La reflexión pasada hablamos sobre como inició la Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo, el fundamento de las diferentes denominaciones con que se conoce el Sacramento de la Eucaristía y la importante relación entre el Corazón de Jesús y este maravillosos sacramento.
Hoy que nos reunimos por primera vez en julio, mes dedicado a la Sangre de Cristo, trataremos de encontrarle la riqueza que la Eucaristia tiene en nuestro diario vivir como oración de Sanación, pues en un mundo que corre, que se dispersa, que se cansa, la Eucaristía es el punto de anclaje para millones de cristianos. Allí se regalan paz, fortaleza y sentido. Y, sí, también alegría. Porque como decía san Agustín: “Nadie come de esta carne sin antes adorarla”. Y el que adora, ama. Y el que ama… vive con gozo.
Así pues, no se trata solo de “cumplir” con el precepto dominical. Se trata de vivir de la Eucaristía. De hacer del encuentro con Jesús en la Misa el corazón de la semana. De dejarse transformar. Y, por qué no, de disfrutar con Él, porque cuando Cristo entra en el alma, todo se renueva: la mirada, los gestos, las relaciones…; por eso es importante recordar siempre el poder de la Eucaristia en nuestras almas…recordar que es ahi donde está Jesús esperándonos para sanarnos y ayudándonos a sanar a otros en su nombre….
El P. Roberto de Grandis en su libro “Sanados por la Eucaristía” escribió: “Cuanto más fuerte sea la presencia de Jesús, habrá más sanaciones. Y la presencia más grande del Señor, la tenemos en la Eucaristía.
Es mucho más fuerte que imponer las manos, mucho más fuerte que ungir con aceite, mucho más fuerte que predicar la Palabra. La presencia de Jesús en la Eucaristía, es la presencia absoluta.
Y el momento más grande de sanación es el momento de la comunión. La presencia del cuerpo de Cristo en cada uno de nosotros y su sangre en nuestra sangre, es la que trae, desde dentro, la sanación.
“El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él” (Jn 6,56) ¿Cómo es que el Señor Jesús permanece en nosotros, cuando nosotros recibimos la Eucaristía? La respuesta es porque su carne se hace una con la nuestra, su sangre corre con nuestra sangre.
En la Eucaristía, muchas personas se convierten en un solo Cuerpo de Cristo (1 Cor 10, 17) de tal manera que Cristo los lleva “en sí mismo” como un solo cuerpo de la nueva creación. Este enfoque de la Eucaristía como acontecimiento de comunión constituye, pues, un punto de entrada significativo para una antropología renovada, en la que la esperanza cristiana se pone en diálogo con las búsquedas contemporáneas de algunos aspectos clave del ser humano.
El Papa Francisco subrayaba que para celebrar la Eucaristía «es preciso reconocer, antes que nada, nuestra sed de Dios: sentirnos necesitados de Él, desear su presencia y su amor, ser conscientes de que no podemos salir adelante solos, sino que necesitamos un Alimento y una Bebida de vida eterna que nos sostengan en el camino. El drama de hoy, añadía el Papa, es que a menudo la sed ha desaparecido. Se han extinguido las preguntas sobre Dios, se ha desvanecido el deseo de Él, son cada vez más escasos los buscadores de Dios. Dios no atrae más porque no sentimos ya nuestra sed profunda. Pero sólo donde haya un hombre o una mujer con un cántaro de agua —pensemos en la Samaritana, por ejemplo (cf. Jn 4,5-30)— el Señor se puede revelar como Aquel que da la vida nueva, que alimenta con confiada esperanza nuestros sueños y nuestras aspiraciones; El es la presencia de amor que da sentido y dirección a nuestra peregrinación terrena.
Antes de haberte formado yo en el seno materno ya te conocía” (Jr 1,5). Antes de que naciéramos Dios nos conocía y nosotros le conocíamos a El., y antes de que nosotros estuviéramos vivos, nuestras madres, en su amor, vinieron a recibir a Jesús en la Santa Eucaristía. Y, para aquellos de nosotros que hemos nacido católicos, fueron ellas las que nos trajeron a Jesús. Antes de que nosotros hubiéramos nacido ya estábamos consagrados al Señor. La Eucaristía que nuestras madres recibían, la recibíamos también nosotros. Así como ellas recibían del Señor ese alimento, nosotros, que dependíamos de nuestras madres, también recibíamos a Jesús.
Entonces, nuestros cuerpos se fueron formando en el Cuerpo de Cristo y en la Sangre de Cristo. Este es realmente su cuerpo, mi sangre es la sangre de Jesús.
En un testimonio una madre decía: “Yo ahora lo sé, antes no lo sabía. Pero gracias a Dios y ¡alabado sea el Señor! ahora lo sé, porque lo he ido comprendiendo. Este niño que yo perdí cuando estaba encinta y pensaba ¿a dónde ha ido? ahora creo fielmente que está en los brazos del Padre, porque incluso en mi seno este niño ya estaba dedicado al Padre; ese niño ya estaba consagrado a Jesús y el Señor nunca niega aquello que le pertenece”.
