Nos dice San Pablo en su carta a Timoteo. Yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente.
He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe.
Por lo demás, me está reservada la corona de la justicia, que el Señor, juez justo, me dará en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que hayan aguardado con amor su manifestación.
Ver una luz al final del túnel parece ser la experiencia cercana a la muerte más común, pero según un reciente estudio puede que no sea la única.
ECM es el acrónimo de “Experiencias cercanas a la muerte”. La más común se refiere al recuerdo que le queda a alguien que “vuelve a la vida” tras un tiempo en el que su cuerpo ha estado clínicamente muerto. Pero hay casos en que el sujeto no es quien muere, sino alguien muy allegado a él que, a pesar de la distancia, visiona o presiente de algún modo la muerte de su ser querido.
Cristina Lázaro, psicóloga, doctora en Antropología Social y experta en cuidados paliativos, centró sus tesis doctorales en las ECM. Según la doctora, las podrían explicarse teniendo en cuenta cierto tipo de consciencia no ordinaria que podría estar alejada del cerebro y que en la mayoría de los casos estaría asociada a la cercanía de la muerte.
A continuación presentamos algunos casos que han vivido experiencias cercanas a la muerte y que cuentan sus vivencias en primera persona
-En 2011 el señor A., un trabajador social de Reino Unido, fue admitido en un hospital después de desmayarse en el trabajo.
El personal médico estaba punto de insertarle un catéter en la ingle cuando entró en paro cardíaco. A falta de oxígeno, su cerebro dejó de emitir señal alguna. Tecnicamente el señor A. había muerto.
Pero, a pesar de ello, A. recuerda lo que pasó después.
El equipo médico inició el procedimiento de reanimación y A. pudo escuchar una voz que decía: “denle un electro shock”, mientras se levantaba de la cama y presenciaba la escena. Y en el historial del hospital luego se pudo verificar que lo que el señor A. recordaba era precisamente lo que había ocurrido en el lapso de tiempo en el que todo el mundo le creyó inconsciente. La historia de este paciente, recogida en un informe sobre resucitación, es una de tantas que desafían las ideas que tenemos sobre las experiencias cercanas a la muerte.
-Mary Neal, una cirujana ortopédica de la columna, es una de estas personas, quien dio su testimonio ocurrido en 1999, en un viaje por medio de un kayac en Chile.
Neal sostuvo que cayó directo hacia una cascada y su cuerpo se sumergió complemente en el agua mientras sentía que sus huesos se quebraban. Al mismo tiempo, la mujer podía mirar hacia el río y ver como su cuerpo estaba sumergido en el agua. Ella estuvo sin oxígeno un total de 30 minutos.
Pero los seres me dijeron que no era mi momento, que tenía que volver a mi cuerpo”, dijo.
-Arturo Gómez Andújar, nos cuenta su testimonio. Con 17 años, un día de verano, mi novia y yo decidimos ir a la playa en moto a hacer unas fotografías. De camino, al cruzar un puente, la rueda patinó y caímos al suelo. La moto y mi novia tuvieron suerte. La peor parte me tocó a mí. Salí despedido y paré con la cabeza de un golpe, sin casco, contra la valla del lateral.
Perdí literalmente el cuerpo y comencé a flotar, viéndome a mí mismo tendido inerte en el suelo con mi novia llorando agachada sobre mí. También recuerdo a un joven que corría hacia allí pidiendo auxilio. Pero la visión cada vez era más difusa porque yo no paraba de coger altura.
De pronto, mi ascenso flotando boca abajo se detuvo por alguien que me asió por la espalda. Quien quiera que fuera, con una voz amigable y serena, me preguntó “¿Dónde vas?” y sin dar opción a responder continuó “Éste no es tu momento. Tienes aún muchas cosas por hacer.”
Recuerdo que me volví para ver a aquél ser. Vestía una túnica blanca, tenía un pelo rubio algo largo y una cara que no se veía bien pero infundía confianza y tranquilidad. Meditando aún las palabras de mi inesperado interlocutor, de pronto me sentía como si fuera viajando cómodo y feliz en un vehículo grande y lujoso, con mucho espacio y un gran motor. Pero en seguida esa sensación desapareció y empecé a notar sangre.
Fue cuando realmente tomé consciencia de lo que me había pasado. Desperté en un coche que resultó ser del chico que desde arriba había visto correr. Vivía junto al puente, y al ver nuestro accidente acudió en nuestro auxilio. Dada la gravedad de mi estado, decidieron enviarme a la clínica San Juan de Dios de Valencia.
Ya en un quirófano, el médico que me atendió no daba crédito. Tenía múltiples fracturas craneoencefálicas. Precisaba suturas por las cejas, por la sien, por la barbilla, de hasta cincuenta puntos. Estaba vivo de milagro. Pero lo más increíble de todo es que yo me encontraba bien, no sentía dolor, ni siquiera me hacían daño al pasarme la aguja y el hilo. Estaba charlando y bromeando con las enfermeras como si nada grave hubiera pasado.
Una vez que todo acabó, comenté mi experiencia con mi novia y comprobé que lo que había visto desde arriba era exactamente lo que había ocurrido. Me ha dado mucho que pensar. No es, desde luego, algo que se vaya contando alegremente a todo el mundo.
