de creyentes; hacer presente y actualizar la obra salvífica de Cristo por su poder transformador y hacer fructificar el don de la comunión en la Iglesia.
Quizás la mejor manera de entender las lecturas de la Misa y nuestra respuesta ante ellas, nos la ofrece el Papa Juan Pablo II en su Instrucción Dies Domini. “La Eucaristía es luz, ante todo, porque en cada Misa la liturgia de la Palabra de Dios precede a la liturgia eucarística, en la unidad de las dos «mesas», la de la Palabra y la del Pan.” El Papa exhorta a que “aquellos que participan en la Eucaristía, sacerdote, ministros y fieles deben prepararse para la liturgia dominical, reflexionando de antemano acerca de la Palabra de Dios que será proclamada” y añade que si no lo hacemos, “es difícil que la proclamación litúrgica de la Palabra de Dios por si sola produzca el fruto que debemos esperar” (n.40). De esta manera, nosotros labramos la tierra, preparando nuestras almas para recibir las semillas que serán plantadas por la Palabra de Dios y así, estas semillas, pueden dar fruto.
Por este motivo es que la Palabra de Dios nos invita a que escuchemos y respondamos tanto con la reflexión silenciosa como con la palabra y el cántico. Y, lo más importante de todo, la Palabra de Dios, viva y eficaz, nos hace un llamado individual a cada uno de nosotros y a todos juntos para que demos una respuesta que vaya más allá de la liturgia en sí e incida en nuestra vida diaria, llevándonos a comprometernos plenamente en la tarea de hacer que Cristo sea conocido en el mundo mediante nuestras acciones y palabras.
En la misa, las palabras y los episodios de la Biblia no son solamente narrados, sino revividos: la memoria se hace realidad y presencia. Los que sucedió “en aquel tiempo”, tiene lugar “en este tiempo”, “hoy”. Nosotros no sólo somos oyentes de la palabra, sino interlocutores y actores en ella. A nosotros, allí presentes, se nos dirige la palabra; somos llamados a asumir el puesto de los personajes evocados.
Entonces el siguiente paso es el oído atento a la palabra de Dios. El Señor no sólo nos sana a través de oraciones de Sanación Interior, nos sana a través de la revelación de la VERDAD, y “la verdad os hará libres”, Cristo, en el sacerdote, habla a nosotros y habla a nuestras heridas, dándonos claras respuestas de como caminar por la vida de forma sana. Muchas veces, la base de la Curación Interior se haya en la comprensión nueva de una situación, en el cambio de perspectiva acerca de aque¬llo que miramos como amenazante y doloroso.
Así como María, también nosotros, por la acción del Espíritu Santo, recibimos al Verbo que se engendra en nosotros. Es por eso que acoger la Palabra de Dios nos va transformando en la misma Palabra que recibimos. Poco a poco, la acción del Espíritu Santo se va realizando y nos va asemejando más al Verbo Divino. “Pero quien guarda su Palabra, ciertamente en él el amor de Dios ha llegado a su plenitud.” (1 Jn 2, 5).
Los oídos que tenemos que tener abiertos son los del corazón. Es el momento de abrirlos para escuchar, a través de la palabra, el amor de Dios hacia nuestra alma.
A veces nos quejamos porque no escuchamos la voz de Dios. Queremos que nos hable, que nos explique el porqué de tantas cosas que pasan en nuestra vida. Queremos que nos diga cuánto nos ama. Dios habla y habla muy claro. Se reveló durante siglos al pueblo de Israel y después, en Cristo, nos dijo todo lo que nos podía decir. “Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la Plenitud.” (Col 1, 19). En la Sagrada Escritura se encuentra el mensaje de Dios para sus hijos.
Ese mensaje es también para ti. Cuando estés en la Misa, puedes poner en tu corazón todas esas dudas, todos esos deseos, toda tu necesidad de Dios y escuchar. Escucha acogiendo al Dios que se te da en la Palabra. No es coincidencia que el día que deseabas consuelo, la primera lectura decía: ¡Aclamad, cielos, y exulta, tierra! Prorrumpan los montes en gritos de alegría, pues Yahveh ha consolado a su pueblo, y de sus pobres se ha compadecido.” (Is. 49, 13).
No es casualidad que el día que ansiabas saber qué hacer en una situación compleja escuches el salmo 23: “Yahveh es mi pastor, nada me falta. Por prados de fresca hierba me apacienta. Hacia las aguas de reposo me conduce, y conforta mi alma; me guía por senderos de justicia, en gracia de su nombre”.