Nosotros tenemos que depender totalmente de la Eucaristía, mucho más que un niño en el seno de su madre.
Nos explica el Papa León XIV ilustrando cómo Dios se une a nosotros con ternura y cercanía, santificando lo que le ofrecemos y transformándolo en alimento de vida eterna., afirmaba que en cada Misa, el pan y el vino, junto con nuestra vida, son acogidos por Dios y devueltos como signo de su amor absoluto.
Inspirándose en san Agustín, el Papa recordó que así como muchos granos de trigo forman un solo pan, la Iglesia se edifica como un solo cuerpo en la unidad y la caridad, fruto del misterio eucarístico.
“Pues bien, en la Eucaristía, entre nosotros y Dios, sucede precisamente esto, el Señor acoge, santifica y bendice el pan y el vino que ponemos en el altar, junto con la ofrenda de nuestra vida, y los transforma en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, sacrificio de amor para la salvación del mundo. Dios se une a nosotros acogiendo con alegría lo que le presentamos y nos invita a unirnos a Él recibiendo y compartiendo con igual alegría su don de amor. De este modo —dice san Agustín—, como el “conjunto de muchos granos se ha transformado en un solo pan, así en la concordia de la caridad se forma un solo cuerpo de Cristo”
La Adoración Eucarística te permite volver la mirada hacia Cristo, y saber que Él te ve sin juzgarte. No tienes que preocuparte por lo que está pensando de ti. No tienes que preocuparte de que se aleje discretamente de ti si te ves áspero o miserable.
Hay una paz en la Eucaristía que es para ti, una intimidad incluso cuando te sientes sin amigos. Él te conoce cuando guardas secretos por miedo a cómo los demás reaccionarán ante ti: Te conoce, con un conocimiento que sólo es amoroso. Y nunca permitirá que estés sola.
La Eucaristía muestra a Dios mismo en una forma sorprendentemente impotente. Dios no sólo derroca a los poderosos y exalta a los humildes: Él mismo se vuelve tan humilde como es posible.
Su cuerpo está tan roto como se siente nuestro corazón. Él se coloca literalmente en nuestras manos, confiándose a nosotros a pesar de que sabemos que no somos confiables. Es su poder el que hace esto posible. Es el poder infinito del Señor lo que hace posible que se vuelva tan débil como nosotros.
Y es por medio de Su poder que podemos hacer lo que Pablo dice:
“Den gracias por todo” (1 Tesalonicenses 5:18).
Hay veces en que las palabras fallan, cuando las oraciones no llegan, cuando no tienes idea de cómo vivir en gratitud por una vida que parece consumida por la confusión, la injusticia o el sufrimiento.
En aquellos tiempos, el silencio de la Eucaristía puede ser un gran consuelo. Simplemente estar presente con Él es suficiente.
Nos indicaba el Papa Francisco en la Audiencia del 2014 “Una celebración puede resultar también impecable desde el punto de vista exterior. Bellísima. Pero si no nos conduce al encuentro con Jesucristo, corre el riesgo de no traer ningún alimento a nuestro corazón y a nuestra vida.
A través de la Eucaristía, en cambio, Cristo quiere entrar en nuestra existencia y permearla de su gracia, para que en cada comunidad cristiana haya coherencia entre liturgia y vida.
El corazón se llena de confianza y de esperanza pensando en las palabras de Jesús recogidas en el evangelio:
“El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6,54)
Vivamos la Eucaristía con espíritu de fe, de oración, de perdón, de penitencia, de alegría comunitaria, de preocupación por los necesitados, y por las necesidades de tantos hermanos y hermanas, en la certeza de que el Señor realizará aquello que nos ha prometido: la vida eterna.
También nos habló de que la Eucaristía, se hace don. “…Quien celebra la Eucaristía no lo hace porque sea mejor que los demás, sino porque se reconoce necesitado de la misericordia de Dios. La Eucaristía no es un mero recuerdo de algunos dichos y hechos de Jesús. Es obra y don de Cristo que sale a nuestro encuentro y nos alimenta con su Palabra y su vida
Es necesario tener siempre presente que la Eucaristía no es algo que hacemos nosotros; no es una conmemoración nuestra de aquello que Jesús ha dicho e hecho. No. Es precisamente una acción de Cristo. Es Cristo que actúa ahí, que está sobre el altar. Y Cristo es el Señor.
Es un don de Cristo, el cual se hace presente y nos reúne en torno a sí, para nutrirnos de su Palabra y de su vida. Esto significa que la misión y la identidad misma de la Iglesia surgen de allí, de la Eucaristía, y allí toman siempre forma….”
Y continuaba el Pontifice: “San Juan narra en su evangelio el discurso sobre el pan de vida, impartido por Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, cuando afirmó:
“Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”.
Jesús dice que no vino a este mundo para dar algo, sino para darse a sí mismo, para dar su vida como alimento para los que tienen fe en Él.
Esta comunión con el Señor nos compromete a nosotros, sus discípulos, a imitarlo, haciendo de nuestra existencia, de nuestros comportamientos, pan partido para los demás, como el Maestro partió el pan que es realmente su carne.