Lo que me pasó me lleva a pensar que todos tenemos a alguien que está ahí, junto a nosotros, protegiéndonos aunque no lo veamos. También estoy convencido de que sí que hay vida después de morir: no como ésta, pero la vida continúa».
En términos generales, se han presentado las dos grandes posturas sobre la muerte y la vida después de la muerte, una de ellas es la que presenta la ciencia, mientras que otra es la de la religión. Cada una de estas posturas constituye planteamientos filosóficos, teológicos, antropológicos o psicológicos, ya que se presentan en contexto determinados de convivencia social que dan cohesión a los diferentes grupos humanos, orientando así su comportamiento.
Y es que hablar de la vida después de la muerte implica exponer una de las creencias más difundidas y un elemento central en casi todas las religiones (Micklem, 1953).
Para Ducasse (1961), la creencia en la vida después de la muerte tiene su origen en otra creencia, la cual es pensar que la vida propia y la de los demás tienen asegurado un mañana. Asimismo, los argumentos metafísicos de las religiones sobre la inmortalidad, y las supuestas comunicaciones con las personas que han muerto, ya sean a partir de “apariciones” espirituales o a través de los sueños.
Von (2009) propone que las religiones brindan a las personas la capacidad de comprender su universo, asegurándole también la evitación de la propia muerte mediante fundamentos existenciales del más allá, en donde el destino final sea visto con mayor optimismo y lo incierto de la muerte se transforme en algo más entendible.
Una premisa común en las religiones es que después de la muerte física, la conciencia continúa viviendo en un estado trascendental (Díaz, 2012), esto también puede ser entendido a partir de conceptos como “alma” o “espíritu”, los cuales al momento de la muerte continúan viviendo en otro mundo de carácter no físico (Ducasse, 1961; Málishev, 2003). De ahí es que regularmente la vida después de la muerte se ha asociado a un sistema moral de retribución, según el cual quien obra bien en vida es premiado, mientras que quien obra mal es castigado (Tamayo, 2017). Ejemplo de esto es la religión cristiana, la cual relaciona la vida después de la muerte con las acciones morales de los seres humanos y la ida del alma a un lugar de recompensa o castigo (Piélago, 2014).
La teología de la iglesia católica, que se encuentra concentrada en la Biblia (Biblia de Jerusalén, 1975) y en el catecismo de la iglesia católica (2008), afirma que las almas de los muertos pueden ir al infierno (lugar de castigo), al purgatorio (lugar de purificación por lo pecados cometidos) o al cielo (lugar de recompensa), en donde de este último deriva la idea de salvación y la de la resurrección de los muertos. De este modo, con estas creencias se satisface el deseo humano de dar sentido a la muerte, es decir, el cumplimiento de la inmortalidad y la trascendencia lleva a las personas a experimentar la realización de su persona mediante la certeza de una existencia eterna (Comité para el Jubileo del Año 2000, 1996) y su unión espiritual con Dios (Basualto, 201
Nuestro destino para toda la eternidad queda definido en el instante mismo de nuestra muerte. En ese momento nuestra alma, que es inmortal, se separa de nuestro cuerpo e inmediatamente es juzgada por Dios. Este momento se llama en Teología el Juicio Particular, y consiste en una especie de radiografía o “scaneo” espiritual instantáneo que recibe el alma por iluminación divina, mediante la cual ésta sabe exactamente el sitio/estado en que le corresponde ubicarse para la eternidad, según sus buenas y malas obras.
Sí hay Vida después de la vida. Y la muerte no es el fin de la vida, sino el comienzo de la Verdadera Vida.
El Papa Juan Pablo II nos recordaba en una de sus Catequesis sobre la vida y la muerte las palabras de Jesús: “Yo soy la Resurrección y la Vida” (Jn. 11, 25). Y nos decía que “en El, gracias al misterio de su muerte y resurrección, se cumple la promesa divina del don de la Vida Eterna, que implica la victoria total sobre la muerte. ‘Llega la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán la voz del Hijo de Dios y saldrán los que hayan hecho el bien para una resurrección de vida, pero los que obraron mal resucitarán para la condenación’ (Jn. 5, 28-29). ‘Porque ésta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en El, tenga Vida Eterna y que Yo le resucite el último día'” Jn. 6, 40).
Y nos decía el Papa Juan Pablo II que no debemos pensar que la vida más allá de la muerte comienza sólo con la resurrección final, pues ésta se halla precedida por la condición especial en que se encuentra, desde el momento de la muerte física, cada ser humano. Se trata de una fase intermedia, en la que a la descomposición del cuerpo corresponde “la supervivencia y la subsistencia, después de la muerte, de un elemento espiritual, que está dotado de conciencia y de voluntad, de manera que subsiste el mismo ‘yo’ humano, aunque mientras tanto le falte el complemento de su cuerpo”
Dice el Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica: “Cada hombre después de morir recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular, bien a través de una purificación, bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del Cielo, bien para condenarse inmediatamente para siempre” (#1022).
Aquí nos habla la enseñanza de la Iglesia de las opciones que tenemos para la eternidad: Cielo, Purgatorio o Infierno.
Recopilado por Rosa Otárola D, /
Julio 2021
“Piensa bien, haz el bien, actúa bien y todo te saldra bien”
Sor Evelia 08/01/2013.