No es coincidencia que el día que necesitabas el perdón, oigas con claridad en el Evangelio: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen.” (Lc 23, 34). No es casualidad, es la acción de Dios que se desborda de amor.
Hay que aprender a afinar el oído de nuestra alma para vivir en una actitud de escucha. Dios necesita corazones sencillos y llenos de fe que crean en su mensaje.
El Papa Francisco se refiere en la Catequesis sobre la Eucaristía la Liturgia de la Palabra y nos explica: Después de habernos detenido en los ritos de introducción, consideramos ahora la Liturgia de la Palabra, que es una parte constitutiva porque nos reunimos precisamente para escuchar lo que Dios ha hecho y pretende hacer todavía por nosotros. Es una experiencia que tiene lugar «en directo» y no por oídas, porque «cuando se leen las sagradas Escrituras en la Iglesia, Dios mismo habla a su pueblo, y Cristo, presente en su palabra, anuncia el Evangelio» (Instrucción General del Misal Romano, 29; cf. Cost. Sacrosanctum Concilium, 7; 33). Y cuántas veces, mientras se lee la Palabra de Dios, se comenta: «Mira ese…, mira esa…, mira el sombrero que ha traído esa: es ridículo…”. Y se empiezan a hacer comentarios. ¿No es verdad? ¿Se deben hacer comentarios mientras se lee la Palabra de Dios? [responden: “¡No!”]. No, porque si tú chismorreas con la gente, no escuchas la Palabra de Dios. Cuando se lee la Palabra de Dios en la Biblia —la primera Lectura, la segunda, el Salmo responsorial y el Evangelio— debemos escuchar, abrir el corazón, porque es Dios mismo que nos habla y no pensar en otras cosas o hablar de otras cosas. ¿Entendido?… Os explicaré qué sucede en esta Liturgia de la Palabra.
Las páginas de la Biblia cesan de ser un escrito para convertirse en palabra viva, pronunciada por Dios. Es Dios quien, a través de la persona que lee, nos habla e interpela para que escuchemos con fe. El Espíritu «que habló por medio de los profetas» (Credo) y ha inspirado a los autores sagrados, hace que «para que la Palabra de Dios actúe realmente en los corazones lo que hace resonar en los oídos» (Leccionario, Introd., 9). Pero para escuchar la Palabra de Dios es necesario tener también el corazón abierto para recibir la palabra en el corazón. Dios habla y nosotros escuchamos, para después poner en práctica lo que hemos escuchado. Es muy importante escuchar. Algunas veces quizá no entendemos bien porque hay algunas lecturas un poco difíciles. Pero Dios nos habla igualmente de otra manera. [Es necesario estar] en silencio y escuchar la Palabra de Dios. No os olvidéis de esto. En la misa, cuando empiezan las lecturas, escuchamos la Palabra de Dios. ¡Necesitamos escucharlo! Es de hecho una cuestión de vida, como recuerda la fuerte expresión que «no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4, 4). La vida que nos da la Palabra de Dios. En este sentido, hablamos de la Liturgia de la Palabra como de la «mesa» que el Señor dispone para alimentar nuestra vida espiritual. Es una mesa abundante la de la Liturgia, que se basa en gran medida en los tesoros de la Biblia (cf. SC, 51), tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, porque en ellos la Iglesia anuncia el único e idéntico misterio de Cristo (cf. Leccionario, Introd., 5). Pensamos en las riquezas de las lecturas bíblicas ofrecidas por los tres ciclos dominicales que, a la luz de los Evangelios Sinópticos, nos acompañan a lo largo del año litúrgico: una gran riqueza a Dios, que se nos da como alimento en su Palabra, y respondemos cantando, meditando y rezando.
La Ordenación de las lecturas, tal como se halla en el Leccionario del Misal romano, ha sido elaborada, según la mente del Concilio Vaticano II, con una finalidad principalmente pastoral. Para ello, no sólo los principios en los que se basa la nueva Ordenación, sino también todo el conjunto de textos de la misma, han sido revisados y pulidos una y otra vez, con la cooperación de muchas personas, de todo el mundo, versadas en materia exegética, litúrgica, catequética y pastoral. La Ordenación es el resultado de este trabajo en común.
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Setiembre 2020
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.