Cada vez que participamos en la santa misa y nos nutrimos con el Cuerpo de Cristo, la presencia de Jesús y del Espíritu Santo obra en nosotros, plasma nuestro corazón, nos comunica actitudes internas que se traducen en comportamientos conformes al Evangelio.
En primer lugar, la docilidad a la Palabra de Dios, después la fraternidad entre nosotros, el coraje del testimonio cristiano, la fantasía de la caridad, la capacidad de dar esperanza a los que no la tienen, de acoger a los excluidos.
De este modo, la Eucaristía hace que madure en nosotros un estilo de vida cristiano. La caridad de Cristo, recibida con el corazón abierto… nos transforma, nos hace capaces de amar, no según la medida humana, siempre limitada, sino según la medida de Dios: sin medida.
Y entonces llegamos a ser capaces de amar incluso a los que no nos aman, y esto no es fácil…
Porque si sabemos que una persona no nos quiere, también nosotros nos sentimos llevados a no quererla. Pues no. Tenemos que amar incluso a los que no nos aman Oponernos al mal con el bien, perdonar, compartir, acoger a los demás.
Gracias a Jesús y su Espíritu, también nuestra vida se convierte en “pan partido” para nuestros hermanos. Y viviendo así, descubrimos la verdadera alegría. La alegría de hacerse don, de devolver el gran don que nos dieron por primera vez, sin mérito de parte nuestra.”
Ronald Rolheiser, un sacerdote y escritor católico canadiense, nos aconseja: “Cada vez que vayas a una Eucaristía, estés cerca de un altar y recibas la comunión, trae tu desamparo y parálisis a Dios, pídele que toque tu cuerpo, tu corazón, tu memoria, tu amargura, tu falta de autoconfianza, tu autoabsorción, tus debilidades, tu impotencia. Trae tus doloridos cuerpo y corazón a Dios. Expresa tu desamparo en palabras simples y humildes: Tócame. Toma mis heridas. Toma mi paranoia. Sáname. Perdóname. Caldea mi corazón. Dame la fuerza que yo no me puedo dar.
Reza esta oración, no sólo cuando estés recibiendo la comunión y estés siendo tocado físicamente por el cuerpo de Cristo, sino especialmente durante la plegaria eucarística, porque es entonces cuando no sólo estamos siendo tocados y sanados por una persona, Jesús, sino también estamos siendo tocados y sanados por un acontecimiento sagrado. Esta es la parte de la Eucaristía que generalmente no comprendemos, pero es la parte de la Eucaristía que celebra la transformación y curación de las heridas y el pecado. En la plegaria eucarística conmemoramos el “sacrificio” de Jesús, esto es, ese acontecimiento donde, como la tradición cristiana dice tan enigmáticamente, Jesús se hizo pecado por nosotros. Hay mucho en esa secreta frase. En esencia: en su sufrimiento y muerte, Jesús cargó con nuestras heridas, nuestras debilidades, nuestras infidelidades y nuestros pecados, murió en ellos, y luego por el amor y la esperanza los sanó.
Cada vez que vamos a la Eucaristía se entiende que dejamos que nos toque ese transformante acontecimiento, que toque nuestras heridas, nuestras debilidades, nuestras infidelidades, nuestro pecado y nuestra parálisis emocional, y nos lleve a una transformación en sanación, energía, gozo y amor.
La Eucaristía es el sumo sanador. Hay -creo yo- mucho mérito en diversas clases de terapias físicas y emocionales, como hay desmesurado mérito en los programas de doce pasos y en compartir simple y honradamente nuestras heridas con la gente en la que confiamos. Hay también -creo yo- mérito en un cierto voluntarioso autoesfuerzo, en el desafío contenido en la advertencia de Jesús a un hombre aquejado de parálisis: Toma tu camilla y echa a andar. No deberíamos permitirnos estar aquejados de parálisis por la hipersensibilidad ni la autopiedad; como cristianos, creemos que este toque envuelve , el toque de lo sagrado en ese lugar donde ha tocado más particularmente nuestras propias heridas, desamparo, debilidades y pecado, ese lugar donde Dios “se hizo pecado por nosotros”. Ese lugar es el acontecimiento de la muerte y resurrección de Jesús, y ese acontecimiento se nos hace disponible, para tocar y entrar, en la plegaria eucarística y en la recepción del cuerpo de Cristo en la comunión.
Necesitamos traer nuestras heridas a la Eucaristía, porque es ahí donde el amor y la energía sagrados que yacen en el fondo de todo lo que respira puede cauterizar y curar todo aquello que en nosotros no está sano.
Canción:
https://youtu.be/P3SKhDvFXcM?si=DGoeuCrIjEUs0vk8
Tomado de:
https//www.pildorasdefe.net/aprender/fe/como-la-eucaristia-brinda-ayuda-a-personas-solitarias-y-desesperadas
https://vive-feliz.club/eucaristia-accion-de-gracias-fuente-de-sanacion/
https://www.ciudadredonda.org/articulo/llevar-nuestras-heridas-a-la-eucaristia/
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Julio 2025.
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.